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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (23 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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—Buena chica.

Eric le volvió a coger la mano para acompañarla hasta la
cama. La sentó y la descalzó. Retiró las sábanas y le dijo que se tumbara sobre
ella. Cuando lo hizo. Se quitó la camisa, el cinturón y los zapatos y se estiró
de lado junto a ella, apoyando el peso de su cuerpo en el codo.

—Daniela, eres muy guapa... —murmuró, resiguiendo los
delicados rasgos de su cara.

Y sin mucho más preámbulo, la besó en los labios muy
despacio.

Capítulo 31

 

Daniela se despertó tras escuchar la lluvia golpeando con
fuerza a los enormes ventanales de aquella habitación. Abrió los ojos lentamente
y parpadeó repetidas veces antes de ser capaz de observar a su alrededor.
¿Pero...dónde estaba? Recordaba vagamente aquellos muebles, aquellas paredes y
aquella... cama.

Frunció el ceño. Se sentía algo aturdida y desorientada.
Trató de incorporarse, pero un ligero escalofrío se lo impidió comenzando a
recorrer cada recoveco de su cuerpo. Instintivamente se abrazó y comenzó a
frotar sus brazos para entrar en calor.

Mientras caminaba descalza sobre el parqué, volvió a sufrir
un dolor punzante en la cabeza. Colocó la palma de su mano sobre la frente,
realizando movimientos circulares en forma de un suave masaje.

Sonrió, porque por extraño que resultaba y a pesar del
malestar, reconocía que no se sentía mal, sino todo lo contrario, se sentía...
muy bien.

Una vez ya desaparecido por completo aquel dolor, giró su
rostro y miró hacia su derecha. Asombrada, abrió los ojos al ver reflejado su
cuerpo desnudo en uno de los espejos que cubrían gran parte de la pared.
Entonces trató de buscar con la mirada por toda la habitación algo con lo que
cubrirse, y allí, a unos metros, sobre una butaca blanca de piel, tirada de
cualquier manera, yacía una camisa negra, algo arrugada. Tuvo que dar varios
pasos antes no poder llegar hasta ella. La cogió y cerrando los ojos, acercó
aquella prenda hasta la nariz para poder olerla... Y por supuesto, como cabía
esperar... olía a él.

Se vistió con avidez. Uniformada únicamente con aquella
camisa de varias tallas más grande, a diferencia de la ropa que estaba
acostumbrada a utilizar. Dobló ambas mangas hasta hacerlas llegar a la altura
de los codos y cuando se disponía a salir de aquellas cuatro paredes, comenzó a
escuchar un canturreo, mezclado con el sonido del agua de una ducha.

De igual manera que en el cuento del 
Flautista de
Hamelin
, se encaminó hacia allí, guiada por aquel sonido.

Nada más cruzar el umbral de la puerta, pudo verle.

Se le notaba relajado, jovial... incluso podía afirmar que
hasta aparentemente feliz. Ella apoyó parte de su espalda en el marco de la
puerta, mientras observaba como enjabonaba todo su cuerpo con la esponja.

Daniela inspiró hondo. El dueño de aquel cuerpo era el
mismo a quién hacía apenas unas horas, le había regalado su virginidad. Quién
sin conocerla, la había tratado con delicadeza y muy dulcemente. Cuidándola,
mimándola y no se sentía del todo osada si pensaba que hasta incluso, había
sido 
amada
.

Sumida en sus pensamientos, no se percató de que Eric se
había girado para coger una toalla.

—Buenos días, preciosa... —le sonrió mientras se secaba el
pelo frotándolo con la toalla—. ¿Has dormido bien?

—Sí... —le devolvió la sonrisa con bastante timidez.

Daniela bajó la vista hacia su entrepierna. Jamás antes
había visto tan de cerca y a plena luz del día a un hombre desnudo de esa forma
tan sensual y sexy. Tan natural. Tragó saliva mientras abría exageradamente los
ojos.

Eric, dándose cuenta de su incomodidad, dejó de secarse el
pelo con la toalla, atándose ésta a la cintura.

Al poco después, salió del plato de la ducha. No quería
perder ni un segundo más. Necesitaba estar lo suficientemente cerca para
mirarle a los ojos. Y de esta forma, comprobar si lo ocurrido entre ambos
aquella noche, había sido o no un error para ella... Obviamente, le asaltaban
las dudas.

