Authors: Laura Gallego García
—¿Cómo de grande debe de ser? —murmuró, sobrecogido.
Sabía que aún estaban muy lejos. Y eso significaba que nada podría aproximarse demasiado a aquel corazón de llamas sin arder hasta los huesos.
Entonces, de pronto, Ersha retrocedió y apartó la vista del horizonte para mirar con odio a Rando.
—Asssí fue como lo hicisssteisss —siseó, furiosa—. De esssta forma dessstruisssteissss Nin... malditossss ssssangrecaliente.
Antes de que el humano pudiera reaccionar, la szish se lanzó sobre él, con un grito, y lo hizo perder el equilibrio. Ambos rodaron por la arena, mientras las manos de la maga buscaban el cuello de Rando. El semibárbaro, una vez repuesto de la sorpresa, se la quitó de encima sin mucho esfuerzo.
—¡Espera! ¿De qué estás hablando? ¡Nosotros no atacamos Nin, eran nuestros aliados!
—¡Había tresss guarnicionesss de ssssszisssh asssentadasss en la ciudad! —replicó ella, aún colérica—. ¡Todosss murieron!
—¡Y también todos los habitantes de la ciudad! —replicó Rando—. ¡Pensamos que era obra de las serpientes!
Los dos se miraron un momento, anonadados.
—Pero si no fue obra vuestra —dijo Rando—, ¿quién...?
Ersha sacudió la cabeza y señaló la bola de fuego. —Essso no lo haría una ssserpiente. Esss magia de losss sssangrecaliente.
—Es demasiado grandioso para ser obra de uno de nuestros magos...
—¡Lossss sssangrecaliente incendiaron el cielo durante una batalla! ¿Creesss que no lo sssé?
—Si pudiésemos hacer algo así lo utilizaríamos como arma conga Sussh, y no para quemar a nuestra propia gente —razonó Rando.
Hubo un breve silencio. Finalmente, Ersha entornó los ojos y dijo:
—Entoncessss, tenemosss un enemigo común.
Rando se volvió de nuevo para contemplar la enorme masa ígnea que levitaba sobre las dunas.
—Pero, ¿qué se supone que es? ¿Y por qué nos ataca?
Ersha sacudió la cabeza.
—Losss sssheksss lo sssabrán —dijo—. Ellosss sssiempre lo sssaben todo.
Rando le dirigió una breve mirada.
—Tal vez —dijo—, pero nadie te va a creer cuando se lo cuentes.
—Tampoco a ti, sssangrecaliente —replicó ella, molesta—. Tampoco a ti.
Los dragones fueron los primeros en llegar a la base en las montañas.
Kimara ya se había dado cuenta de que habían dejado atrás a Rando y Ogadrak; pero también había entendido, al igual que Goser, que aquel grupo de sheks que debía estar en el oasis y no estaba, regresaba de una misión que podía haber resultado fatal para los rebeldes.
La intuición del líder yan había resultado ser correcta.
Cuando los dragones alcanzaron su escondite, descubrieron que había sido completamente destruido.
Todo: las tiendas, los carros, las torres de vigilancia... todo estaba hecho añicos y cubierto bajo una helada capa de escarcha. Y todos los que se habían quedado atrás estaban muertos ahora: hombres, mujeres, ancianos, incluso los niños... Los sheks habían matado también todos los animales.
Allí no les quedaba ya nada.
Kimara todavía estaba llorando de rabia y frustración, apoyada en el lomo de Ayakestra, cuando llegaron Goser y los demás rebeldes yan.
—Malditos —susurraba—. Malditos... oh, cómo os odio a todos...
Goser no dijo nada, al principio. Corrió al centro del campamento y miró a su alrededor, temblando de ira. Entonces desenfundó una de sus hachas y, con un terrible grito de cólera, la descargó sobre el suelo, resquebrajando el hielo.
