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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

Otra aventura de los Cinco (16 page)

BOOK: Otra aventura de los Cinco
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CAPÍTULO XV

Interesantes exploraciones y descubrimientos

Timoteo
se metió de un salto en el agujero después que lo hubo hecho
Jorge
. Empezó a correr delante de todos, entregándose voluntariamente a la difícil tarea de explorar un sitio misterioso, oscuro y frío. Las linternas que llevaban Julián y Dick iluminaban ampliamente el camino que tenían delante.

Por lo pronto, no había nada particularmente interesante. El Camino Secreto discurría bajo la casa, estrecho y profundo, tan estrecho, que los chicos se veían obligados a andar en fila india y a encorvarse a cada momento. Sintieron todos un gran alivio cuando el pasadizo empezó a ensancharse y el techo a ser más alto. Era, en verdad, muy cansado tener que andar encorvado tanto tiempo.

—¿Tienes formada alguna opinión sobre a dónde conduce el Camino Secreto? —preguntó Dick a Julián—. ¿Terminará, tal vez, junto al mar?

—Nada de junto al mar —dijo Julián, que tenía muy buen sentido de orientación—. Por lo que creo, nos estamos dirigiendo directamente a la carretera principal. Fíjate en las paredes: están llenas de arena y, como sabes, en la carretera hay arena en abundancia. Espero que la arena no llegue a acumularse demasiado en algún sitio y nos interrumpa el paso.

Siguieron caminando. El Camino Secreto era recto, aun cuando en ocasiones formaba alguna curva para sortear partes rocosas.

—¡Qué oscuro y frío está todo! —dijo Ana, tiritando—. Me alegro de haberme traído el abrigo. ¿Cuántas millas hemos hecho ya, Julián?

—Ni una sola, tonta —dijo Julián—. ¡Hola! Fijaos allí. La arena parece que impide el paso.

Las dos linternas enfocaron el camino que tenían delante y los chicos pudieron ver a su luz que un gran montón de arena había caído del techo. Julián empezó a dar puntapiés en la arena.

—No es nada de particular. Despejaremos fácilmente el camino. No hay demasiada arena y, además, está muy blanda. Voy a seguir dando puntapiés.

Después de un buen rato de puntapiés empezó a despejarse el camino. El montón de arena había dejado en su parte alta un resquicio por donde los chicos podían pasar, aun cuando muy estrechamente y procurando tener las cabezas bien gachas, no fueran a darse un golpe contra el techo del túnel. Julián, una vez arriba, iluminó con su linterna el camino que había a continuación y pudo ver que estaba despejado.

—¡Ahora el Camino Secreto se ensancha enormemente! —dijo de pronto enfocando a los otros con su linterna.

—Casi parece una habitación —dijo
Jorge
—. Fijaos, ahí hay una especie de banco labrado en la roca. Podríamos descansar un rato en él.

Jorge
tuvo una buena idea. Estaban todos muy cansados de su largo recorrido a través del estrecho pasadizo. La especie de habitación con su singular banco era en realidad un lugar muy agradable para descansar. Los extenuados chicos, muertos de frío pero muy entusiasmados, se apretujaron unos contra otros en el extraño asiento. Timoteo apoyó la cabeza en la rodilla de
Jorge
. Estaba satisfechísimo de estar de nuevo con ella.

—Bueno, vamos a seguir —dijo Julián al cabo de pocos minutos—. Me estoy muriendo de frío. Tengo unas enormes ganas de averiguar dónde termina este pasadizo.

—Julián, ¿no crees que debe de terminar precisamente en la casa de la granja Kirrin? —dijo
Jorge
de pronto—. Acuérdate de que lo dijo la señora Sanders: que había un pasaje secreto que salía de la granja y que conducía a un lugar que ella ignoraba. Pues yo creo que el pasadizo debe de ser éste y que el otro extremo lo tiene en la granja Kirrin.