—¿Te encuentras bien?... ¿Tienes alguna molestia? Tengo
ibuprofeno —arrugó la nariz.

«¡Cállate Eric o la acabarás cagando!»

Ella negó con la cabeza.

—La verdad... es que me encuentro muy bien... con algo de
resaca, pero feliz... Y no, no tengo molestias... —afirmó con tanta seguridad
en sí misma que al darse cuenta sintió ruborizarse levemente.

—Me alegro, nena...

Daniela observó con mayor detenimiento su rostro. Haciendo
hincapié en una de sus cejas. Una cicatriz partía su simetría y en solo una
fracción de segundo, la curiosidad invadió sus pensamientos.

—¿Cómo te hiciste esa cicatriz?

—¿Ésta? —se señaló a su ceja izquierda.

—Sí.

Se rascó la nuca antes de contestar. Al recordar cómo
ocurrió, provocó en él una repentina sonrisa.

—Han pasado ya muchos años... Estaba estudiando con Gabriel
en Madrid —negó con la cabeza antes de proseguir recordando viejos tiempos de
universitarios junto a su amigo—: Hicimos una apuesta, a ver quién de los dos
se ligaba antes a la profesora de matemáticas...

Daniela alzó las cejas mientras le escuchaba.

—Era recién licenciada, por lo tanto... era casi de nuestra
edad. Investigué sobre ella y conseguí averiguar que solía correr en circuitos
cerrados de motocross —volvió a reírse, recordando aquella vieja historia—:
Alquilé una moto, soborné a un amigo suyo para que me dejara correr ese día y
así lo hice... Solo que a la quinta vuelta, comenzó a llover y derrapé. Mi moto
se estampó contra la grada...

Daniela permanecía en silencio, aquella historia era como
poco curiosa.

—Tres puntos de sutura en la ceja —la volvió a señalar—.
Una costilla rota y magulladuras por todo el cuerpo, bien merecieron la
atención de Eva. Me llevaron al hospital y ella estuvo en todo momento a mi
lado... Gané la apuesta y Gabriel perdió.

—¿Y qué pasó con Eva?

—Se convirtió en mi mujer y en la madre de mis hijos...

Daniela cambió el semblante. Notó como un nudo se formaba
rápidamente en la boca de su estómago. Sabía que estaba casado, pero
escuchárselo decir a él, era sin duda otra historia.

Eric notó que sus últimas palabras y su arrebato de
sinceridad, no habían sido del agrado de Daniela, así que, se acercó para
tratar de calmar sus pensamientos y la besó en la frente.

—No le des más vueltas... si eres buena, te contaré como
continúa la historia... y te aseguro que no es tan bonita como aparenta...

 

* * *

 

Jessica tras recibir la llamada de su amigo sobre el pasado
de Caroline, ordenó a Alexia que cancelara todas las visitas y reuniones
previstas para aquel día. Salió de su despacho, y bajó al parking del edificio.

Entró en su BMW y sin perder más tiempo, condujo hasta
Cornell University en Ithaca.

Tenía un buen presentimiento, estaba convencida de
conseguir que aquella niña arrogante y malcriada, retirase de una vez por todas
la maldita demanda judicial contra Gabriel.

Al llegar al campus de la Universidad, preguntó dónde
estaba recepción a un par de estudiantes que desayunaban plácidamente sobre la
hierba recién cortada. Solo cinco minutos más tarde, dio con ella.

Las puertas automáticas de cristal se abrieron para dejarle
paso y darle la bienvenida.

Estiró del largo de su americana azul eléctrico, se acicaló
un poco el pelo y humedeció sus labios antes de llegar hasta la chica.

—Buenos días... Ingrid —le sonrió leyendo su nombre escrito
sobre el mostrador— ¿Podrías decirme en que clase se encuentra en estos
momentos la alumna Caroline Kramer?

Aquella chica de ojos negros la miró algo recelosa. Nadie
podía interrumpir ninguna clase. Ni siquiera podían esperar dentro del recinto.
Era una norma rígida y estricta. No se admitían visitas dentro del horario
escolar.

—Dígame de qué se trata y le dejaré una nota...

Jessica pensó unos segundos. Necesitaba hablar urgentemente
con aquella bastarda. Tenía que zanjar el tema lo antes posible. Había venido
hasta allí para verla, y no se marcharía sin hacerlo. Desde luego, esa tal
Ingrid no sabía con quién estaba tratando.

