Authors: Laura Gallego García
Jack avanzó unos pasos, pero el hombre lo oyó, y se volvió con rapidez, mostrándole, a la luz del fuego, un rostro feroz, semioculto por una barba encrespada. Llevaba el torso desnudo, cubierto de pinturas de guerra, pero su piel mostraba también vetas pardas, el rasgo característico de su raza.
Un bárbaro. Era lógico, puesto que se encontraban en el territorio de los Shur-Ikaili. Pero no era habitual ver a un bárbaro solo, lejos de su clan.
Jack alzó las manos en son de paz.
—No vengo a luchar —dijo—. Solo estoy de paso.
El bárbaro se relajó solo un tanto.
—¿Quién eres? ¿Eres un hombre de Nandelt?
—Vengo de un lugar más lejano —respondió Jack, acercándose—. Pero ahora, mi destino es Vanissar.
—Para venir de lejos, vas ligero de equipaje.
—Venía con más gente, guerreros de Vanissar y Raheld, pero les he perdido la pista. Nos enfrentamos a las serpientes y, en la confusión de la batalla, me separé del resto. Supongo que habrán establecido el campamento más al norte. ¿Los has visto?
El bárbaro dejó caer los hombros de nuevo.
—No —gruñó—, vengo del sur. Pero hace unos momentos me ha parecido ver un dragón volando sobre mi cabeza, así que puede que no anden muy lejos.
Su rostro se había ensombrecido al oír mencionar a las serpientes. Jack se sentó a su lado, junto al fuego. El Shur-Ikaili no se movió.
—¿Les disteis su merecido? —preguntó, tras un rato de silencio.
—No estoy seguro. A mitad de batalla, dieron media vuelta y huyeron hacia el sur. No sé por qué lo hicieron. No llevábamos una clara ventaja.
El bárbaro no contestó enseguida. Ofreció a Jack un odre con agua y un trozo de carne que estaba terminando de asarse sobre la hoguera, y el joven aceptó ambas cosas, agradecido.
—Las serpientes son cobardes y traicioneras —opinó el bárbaro al cabo de un rato—. Los Shur-Ikaili nunca... —se interrumpió de pronto y desvió la mirada, con cierta brusquedad.
—¿Nunca huís? —completó Jack, con suavidad.
El bárbaro no respondió. Su expresión delataba a las claras lo que estaba pensando, y Jack añadió:
—A veces es más prudente dar media vuelta y escapar.
—No cuando el enemigo ha matado a todos los tuyos y solo quedas tú para contarlo —murmuró el bárbaro—. No cuando has visto a los guerreros de tu clan luchar hasta la muerte.
Jack lo miró largamente.
—Debía de ser un ejército temible, si logró derrotaros.
—Serpientes —escupió el Shur-Ikaili—. No son más fuertes que nosotros. En un combate cuerpo a cuerpo, los habríamos vencido. Sin embargo... —se echó a temblar de pronto, como un niño. Jack se preguntó qué podía haber asustado hasta ese punto a un hombre como él.
—¿Había sheks con ellos?
—Había uno, si es cierto lo que dicen de él.
—Kirtash —adivinó Jack.
El bárbaro alzó la cabeza.
—¿Lo conoces?
—Me he enfrentado a él alguna vez —respondió Jack, sin mentir. —Y sigues vivo —observó el bárbaro, mirándolo con suspicacia—. Kirtash mató en combate al segundo mejor guerrero de nuestro clan. Tú no pareces más fuerte.
—Tampoco Kirtash parece fuerte y, no obstante, venció —observó Jack.
—No luchaba a la manera de los Shur-Ikaili. No embiste de frente, sino que se mueve como una sombra, esquivando los golpes en lugar de afrontarlos.
—Es otra manera de luchar.
—Es cobarde.
—Puede; pero resulta efectiva, ¿no?
—Sin duda utiliza magia, igual que esa bruja feérica a la que sirve —refunfuño el bárbaro.
—¿Gerde?
