Otoño en Manhattan (25 page)

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Authors: Eva P. Valencia

BOOK: Otoño en Manhattan
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Capítulo 34

 

Geraldine
entró en la suite dejando un pequeño carrito con ruedas junto a la puerta de
acceso a la terraza. Gabriel se acercó para curiosear lo que había sobre la
superficie: Una botella, dos copas y una bandeja de plata cubierta por una tapa
ovalada. Cogió la botella de vino, la alzó y leyó la etiqueta: “
Château
Mouton-Rothschild
... año 1.996”. No tenía ni remota idea de lo que
podría costar aquella botella, aunque tenía toda la pinta de ser muy cara.
Pensó cuánto dinero estaría dispuesto a pagar por ella: ¿Cien, doscientos
dólares a lo sumo? y en todo caso, intentando regatear al máximo, ya que para
él eso supondría una solemne aberración, el malgastar un jodido dólar más.

—Sesenta
y siete mil dólares... —le susurró Geraldine sonriendo.

—¡¿Cómo...?!
—tragó saliva sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.

Gabriel con mucho
cuidado, dejó de nuevo la botella en el carrito, como si de una bomba a punto
de estallar se tratase.

—¿Cómo
alguien es capaz de pagar esa desorbitada suma por tan solo unas cuantas uvas
prensadas?

—Coleccionistas
y personalidades con mucho poder adquisitivo... En el caso de esta botella, fue
un regalo que recibió mi señora de su ex-marido.

Gabriel
enarcó una ceja al dejar vagar la imagen de aquel personaje por su mente.
Robert, desde un primer contacto no le había transmitido buen karma. En las
contadas ocasiones en las que ambos habían coincidido, Gabriel descubrió como
el carácter de Jessica, cambiaba sorprendentemente, no siendo la misma.

—Por
la cara que ha puesto, ¿he de suponer que ya conoce al señor Andrews?

—¿A
Robert? —Resopló—. Sí, como no... 

Geraldine
sonrió y le colocó la mano sobre el hombro.

—Entre
usted y yo —miró a ambos lados para cerciorarse de que Jessica aún no estaba en
la habitación—. Creo que por fin la señora ha dado con un verdadero caballero,
noble y educado, que deslumbra por su propia personalidad, sin necesidad de
coches de lujo, ni trajes de alta costura, ni infinitos ceros en sus cuentas
bancarias.

Gabriel
puso su mano sobre la de Geraldine. Ella notó su calor y él hizo un gesto con
la mirada agradeciendo sus palabras.

—Conozco
a la señora desde que nació. De hecho, fui su niñera antes de ser su ama de
llaves. Llevo la mayor parte de mi vida trabajando para los señores Orson... Y
la quiero como si fuese mi propia hija —sonrió unos instantes—. La he visto
encapricharse, obsesionarse... por caballeros —sonrió mirando atentamente a los
ojos verdes de Gabriel, para poco después proseguir—: pero jamás la he visto llegar
a enamorarse de nadie... Hasta ahora...

Gabriel
abrió los ojos sorprendido. Jessica... ¿enamorada?

De
pronto alguien entró en la habitación. Era ella. Había secado su larga melena
azabache y la llevaba recogida en una trenza.

—Geraldine
—dijo uniéndose a la conversación—. ¿Tiene preparado todo lo que le había
pedido?

—Sí,
señora —asintió.

—Bien.
Pues en ese caso, ya puede retirarse y descansar. 

—Gracias,
señora.

El
ama de llaves caminó hacia la puerta, pero justo antes de cerrarla para salir,
se giró y deseó las buenas noches a los presentes.

—Buenas
noches —dijo Jessica.

—Que
descanse, Geraldine —añadió Gabriel con una tierna y cómplice sonrisa.

La
puerta se cerró y por fin ambos se encontraron a solas en la enorme suite.
Jessica encendió el iPod. Gabriel observándola en silencio la siguió con la
mirada. Las primeras notas de la canción “
Angels” 
de
Robbie
Williams
, comenzaron a sonar, recreando un ambiente de lo más romántico y
sensual.

—Dios...
Jessica. Jamás dejarás de sorprenderme —murmuró acercándose hasta ella por la
espalda.

—Ten
por seguro que mientras esté en mi mano, jamás dejaré de hacerlo.

