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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (22 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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—¿A quién pretendes engañar? desde luego que a mí no...

Daniela resopló.

Tenía razón, ni siquiera podía engañarse a sí misma.
Enrolló un mechón de pelo entre sus dedos y encontró el valor para mirarle a
los ojos mientras le abriría su corazón.

—¿Quieres sinceridad?

—Sí —asintió con la cabeza.

«Pues ahí va…»

—He salido corriendo porque no he podido soportar como Megan
intimaba contigo. Me han superado los celos y no he podido soportarlo…

—Daniela...

—¡No...! —le selló los labios con un dedo—. Déjame acabar,
por favor... Mañana por la mañana cuando me levante, lo más probable es que no
recuerde absolutamente nada de lo voy a decir ahora, así que allá va...

Se permitió un momento para retomar aire con fuerza y
aunque la cabeza continuaba dándole vueltas como una peonza a causa del
alcohol, se sentía completamente desinhibida.

—A tu lado, siento que puedo ser yo misma porque no
cuestionas mi manera de comportarme. Haces que me sienta valorada y me has
devuelto las ganas de vivir... de ilusionarme... de soñar…

Daniela inspiró lentamente.

Había llegado el momento, ya se arrepentiría después. Era
ahora o nunca.

—Y por primera vez en mi vida, has hecho que me sienta
atraída sexualmente por un chico... —tragó saliva muy despacio—. He tratado de
evitar que cada mañana al despertar, mi primer pensamiento vaya dirigido hacia
ti... Pero no lo consigo... —confesó mordiéndose el labio inferior con
lentitud—. Deseo que me toques y no me siento sucia por ello...

Daniela le cogió de la mano y se la colocó sobre sus
piernas.

Gabriel se quedó sin aliento al sentir el roce de su piel en
contacto con sus dedos. Ella comenzó a guiar sus manos por debajo de su falda y
Gabriel se tensó al notar con la punta de sus dedos la cara interior de su
muslo. Tenía la piel tan suave y tan fina, percibiendo incluso como el frágil
cuerpo de ella temblaba ligeramente.

Daniela empezó a notar como la piel se le encendía por sus
caricias y quiso dar un paso más, se acercó y susurró muy despacio:

—Deseo que me beses...

Ambos se sostuvieron las miradas unos segundos y la
respuesta de él no se hizo esperar. Sin dejar de acariciar la tela de sus
braguitas, atrapó su boca con la suya. La abrió de inmediato para envolver su
caliente lengua recorriendo todo su paladar, unido al sabor entremezclado del
tabaco y del whisky.

Gabriel saboreó en la boca de ella su anhelo y represión
durante todo este tiempo y se dejó llevar sin pensar en las consecuencias más
inmediatas.

Ella pese a que seguía temblando como una hoja, comenzó a
desabrocharse los botones de su camisa, dejando al descubierto unos bonitos y
redondos pechos cubiertos por un delicado sujetador de encaje blanco.

Gabriel se fijó en sus perfectos pechos elevados por la
ropa interior y desvió su mirada a aquella delicada marca en forma de flor que
realzaba aún más su belleza natural. La rozó con la yema de sus dedos y luego
besó la piel donde estaba dibujaba.

Sin esperarlo, alguien golpeó con fuerza la puerta.

—¿Podéis follar en otro sitio? Me estoy meando viva...
necesito entrar.

Gabriel dejó de besar a Daniela, saliendo de aquella
especie de trance, dándose cuenta de lo que estaba haciendo. Aquello no estaba
bien. Ella no merecía que la engañara. Y aunque en aquel momento la deseaba
como mujer, no podría darle lo que ella realmente deseaba.

Una vez más se había dejado llevar por sus instintos más
primitivos, pero con Daniela debía ser diferente, tenía que ser diferente... No
podía acostarse con ella y dejarla tirada después.

—Daniela, no está bien lo que estamos haciendo. Tú te
mereces a alguien mejor que yo... y yo no puedo darte lo que deseas...
—enderezó su espalda y se incorporó ofreciéndole la mano—. Venga. Te llevo a
casa. Ya verás cómo mañana después de la resaca, podrás ver las cosas de otra
forma...

 

Capítulo 29

 

Daniela
no quiso cogerse de su mano rehusando así su ofrecimiento. No quiso que la ayudara
a levantarse. Prefirió apoyarse en una de las paredes del lavabo y recoger los
pedazos de su orgullo herido.