—Ella mató a la mejor guerrera de nuestro clan con un solo dedo —susurró el bárbaro, con la voz teñida de terror—. Hace tiempo, esa bruja estuvo en los clanes... con Hor-Dulkar. Otra maga feérica vino a desafiarla entonces, y la lucha estuvo muy igualada. Pero ahora... ahora, esa bruja tiene algo distinto. Puede matar a una persona con solo tocarla. Y ni siquiera los guerreros más poderosos osan mirarla a los ojos.
Jack escuchaba atentamente. El bárbaro le relató su encuentro con Gerde, con todo detalle. Parecía aliviado de poder contárselo a alguien y, aunque se suponía que debía regresar con los suyos para informar de todo lo que había sucedido, por alguna razón le resultaba más sencillo confiárselo a un desconocido. Sin duda, debía resultarle difícil la idea de confesar ante los demás bárbaros que sentía miedo de alguien como Gerde, que había salido con vida solo porque ella así lo había querido, que no había tenido valor para seguir luchando hasta el final, como sus compañeros.
—No te atormentes —le dijo Jack—. Gerde no es la misma que conociste. El Séptimo dios está con ella, y posee un nuevo y oscuro poder al que nadie es capaz de oponerse. Ni siquiera los sheks.
El bárbaro lo miró, incrédulo.
—De lo contrario —añadió el joven—, Kirtash no estaría a sus órdenes. ¿No te parece?
El otro se encogió de hombros.
—Esa bruja puede hechizar a los hombres, yo lo he visto.
—Pero no habría podido hechizar a un shek. Si ahora puede hacerlo...
No concluyó la frase, pero no fue necesario.
—Comprendo —asintió el bárbaro.
Se puso en pie.
—He de seguir mi camino, extranjero —dijo—. Aún me queda un largo camino hasta los dominios de mi clan. Podemos seguir juntos un trecho.
Pero Jack negó con la cabeza.
—He cambiado de idea —dijo—. Creo que volveré sobre mis pasos. Hay algo que quiero comprobar.
El bárbaro lo miró, frunciendo el ceño, pero no dijo nada.
Momentos después, como testimonio de aquel encuentro solo quedaban las cenizas de la hoguera. El Shur-Ikaili continuó su viaje de regreso a su clan, y Jack se encaminó, de nuevo, a las estribaciones de la cordillera.
Nangal estaba muy cerca. Demasiado cerca como para no tratar de averiguar qué estaba sucediendo.
En primer lugar, ¿para qué quería Gerde un bebé Shur-Ikaili? ¿Y hasta qué punto estaba Christian enterado de sus planes? ¿Hasta qué punto obedecía sus órdenes?
La Sombra Sin Nombre
A su regreso al palacio real de Vanis, Shail preguntó por Jack, pero nadie sabía nada de él. Sus esperanzas de que hubiera vuelto a la ciudad por su cuenta se desvanecieron.
Su preocupación aumentó cuando le dijeron que Victoria tampoco aparecía por ninguna parte.
—Tal vez se haya ido con Jack —murmuró, pensativo.
Gaedalu negó con la cabeza.
«Desapareció ayer por la mañana, después de desayunar», dijo. «No hemos vuelto a verla. Si hubiese ido con vosotros, la habríais visto».
Alsan frunció el ceño.
«Si esa muchacha está a vuestro cargo», añadió Gaedalu, adivinando lo que pensaba, «no deberíais dejarla tan suelta. Quién sabe si no se reúne en secreto con su amante shek».
Aquel comentario hizo que Alsan se quedase lívido de ira. Shail intentó calmar los ánimos.
—El sentimiento que hay entre ellos dos es sincero, Madre Venerable.
«Hablas igual que los celestes», rezongó ella. «¿Qué importa un sentimiento cuando el futuro de Idhún está en juego?».
—Puede que ese sentimiento haya salvado Idhún en más de una ocasión. En cualquier caso, ella no abandonaría a Jack. Si él está en peligro...