—Soy Angelica Kramer, su prima... —mintió deliberadamente—.
Y he venido desde muy lejos para darle una sorpresa... Si no puedo verla, me
llevaré una gran desilusión y su padre se enterará...

La recepcionista abrió los ojos como platos. Peter Kramer
era una de las personalidades más influyentes de aquella Universidad, todo el
mundo lo sabía, además de ser un benefactor reconocido y muy generoso en cuanto
a sus donativos.

Ingrid, algo alterada, comenzó a pulsar el teclado de su
ordenador.

—Deme un segundo... por favor.

Jessica sonrió. Había sido relativamente fácil. Intuyó que
nada más pronunciar el nombre de Peter Kramer, los tercios cambiarían y no se
equivocó. En menos de diez minutos, se encontraba sentada en uno de los bancos
del pasillo del edificio donde Caroline estaba realizando sus clases.

Miró su reloj de pulsera. Según Ingrid, a las once en
punto, saldría del aula.

Faltaban dos escasos minutos. Se incorporó, cogió su bolso
de mano y cruzó los brazos, esperando que aquella puerta se abriera.

Un minuto. Jessica permanecía como siempre con la mente
fría, calculadora y muy segura de sí misma, con la mirada fija en aquella
puerta de madera.

Por fin, sonó el sonido ensordecedor y chirriante del
cambio de clase. La puerta se abrió. Vio salir primero al profesor, con sus
gafas de pasta y su maletín de piel 
«tópico»
, pensó.

Poco después, alumnos y más alumnos salieron de aquella
aula.

Jessica no pudo evitar hacer una mueca.

«La jodida niña creando expectación»
, murmuró...

 

Por fin, la vio. Charlando animadamente con otra
chica. 

«Quién le ha visto y quién le ve... si parece una mosquita
muerta... Camisa abrochada hasta el cuello, pantalones hasta los tobillos,
zapatos planos y ni pizca de maquillaje... Menudo fraude»

Jessica permaneció en su sitio, esperando.

Caroline pasó por su lado sin percatarse de su presencia.
Poco duró, porque Jessica le agarró del brazo.

—Hola Caroline... cuánto tiempo...

—¿Jessica?

—La misma... —le sonrió sin soltarle—. Tenemos que
hablar...

La joven miró a Victoria, su compañera. Se quedó muda, era
incapaz de articular palabra.

—¿Quién es esta señora? —preguntó Victoria arrugando el
entrecejo.

—Una íntima amiga de Caroline... ¿verdad? —la miró sin
pestañear y realizando un poco más de presión en su brazo.

Ella asintió angustiada. Esa situación se le escapaba de su
control y en esos momentos su padre estaba a mil kilómetros de distancia como
para venir a rescatarla como de costumbre.

—Vamos Caroline... No tengo todo el día...

Jessica soltó su brazo y ella comenzó a masajearlo.

—Mi padre se enterará de esto...

—Niña... no creo que estés en potestad para amenazarme...

Victoria abrió los ojos desconcertada. No entendía qué
estaba pasando. Con nerviosismo, empezó a buscar su móvil en su bolso.

—Voy a llamar a tu padre... —dijo mientras caminaba hacia
el exterior.

Jessica dejó que Victoria se pusiera en contacto con Peter
Kramer. Por mucho que tratara de llegar a tiempo para rescatar de sus garras a
su querida hija, llegaría tarde. Para cuando llegase, ella ya estaría de vuelta
a Manhattan.

—Demos un paseo... —le ordenó mientras la miraba con sus
grandes ojos azules y muy brillantes.

Capítulo 32

 

Jessica
comenzó a caminar a paso ligero hacia el exterior del recinto universitario.
Caroline, por el contrario, permaneció en el sitio. Inmóvil, temblando como una
diminuta hoja. Trató de pensar con rapidez cómo podría salir airosa de aquella
situación en la que se había metido ella solita y sin acabar demasiado
lastimada.

Si
decidía huir, tarde o temprano Jessica volvería a dar con ella y si por el
contrario optaba por ponerse en contacto con su padre, ¿qué pensaba decirle?
Sin duda él había creído ciegamente en su palabra. ¡Por el amor de Dios... era
su hija! Jamás cuestionaría su sinceridad, ni siquiera sería capaz de
plantear aquella posibilidad por remota que fuese.