Una
vez en pie, cuando pretendió dar un par de pasos, notó un ligero tambaleo. Aún
seguía algo aturdida por el efecto del alcohol.

Gabriel
la agarró de la estrecha cinturilla impidiendo que cayera al suelo.

—Preferiría
que no me tocaras... —dijo ella molesta. Su tono de voz era frío y distante, al
igual que su rostro y la expresión de sus ojos.


Daniela, joder... no me castigues de esta manera...
Soy consciente de que la he cagado... —le susurró con una mirada llena de
disculpa—. No sé qué podría hacer para que te sintieras mejor...

—No
puedes hacer nada... No hace falta que te preocupes por mí. Como tú bien dices
ya soy mayorcita ¿no?... Así que, trataré de asumirlo... no me queda otra —le
reconoció mientras acababa de abrochar los botones del vestido. 

Luego
pasó por su lado sin mirarle, como si fuera invisible. Giró el pestillo y salió
de aquel lavabo sin siquiera esperarle.

Gabriel
comenzó a caminar justo detrás de ella sin perderla de vista. Tratando de dejar
una distancia prudencial entre ambos.

Pronto
llegarían al reservado.

Eric
estaba solo, sentado en el sofá, bebiéndose un mojito. Sonrió al ver como
Daniela se sentaba a su lado y le devolvía la sonrisa. Él, aprovechando la
ocasión, se acercó un poco más a ella.   

—Te
noto muy distinta, mucho más... receptiva... y eso me encanta...

Le
echó el pelo por detrás de los hombros y comenzó a acariciar con el pulgar la
desnudez de su cuello.

—Tienes
una piel muy suave...

—Gracias...
—murmuró, lanzando una mirada fortuita a Gabriel.

Eric
cogió su cóctel y se lo acercó a Daniela.

—¿Quieres
probar?

Ella asintió.
Quiso coger el vaso pero Eric no se lo permitió.

—Quiero dártelo
yo... ¿puedo? —le susurró. Su sugerente voz grave rezumaba sensualidad incluso
erotismo.

Daniela
abrió mucho los ojos sorprendida. Nunca antes nadie le había sugerido nada
semejante.

Eric
sin esperar respuesta, le acercó la bebida a los labios mientras que ella
seguía sin contestar, limitándose a dejarse llevar por la situación. Cerró los
ojos y abrió un poco la boca. Él entonces le dio de beber, dejando que el ron y
la hierbabuena se deslizaran lentamente por su garganta.

—¡Hum...!
Está muy bueno —ronroneó ella gustosa.

Él
sonrió con descaro.

Gabriel,
negó con la cabeza.

«¿Qué
coño estás haciendo Daniela? Estás pisando terreno pantanoso»
, pensó.

—Eric...
Daniela ya se iba a su casa... —dijo Gabriel dando dos pasos al frente.

—Bueno...
eso lo debería de decidir ella ¿no te parece?

—La
verdad, es que me lo estoy pasando bien... así que de momento, no pienso irme a
casa... —contestó ella.

Gabriel
frunció el ceño y resopló con fuerza.

—He dicho que nos
vamos... —le ordenó.

—No.
—contestó de nuevo tratando de mantener cierta serenidad, aunque sus ojos
reflejaban un considerable enfado.

«¿Quién
te has creído que eres para mandarme de esa forma?»

A
Eric se le escapó una risa. 

—Ya
le has oído... No quiere irse.

—¡Eric,
no me cabrees...! —Espetó con brusquedad enderezando la espalda cuan alto era—.
Venga, he dicho que nos vamos... ¡Ahora...!

—Gabriel,
déjame en paz... —añadió ella—. Además... te agradecería que dejaras de
comportarte como si fueras mi padre.

Gabriel
se pasó ambas manos por su pelo.

Estaba
a punto de estallar. Imaginar a Eric follándose a Daniela como un animal le
puso muy furioso. Conocía a su amigo y sabía que no sería delicado con ella,
sino todo lo contrario, sería brusco. La sola idea de que le pudiera hacer
daño, le daba náuseas.

Trató
de contenerse contando hasta veinte. Hizo crujir sus nudillos con fuerza, pero
al llegar al número cinco, no pudo aguantarlo más, se inclinó y sujetando a
Daniela por la muñeca, tiró de ella para obligarla a levantarse del sofá.

—¿Qué
estás haciendo?, ¡suéltame la mano...! —dijo Daniela malhumorada.