—¿Jack está en peligro? —dijo una voz a sus espaldas.
Victoria acababa de entrar, y los observaba, aparentemente en calma, pero con la preocupación pintada en sus ojos oscuros.
—¿Dónde estabas? —exigió saber Alsan.
Victoria le dirigió una mirada serena.
—No creo que sea asunto tuyo —respondió, con suavidad; se volvió de nuevo hacia Shail—. ¿Qué pasa con Jack? ¿Por qué no ha vuelto con vosotros?
—Si hubieses venido con nosotros, lo sabrías —replicó Alsan, cortante—. A no ser, claro, que lo que haga Jack haya dejado de ser... asunto tuyo.
—Alsan, ya tengo edad para tomar mis propias decisiones —replicó ella—, y no tengo por qué rendirte cuentas. Ya di explicaciones cuando tenía que darlas, y si a estas alturas todavía no confías en mí, entonces no tenemos más que hablar.
Alsan entornó los ojos.
—No —dijo, con frialdad—. No tenemos más que hablar.
Hubo un largo y pesado silencio.
—Luchamos contra los sheks en los confines de Shur-Ikail —informó entonces Alsan, con voz impersonal—. Ellos se retiraron al cabo de un rato, y nosotros fuimos tras ellos. Después, los dragones optaron por detenerse antes de quedarse sin magia, pero Jack continuó persiguiendo a los sheks. Lo perdimos de vista, y lo esperamos hasta bien entrada la noche, pero no volvió.
—¿Y lo dejasteis atrás? —dijo Victoria; su voz seguía siento tranquila, pero vibraba en ella un tono de ira contenida.
—Tampoco yo tengo por qué rendirte cuentas, Victoria —se limitó a responder él.
Ella lo miró un momento, y después dio media vuelta para marcharse.
—¡Vic! —la llamó Shail—. ¿A dónde vas?
—A buscar a Jack —replicó ella, sin volverse.
Shail fue tras ella, pero se topó con Covan en la puerta. Parecía agitado.
—Tenemos problemas, Alsan —dijo, y Shail se detuvo y lo miró, preocupado.
—¿De qué se trata? —preguntó Alsan—. ¿Más sheks?
—No, esto es algo más... insólito, e imprevisible. Que yo sepa, no había sucedido nunca antes. Nos enfrentamos a una invasión, y no precisamente de serpientes. Los gigantes abandonan Nanhai y penetran en nuestro territorio.
Reinó un silencio desconcertado.
—No puede ser —murmuró entonces Alsan—. Nuestras relaciones con Nanhai son buenas. ¿Por qué razón iban a invadirnos?
—No creo que vengan simplemente a saludar, Alsan. Se desplazan en grupos numerosos, y los gigantes son seres solitarios. ¿Para qué iban a reunirse tantos, sino para formar un ejército?
—No nos están invadiendo —dijo entonces Shail, de pronto—. Huyen de su tierra. Los terremotos deben de haberla hecho inhabitable.
Alsan lo miró fijamente. —¿Estás seguro de lo que dices?
—No del todo, pero casi. Estuve en Nanhai hace un par de meses. Ya entonces había gigantes que estaban teniendo problemas por culpa de los movimientos sísmicos, y la cosa se estaba agravando cuando me marché. La misma fuerza que hizo salir a Eissesh de su escondite está mandando al exilio a los gigantes.
Alsan inclinó la cabeza, pensativo.
—Acudiré a su encuentro —se ofreció el mago—. Hablaré con ellos, y comprobaré si tengo razón. Además, durante mi estancia allí hice algunas amistades... Sé cómo tratarlos.
Alsan lo miró un momento, dubitativo. Después, lentamente, asintió.
Jack había optado por cruzar las montañas por el aire. Se había desviado un poco hacia el oeste, para evitar los picos más altos, y ahora penetraba en Drackwen por el valle que se abría entre el monte Lunn y la cordillera. Tenía pensado, no obstante, recuperar su forma humana cuando se internase en Nangal. No quería llamar la atención de los sheks.