Jessica
abrió el corcho de la botella y vertió el vino en las copas.

—Por
ti, Gabriel —se giró ofreciéndole una de las copas.

—Y
por ti. Por nosotros... —propuso con voz grave, brindando y sorbiendo poco
después.

—Por
nosotros... —añadió bebiendo sin dejar de mirar a sus ojos.

Gabriel
permitió que degustara el vino, incluso esperó que sorbiera un par de veces,
antes de pronunciar estas palabras:

—Prefiero
tus labios... —dijo descendiendo la mirada hacia su boca.

Robó
la copa de su mano y la dejó sobre el carrito junto a la suya.

—No
me canso de mirarte.

Lentamente,
Gabriel comenzó a acariciar la comisura de su labio superior, con la yema de su
pulgar. Tan despacio, que hasta incluso, hizo estremecer cada poro de su piel.
Jamás nadie la había tratado con tanta dulzura. Para ella, todo esto era una
novedad. Una nueva y extraña sensación, aunque no dejaba de ser extremadamente
placentera.

Al
poco después, Gabriel acarició su labio inferior. Continuando con su dulce
tortura. De nuevo Jessica y sin poder evitarlo, volvió a estremecerse como una
simple chiquilla.

—Gabriel...

—Dime...

—Bésame.

—Tranquila...
Tenemos toda la noche —sonrió con gran picardía—. Relájate... y disfruta.

Gabriel
apartó la tapa que cubría la bandeja de plata, dejando al descubierto unas
terrinas y canapés de varios gustos y texturas. 

—Quiero darte de comer.

—¿Pretendes darme de comer como a un bebé?

—Sí.

Jessica sonrió y negó con la cabeza al mismo tiempo.

—Quiero hacerlo. Quiero darte de comer... y luego comeré de
ti...

De pronto, la voz de Gabriel se quebró. Jessica se mordisqueó el labio
inferior. Su cuerpo reaccionó al instante imaginando ser protagonista de la
escena: Él, comiendo de su cuerpo y ella, dejándose saborear...

—Necesito que cierres los ojos, Jess.

Gabriel esperó hasta verificar que los tenía completamente
cerrados, y entonces, corrió hacia el vestidor. Abrió una de las puertas del
armario en busca de algo útil. Miró en uno de los cajones. Sonrió al hallar lo
que buscaba. Escogió uno de los pañuelos, el negro y realizó una prueba con él,
comprobando que no se veía nada a través de la seda. Y una vez satisfecho,
regresó junto a ella.

—Dame tu mano.

—¿Mi mano? —preguntó abriendo los ojos.

—Jessica... vuelve a cerrar los ojos —le regañó.

Ella le hizo caso al instante. Su juego era tan excitante
que, ¿cómo podría negarle nada? Jessica le tendió su mano.

—Buena chica.... —dijo colocando el pañuelo en su palma—.
Voy a vendarte los ojos con esto.

—Hum... Me gusta la idea.

—Y a mí... —le susurró al oído mientras caminaba por su
lado hasta quedar justo por detrás de ella.

 

Gabriel deslizó el pañuelo por la piel desnuda de su
cuello. Jessica gimió. La suave caricia de la seda rozando su cuerpo, le
causaba agradables descargas eléctricas por todas partes, de arriba abajo y sin
tregua.

Jessica escuchó reír a Gabriel.

—Yo de ti no me reiría...

—¿Por qué?

—Porque luego me tocará a mí —advirtió juguetona.

—Ahora, estás a mi merced... "luego"... queda muy
lejos...

—Soy paciente... la noche es muy larga, según tus propias
palabras textuales...

Gabriel sonrió con picardía y mordió suavemente el hombro
de Jessica. Ella se quejó.

—¡Eres un salvaje!

—Sí. Ya me conoces, Jess... un salvaje tremendamente
irresistible —se burló.

—Y sexy... –añadió volviéndose a reír.

Luego, le vendó los ojos con el pañuelo pasando la mano por
delante para comprobar que no veía nada.

—¿Ves algo?

—Nada, Gabriel...

—Así me gusta —añadió mientras caminaba de nuevo por su
lado hasta colocarse justo delante de ella.

Cogió una de las cucharillas y la rellenó de caviar
imperial.

—Abre la boca.