—Te
estás comportando como una verdadera cría y ganándote unos buenos azotes en el
trasero. 

Ella puso los ojos
en blanco.

—¡¡¡Ja!!!
¡No soy ninguna cría...! —resopló muy enojada.

—Pues
entonces deja de hacer cosas que lo pongan en duda.


Touché
...
—murmuró mordiéndose la lengua para no seguir hablando y decirle todo lo que le
rondaba por la cabeza en ese instante.

Eric
se levantó de su asiento, ignorando qué era lo que estaba pasando entre ellos
dos. Aunque de una cosa sí que estaba convencido, de que no era el momento ni
el lugar para solucionarlo.

—Vamos
a ver parejita... Se huele a leguas que aquí hay tensión sexual sin resolver...
—se rió con ganas—. Mi consejo de amigo: Follad. Seguro que después dejaréis de
sentiros tan mal el uno con el otro...

Le
dio unas palmaditas en la espalda a Gabriel y luego sacó una tarjeta de su
cartera para dársela a ella.

—Llámame,
cuando te canses de Gabriel... Suelo venir a menudo a Nueva York...

Daniela
cogió la tarjeta y la leyó:

 

Eric Rivero

Estudio Arquitectura Cibeles

Madrid

Tel. 622.00.45.12

 

Acto
seguido, se la guardó en el bolso.

Eric
se despidió con un beso en la mejilla y se alejó a bailar hacia la pista con
Megan y Janaina. Daniela lo siguió con la mirada mientras Gabriel aprovechó de
su despiste para cogerle la mano, y aunque trató de resistirse, no la soltó
hasta sacarla de aquel antro.

Ya
en el exterior, comenzó a caminar por la acera a paso ligero.

—¿Me
devuelves mi mano? —le preguntó en tono ligeramente sarcástico.

Él
gruñó, pero al final se la soltó.

—Daniela...
No se te ocurra jamás, comportarte como lo has hecho esta noche... Por
desgracia, no podré estar siempre para...

—¿Protegerme?
—le interrumpió.

—Exacto...

Ella
se rió, negando con la cabeza.

«Qué
ironía»

¿Cómo
se atrevía a hablar de protección, cuando era él quien precisamente le había
causado dolor aquella noche?

—Gabriel...
me has rechazado... me siento humillada como mujer...

—Joder
Daniela... no estás siendo justa.

—¿Justa?...
y ¿qué pasa conmigo? —Se detuvo en seco cerca de una bocacalle—. Me dices que
merezco a alguien mejor que tú porque no puedes darme lo que necesito... Pero
acaso, ¿me has dejado elección?... ¿qué coño sabrás tú lo que yo necesito?

Gabriel
se pasó las manos por su pelo, la situación le comenzaba a exasperar
considerablemente.

—Es
que no lo entiendo... Si no estás saliendo con nadie... Significa entonces, que
no te atraigo como mujer... ¿Tan horrible soy?... ¿No te excito nada?

—Daniela...
no van por ahí los tiros.

—Pues
a mí sí que me lo parece... He visto como miras a otras mujeres... En cambio a
mí, me miras de otra forma distinta... más...

—¿Fraternal?
—ahora fue él quien la interrumpió.

—Sí.

—Será
porque mi sentimiento hacia ti siempre ha sido de protegerte...

Daniela
no pudo evitar sentir como sus ojos se humedecían rápidamente. Gabriel solo la
veía como una hermana, o una amiga y no como la mujer que realmente era.

—Daniela,
por favor... no llores. No quiero verte así.

Gabriel se acercó para abrazarla, pero ella retrocedió unos
pasos.

—¡No me toques...! —Exclamó secando las lágrimas con rabia
con el dorso de la mano—. Me marcho a casa.

—Pues en ese caso, te acompaño.

—No. Está a solo dos calles de aquí. Prefiero caminar sola.

Daniela dio media vuelta marchándose de su lado.

Gabriel la estuvo siguiendo con la mirada hasta que cruzó
la calle y giró la esquina. Metió las manos en los bolsillos y sacó el paquete
de tabaco, encendiéndose un cigarrillo mientras caminaba pensativo hacia su
apartamento.

Daniela entró en el ascensor. Abrió su bolso para buscar
las llaves de su piso y se encontró con la tarjeta de Eric. La retuvo unos
segundos entre sus dedos. Un pensamiento vagó por su mente. Quizás no era tan
mala idea.

Cogió su móvil y empezó a marcar su número.

—¿Hola?