Sin embargo, el paisaje que se abría ante sus ojos le hizo dudar de que fuera buena idea.
El bosque de Alis Lithban, visto desde el aire, resultaba imponente y a la vez inquietante. Se había transformado en una inmensa y abigarrada selva que parecía cubrir todo el horizonte. Había extendido sus límites en todas direcciones, y sus lindes llegaban casi hasta el mismo pie del monte Lunn. Por fortuna, parecía que no seguía expandiéndose hacia el norte. Si la diosa seguía allí, tal vez hubiese decidido desplazarse en dirección al sur, hacia los pantanos de Raden. Hacia el este terminaría por topar con las montañas, y hacia el oeste estaba el mar.
Jack, inquieto, sobrevoló aquella enorme masa vegetal, y aún le pareció sentir el cosquilleo del poder de Wina en lo más hondo de su ser. Batió las alas para ganar un poco más de altura y siguió su camino.
Pronto descubrió que parte de Nangal había desaparecido bajo la vegetación, pero que la zona más cercana a las montañas seguía intacta. Descendió por allí, a una prudente distancia del límite del bosque, y se transformó en humano.
Prosiguió su viaje a pie, en busca del escondite de las serpientes. Sabía que el instinto lo guiaría hasta ellas.
Pero, cuanto más avanzaba hacia el este, siguiendo la línea de las montañas, más inquieto se sentía. En aquella dirección estaban los Picos de Fuego, y aquel lugar le traía malos recuerdos. Allí había estado a punto de morir a manos de Christian. Allí se hallaba la Sima, que era en realidad una Puerta interdimensional que conducía a Umadhun, el reino de las serpientes aladas.
¿Y si Gerde y los suyos habían regresado a Umadhun? Descartó aquella posibilidad. Sabía lo mucho que los sheks detestaban aquel mundo, y que solo volverían si no les quedaba otra opción. Y, por otro lado, los bárbaros no habrían podido seguirlos hasta allí.
Con todo, si la base de Gerde estaba cerca de Umadhun, no eran buenas noticias. Todavía quedaban serpientes allí; serpientes que podían acudir en ayuda de Gerde y los suyos si era necesario.
La noche lo sorprendió todavía lejos de su destino, pero no le preocupó. Buscó un lugar para dormir, al abrigo de unas grandes rocas, y montó allí un campamento improvisado. Al filo del tercer atardecer salió en busca de algo que cenar. La caza fue bien: encontró una colonia de washdans trepando por una pared rocosa, y solo tuvo que transformarse en dragón para volar hasta ellos y capturar un ejemplar.
No fue lo que se dice una gran cena, pero sació su hambre.
Cuando las lunas estaban ya altas en el cielo, Jack dejó que la hoguera se apagara, se acurrucó en su refugio y cerró los ojos.
Lo despertó, de madrugada, un extraño sonido, algo parecido a un gemido prolongado. Se incorporó, alerta, y prestó atención. Si no fuera porque parecía imposible, habría jurado que se trataba del llanto de un bebé.
Se puso en pie, en tensión. Llevaba ya bastante tiempo en Idhún, pero no el suficiente como para conocer a todas sus criaturas. Tal vez existiera algún animal que emitiera un sonido semejante.
O tal vez fuera de verdad un bebé. En cualquier caso, tenía que averiguarlo.
Se deslizó como un fantasma por entre los peñascos, bajo la luz de las tres lunas, guiándose por aquel sonido que parecía un llanto.
Por fin alcanzó su objetivo: una grieta en la base de la montaña, que otra persona había estado utilizando como refugio. Se ocultó entre las sombras y observó la escena con atención.
Era un bebé que lloraba, ahora ya estaba seguro. Había alguien con él, una sombra que lo acunaba y trataba de consolarlo, casi con desesperación. No daba la impresión de estar muy preocupado por el estado del bebé, sin embargo. Más bien quería que se callara para que no delatara su presencia.