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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (31 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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—Vaya... me hubiese gustado charlar con vosotros...
Quisiera invitaros... es mi cumpleaños.

—¿En serio? —Preguntó Daniela curiosa— El mío es de aquí
tres días...

—¿El 24 de septiembre?

—Sí.

No supo por qué pero Jessica sintió una punzada en su
corazón en forma de aviso. Esa fecha era demasiado especial para ella, el 24 de
septiembre tuvo a su bebé. Ahora tendría 21 años.

—¿Y cuántos cumplirás? —le preguntó casi sin retomar aire y
con el semblante muy serio.

—Cumpliré veintidós.

Jessica creyó perder por unas décimas de segundo el norte,
incluso notó marearse. Zarandeó la cabeza. No, no era posible. Era una maldita
coincidencia, nada más. Daniela no podía ser la hija que durante tantos años
buscó desesperadamente. Era una de tantas chicas que cumplían años el mismo día
que su hija. Además,  físicamente no se parecía a ella... pero,  Adam
tenía ese mismo color de ojos... verde oliva.

—Bueno... Eric me espera, nos vamos a otro local del
centro...

—¡Espera...! —Jessica le cogió del brazo con tanta fuerza
que Daniela se asustó.

Gabriel se dio cuenta de que algo raro le estaba ocurriendo
a Jessica y se acercó a ambas para intervenir.

—Jess... Daniela, tiene que irse...

Jessica volvió en sí, recuperando por fin la compostura.

—Disculpa... —trató de sonreír— Te he confundido con otra
persona...

—No pasa nada.

Daniela se secó las manos y se despidió de ambos. Jessica
le siguió con la mirada hasta que desapareció. Luego abrió el grifo y se mojó
la nuca mientras apoyaba las manos sobre el mármol.

—Jess... ¿qué es lo que te ha pasado con Daniela?

Ella tragó saliva.

—Nada —se quedó unos segundos en silencio mirándose al
espejo— Nada importante...

Gabriel le acarició el pelo y pellizcó suavemente su
mejilla.

—Pues si te encuentras mejor... quisiera darte tu último
regalo.

Capítulo 45

 

Jessica
tras revivir los amargos recuerdos de la separación con su hija hacía veintiún
años, salió de aquel local de copas junto a Gabriel. Caminaron abrazados hasta
el parking subterráneo para buscar la Ducatti y subirse en ella. Todavía
quedaba pendiente un último regalo, completando así los tres vértices de las
cosas importantes para Gabriel: Los tatuajes, la música y... solo él conocía la
respuesta. 

Gabriel condujo disfrutando de la magia de aquella noche de
otoño por las calles de Manhattan hacia las afueras de la ciudad en dirección
al norte, al mismo corazón de Putnam Valley.

Una hora más tarde llegaron al valle ubicado entre dos
cadenas de montañas. La luna llena desde lo alto iluminaba el camino oscuro y
serpenteado hasta Oscawana Lake.

Al llegar al destino, Gabriel apagó las luces y paró el
motor de su moto, dejándola junto a una hilera de casitas de madera orientadas
a unas espectaculares vistas del lago.

—Este es mi refugio... —dijo inspirando hondo mientras se
quitaba el casco.

—Es precioso.

—Pues espera a verlo a plena luz del día.

Jessica bajó de la moto y se frotó los brazos para entrar
en calor.

—La pega es que suele haber bastante humedad.

Gabriel sonrió y le rodeó con sus brazos.

—Vamos, quiero enseñarte algo.

Él se dirigió hacia una de las cabañas, la más pequeña de
todas. Abrió la puerta y lo primero que hizo fue buscar el interruptor para iluminar
aquellas cuatro paredes. Jessica entró poco después mirando a su alrededor. La
cabaña no tenía paredes que dividieran las habitaciones. Había una diminuta
cocina con sus dos fogones, una pica y una nevera. A su derecha una cama de
matrimonio y una mesita de noche con su lámpara cuya tulipa de motivos florales
hacia juego con la colcha y las cortinas. A la izquierda un sofá de dos plazas,
una alfombra de piel de vaca y una chimenea de piedra. Y al fondo tras una
cortina, lo que parecía ser un lavabo.

—Ponte cómoda, voy a encender el fuego. En el armario junto
a la cama hay un par de mantas.

Jessica estornudó y Gabriel sonrió.

—Pronto entrarás en calor, esto es muy pequeñito.

