Otoño en Manhattan (19 page)

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Authors: Eva P. Valencia

BOOK: Otoño en Manhattan
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—¡Que se joda Caroline y que se joda Peter...!¡Que se jodan
todos! —Se rió con desdén—. Pienso hacer que se traguen sus mentiras.

—Entonces ¿no piensas firmar la renuncia del contrato?

—No.

Gabriel tensó los músculos de la cara.

—Si antes había un mísero resquicio de duda, ahora ya no lo
tengo. Mi padre me hubiese aconsejado que no aceptara su chantaje, me hubiese
dicho que lo más importante en un hombre es su honor y su palabra —los ojos de
él tenían un brillo especial—. No les tengo miedo, no pueden probar nada... no
tienen nada.

Jessica tomó aire antes de proseguir:

—Gabriel, ahora no creo que sea el momento apropiado,
porque acabas de enterrar a tu padre... pero tenemos que hablar... —dijo con
sequedad.

Él la observó con extrañeza. ¿Qué podía ser tan grave?

—Jessica, dime qué pasa...

—Te he dicho que ya hablaremos... —recalcó de nuevo.

El cerebro de Gabriel empezó a trabajar con rapidez. Pensó hasta
dónde podía ser capaz Caroline de llegar, hasta dónde alcanzaba su rencor y su
mente retorcida. ¿Era posible que tuviese alguna "prueba" que
le incriminase? Por más que pensaba, no encontraba ninguna conexión.
Apenas la había tocado. La sombra de la duda teñía por completo sus
pensamientos.

—Jessica... ¡Maldita sea!... Me estoy volviendo loco...
¿qué coño pasa? —espetó.

Ella resopló.

—Gabriel, no me dijiste que os habíais besado...

La miró extrañado.

—No lo creí un dato importante.

—¿Te acostaste con ella?

—¡No! —gruñó ofendido—. Me dijiste que confiabas en mí y
que no creías una maldita palabra de Caroline...

—Cierto.

Gabriel abrió los brazos en señal de derrota.

—¿Entonces?

—Hasta el momento en que ella presenta pruebas de ADN.

Él palideció en cuestión de segundos. ¿ADN? ¿Cómo era
posible?

—Ha presentado pruebas médicas que verifican que hubo
agresión. Han encontrado restos de piel en sus uñas y de semen en su cuerpo.
Además de las contusiones en muñecas y brazos.

—¿Cómo?

Gabriel comenzó a andar de un lado a otro como ido, pasando
su mano por el pelo. Su cerebro corría al límite y su corazón agitado
martilleaba con fuerza su pecho.

—Joder Jessica... —espetó—. No creerás las acusaciones,
¿verdad?

Ella no contestó y él añadió:

—Es una jodida encerrona.

—Para que ella presente esas pruebas, tú has tenido que
estar desnudo.

—Sí. Se metió desnuda en mi ducha... me besó... Y le
devolví el beso —farfullaba tan nervioso que incluso empezó a titubear—: Nos
tocamos... pero eso fue todo... No me la tiré... joder.

Jessica se llevó la mano a la boca.

Al parecer las piezas encajaban. Caroline había sido muy
astuta: Arañó a Gabriel para conseguir el ADN de su piel, lo excitó y su
líquido pre-seminal quedó impregnado en su piel, luego seguramente se
autolesionaría. Esas pruebas presentadas ante el juez, más el agravante de ser
una menor... eran suficientes para estar sentenciado.

Jessica tragó saliva y le miró fijamente a los ojos.

—Gabriel... estás jodido.

 

 

 

Capítulo 24

 

Sin perder más tiempo, aquella misma tarde volaron de
regreso a Nueva York.

Antes de subir al avión, Jessica realizó algunas llamadas
telefónicas. La primera fue a su amigo Lawrence, quién a su vez era también su
abogado. Al acabar, contactó con un par de colegas de profesión en los que
confiaba ciegamente.

Gabriel tenía pocas opciones, se encontraba atado de pies y
manos, su situación era desesperante. La demanda de Caroline sobrepasaba
cualquier límite racional.

Jessica no paraba de pensar, de darle vueltas a la cabeza y
estaba completamente convencida, de que si investigaban un poco en el pasado de
Caroline o de su padre Peter Kramer, encontrarían algún resquicio por el que
presionar y obligarles a retirar la demanda.