Kimara cerró los ojos. Por un momento deseó haber estado allí para defender la base; aunque probablemente los sheks los habrían matado a todos, por lo menos habrían podido luchar.
Se acercó a Goser, que se había acuclillado en el suelo y todavía resoplaba, furioso, apoyado en el mango de su hacha.
—Sehanvueltomuchomásosados —dijo en voz baja—. YanotemenacercarseaAwinor.
Goser alzó hacia ella sus ojos de fuego.
—Entoncesnosotrostambiénseremososados —dijo—. YnotemeremosacercarnosaKosh.
Kimara entornó los ojos y asintió, en un gesto torvo.
Cuando Shail, Jack y Victoria llegaron a Vanis, la capital del reino, encontraron a Alexander muy ocupado. Parecía que, por el momento, Covan había aceptado su palabra y la de Gaedalu de que no causaría daño a nadie más. Juntos se estaban esforzando mucho para pacificar el reino. Habían proclamado el regreso del príncipe Alsan, y habían anunciado que su coronación como rey de Vanissar tendría lugar tres meses después, el día de año nuevo.
Había mucho que hacer hasta entonces. Los enfrentamientos entre los partidarios del maestro Covan y los del príncipe Alsan habían sido muy serios en los últimos tiempos. A todo el mundo le cogió por sorpresa la reaparición de este último, y más todavía su alianza con Covan. Habían dado por supuesto que ambos lucharían por la corona.
Algunos de los seguidores de Covan, sin embargo, no se sintieron satisfechos con esta solución, y siguieron defendiendo a su candidato mediante las armas. Se convirtieron en rebeldes y en proscritos, y el mismo Covan dirigía su búsqueda y captura.
Sí, había mucho que hacer en Vanissar. Jack quiso atribuir a este hecho la forma en que Alexander los recibió. Pero, en el fondo, sabía que no se trataba de eso.
El príncipe de Vanissar acogió a Shail con hospitalidad y alegría, pero a Jack lo trataba con fría cortesía, y a Victoria la ignoraba por completo, respondiendo con réplicas cortantes a cualquier intento de iniciar una conversación por parte de ella. Jack trató de verse a solas con él para hablar del tema, pero Alexander se las arreglaba para no encontrar tiempo para él.
—No te preocupes —le decía Shail—. Es por esa piedra que lleva. Le hace comportarse de forma extraña.
Alexander ya no portaba la ajorca de Gaedalu. Un orfebre había forjado para él un brazalete más apropiado, y había engarzado en él la siniestra piedra negra, que un tallista había pulido hasta hacerla plana y redonda, y perfectamente lisa. Ahora, Alexander no se quitaba nunca aquel brazalete, que había convertido en su talismán. Ni siquiera le había permitido a Jack examinarlo de cerca.
—Pero Zaisei dijo que la Roca Maldita hacía que las personas tuviesen un comportamiento violento, porque estaba impregnada de odio —objetó Victoria—. ¿Cómo es posible que reprima a la bestia que Alexander lleva dentro? ¿No debería ser al revés?
—Hay algo que se nos escapa —dijo Jack, pensativo—. Dudo mucho que Gaedalu se tomara tantas molestias solo para ayudar a Alexander.
—Ha conseguido un valioso aliado —hizo notar Victoria.
Shail había bajado la cabeza, y ambos lo notaron.
—¿Qué? —lo apremió Jack.
—Gaedalu cree que la Roca Maldita hizo huir a los sheks cuando trataron de conquistar Dagledu —dijo—. Me parece que está tratando de fabricar un arma contra ellos.
—¿Y qué tiene eso que ver con el problema de Alexander? ¿También es eficaz contra los lobos?
—No lo sé; pero eso no es todo. Zaisei cree que Gaedalu está haciendo todo esto por motivos personales. La Madre le dijo que su hija había muerto. —Alzó la cabeza para mirar a Victoria—. Su hija se exilió a la Tierra tras la conjunción astral, por lo que tuvo que haberla matado Kirtash.