—No te preocupes, estoy bien. Soy una chica dura de ciudad
—se rió divertida abriendo el armario y cogiendo una de las mantas de lana,
luego se descalzó y se acomodó en el sofá mientras observaba a Gabriel encender
el fuego— No sabía que te gustara la naturaleza.

—Me gusta venir aquí cuando la ciudad me colapsa.

—Yo suelo descargar el estrés haciendo largos en la
piscina.

Gabriel asintió mientras se arrodillaba frente a la
chimenea, arrugaba unas hojas de periódico y luego les prendía fuego con una
cerilla.

—Descubrí este lugar tras fallecer mi padre. Después de
regresar de Barcelona, necesitaba huir, alejarme de todo y de todos y conduje
mi moto sin detenerme, hasta aquí. Me quedé toda la noche junto al lago,
dejando mi mente en blanco... no quería pensar, no quería sufrir... necesitaba
evadirme y este lugar me ayudó a conseguirlo.

—Y ahora quieres compartirlo conmigo.

—Sí.

—Pues, me encanta mi tercer regalo.

—Es parte del tercer regalo.

Él se incorporó y caminó hacia la nevera, cogió una botella
de cava, la abrió y rellenó un par de copas de cristal, luego se sentó junto a
Jessica quien le hizo un sitio tapándole las piernas con la manta.

—Por nosotros —le dijo Gabriel— Por ti...

—Por nosotros... por ti.

Chocaron las copas y luego bebieron de ellas. Gabriel se
quedó pensativo unos instantes recordando el encuentro entre Daniela y ella.
Jessica había tenido una reacción demasiado extraña.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro —le contestó ella con un tono de voz firme.

—¿Qué es lo que te ha dicho Daniela? Parecía como si
hubieras visto a un fantasma.

Jessica le miró a los ojos sin pestañear, luego se levantó
y dejó la copa sobre la encimera de la cocina. Miró a través de la ventana como
la luna se reflejaba en las aguas grises del lago Oscawana, se abrazó
frotándose nuevamente y se giró para volver a sentarse en el sofá junto a
Gabriel.

—Me ha recordado a mi hija —dijo con un deje de tristeza en
sus palabras.

—¿Tu hija?

Gabriel frunció el ceño confundido.

—Sí, tuve una hija con trece años, ahora tendría
veintiuno... En realidad en tres días cumplirá veintidós años.

—Igual que Daniela...

—Igual que tantas otras chicas...

—Claro.

Jessica inspiró hondo.

—Hubo un momento que sus ojos me recordaron a Adam.

—¿Su padre?

Ella ahora asintió con la cabeza.

—Él fue al único hombre que amé. Me enamoré perdidamente,
no existía nadie más que él. Era siete años mayor que yo. Cuando mis padres se
enteraron de nuestra secreta relación me ingresaron en un internado. Su hija
pródiga no podía salir con un chico de clase media, su hija tenía que casarse
con un rico heredero o un poderoso hombre de negocios. Poco después supe que
estaba embarazada así que traté por todos los medios de ocultárselo a mis
padres, hasta que ineludiblemente se hizo evidente.

Jessica hizo una pausa y cerró los ojos apretándolos con
fuerza.

—Tuve a mi bebé en una clínica y en secreto. Mis padres no
soportaban la idea de que sus amistades supieran que su hija menor de edad
había cometido un grave error.

Volvió a abrir los ojos.

—Como cada mañana, a primera hora se llevaron a mi bebé
para asearla, pero ella nunca más regresó —unas débiles lágrimas se le
escaparon sin previo aviso— Me dijeron que mi bebé había fallecido por muerte
súbita.

Gabriel se había quedado completamente mudo, escuchándola
sin saber qué decir. Entonces le cogió de las manos y las comenzó a acariciar
entre las suyas para darle calor.

—Adam no lo soportó, no logró soportar mi pérdida, ni la de
nuestro bebé. Al cabo de pocos días lo encontraron muerto en su apartamento de
Brooklyn por sobredosis de pastillas.

Jessica rompió a llorar y Gabriel la acunó entre sus brazos
para consolarla. Ahora podía llegar a entender por qué siempre se había
mostrado tan reacia al amor, a ser amada e incluso a amar. Cuando logró aliviar
aquel sentimiento que le oprimía el pecho, ella pudo continuar algo más
calmada.

