Authors: Laura Gallego García
Le resultó un poco difícil, porque en esta ocasión no podía utilizar las garras delanteras, que ahora sostenían al szish, y que solían resultarle muy útiles a la hora de aferrar los resbaladizos cuerpos de las serpientes. Pero, finalmente, logró lanzar una nueva llamarada al rostro de la serpiente, cegándola. La dejó retorciéndose de dolor en el aire y escapó de allí, todo lo deprisa que fue capaz.
A sus espaldas, la batalla proseguía con tanta fiereza que nadie se percató de que se marchaba.
Aterrizó cuando los tres soles ya estaban muy altos, junto a un pequeño oasis que apenas consistía en un pozo al pie de un par de árboles. Dejó a Ogadrak en precario equilibrio sobre sus patas traseras y depositó con cuidado a su prisionero sobre la arena.
Que, como había imaginado, no era prisionero, sino prisionera.
—¡Te hasss vuelto loco! —le gritó Ersha cuando bajó del dragón—. ¿Qué tengo que hacer para librarme de ti, ssssangrecaliente?
—¡Hey! —protestó Rando, ofendido—. ¡Te he ayudado a escapar! ¿No era eso lo que querías?
—¡Podía esssscapar yo sssola, muchasss graciasss! —siseó ella—. ¡Por poco me matassss!
Rando sacudió la cabeza.
—Bueno, no ha sido tan terrible. Ya estamos aquí, ¿no? —le dirigió una breve mirada—. Deduzco que no te creyeron.
—Losss sssheksss examinaron mi mente y vieron misss recuerdosss. Creyeron que había algo y por essso fuimosss a investigar. —Le lanzó una mirada incendiaria—. No teníaisss que essstar allí. ¿Dónde ha ido la essssfera de fuego?
—No lo sé. Pero no pienso perder el tiempo peleando mientras esa cosa siga por ahí suelta.
La szish rió brevemente.
—Essso fue lo que yo pensssé. Mientrasss veníamosss de Kosssh hemosss visssto cossssasss... todo un oassissss carbonizado. Inclussso el agua de la laguna sssse evaporó. Y la guarnición de ssszisssh que había allí...
—No sigas —se estremeció Rando—. Me lo imagino.
—Mientrasss essstaba peleando contra vosssotrosss —prosiguió Ersha—, imaginé que la bola de fuego volvía y nosss sssorprendía allí... luchando unosss contra otrossss... —se encogió de hombros—. No tuve ganasss de essstar allí cuando volviera... asssí que me temo que he desssertado... como tú —añadió, con una sonrisa siniestra.
Pero Rando hizo un gesto despreocupado.
—No es para tanto —dijo—. Lo de desertar, quiero decir. No es la primera vez que lo hago.
Sin embargo, se volvió un momento para contemplar el horizonte, con cierta tristeza. Ersha advirtió el gesto.
—¿Acassso dejasss a alguien atrássss, humano?
—Tal vez —respondió Rando, con una sonrisa enigmática—. Tal vez.
Días después, un cuarto mago llegó a la Torre de Kazlunn. Para entonces, Shail ya se había marchado a Vanissar, e Ymur estaba encerrado en la biblioteca. Qaydar lo recibió en su despacho y lo interrogó a fondo. Había comprobado que, en efecto, la magia latía en él..., pero lo hacía de una forma extraña, devorándolo por dentro, produciéndole un intenso sufrimiento. El Archimago sospechó que aquello podría ser obra de Gerde.
—Fue Victoria quien me entregó la magia —dijo el hechicero, adivinando lo que pensaba—. La llaman también Lunnaris, el último unicornio.
Le habló de Victoria; le contó que la había guiado hasta la Torre de Drackwen, primero, y hasta la Torre de Kazlunn, después, porque ella tenía intención de matar a Kirtash, a quien hacía responsable de la muerte del último dragón. Le dijo las fechas exactas en que aquello había sucedido. Qaydar sabía que decía la verdad. Pocas personas sabían lo que había pasado con Victoria en aquellos momentos tan difíciles para todos.
Pero no se le ocurrió relacionar a Yaren con el individuo que, según le habían contado, había atacado a Victoria tiempo atrás. Nadie le había dado demasiados detalles.
—Y había algo extraño en su mirada —concluyó Yaren—. Suelen describir a los unicornios como criaturas llenas de luz, pero ella era siniestra. Nadie era capaz de mirarla a los ojos sin sentir un escalofrío.
Qaydar no respondió. No podía dudar de la palabra de Yaren. El mismo había experimentado una profunda sensación de terror al mirar a Victoria la noche en que había abandonado Nurgon para ir en busca de Kirtash.