Gabriel trató de luchar por mantenerse despierto y hacer
compañía a Jessica en aquel trayecto tan largo, pero al final cayó agotado en
un sueño profundo.

Jessica le observaba mientras dormía. No podía permitir que
pasara varios años de su vida entre rejas. Haría cuanto estuviese en sus manos para
que eso no llegase a ocurrir jamás. Pero el tiempo corría en su contra. La
demanda ya estaba en curso. Y de momento los hilos los manejaba a su
antojo Peter Kramer, así que había llegado el momento de mover ficha.

 

El comandante anunció que iban a tomar tierra neoyorquina
en veinte minutos.

Mientras Jessica colocaba el punto de libro entre las
páginas de su novela, una de las azafatas se les acercó muy amablemente.

—Disculpe, deben abrocharse los cinturones, vamos a
descender en breve —le sonrió con una de aquellas sonrisas mecánicas.

—Por supuesto.

Jessica se abrochó el cinturón y observó a Gabriel como
seguía durmiendo igual que un niño. Nunca habían compartido la cama, a no ser
que fuese para practicar sexo. Ella jamás dormía con sus amantes. No se podía
permitir atravesar esa línea imaginaria o de lo contrario corría un grave
riesgo. Mezclar sentimientos y sexo, no tenía cabida en sus planes. Tras la
separación con Robert, se prohibió a sí misma volverse a enamorar. Dedicaría su
cuerpo y mente al disfrute del sexo, sin ataduras emocionales. Y hasta ese
momento, había funcionado... hasta ese momento.

Cuando Gabriel se removió en el asiento cambiando de
posición, Jessica pudo observar su rostro cubierto parcialmente por un mechón
rebelde. Apenas sin pensarlo, acercó su mano y lo retiró con cuidado de su
frente. Gabriel se estremeció al sentir el contacto de su piel y abrió los
ojos. Jessica disimuló irguiendo su espalda y acomodándose de nuevo en el
asiento.

—¿Me he dormido? —preguntó abriendo la boca en un bostezo.

—Me temo que sí —sonrió.

—¿Falta mucho? —añadió mirando por la ventanilla.

Jessica volvió a sonreír.

—Ya casi hemos llegado... Debes abrochar tu cinturón.

—¿He dormido nueve horas?... —se mofó.

—No... Ocho y media...

—Joder.

—Te hacía falta descansar.

—¿He roncado?

—A todas horas... —se mordió el labio para evitar reírse
por aquella mentira piadosa.

—Ja, ja, ja... No me lo creo.

—Pues pregunta a nuestro vecino, que ha tenido que pedir
tapones para los oídos —señaló con un gesto de cabeza al señor que estaba
leyendo un periódico.

Gabriel se levantó y se acercó a la cara de Jessica para
besarla en los labios lentamente, con mucha suavidad, pero a la vez de forma
muy sensual y erótica.

—Puede decirse que ya hemos dormido juntos, ¿no? —se burló
volviéndola a besar.

—Yo no consideraría esos términos —le respondió devolviendo
el beso tirando de su labio.

—Bueno... es un comienzo... algún día lograré que te quedes
dormida entre mis brazos durante toda una noche y permitirás que te mime y que
te prepare el desayuno...

—Alto, alto... eso es hacer trampa... no me tientes.

—¿Y lo consigo...?

—No.

Jessica se rió con ganas al ver la cara de Gabriel haciendo
pucheros como un niño pequeño al quedarse sin su piruleta.

—Eres tonto... —le golpeó en el hombro.

—Puede, pero un día conseguiré que duermas conmigo y a
partir de ese día no podrás pasar una noche más sin mí.

—Qué pretencioso por tu parte. Aunque yo de ser tú no
apostaría por ello.

—Ya he apostado.

—Pues en ese caso lo perderás todo.

—No estoy tan seguro.

—¿Me estás retando?

—Está claro, ¿no?... Me juego el puesto de trabajo a que si
pasas una sola noche conmigo hasta la hora del desayuno... querrás pasar a
partir de entonces cada noche en mi cama.