Solo
el hecho de pensar en tener que admitir que no se trataba más que de una
absurda pataleta de adolescente, sentía que todo a su alrededor comenzaba a
tambalearse y a derrumbarse bajo sus pies.

Y
sin embargo, su padre siempre había confiado en ella... por supuesto, era su
única hija, su vida, lo único real que le quedaba tras el fallecimiento de
Margaret, su esposa.

Jessica
se giró sobre sus talones antes de salir por la puerta acristalada,
observándole con cierta actitud serena y algo altiva. 

—Vamos,
Caroline... Date prisa, no tengo todo el día. Como es obvio, tengo miles de
asuntos más importantes que tratar, antes que estar perdiendo el tiempo aquí
contigo... 

Caroline
tragó saliva y comenzó a caminar despacio hacia su lado. Jessica sonrió. Sería
pan comido. Mucho más fácil de lo que había imaginado. Sin la presencia de su
padre, no era más que una niña insegura y... temerosa.

—No
hablemos aquí, por favor... —sonó a súplica. 

—Donde
tú quieras... Te sigo —le contestó sujetando la puerta, cerciorándose de que
salía de aquel lugar y le acompañaba.

—Si
caminamos hacia allí...—señaló con el dedo a un edificio que quedaba junto a
una pista de atletismo—, podremos estar a solas... a estas horas es muy
probable que el gimnasio esté vacío.

—Me
parece bien.

El silencio les acompañó hasta aquel lugar. Caroline
caminaba cabizbaja mientras que Jessica la observaba de vez en cuando, sin
mediar palabra. Por extraño que pareciese y sin dejar a un lado el mal que
había causado a Gabriel y a su entorno, sintió un atisbo de compasión e incluso
de lástima... "Pobre niña rica", pensó. Jessica pudo verse
reflejada en ella, sin ir más lejos, cuando sus padres decidieron sin tener en
cuenta su opinión, qué rumbo debería de tomar su vida. La obligaron a ingresar
en un internado, lejos de su bebé, de su familia y de sus amigos, hasta cumplir
la mayoría de edad.

—¿Y bien? —preguntó Caroline titubeando con cierto tono
sarcástico en su timbre de voz. Allí, en aquel lugar neutral y a solas con
ella, había comenzado a recuperar cierta confianza en sí misma.

—Quiero estar presente para ver como realizas una
llamada...

—¿A qué te refieres? —frunció el ceño.

—Vas a llamar a tu padre y le vas a decir que hoy mismo
retire la demanda interpuesta contra Gabriel.

—¡Eso jamás! —exclamó mientras cruzaba los brazos con
fuerza bajo sus pechos.

Jessica negó con la cabeza y buscó en el interior de su
bolso de piel de cocodrilo de la marca 
Moschino
, su pitillera de
plata. Tranquilamente, sin prisas y sin dejar de mirar a los ojos azules e
impacientes de Caroline, se encendió uno con total y absoluta parsimonia.

—¿Te recuerda algo el nombre de Brad Adams? —le preguntó
dando una nueva calada.

Caroline abrió los ojos estupefacta. Brad Adams, era su antiguo
profesor de literatura inglesa. Por supuesto que sabía quién era y por supuesto
confiaba en que nadie salvo ella, conocía qué clase de relación habían
mantenido.

No supo qué responder. Trató de mantener la compostura con
gran dificultad, cambiando el peso de una pierna a la otra.

—Es... Fue mi profesor de literatura inglesa en el
instituto... —siseó tragando saliva al acabar de hablar.

—Cierto... —asintió con la cabeza—. Veo que recuerdas de
quién se trata... porque te aseguro que él no te ha olvidado.

Caroline comenzó a respirar con dificultad, su corazón
ajeno a su voluntad, comenzó a bombear con mucha fuerza.

—¡Lo que te haya dicho es mentira! —espetó en un grito.

—¿En serio?... ¿A quién crees que debería creer?... ¿A un
reputado y distinguido profesor o... a una niña rica y consentida?...
¡Contesta... ¿A quién?!

Caroline se mantuvo en silencio. Sus ojos azules comenzaron
a bañarse ligeramente de lágrimas.

—Está dispuesto a testificar en contra tuya en el juicio de
Gabriel. Es más, está dispuesto a sentarse en el banquillo... porque esta vez
sí que se siente capaz de decir la verdad.

—No... ¡Por favor!... —sollozó—. Mi padre no puede
saberlo... ¡Mi padre, no!