Jessica la abrió y Gabriel acercó la cucharilla,
deslizándola lentamente en su paladar. En seguida, pudo notar como el frío del
metal contrastaba con la calidez de su lengua. Degustó, saboreó y se relamió de
puro placer.

—Jessica... como sigas así, voy a follarte antes de acabar
de darte de comer... No te imaginas como me provocas con tus labios... y esa
lengua...

Ella sonrió divertida.

—De eso nada... acaba lo que has empezado...

—Lo intentaré...

Gabriel pasó la mano por su pelo repetidas veces y después
se frotó la cara con las palmas, para tratar de volver en sí. Se propuso acabar
lo que había empezado, a sabiendas que probablemente, sería incapaz de
soportarlo. La tremenda erección ya hacía rato que amenazaba, apretando la tela
de los tejanos.

De nuevo, miró a la bandeja y escogió uno de los canapés.

—Separa tus labios...

Jessica sonrió y esperó paciente el nuevo asalto. ¿Qué
sería? Era toda una incógnita. Humedeció sus labios antes de volver a permitir
que la alimentase.

Gabriel tragó saliva. Jessica no le estaba facilitando las
cosas.

—Si vuelves a mojar otra vez tus labios de esa forma...
juro que te follo en el suelo...

—¡Ja, ja, ja! —se rió—. Lo reafirmo... eres un salvaje... y
subo mi apuesta a: Eres un salvaje tremendamente sexy...

—Tú misma... quién avisa no es traidor. Avisada estás.

Gabriel siguió en sus trece. Llevó el canapé a su boca,
pero antes de comer, ella olfateó tratando de averiguar de qué se trataba.

—Nada de trampas.

—Gabriel...

—¿Qué?... Recuerda, el suelo...

—¡Dios...! —gruñó—. Como te odio.

—No tanto como yo a ti —se burló divertido—. Vamos, abre
esa preciosa y sugerente boquita que tienes...

Jessica por fin sucumbió. Probó el canapé, lo mordió y
tragó la mitad.

—Tengo sed. Dame vino —ordenó.

—Sin trampas...

—No es una trampa... estoy sedienta...

Gabriel cumplió su petición y le dio de beber.

A tientas, sin poder ver la copa, parte del vino se derramó
por la comisura de los labios, resbalándose vertiginosamente por su cuello.
Gabriel se anticipó a ella y comenzó a lamer lentamente el rojo sendero que
había dibujado el vino sobre su piel. Desde la clavícula hasta sus labios.

—Jessica, lo he intentado... pero soy débil, lo admito...
No puedo evitar caer en tu tentación...

Dicho esto, Gabriel se enterró en su boca. La besó con
fuerza. Como si pretendiera “devorarla a besos”. Ella enredó sus
dedos en su pelo. Sus lenguas jugueteaban rítmicamente, primero en una boca y
luego en la otra.

Jessica buscaba la forma de liberarse de aquella oscuridad,
quería mirar a los ojos a Gabriel, pero él se lo negó. Sujetándola de ambas
muñecas. Uniéndolas por detrás, como si se tratara de unas esposas.

—¿No piensas quitarme el pañuelo?

—No. Aún no...

Jessica se mordió el labio.

Le encantaba jugar, aunque estaba acostumbrada a tener el
control de la situación en todo momento.

Gabriel comenzó a quitarle la ropa. Ella vestía una especie
de kimono satinado en tono negro y rosa palo. Llevó sus manos al cinturón para
deshacer el nudo y la prenda se abrió por completo, dejando al descubierto un
sensual conjunto de lencería negra semitransparente.

Respiró entrecortadamente, observando a la belleza de piel
canela que tenía frente a él. Acarició con ambas manos el cuerpo de Jessica.
Los pechos por encima del encaje, la barriga, las caderas y los glúteos.
Jessica arqueó la espalda. Aquellos dedos eran una bendición para su piel.

—Sígueme... —dijo Gabriel cogiéndole de la mano—. Camina
despacio...

—¿Hacia dónde?

—Iremos a ver qué tal se portan los muelles de tu cama...

Capítulo 35

 

Gabriel acabó de desnudar el cuerpo de Jessica y después la
tendió sobre la cama. Se quitó la camiseta negra y los pantalones tejanos,
quedándose cubierto únicamente por un bóxer de color negro, y después lanzó la
ropa contra el suelo.