Jessica se quedó pensativa y mordiéndose la lengua para no
contestar. No podía apostar, de hacerlo, no estaba segura de ganar.

—Disculpe señor, debe sentarse y colocarse el cinturón de
seguridad —le advirtió la azafata esta vez en un tono menos amable— Estamos a
punto de tomar tierra.

Gabriel miró a Jessica por última vez antes de abrocharse
el cinturón.

—Salvada por la campana...

Jessica pudo respirar aliviada gracias a su repentino golpe
de suerte. Pero sabía perfectamente que no siempre iba a ser así. De nuevo,
tenía que dejarle las cosas claras. Ella era quién llevaba la batuta en su
relación, no Gabriel.

—Escucha... No voy a aceptar ninguna apuesta. No voy a
dormir contigo. Ya te lo advertí desde un primer momento. NO duermo con mis
amantes. Si no eres capaz de aceptarlo, entonces tendremos que dejar de
acostarnos.

Gabriel hizo un mohín.

La chica dura contraatacando de nuevo. Desde luego, el
mejor ataque era una buena defensa. Siempre se escondía tras esa coraza de
hormigón. Pero ella ignoraba que dos de las virtudes de Gabriel eran su
paciencia y su perseverancia. Estaba dispuesto a esperar todo el tiempo que
fuese necesario para lograr su cometido.

 

Frank Evans, el compañero de Gabriel que le estaba ayudando
en el proyecto Kramer, les estaba esperando a la salida del aeropuerto con el
BMW de Jessica. Se acercó hasta ellos para ayudar con el equipaje.

—¿Habéis tenido buen vuelo?, anunciaban tormentas cerca de
la costa de Nueva York.

—Alguna turbulencia hemos notado...

—¿Turbulencias? —preguntó Gabriel curioso.

Jessica se rió.

—Sí Gabriel, tú dormías como un lirón.

Gabriel se rascó la cabeza mirando a Frank, este sonrió
haciendo mutis colocando el equipaje en el interior del maletero. Luego rodeó
el coche y se sentó en el asiento trasero.

—Sube, te llevo a tu casa —le dijo Jessica a Gabriel
abriéndole la puerta del copiloto.

—¿Vendrás esta noche a mi apartamento? —le preguntó
acercándose para rodear su cintura con sus manos, pero ella le apartó antes de
que pudiera tocarla.

—Delante de mis empleados no hagas eso... —le regañó.

—¿Te avergüenzas de que nos puedan ver juntos?

—No es eso.

—¿Entonces qué es?

—Gabriel, no insistas. Las cosas son así, ya te lo dije, lo
tomas o lo dejas. Solo follamos. Nada más.

Se giró dándole la espalda para subir a su BMW negro.

Gabriel resopló con fuerza y giró el anillo de su pulgar
varias veces antes de sentarse a su lado. Miró de nuevo a Jessica, aunque no
era capaz de percibir nada en sus ojos, unas gafas de sol negras los cubrían.
Se colocó el cinturón de seguridad y se reservó las palabras que estaba
pensando para sí mismo.

—Toma tu Blackberry —le dijo Frank desde el asiento
trasero.

—Gracias —le contestó cogiéndola.

—Dale gracias a Jessica, ella ha conseguido que te la
arreglaran lo antes posible.

Gabriel la miró y aunque sabía que no quería que la tocara
delante de sus empleados, le colocó la mano sobre el muslo y lo apretó
ligeramente en forma de agradecimiento. Esta vez ella le respondió con una
media sonrisa.

 

Tras llegar a su apartamento y despedirse de ambos, subió
en ascensor hasta su planta. Sacó de su maleta un enorme paquete envuelto en
papel de regalo con dibujos infantiles. Cerró la cremallera y llamó al timbre.

—¿Quién es? —la voz que se escuchaba al otro lado de la
puerta era grave y profunda.

—Gabriel, el vecino del 7A.

Se escuchó carraspear y al poco después la puerta se abrió
solo un poco, lo justo para mirar a través de ella.

—Tío, estaba durmiendo, espero que sea algo importante
—gruñó.

Gabriel enarcó una ceja.