—¡
Jorge
! ¡Creo que tienes razón! —exclamó Julián—. Claro, las dos casas forman una misma propiedad. Y antiguamente las casas solían tener pasadizos secretos que las comunicaban unas con otras. ¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí antes?

—¡Anda! —dijo Ana dando un fuerte grito—. ¡A mí también se me ha ocurrido algo!

—¿El qué? —preguntaron todos a una.

—Pues que si esos artistas tienen en su poder las hojas del cuaderno de tío Quintín, nosotros podríamos muy bien recuperarlas antes de que las lleven al correo o a cualquier otro sitio —dijo Ana, tan excitada por la idea que había tenido, que apenas podía pronunciar palabra—. ¡Están cercados por la nieve y no pueden salir de la granja!

—¡Ana, tienes razón! —dijo Julián.

—¡Inteligente chica! —dijo Dick.

—¡Caramba! ¡Qué cosa más maravillosa sería que pudiéramos rescatar esos papeles! —dijo
Jorge
.

Timoteo
participaba del general contento, dando saltos arriba y abajo con gran alegría. Todo lo que ponía contentos a los chicos lo ponía contento a él.

—¡Vamos! —dijo Julián cogiendo a Ana de la mano—. Esto es magnífico. Si
Jorge
tiene razón y este Camino Secreto desemboca en algún lugar de la granja Kirrin, nos las podremos arreglar de algún modo para registrar la habitación de esos hombres y encontrar los papeles.

—Tú dijiste que registrar los dormitorios de las personas era una cosa que no se debía hacer —dijo
Jorge
.

—Sí, pero yo entonces no sabía las cosas que ahora sé —dijo Julián—. Esto lo tenemos que hacer por tu padre. Y quién sabe si lo haremos también en beneficio del país, en el caso de que su fórmula sea eficaz. Tenemos ahora que emplear toda nuestra inteligencia en burlar a nuestros sagaces y peligrosos enemigos.

—¿Crees realmente que son peligrosos? —preguntó Ana, algo asustada.

—Sí, creo que lo son —contestó Julián—. Pero no tienes por qué preocuparte, Ana. Me tienes a mí, y a Dick y a
Timoteo
para protegerte.

—Yo también puedo protegerla —dijo
Jorge
, indignada—. ¡Yo soy tan valiente como cualquiera de vosotros!

—Sí, lo eres realmente —dijo Dick—. En realidad, eres más impetuosa que ningún chico.

—Vamos ya —dijo Julián—. Estoy impaciente por saber dónde termina este pasadizo.

Todos reemprendieron el camino. Ana iba detrás de Julián, y Dick detrás de
Jorge
.
Timoteo
iba de un extremo a otro de la fila, apretujándose de vez en cuando contra los chicos en los sitios más estrechos. ¡No comprendía cómo éstos empleaban toda la mañana en pasear por un sitio tan singular!

Después que hubieron marchado durante un buen rato, Julián se detuvo de pronto.

—¿Qué ocurre? —preguntó Dick desde atrás—. ¡Supongo que no será otro montón de arena!

—No, pero creo que hemos llegado ya al final del pasadizo —dijo Julián, excitadísimo.

Los otros se agolparon a su alrededor. Ciertamente, el pasadizo terminaba allí. Había enfrente una especie de muro rocoso que tenía fuertemente incrustados unos salientes de hierro, como especie de argollas, que seguramente estaban allí para servir de apoyo a los que quisieran trepar por el muro. Julián enfoco con la linterna hacia arriba y todos pudieron ver una especie de pozo que ascendía a gran altura desde el sitio donde ellos estaban.

—Ahora tendremos que trepar por aquí —dijo Julián. Tenemos que escalar toda esta oscura sima y, Dios mío, supongo que al final estará la otra boca del Camino Secreto. Yo subiré solo primero. Vosotros esperad aquí a que vuelva y os cuente lo que hay.