Alzó la mirada y contuvo el aliento al quedar extasiado por
la tentación de cabellos negros que le esperaba recostada sobre las delicadas
sábanas de satén.

Tras permanecer unos segundos alimentándose de su exótica
belleza, inspiró hondo y subió de un salto a la cama para colocarse a
horcajadas sobre ella.

Entonces le pidió que juntara las manos.

—Quiero atarte las muñecas con mi cinturón.

—Los ojos vendados, las muñecas atadas... —sonrió traviesa
y luego se mordió el labio con lascivia—. ¿Qué será lo siguiente... Gabriel?

—Jess... deja de ser impaciente... y no preguntes...

Gabriel le cogió de la barbilla y le besó con dulzura en los labios,
luego se retiró.

Ella se incorporó a tientas, buscando su boca,
reclamando más de aquellos besos, los cuales no llegaron.

—Todo a su debido tiempo... —sus palabras
sonaron a promesa.

Ajustó el cinturón de piel alrededor de sus muñecas
para después pasarlo a través de uno de los barrotes de la cabecera.

Jessica instintivamente, tiró del cinturón con
fuerza y obviamente, no logró liberarse. Acostumbrada a dominar y a tener el
control de todas las situaciones, comenzó a experimentar una nueva y extraña
sensación.

—No me gustaría que el cinturón te dejase
marcas. Por favor, Jess. Intenta no moverte... —le regañó susurrándole al
oído—. Ahora pórtate bien y sé buena... Vuelvo enseguida, falta lo más
importante...

—Pero Gabriel... —exigió dirigiendo el rostro
hacia la voz que se perdía entre la oscuridad.

—Ahora vengo... —concluyó acariciándole la
mejilla para tranquilizarla.

Gabriel se alejó, dejándola a solas, desnuda,
maniatada y en plena oscuridad, anulando por completo su capacidad de
anticipación.

En aquellos momentos en que permaneció sola en
aquella habitación, Jessica dejó que su morbosa imaginación tomase el relevo en
su mente. Comenzó a visionar las diferentes formas en que Gabriel podría
proporcionarle placer: con su cuerpo, con sus manos, con su boca... y su
respiración comenzó a acelerarse vertiginosamente.

El voluptuoso pecho de ella subía y bajaba con
un delicioso vaivén. Los pezones se endurecieron como negros guijarros y su
sexo comenzó a humedecerse sin previo aviso.

Trató de tirar con fuerza de sus muñecas, pero
el rígido cuero la detuvo una vez más. Para entonces, Gabriel ya había
regresado con un cuenco con helado de chocolate.

—Voy a probar mis dos vicios juntos: el
chocolate... y tú.

—¿Chocolate?

—Sí.

—Hum, delicioso.

Jessica se relamió los labios, imaginando a
Gabriel saborearla por todas las partes de su cuerpo.

Él subió a la cama, colocándose sobre los
muslos de ella.

—Te he dicho que es chocolate... pero no te he
dicho como es el chocolate —se rió y puso un poco de helado sobre uno de los
pezones de ella.

Jessica se sobresaltó. El contraste del calor
de su cuerpo con el frío del helado, la hizo estremecer.

—Es solo helado de chocolate unido al sabor de
tu piel...

—Cuando logre soltarme... ni te imaginas lo que
pienso hacer contigo...

—Hágame lo que quiera señorita Orson. —se
burló—. Tiene permiso para hacer lo que le de la real gana con mi cuerpo...

—Pues entonces... prepárate —se mordió el labio
imaginando el amplio abanico de posibilidades.

—Lo estoy deseando... —murmuró inclinándose
para lamer lentamente con su lengua la aureola y succionar el pezón con fuerza.
Ella tembló de puro placer, sintiendo deliciosas descargas eléctricas por todas
sus terminaciones nerviosas y eso solo era el principio... Gabriel realizó la
misma operación con el otro pecho y ella se retorció aún mucho más que con el
anterior.

—Gabriel... vas a matarme...

—Si vas a morir, que sea dándote placer...
—sonrió mientras dibujaba con el helado un peligroso sendero desde el ombligo
hasta su pubis—. Ya te lo he dicho antes, te he advertido que pretendía
comerte...