—Haberlo pensado antes de destrozar la vida de tu profesor,
de la de su mujer y la de su bebé de siete meses... No permitiré que
destruyas también la de Gabriel.

—¡Dios!... ¡Brad, no es más que un cabrón hijo de puta...!
se acostó conmigo y después me abandonó... —cerró los puños con fuerza a la vez
que golpeó el suelo con su zapato—. Tuvo lo que se merecía... Un cerdo siempre
acaba comiendo de su propia mierda.

Jessica negó con la cabeza apagando su cigarrillo en una
papelera cercana.

—Caroline... me das dolor de cabeza... Llevas muy mal el
rechazo de los hombres, te falta mucho por madurar querida, pero que mucho...
¿No te das cuenta de que no puedes obligar a nadie a que te ame? ¿No lo
entiendes? Y sin embargo has vuelto a repetir la misma historia de Brad pero en
este caso con Gabriel. Solo que Brad no tuvo opciones... le arruinaste su carrera
y su familia. 

Jessica bufó.

—Y ahora... ya puedes empezar a teclear los números de tu
padre.

En ese preciso instante, alguien entró en el recinto. Era
Victoria, la compañera de Caroline. Tras cruzar la puerta, comenzó a caminar a paso
ligero hasta donde ambas se encontraban.

—Caroline... —dijo entrecortadamente y con la respiración
alterada como si hubiese corrido un maratón—. He hablado con tu padre... Está
al caer... le he dicho que era grave y está volando hacia aquí, no tardará más
de veinte minutos.

—¿Qué has hecho qué...? —exclamó contrariada y a la vez
perdida.

—Entonces le esperaremos. —añadió Jessica tranquilamente.

—No, no, no... —murmuró comenzando a caminar de un lado a
otro con gran nerviosismo.

Victoria miraba a su compañera y a Jessica al mismo tiempo,
sin mediar palabra. ¿Qué es lo que estaba ocurriendo allí? No entendía
nada. 

Tras unos instantes, se acercó hasta Caroline para tratar
de tranquilizarla.

—Carol... ¿qué te pasa? —colocó su mano sobre su hombro
derecho y ella se detuvo en el acto como si hubiera regresado de una especie de
trance.

—Tú no lo entiendes...

—¿Qué es lo que no entiendo?... Lo que he visto es que
aquella señora te estaba intimidando... —respondió arrugando la frente al
volver la vista hacia Jessica.

—Quiero que te marches.

—¿Hablas en serio?

—Sí.

—Escucha... —se acercó a su oído descendiendo la voz casi
en un susurro—. Tu padre llega en cinco minutos, he dicho veinte para hacer
tiempo... Esa zorra se las verá con tu padre —sonrió con malicia.

—No... —Zarandeó la cabeza con insistencia—. ¡No puede
ser!... Por favor, sal y habla con él... dile que... que no me has
encontrado... que me he ido a casa... Invéntate algo, cualquier excusa, pero
sobretodo no permitas que me vea... y mucho menos que se encuentre con Jessica.

—Caroline…

—¡¡¡Ahora... joder!!! —le gritó empujando su espalda para
que hiciera caso.

Victoria la miró boqueando apenas dos segundos y después se
marchó de allí.

—¿Y bien? —preguntó Jessica con insistencia.

—Dame un minuto...

—Tu tiempo se acaba, Caroline... —frunció el ceño—. A
Gabriel no le diste ni un segundo...

La angustia se cernió en el semblante de Caroline. No
encontraba salida, ni escapatoria. Jessica frente suya y su padre a pocos
kilómetros amenazando con irrumpir en cualquier momento.

—Le pediré perdón a Gabriel en privado si es necesario.

—No es lo que pretendo. Lo que quiero es que retiréis la
demanda... hoy.

—No puedo hacer eso.

—Sí que puedes.

—Mi padre me mandará a un correccional.

—No puedes seguir destrozando vidas, Caroline... ¿Aún no
has aprendido la lección?

La joven se apresuró a abrir su bolso con las manos
temblorosas. Buscó entre sus pertenencias un talonario bancario y la pluma
estilográfica que su padre le había regalado por su último cumpleaños. Comenzó
a escribir garabatos en el papel. Al acabar, rasgó el cheque y se lo ofreció a
Jessica.

—Dáselo de mi parte a Gabriel...

Jessica lo cogió, leyó la friolera cantidad de 50.000
dólares y acto seguido se rió, echando la cabeza hacia atrás.