El muchacho sujetó la linterna con los dientes y empezó la escalada, apoyándose en las argollas de hierro, hasta desaparecer en la oscuridad.

Trepó durante un buen rato. Pensó que aquello era igual que el tubo de una chimenea. Estaba frío y olía a viejo.

De pronto llegó a una especie de plataforma. Cogió la linterna de la boca e iluminó los alrededores.

Tras él, a los lados y en el suelo, todo era de roca. A sus pies tenía el oscuro agujero del cual acababa de salir. Iluminó luego la parte frontera y quedó sorprendido.

Enfrente de él había una gran puerta de roble. A la altura de la cintura tenía un recipiente. Julián lo hizo girar con manos temblorosas. ¿Qué habría al otro lado?

La puerta se abría para dentro. Resultaba difícil franquearla sin caer dentro del agujero. Julián se apretó contra el muro y se aproximó a la puerta sorteando con dificultad el agujero. Previamente se las había arreglado para abrirla lo más posible. Al franquear la puerta supuso que entraría en una habitación.

Pero su mano tanteó y pudo notar que había enfrente de él otra puerta de madera. La empujó con la mano y se abrió un poco, silenciosamente.

¡Julián se dio cuenta en seguida de dónde se encontraba!

«Estoy en el armario de doble fondo que hay en el primer piso de la casa de la granja Kirrin —pensó—. El Camino Secreto arranca de aquí. ¡Está claro! ¡Poco nos imaginábamos cuando nos metimos aquí el otro día que el armario no sólo tenía doble fondo, sino que éste no era ni más ni menos que el principio del Camino Secreto!»

El armario estaba ahora lleno de trajes pertenecientes a los artistas. Julián quedó quieto y prestó oído. No parecía que en la habitación hubiese nadie. ¿Tendría tiempo de echar un vistazo para ver si en algún sitio estaban los papeles robados?

Entonces se acordó de los otros, que estarían abajo, muertos de frío, esperándolo impacientes. Era mejor regresar en seguida y contarles todo lo que le había ocurrido. Entre todos podrían registrar mejor la habitación.

Se dirigió al espacio que había tras la puerta falsa. Una vez allí abrió de nuevo la puerta de roble. No le costó gran trabajo volver a cerrarla. En seguida se metió en el agujero, usando como escalones las argollas de hierro. Apoyándose con pies y manos y con la linterna entre los dientes, llegó por fin abajo.

—¡Julián! ¡Cuánto has tardado! ¡Rápido! ¡Cuéntanos lo que has visto! —gritó
Jorge
.

—Es algo emocionante a más no poder —dijo Julián—. ¡Algo absolutamente súper! ¿Dónde os figuráis que termina este pozo? ¡En el mismo armario de la casa de la granja Kirrin, aquel que tiene doble fondo!

—¡Cáspita! —dijo Dick.

—¡Caramba! —dijo
Jorge
.

—¿Te metiste dentro de la habitación? —gritó Ana.

—Trepando, trepando, llegué a encontrar, en una especie de plataforma, una gran puerta de roble —explicó Julián—. Tenía un picaporte y pude abrirla del todo. Entonces vi que delante de mí había otra puerta de madera. Yo no sabía entonces que se trataba precisamente de la puerta falsa del armario. Era muy sencillo abrirla y franquearla. De pronto me encontré rodeado de trajes por todos sitios. En seguida volví para contároslo todo.

—¡Julián! ¡Ahora podremos ir a buscar esos papeles! —dijo
Jorge
—. ¿Había alguien en la habitación?

 

—No creo. Yo no oí ningún ruido —dijo Julián—. Ahora yo propongo que vayamos todos allá arriba y registremos las dos habitaciones. Los artistas esos tienen dos habitaciones contiguas.