Por la pinta de yonqui que tenía dedujo que era el padre de
Scott. Y lo que era peor, parecía que estaba colocado. Aguantaba el peso de su
cuerpo en el marco de la puerta porque seguramente si no lo hacía se daría de
bruces contra el suelo. Vestía una camiseta blanca de tirantes ajustada a su
escuálido cuerpo repleto de tatuajes obscenos, un pantalón militar agujereado a
propósito por varios sitios y el pelo enmarañado y sucio. Apestaba a alcohol y
tenía las pupilas dilatadas.

Gabriel sintió ganas de vomitar solo con verle.

—He traído esto para Scott —le entregó la caja
perfectamente envuelta.

—¿Qué coño es eso?... ¿No hará ¡Boom! no?... ja,ja,ja —se
mofaba gesticulando con las manos y el rostro.

—Es el regalo que le prometí, un Batmóvil.

—¿Qué es... qué?

Volvió a reírse a carcajadas, tronchándose en la cara de
Gabriel.

—Trae... ya le daré yo Batmóvil a Scott, por haber hablado
con extraños...

Le arrancó el regalo de las manos y le cerró la puerta en
las narices.

Gabriel se quedó estupefacto, clavado en el suelo, se había
quedado blanco como la pared. Estuvo a punto de volver a llamar al timbre y
asegurarse de que Scott estaba bien, pero no podía irrumpir por las malas en
una casa ajena.

«Maldita sea»
, gruñó.

Así que muy a su pesar sin parar de blasfemar y de maldecir
a aquel padre y a aquel abuelo, se encerró en su apartamento. Dejó la maleta
sin deshacer junto a la cama y se metió en la ducha, necesitaba despejar su
mente y liberarse de aquella imagen del padre de Scott.

Al acabar de ducharse, algo ya más relajado, se estiró
sobre la cama. Se miró la mano vendada e hizo un repaso de su estancia en
Barcelona. Cerró los ojos con fuerza. Los recuerdos de su padre golpeaban con
fuerza su corazón una y otra vez. Inspiró hondo y pudo sonreír al pensar en lo
que le dijo su madre, su padre estaba orgulloso de él, de sus logros y de
trabajar en Manhattan.

De repente, sonó su Blackberry. Se sobresaltó al salir de
su ensimismamiento. Miró la pantalla, era Daniela.

«Joder, no me acordaba de ella...»
, murmuró.

—Hola Daniela —contestó.

—Gabriel... ¡Uf!, menos mal que he podido hablar contigo...
—hablaba muy deprisa, apenas se entendían las palabras.

—Tranquila... —se rió—. Respira, Daniela...

Ella se mordió el labio, miró a su compañera de piso que
estaba escuchando música tumbada en la cama y salió de la habitación caminado
hacia la cocina.

—Gabriel, perdona...

—Estás perdonada. —sonrió divertido.

—¿Estás en Nueva York?

—Sí, he vuelto hace... —miró su reloj—. Una hora escasa...

—O sea, que ha ido todo bien ¿no?...tu familiar, digo.

—Ehm... No.

—¿Noooo? —le preguntó muy extrañada.

—Mi padre falleció el martes por la mañana.

Daniela se quedó paralizada en silencio y luego comenzó a
notar como las lágrimas bañaban sus mejillas a la vez que no pudo evitar
escapar algún que otro sollozo.

—Schist... Daniela... —intentaba calmarla al otro lado del
teléfono—. Se supone que el que tiene que estar llorando soy yo... no tú.

Gabriel sonrió.

Daniela era tan dulce y tan especial que le entraban ganas
de achucharla como a un peluche. Se sintió culpable por estar lejos y no poder
consolarla, dejándola así con aquel trago amargo.

—Lo...sien...to... mu...cho —no cesaba de llorar.

—Lo sé... Pero no te angusties... ¿estás sola?

—No.

—Si quieres voy...

—No.

—¿Seguro?

—No.

Gabriel negó con la cabeza.

Jamás había conocido a un ser tan frágil como ella. No
sabía por qué, pero con ella siempre le daba la sensación que debía protegerla
y cuidarla.

—¿Estás en tu casa?

—Sí —asintió sin dejar de llorar.

—Ahora mismo voy...

Gabriel cortó la llamada, se levantó de la cama, se vistió
y cerró la puerta de su apartamento tras de sí.

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