—Hola Eric, soy Daniela... me gustaría verte...

Capítulo 30

 

Daniela vio como
un Aston Martin DBS plateado aparcaba justo delante de su
apartamento. Abriéndose la puerta del vehículo vio salir a Eric. Sin la
presencia de Gabriel y lejos de la escasa iluminación de la discoteca, pudo
observarle con mayor detenimiento. Él era un chico muy atractivo, alto, de
espalda ancha y cintura estrecha. Y por lo que se podía apreciar a través de su
ajustada ropa de marca, un cuerpo fuerte y atlético, trabajado a conciencia.
Sin duda, era el típico hombre por el que cualquier mujer caería rendida a sus
pies con solo hacer chasquear los dedos.

Eric observó como Daniela le esperaba apoyada en la fachada
de aquel bloque de apartamentos. Allí estaba ella,
sonriendo tímidamente. Era bella. Con una mirada cándida, pura. Unos ojos
verdes esmeralda que brillaban expectantes al ver como él se aproximaba. Por
culpa de su extrema inocencia y de esa mirada, Eric sentía verdadera curiosidad
por conocerla más íntimamente. Desde que la había visto en aquel local,
anhelaba con ansia el momento de poseer su cuerpo.     

—Me ha sorprendido gratamente que decidieras
llamarme. 

Ella inspiró y sin darse cuenta se mordisqueó el labio
inferior. Eric le intrigaba como hombre. Por como la miraba, por cómo le
hablaba. Siempre había sido muy prudente en sus escasas relaciones —en sus
casi «inexistentes» relaciones— Pero aquella noche, se había
prohibido pensar demasiado. Llegando la hora de dejarse llevar, sin más. Podría
arrepentirse, sí. Pero de eso, ya se ocuparía otro día.

—¿Nos vamos? —le preguntó colocando su mano en el bajo de
su espalda mientras la guiaba hacia su coche.

Con afable galantería, le abrió la puerta del copiloto,
ella le sonrió reclinándose, doblando las rodillas y acomodándose en el
asiento. Eric cerró la puerta con un golpe suave y rodeándolo rápidamente entró
dentro. Se colocó el cinturón de seguridad, ajustó el espejo retrovisor y
encendió el motor liberando así, los más de quinientos caballos de potencia.

El tráfico en aquella hora de la madrugada por las calles
de Manhattan era bastante más fluido, de continuar así, pronto podrían llegar a
su
loft
en Brooklyn.

Daniela miraba a través de la ventana en silencio,
ensimismada en sus pensamientos. Sintiéndose contrariada, librando una batalla
interior. Siempre había pensado que su primera vez —en perder la virginidad—
sería especial, con alguien de quien estuviese realmente enamorada y no con un
completo desconocido. Pero las cosas habían surgido así, tal vez si no se
hubiese sentido rechazada por Gabriel, no se hubiese lanzado a la boca del
lobo... o ¿tal vez sí?

Eric la miró, vio en su rostro preocupación e inquietud.
Debía conseguir que se relajara, o aquello no funcionaria. Acercó su mano para retirarle
el pelo tras los hombros, para así poder ver mejor su cara.

—Un dólar por tus pensamientos —le sonrió.

Daniela ladeó la cabeza y le devolvió la sonrisa.

—¿Quieres escuchar música? —añadió para tratar de romper el
hielo.

—Sí.

—¿Alguna canción en especial?

—No. Lo cierto es que me gusta todo tipo de música
—siseó encogiéndose de hombros ligeramente.

—Hum... Una chica complaciente, eso me encanta... —su
voz sonó ronca a la par que sexy y seductora.

Eric miró intensamente a sus ojos y después al resto de su
cara, deteniéndose algo más de la cuenta en sus labios. Le encantaban sus
labios, eran rosados, carnosos y parecían tan apetitosos. No veía el momento de
poder morderlos suavemente con sus dientes.

Por suerte tuvo que detener el coche en un semáforo, ya que
sus tórridos pensamientos comenzaban a hacer patente su inminente erección. Se
removió incómodo en el asiento y encendió el equipo de música desviando así la
atención.