Jessica arqueó la espalda y tiró de las muñecas
cuando Gabriel comenzó a lamer de forma muy sensual aquel sendero, trazando
caminos imaginarios hasta su sexo. Y al llegar allí, se detuvo.

—La primera vez que te vi... pensé que eras una estúpida
snob, una niña de papá, consentida y malcriada...

Jessica enarcó una ceja y abrió la boca sorprendida.

—Lo único en que pensaba era en darte unos buenos azotes en
el culo... Y follarte salvajemente, una y otra vez.

Gabriel bajó un poco más. Inspiró el olor de su sexo y pegó
un largo lametazo, desde el orificio de su vagina, hasta su clítoris. Jessica
gimoteó cerrando los ojos con fuerza.

—Pues yo la primera vez que te vi, pensé que debías de
haberte peleado con la ducha, te hacía falta un buen baño, un corte de pelo y
un buen afeitado. Por no mencionar tu ropa arrugada, tu
piercing
y tus
tatuajes...

—¿Eso pensaste de verdad?

Gabriel introdujo su lengua en su sexo, dentro y fuera.

—Sí, lo pensé... —jadeó—. Y también que me atraías de forma
sobrehumana... Solo quería que me follaras y me dieras esos azotes en el
culo...

Él comenzó a masturbarla con la lengua y con los dedos.
Jessica se retorcía cada vez más. Sus grandes pechos se balanceaban cada vez
que arqueaba su espalda y sus caderas se movían al mismo ritmo sensual que sus
penetraciones.

—¡Te odio Gabriel...! Odio todo lo que me haces sentir...

Él volvió a sonreír pícaramente sin dejar de succionar, de
besar y de lamer. Jessica ahogó un nuevo jadeo, parecido a un grito y maldijo
entre dientes antes de explotar, arrastrada por un torbellino de orgasmos
mientras zarandeaba la cabeza, estando casi al borde de perder incluso el
conocimiento.

Gabriel comenzó a besar cada parte de su cuerpo desde los
pies hasta su cuello. Dando besos cortos y delicados, para de vez en cuando
dejar caer algún mordisquito. Al llegar a su cuello, se deleitó mucho más en él
y los besos se volvieron más intensos y apasionados.

—Gabriel... —su voz sonó temblorosa—. Quítame la venda,
quiero mirarte a los ojos...

—Claro.

Desató el nudo y dejó el pañuelo sobre la mesita de noche.
Jessica abrió los ojos y parpadeó varias veces, adaptándose a la iluminación de
la habitación. Gabriel la miró intensamente y unas palabras huyeron de su boca:

—Jessica... te... q...

Gabriel abrió mucho los ojos al darse cuenta de lo que
había estado a punto de confesar y calló. Su respiración se agitó y tragó
saliva.

El corazón de Jessica se saltó un latido. Y luego comenzó a
bombear con fuerza.

Las pupilas de Gabriel estaban tan dilatadas que sus ojos
parecían más negros que verdes y un silencio sobrecogedor les invadió a ambos.

—Jessica te voy a desatar... —apresuró a decir para tratar
de enmascarar aquel juego de palabras.

Gabriel había estado a punto de estropearlo todo. ¿Cómo era
posible que tan solo un par de palabras marcaran un antes y un después en
aquella “relación”? De haberlas pronunciado, probablemente ya estaría expulsado
de aquella habitación, desnudo, con la ropa entre las manos y el rabo entre las
piernas...

«¡Maldita lengua suelta!»
, murmuró.

Liberó a Jessica del amarre y se sentó en la cama,
observando cómo se frotaba las muñecas.

—¿Te encuentras bien?

—Nunca he estado mejor...

Jessica aprovechó que él estaba sentado para colocarse
sobre sus muslos. Comenzó a enredar los dedos en su pelo y a masajear
delicadamente con las uñas y con las yemas, su cuero cabelludo. Él cerró los
ojos, creía estar en el séptimo cielo.

—Gabriel...

—Hum... —gruñó bajito.

—Hazme el amor...

Gabriel abrió los ojos como platos. Jessica y él nunca
habían hecho el amor, se dedicaban a follar y punto.

—¿Estás segura?

—Completamente.