—¡Oh, qué bien! —dijo Dick, entusiasmado con la idea de disfrutar de una fantástica aventura—. Vayamos ahora mismo. Tú, Julián, ve delante. Detrás, Ana y
Jorge
, y yo el último.

—Y ¿qué hacemos con
Timoteo
? —preguntó
Jorge
.

—Pues él no puede trepar por esas argollas —dijo Julián—. Es, desde luego, un perro maravilloso, pero ciertamente no puede trepar,
Jorge
. No tendremos más remedio que dejarlo solo aquí abajo.

—Eso no le gustará —repuso
Jorge
.

—Pero nosotros no podemos cargar con él —dijo Dick—.
Timoteo
, viejo amigo, ¿verdad que no te importará quedarte aquí solo un ratito?

Timoteo
movió la cola alegremente. Pero en cuanto vio que los chicos desaparecían pozo arriba, la abatió al punto. ¡Vaya! ¡Se marchaban sin él! ¿Cómo eran capaces de hacer una cosa así?

Se empinó y dio un salto contra el muro, pero al momento estaba otra vez en el suelo. Dio otro salto, profiriendo amargos aullidos.
Jorge
le ordenó con voz profunda:

—¡Estáte quieto,
Tim
querido! Tardaremos muy poco.

Timoteo
dejó de lamentarse. Se sentó al pie de la rocosa pared con los ojos entornados. ¡Esta aventura estaba haciéndose cada vez más rara!

Pronto los chicos estuvieron en la estrecha plataforma. La enorme puerta de roble permanecía todavía abierta. Julián enfocó con la linterna y todos pudieron ver la puerta del armario de doble fondo. Julián la empujó con la mano y ésta se entornó silenciosamente. Entonces la linterna iluminó una muchedumbre de trajes y batas.

Los chicos, al pronto, permanecieron quietos aguzando el oído. No se oía nada que procediera de la habitación.

—Voy a abrir la puerta del armario y meterme en la habitación —susurró Julián—. ¡No hagáis ningún ruido!

El muchacho apartó los trajes y tanteó con la mano para dar con la puerta del armario. Cuando dio con ella la empujó suavemente. Se abrió un poco y un rayo de luz del día penetró en el armario. Cautelosamente, Julián se metió en la habitación. No había nadie allí. La cosa iba bien.

—¡Vamos! —susurró a los demás—. ¡La habitación está vacía!

Uno a uno los chicos atravesaron el amasijo de trajes y se introdujeron en la habitación. Había allí una cama muy grande, un pupitre con varios cajones, una mesa pequeña y dos sillas. Nada más. Iba a resultar fácil registrarlo todo.

—Mira, Julián, aquí hay una puerta que comunica con la habitación de al lado —dijo
Jorge
de pronto—. Dos de nosotros podemos ir a registrarla mientras los otros dos se quedan aquí a hacer lo mismo. Será mejor que cerremos las puertas de entrada de las dos habitaciones. Así no podrán sorprendernos.

—¡Buena idea! —dijo Julián, que estaba temeroso de que en cualquier instante pudiera llegar alguien que los descubriera registrándolo todo—. Ana y yo iremos a la habitación de al lado, y tú y Dick podéis registrar ésta de aquí. Cierra la puerta de la habitación, Dick, y echa el cerrojo, que yo cerraré la otra. Dejaremos abierta la puerta que comunica ambas habitaciones. Así podremos hablar. Sigilosamente el muchacho cruzó la puerta común y se introdujo en la habitación, que no se diferenciaba gran cosa de la primera. Tampoco había nadie en ella. Julián se dirigió a la puerta de entrada y echó el cerrojo. Oyó como Dick hacía lo mismo con la otra puerta. Suspiró fuertemente. ¡Ahora podían considerarse seguros!

—Ana, levanta la alfombra y mira a ver si hay debajo papeles escondidos —dijo—. Luego mira debajo de los cojines que hay en los sillones y levanta la ropa de la cama y mira también debajo del colchón.

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