Poco después, se iluminó la luz verde del semáforo
indicando que ya podían continuar, justo en el preciso instante que daba
comienzo la canción “
Let her go”
 del grupo
Passenger
:

 

"Well
you only need the light when it's burning low

(Bien, solo
necesitas la luz cuando se está consumiendo)

Only
miss the sun when it starts to snow,

(Solo echas de
menos el sol cuando empieza a nevar,)

Only
know you love her when you let her go

(Solo sabes que
la quieres cuando la dejas marchar)

Only
know you're been high

(Solo
sabes que has estado bien)

When
you're feeling low

(Cuando te
sientes de bajón)

Only
hate the roal when you're missing home

(Solo odias la
carretera cuando echas de menos tu casa)

Only
know you love her when you let her go

(Solo sabes que
la quieres cuando la dejas marchar)

 

Entonces Daniela cerró los ojos, tratando de relajarse
apoyando la cabeza en el respaldo del asiento. Aquella canción le traía muy
buenos recuerdos, de su pueblo y de Barcelona. La solía escuchar en el 
pub
 que
frecuentaba con sus amigos, Nadia y Biel. Y sin darse cuenta,
comenzó a canturrear haciendo danzar los dedos sobre la falda de su
vestido. 

Eric sin dejar de prestar atención a la carretera, de vez
en cuando ladeaba la cabeza para observarla en silencio. Trataba de entender
por qué se sentía tan atraído físicamente por ella. No era su tipo, o mejor
dicho, no era el estereotipo de mujer con la que estaba acostumbrado a
acostarse. Desde luego, no se parecía a ninguna de ellas, ni por asomo.

Al acabar aquella canción, el CD siguió sonando
aunque Daniela dejó de canturrear y de mover los dedos. Volvió a abrir los
ojos. Eric acababa de abrir un paquete de 
Marlboro. 
Sujetando
con los dedos un cigarrillo y llevándoselo a la boca para encenderlo.

—¿Fumas?

—No... Nunca lo he probado.

—¿Te molesta si yo lo hago?

Ella negó con la cabeza.

—De todos modos abriré la ventanilla para que el humo no te
moleste —dijo pulsando el botón del centro.

Ya en Brooklyn, entraron en
un parking subterráneo. Aparcaron el coche al lado de una
Harley
Davidson
y caminaron hacia una especie de ascensor montacargas. Eric
deslizó la puerta de tijera hasta dejarla anclada en el marco de la pared.
Buscó entre un manojo de llaves, la que era la más pequeña de todas. La
introdujo en el hueco de una cerradura que había en el cuadro de mandos,
iluminando de esta manera el número nueve. El ascensor se puso en marcha tras
una fuerte sacudida y comenzó a elevarse.

—Madre mía... no se desprenderá ¿no? —preguntó algo
nerviosa al dar un bote en el suelo.

—Eso espero... según me han contado, la última vez cayó
desplomado de la séptima planta.—Soltó una risa—. Por suerte, no había nadie
dentro.

Ella abrió mucho los ojos.

—Ja, ja, ja... era una broma... —siguió riendo—. El
ascensor es muy viejo pero es seguro, no te asustes.

Aliviada, exhaló el aire de sus pulmones. Aunque no pudo
evitar permanecer alerta.

—El edificio es muy antiguo. Fue construido en los años
veinte. Y hasta hace poco solo se utilizaba de forma industrial —le explicó—.
El año pasado me decidí y compré el ático en una subasta por un precio
irrisorio. Fue toda una ganga. Luego diseñé el interior y lo convertí en un
loft
de dos plantas.

—¿Y vive más gente en el edificio? —preguntó con
curiosidad.

—En la última planta, únicamente yo. Y en las demás,
prácticamente todos los apartamentos están ocupados.

El ascensor se detuvo con una nueva sacudida, esta vez
incluso aún más intensa que la anterior. Giró la llave en sentido contrario y
la sacó de la cerradura. Deslizó de nuevo la puerta encontrándose directamente
con el salón del
loft
. No había ni pasillo, ni siquiera una puerta de
entrada. Desde el ascensor se accedía directamente al salón.

En solo un instante, Daniela se quedó prendada de
aquel lugar. Los techos eran altos y apenas había paredes que dividieran las
estancias. Las dos plantas se comunicaban a través de una escalera abierta.
Había un enorme ventanal, sin cortinas, de pared a pared y del techo de la
segunda planta al suelo de la primera. Pero, lo que más le llamó la atención
fue un precioso piano de cola de color negro. Se acercó atraída por él. Deslizando
su palma por la superficie lisa y lacada de su madera.

—¿Sabes tocar?

—Sí. —Asintió—. ¿Puedo?

—Por favor... —le invitó con un gesto con la mano.