Su pecho subía y bajaba lentamente y sus pezones rozaban
sutilmente el torso de él. Jessica se incorporó ligeramente para que su miembro
erecto entrase con relativa facilidad en su interior. Ella notó como su pene la
penetraba poco a poco y cerró los ojos, deseaba sentirle de una forma
diferente. Se abrazó a él y comenzó a danzar con suavidad mientras contraía las
paredes de su vagina para sentir con mayor intensidad la fricción.

—Gabriel... me encanta cuando estás dentro de mí.

Él también la abrazó. Sus cuerpos desnudos encajaban a la
perfección. Y sus bocas se encontraron a medio camino. Gabriel y Jessica se
besaron como nunca antes lo habían hecho, con pasión, con devoción y con mucho
sentimiento. La piel de ella, se erizó y Gabriel se dio cuenta de ello.
Entonces, decidió apostarlo a todo o a nada. Le cogió de la cara con las manos
invitándola a mirarle a los ojos. Tragó saliva e inspiró hondo. Sus ojos
continuaban de un negro intenso y sus manos temblaban ligeramente.

Abrió la boca para hablar, pero esta vez no titubeó...

—Jessica... Te quiero.

No esperó a que le respondiera. No quiso mirar a través de
sus ojos, para no ver ninguna pincelada de temor, de resentimiento o de rechazo
hacia sus palabras. Así que selló sus labios con un ardiente beso que la dejó
extasiada y sin respiración.

Gabriel clavó los dedos en sus nalgas y las apretó con
fuerza para acercarla más hacia él. Jessica se abrazó de nuevo a su cuerpo,
clavando las uñas en su espalda y ambos continuaron haciendo el amor hasta que
llegaron juntos al éxtasis.

Luego permanecieron abrazados, hasta que sus jadeos y sus
respiraciones volvieron a su ritmo habitual.

Una vez recuperados, Jessica se incorporó de la cama y se
dirigió al cuarto de baño en silencio.

Gabriel arrugó la frente, pensativo.

Esperó unos segundos y luego caminó, siguiendo sus pasos
hasta allí. Al entrar, vio que ella estaba dentro de la bañera, con la cabeza
apoyada en un respaldo y bebiendo de la copa de vino.

Luego se acercó, la miró unos instantes y le acompañó. Se
sentó dentro de la bañera y continuó mirándola. Jessica bebía de la copa,
miraba al frente pero no le veía. Estaba como ida. Con la mirada perdida y
bebiendo un sorbo, después otro, hasta acabarlo todo. Después dejó la copa en
el suelo y hundió la cabeza dentro del agua. Cuando salió a flote, miró a
Gabriel con resentimiento.

—No debiste haberlo dicho... —le advirtió con el semblante
muy serio.

—Solo he dicho lo que siento.

Jessica negó con la cabeza y salió de la bañera. Cogió una
de las toallas que colgaban de un soporte junto al espejo y se secó el cuerpo y
el cabello.

Gabriel le siguió con la mirada mientras salía del cuarto
de baño hacia la habitación. Resopló con fuerza y salió tras ella. Cuando le
dio alcance, la cogió del brazo y la obligó a girarse para mirarle a los ojos.

—Jessica, ¡maldita sea!... deja ya de negarte a amar y a
ser amada... Deja que te quieran... deja que yo te quiera...

—No.

—¡Dios!... —se estiró del pelo con rabia—. Eres demasiado
testaruda...

—Gabriel... te lo advertí...

—¿Y qué piensas hacer?... ¡¿echarme?!

—Ya sabes la respuesta...

Jessica se giró y le dio la espalda. Gabriel apretó los
dientes hasta hacerlos rechinar.

—Teníamos un acuerdo —añadió Jessica.

—Los acuerdos están para romperlos...

—No estoy preparada, ni ahora, ni nunca —agachó la cabeza
abatida—. Lo siento Gabriel... quiero que cuando regrese a la habitación, ya te
hayas ido.

Dicho esto, cruzó la suite y sin mirar atrás, salió por la
puerta.

Gabriel se quedó solo, tratando de asimilar todo lo
sucedido. ¿Cómo era posible?, estaban bien y al segundo después, lo odiaba.

Se quedó pensativo, librando su propia batalla interior y
tras no encontrar respuesta, se vistió, recogió sus cosas y se marchó a toda
prisa de aquel lugar.

 

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