—Un día en casa de mis padres cuando yo tenía veinticinco
años, descubrí casualmente en uno de los cajones de su despacho, unos papeles
de adopción, cuya fecha era el 28 de septiembre, casualmente varios días
después de haber dado a luz.

Gabriel abrió los ojos desconcertado.

—Al pie del documento figuraba mi firma. Mi mundo se vino
abajo, había sido traicionada por mis propios padres, lo que me dieron a firmar
no fue su defunción... ¡sino su adopción...!

Él quiso tranquilizarla pero por más que lo intentaba vio en
su rostro la derrota y la frustración.

—Te ayudaré a buscarla.

—Es inútil —trató de contestarle serenamente, pero su tono
era quebrado y angustioso— He contratado a los mejores detectives. Su rastro se
pierde en Europa. Dejé de buscarla hace cinco años.

—Pues lo retomaremos —le insistió.

Ella negó con la cabeza y colocó la palma de su mano sobre
su mejilla.

—Gabriel, hace tiempo que lo asumí, sé que jamás la
encontraré —sorbió por la nariz— Pero sé que está viva, eso es lo único que me
mantiene con esperanzas. La siento en mi interior y sé que es feliz, aunque su
lugar no esté junto a mi lado.

—Jessica... —él le secó las lágrimas con el pulgar—. Admiro
tu fortaleza, tu entereza...

—En cierta forma tú y yo nos parecemos. Ambos perdimos a
nuestras almas gemelas. Tú a Érika y yo a Adam.

—No la perdí... —le dijo besando sus labios con ternura—ya
la recuperé.

Jessica esbozó una amarga sonrisa y luego apoyó la cabeza
sobre sus piernas y mientras él le acariciaba el pelo, ella se quedó dormida
sin darse cuenta.

 

Los primeros rayos de sol empezaron a filtrarse por las
rendijas de la ventana de aquella cabaña. Gabriel irrumpió abriendo la puerta
de par en par.

—¡Jessica...! ¡Ven, no puedes perderte esto...!

Ella que abrió los ojos perezosamente vio la imagen de
Gabriel haciendo señas al exterior.

—Ven a ver el amanecer...

Gabriel corrió hasta ella para cogerla en brazos y llevarla
hasta el lago.

—Buenos días, preciosa.

—¡Dios...! necesito un café bien cargado...

—Eso después...

Una vez frente al lago, la dejó sentada sobre una de las
mantas, luego se sentó tras ella y la abrazó por la espalda.

—El amanecer en este lugar después de ti, es lo más bonito
que he visto en mi vida —dijo mientras se tapaban con la otra manta.

Ambos contemplaron en silencio como el sol ascendía poco a
poco por el horizonte. Solo se escuchaba ulular el viento y el cantar de
algunos pájaros en los árboles cercanos.

—¿Te ha gustado mi tercer regalo?

—Mucho. Eres increíble...

Gabriel le besó en la sien y luego le abrazó con más fuerza
antes de sacar algo de su bolsillo.

—Dame tu mano.

Ella alzó una ceja sorprendida.

—¿Mi mano?

Eso he dicho, tu mano...

Jessica se la ofreció y él la giró para colocarle un
brazalete de oro blanco en su palma.

—Y con esto se completan mis tres regalos. Espero que sea
de tu medida —dijo sonriente.

—Pero...

Ella lo miró estupefacta. Era un precioso brazalete en oro
blanco y engastado en treinta y cinco pequeños diamantes.

—Gabriel... no era necesario...

—¿No te gusta?... Ha sido verlo y pensar en ti...

—¿Qué si me gusta?...

Jessica negó con la cabeza y luego le besó.

—Pero eso no es todo... —dijo Gabriel.

—¿Aún hay más?

—Mira la inscripción.

Con cara de asombro ella empezó a leer de viva voz:

 

“Quiero ser tu
principio y tu fin.

Por siempre,
tuyo”

 

Al acabar de leerlo, las manos empezaron a temblarle y las
lágrimas bañaron sus ojos azul zafiro en cuestión de segundos. Era incapaz de
articular palabra alguna, así que Gabriel cogió el brazalete y abriendo su
cierre se lo colocó quedando ceñido a su muñeca.

Jessica seguía conmovida mirando la joya, demasiadas
sensaciones en un solo día. ¿Quién le iba a decir que aquel chico de cabellos
despeinados y aspecto desaliñado al que conoció aquella mañana en su oficina,
iba a desencajar su perfecto mundo ideal y sin sentido, en el  que hasta
ese momento vivía atrapada?

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