—¡Vaya...! —Soltó un silbido, era la misma cantidad que
pagó ella por Gabriel en el baile benéfico de Las Vegas, donde dio comienzo
todo aquel infierno— ¿Este es el precio que vale el silencio de Gabriel?

—¿Quieres más?... ¡¿Cuánto?!... Pon una cifra... soy
asquerosamente rica...

—Qué ingenua eres, niña... Por suerte no todo en esta vida
está a la venta —le reprendió rompiendo en varios pedazos el cheque y
devolviéndoselo—. Realiza la llamada, Caroline... Es mi última oferta. Si
llegamos a ir a juicio, Brad testificará en tu contra, Gabriel también, incluso
tengo testigos dispuestos a testificar que la noche del baile coqueteaste con
Gabriel... y que el día de después te vieron salir de las duchas de los
chicos... ¿Y a qué no adivinas cómo?

Caroline notó como el aire se congelaba en sus pulmones.

—Te vieron desnuda, caminando tranquilamente hasta los
otros vestuarios, sin signos visibles de haber sido agredida sexualmente... y
¿sabes por qué?... porque no ocurrió nada.

Caroline puso las manos sobre su cara. Le faltaba el aire.
No podía respirar. Se estaba ahogando. Comenzó a sentir náuseas y a ver como
todo giraba a su alrededor. Se agarró del brazo de Jessica al notar como todo
su cuerpo temblaba y flaqueaban sus piernas.

—No hagas comedia... Asume de una vez por todas tus actos y
compórtate como una mujer... aunque sea por una vez en tu vida —aseveró
mientras le ayudaba a levantarse de nuevo—. Si no lo haces por Gabriel, hazlo
por tu padre, quién no se merece un escándalo mediático de esa envergadura.

Caroline no tenía escapatoria, Jessica la tenía entre la
espada y la pared. Atrapada. Sin salida. Había perdido el juego. 

—De acuerdo —alzó la vista hacia los ojos de Jessica—. Haré
la llamada...

Buscó su teléfono y esperó unos tonos hasta escuchar a su
padre al otro lado del interfono. Después se armó de valor e inspiró con fuerza
antes de empezar a hablar.

—Papá...

—Cariño, ¿dónde estás? —Preguntó muy angustiado—. Victoria
me ha dicho que no estás en clase... ¿Qué te ocurre mi amor? ¿Te encuentras
mal? ¿Sigues con esos fuertes dolores de cabeza?

—No, papá. No es nada que no pueda solucionarse... —explicó
mirando a Jessica sin apenas pestañear y luego prosiguió—: Tengo que pedirte
algo...

—¿El qué?

Hizo una pausa, necesitaba retomar aire. Al poco después,
se acercó más el auricular a la boca y continuó hablando:

—Tienes que retirar la demanda contra Gabriel.

—Ya hemos mantenido antes esta conversación, cariño. Ese
bastardo irá a la cárcel... El juez me debe unos favores.

—¡Papá...! —Gritó interrumpiéndole—. Escúchame... por
favor...

Peter Kramer se quedó paralizado ante el tono
angustiado y suplicante de su única hija.

—Gabriel... —tragó de nuevo saliva antes de cerrar los
ojos—. No abusó de mí...

—¿Cómo que no?... Hay pruebas tesoro... tú misma me las
enseñaste...

—Sí, pero no ocurrió como te expliqué...

—¿Qué quieres decir...?

Caroline miró a Jessica por última vez antes de confesarlo
todo.

—Fue de mutuo consentimiento... No me forzó, no intentó
propasarse... no me acosó... —sus palabras salían a trompicones de su boca.
Jessica por el contrario no perdía un ápice de aquella declaración—. Papá... ha
sido una invención mía...

De golpe se creó un terrible silencio sepulcral al otro
lado del hilo telefónico. Caroline suspiró. Agachó aún más la cabeza esperando
la merecida reprimenda. Pero por extraño que pareciera, justo en los segundos
después a la confesión, sintió una especie de liberación moral.

—Cielo... —aquellas palabras quebraron el silencio entre
Caroline y su padre.

—Papá... lo hice porque me sentí rechazada, Gabriel me
gustaba mucho... —trató de justificarse sin éxito—, y no fui capaz de darme
cuenta de la gravedad de...

—Caroline... —la interrumpió bruscamente—. ¿Dónde estás?

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