Victoria inclinó la cabeza, pero no dijo nada.
—Pero, si su hija se exilió —dijo Jack—, ¿cómo puede ella saber que está muerta? ¿Tal vez porque no volvió?
—Tal vez —dijo Shail—, pero, por lo que le dijo a Zaisei, parecía estar convencida de que había muerto. Recuerdo que me preguntó por ella cuando regresamos de la Tierra. No supe darle noticias entonces. Nosotros no sabíamos nada de ella, así que lo único que se me ocurre es que el propio Kirtash se lo dijera.
Jack negó con la cabeza.
—No es propio de él ir hablando de lo que hace o deja de hacer. No me lo imagino diciéndole a Gaedalu que había matado a su hija. ¿Para qué? ¿Para mortificarla?
—Si Gaedalu le preguntó al respecto —intervino Victoria, a media voz—, Christian le diría la verdad.
—La verdad... fría, desnuda y brutal —murmuró Jack—. Sí, eso sí que es propio de él. Bueno, no es ninguna novedad que haya alguien que quiera matarlo. Se ha ganado muchos enemigos... y se los ha ganado a pulso.
—Lo que Shail quiere decir es que es posible que Gaedalu haya encontrado el modo de hacerle daño —dijo Victoria.
—Sí, lo he entendido. Pero eso es asunto suyo, Victoria. Si de verdad mató a la hija de Gaedalu, tendrá que afrontar las consecuencias. ¿No crees?
Victoria no respondió.
—Lo que no entiendo —prosiguió Jack—, es qué tiene que ver todo esto con Alexander, y por qué algo que puede hacer daño a un shek es capaz de reprimir a la bestia que hay en él. Sobre todo... me interesa saber qué es ese algo, y por qué razón parece tener tanto poder.
—Lo averiguaremos esta noche —dijo Shail—. Esta noche, Ilea sale llena. Eso suele alterar la fisonomía de Alexander. No llega a transformarse del todo, pero sí cambia un poco de aspecto. Veremos si esa gema sigue siendo igual de efectiva que cuando Gaedalu se la entregó.
Se reunieron en las almenas del castillo con el tercer atardecer. Estaban Shail, Alexander, Jack y Victoria; pero también Covan, Gaedalu y tres caballeros de Nurgon.
No era su presencia, no obstante, lo que hacía sentir a Jack que, aunque todos los miembros de la Resistencia estuvieran reunidos en el mismo lugar, la misma Resistencia ya no existía. Habían pasado demasiadas cosas, todo había cambiado. Jack y Victoria habían actuado por su cuenta durante demasiado tiempo, y, en el fondo, Alexander nunca se lo perdonaría. Y Shail había encontrado a otra persona a quien deseaba proteger aún más que a Victoria, y había aprendido demasiado como para seguir creyendo en los mismos ideales que antaño.
Jack contempló con seriedad a Alexander, mientras el último de los soles se ponía tras el horizonte, y un manto de estrellas los cubría. Todos estaban mirando a Alexander, en realidad, atentos a cualquier cambio que las lunas pudieran provocar en él. Pero Jack buscaba otra cosa en su rostro: buscaba respuestas.
El joven príncipe ignoraba deliberadamente la mirada de todos. Tenía la vista clavada en el horizonte, y aguardaba, serio y sereno. Cuando la luna verde brilló llena sobre él, Alexander seguía pareciendo completamente humano. Alguien dejó escapar un leve suspiro de alivio.
Pero fue el propio Alexander quien se volvió hacia sus compañeros y les dijo, con calma:
—Esto es una buena señal, pero no basta. Hay que aguardar al Triple Plenilunio. Entonces veremos si soy digno de ceñirme la corona de Vanissar.
Aún permanecieron en las almenas un rato más, pero, uno a uno, fueron retirándose. Jack, Shail y Victoria se quedaron hasta el final. Cuando solo ellos y Alexander seguían allí, Shail tomó la palabra.