Daniela levantó con cuidado la tapa del teclado. Hacía
mucho tiempo que no tocaba uno. Esperaba acordarse de todos los acordes.
Inspiró hondo, cerró los ojos y comenzó a tocar una canción que le
encantaba, “
When i was your man
” de Bruno Mars. 

Eric dejó que tocara unos segundos, mientras la miraba
admirado. Poco después se unió a ella y ambos tocaron a dúo toda la canción, y
justo cuando la última nota dejó de sonar, él la elogió fascinado.

—¿Desde cuándo tocas?

—Desde siempre. Ni siquiera recuerdo cuando empecé... Mis
padres dicen que con tan solo tres años ya jugaba con un pequeño piano de
plástico y componía mis propias canciones —sonrió.

—Toda una niña prodigio... Apuesto a que tocas más
instrumentos...

—El violín y la flauta travesera. Y hace un par de meses he
empezado a tocar la guitarra española.

—Increíble.

Sonrió y se acercó a una pequeña bodega que tenía junto al
ventanal y buscó una botella de vino tinto reserva del 2008. La abrió, la aireó
y rellenó por la mitad dos copas de cristal de bohemia.

—Tenía reservada esta botella para una ocasión especial...
—le dijo ofreciéndole una de las copas.

—Gracias —dijo aceptando y bebiendo de ella—.Hum... No
entiendo de vinos, pero éste está delicioso.

Eric volvió a sonreír, esta vez con una sonrisa
endiabladamente sexy.

—Pues entonces habrá que probarlo... —murmuró sin poder
evitar desviar sus ojos de su boca.

Le quitó la copa de las manos con delicadeza dejándola
sobre la mesa.

—Tienes unos labios muy sensuales... —susurró acercándose y
rozándolos con suavidad con los suyos—. Y tan tentadores...

Lamió sus labios con deliciosa lentitud y luego la besó.
Deslizando poco a poco su lengua en su interior.

Daniela sintió por primera vez sus labios cálidos
unidos a la humedad latente de su lengua, mezclada con el sabor del tabaco y el
alcohol de aquel vino y cerrando los ojos, se dejó llevar.

Eric comenzó a desabrochar poco a poco los pequeños botones
de su vestido. Un botón, luego otro... Y al tercero, Daniela le detuvo
colocando una de sus manos sobre las suyas.

—Espera... por favor... —dijo vacilante mientras retomaba
el aliento.

—Claro...

No podía continuar, no sin antes explicarle su falta de
experiencia con los hombres.

—Creo que deberías de saber algo importante.

—Te escucho.

Pensó unos instantes en cómo debía decirle sin que sonara
extraño que a sus veintiún años aún era 
virgen
. Buscó en su mente
las palabras adecuadas... pero no las encontraba. Comenzó a angustiarse y a
enrollar un mechón de pelo entre sus dedos.

—Daniela... puedes contarme cualquier cosa... te aseguro
que no voy a escandalizarme... —su voz sonó serena  a la par que tranquilizadora.
Ella agachó ligeramente la cabeza para no tener que mirar a sus ojos azules.

—No me he acostado con nadie antes... —titubeó algo
avergonzada—. Y lo peor de todo es que cuando por fin me decido, pienso que no
podré estar a la altura...

—Daniela —susurró levantando su barbilla con la mano—. Para
mí eso no es un problema... además... de alguna forma ya lo intuía...—le
confesó.

Daniela abrió los ojos sorprendida.

—Lo haremos a tu ritmo y te prometo que seré delicado —le
cogió de la mano—. Ven... acompáñame...

Eric la guió a través del salón y subieron a la segunda
planta. Caminaron por el pasillo hasta una de las habitaciones. Tras abrir la
puerta, encendió las luces regulando su intensidad para recrear un ambiente lo
más acogedor e íntimo posible.

Daniela observó aquella habitación. Era una suite, con una
enorme cama en el centro. Dos de las paredes estaban cubiertas por fotografías
de la ciudad de Nueva York en blanco y negro. En la otra, un nuevo ventanal,
también sin cortinas.  

Eric le dejó tiempo para familiarizarse con aquella
habitación. Esperó hasta comprobar que se sintiera cómoda.

—Daniela.

Ella se giró, mirándole a los ojos.

—No voy a obligarte a hacer nada que no desees...

Tragó saliva y asintió.

—Y si en cualquier momento no quieres continuar. Dímelo y
pararé.

—De acuerdo —susurró. Por una extraña razón que no
comprendía, confiaba en él.

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