—Me alegro mucho por ti —dijo—. Llegué a pensar que no había nada que pudiésemos hacer, pero el poder de esa gema...
—El poder de esta gema no tiene nada que ver con la magia —cortó Alexander, con cierta sequedad—. La roca a la que pertenecía cayó directamente desde Erea. Es el poder de los dioses.
—Tiene que serlo —respondió Shail, conciliador—, puesto que la magia no ha podido hacer nada por ti. Sin embargo, me gustaría investigar...
—No hay nada que investigar —interrumpió Alexander.
—¡Pero no sabemos nada de esa roca! —saltó Jack—. ¡Podría hacerte daño!
Alexander clavó en él una mirada severa.
—Procede de los dioses —replicó—. No necesito saber nada más. Y, aunque quisiera averiguar más cosas sobre este amuleto, ten por seguro que no las compartiría contigo. Al menos, no mientras sigas protegiendo a alguien que mantiene una relación íntima con un shek.
Y, al decir esto, taladró a Victoria con la mirada. Fue una mirada acusadora, llena de reproche y de rencor. Ella se limitó a sostener aquella mirada, pero no dijo nada.
Sin una palabra más, Alexander dio media vuelta y se alejó de ellos.
Jack reaccionó. Echó a correr tras él y lo alcanzó cuando ya bajaba por las escaleras.
—¡Espera! Creo que le debes una disculpa a Victoria.
—¿Disculpa? Jack, la acogí en la Resistencia cuando era apenas una niña. La protegí de Kirtash durante años... y ella nos traicionó a la primera de cambio. Le he tolerado muchas cosas, pero me he cansado de soportar que tenga tratos tan estrechos con el enemigo.
—¡El enemigo! —repitió Jack—. ¡Kirtash luchó a nuestro lado! ¡Le hundió a Ashran su espada en la espalda, yo estaba allí! Además —añadió—, no todos los sheks son «el enemigo». En una ocasión, una shek me salvó la vida. Ella...
—No sigas hablando —cortó Alexander, tenso—. Son esas serpientes las que envenenaron el corazón de Victoria, y están envenenando también el tuyo. No te reconozco, Jack. Los sheks te han arrebatado todo lo que tenías, han acabado con toda tu raza, con tu familia... Te enseñé a pelear para que pudieras luchar contra ellos, no para que los defendieras. Ese no es el objetivo de la Resistencia.
—Tú mismo aceptaste a Kirtash en la Resistencia.
—Sí —reconoció él—, pero entonces no era del todo yo. Cometí un error, y te aseguro que voy a subsanarlo.
—Pero, Alexander...
—Y, de ahora en adelante, no vuelvas a llamarme Alexander —cortó él—. Soy Alsan, príncipe de Vanissar.
Su conciencia vagaba por los pliegues existentes entre el espacio y el tiempo, libre de los límites materiales, flotando por las múltiples dimensiones que se abrían en el universo. Había accedido a otro plano, un plano en el que se sentía maravillosamente viva, aunque no tuviese un cuerpo con un corazón que latiera. Era un plano de colores pulsantes y formas difusas, un plano etéreo, una encrucijada entre docenas de planos. Desde allí, podía llegar a casi cualquier parte.
Percibió un leve movimiento cerca de ella, en el plano material, pero apenas le prestó atención, porque estaba concentrada en una búsqueda vital, que trascendía cualquier cosa que pudiera suceder en el mundo. Además, aunque en aquel plano se sentía mucho mejor, sabía que era peligroso. Sabía que había entes poderosos que la estaban buscando, y que no descansarían hasta encontrarla. Y en aquel plano no podía ocultarse en ninguna parte. Por eso tenía que estar alerta.
De modo que su conciencia se deslizaba de un lado a otro, furtiva, como una sombra, tratando de llegar más allá, cada vez más allá... En varias ocasiones había creído encontrar lo que estaba buscando, pero había sido una falsa alarma.