Yaren malinterpretó su silencio.
—Fue antes de que ella perdiera su poder tras enfrentarse a Ashran —explicó—. Sé que tenéis motivos para dudar, pero...
—¿Has venido aquí porque tienes intención de unirte a la Orden Mágica? —interrumpió Qaydar.
Yaren inspiró hondo.
—Quiero estudiar magia aquí, en la torre. Lo he pensado mucho y me he dado cuenta de que solo aquí podré desarrollar el don que me ha sido entregado. Solicito que me admitáis como aprendiz. Os lo ruego.
—¿Sabías que no eres el único nuevo aprendiz?
—He oído hablar de una mujer de Kash-Tar...
—No me estoy refiriendo a ella. Hablo de personas que han llegado en los últimos días.
El mago comprendió.
—Victoria —susurró—. Victoria ha recuperado su poder.
Se echó hacia atrás, consternado. Una mezcla de confusos sentimientos inundó su corazón: rabia, envidia, odio, impotencia... y un débil rayo de esperanza.
—Veo que no lo sabías. Bien, tampoco yo sabía que hubiese consagrado a más magos, aparte de Kimara, antes de derrotar a Ashran. Nunca me ha hablado de ti.
La esperanza murió, ahogada por el dolor y la rabia, por aquella magia siniestra que aniquilaba despiadadamente todos los sentimientos positivos que nacían en él.
—No me sorprende —dijo—. No soy precisamente su mejor obra.
Hablaba lentamente, como si pronunciar cada palabra le costara un tremendo esfuerzo. Qaydar lo miró, compasivo, pero también intrigado.
—¿Cómo es posible que la magia del unicornio haya tenido este efecto tan demoledor en ti?
Yaren esbozó una torcida sonrisa.
—Todo el mundo se equivoca al principio y mejora con la práctica —dijo—. Los unicornios no son una excepción.
Coronación
FALTABAN ya pocos días para que el nuevo rey de Vanissar tomase posesión del trono, y en todo Nandelt se aguardaba la llegada del día de año nuevo con expectación... y no poca incertidumbre.
Porque, por extraño que pudiera parecer, todo el mundo conocía la fecha de la coronación, pero no estaban seguros acerca de la identidad de la persona que iba a ser coronada.
Para asombro de todos, y alegría de muchos, el príncipe Alsan había regresado a su reino para reclamar el trono. Y Covan, caballero de la Orden de Nurgon, que había sido su maestro en la Academia y había estado actuando como regente durante su ausencia tras la batalla de Awa, lo había recibido en el castillo.
Pocos días después se había hecho pública la noticia de que el día de año nuevo el pueblo de Vanissar tendría un nuevo rey. No obstante, no se había aclarado si ese nuevo rey sería Alsan, o el propio Covan.
En principio, todo apuntaba a que Alsan, heredero legítimo del rey Brun, ceñiría la corona. Pero los rumores decían que se había convocado a varias personas ilustres para que asistiesen a una especie de prueba que tendría lugar la noche del Triple Plenilunio. Si Alsan superaba dicha prueba, sería coronado. De lo contrario, renunciaría al trono en favor de Covan.
En los tres meses que habían transcurrido desde el regreso del príncipe, nadie había aclarado oficialmente si los rumores eran o no fundados. Alsan se ocupaba de gobernar el reino mientras tanto, y Covan era su mano derecha, por lo que, con el tiempo, la gente se acostumbró a la idea de que, en efecto, el príncipe heredero asumiría el trono.
No obstante, apenas unos días antes de la fecha de la coronación, la Venerable Gaedalu en persona llegó a la ciudad.
Corrían rumores de que había estado allí, tiempo atrás, en secreto, y había apoyado a Alsan a la hora de reclamar el trono, pero después había vuelto a marcharse para coordinar la reconstrucción del Oráculo de Gantadd, que había sido arrasado por las aguas. Si bien nadie tenía la certeza de que esto fuera cierto, en esta ocasión no se pudo dudar de que la Madre Venerable estaba en la ciudad. Entró por la puerta principal, con todo su séquito, y Alsan en persona salió a recibirla y la escoltó hasta el castillo.
Los líderes de las iglesias no solían estar presentes en aquella clase de ceremonias. La tradición ordenaba que no se involucraran en asuntos políticos, aunque en la práctica, solían enviar un representante de cada Oráculo a la coronación de un rey de Nandelt. Si el representante no llegaba, el nuevo rey podía entender que desde el Oráculo no se aprobaba aquella coronación. Era todo lo que se le permitía al poder sagrado. Habría sido de mal gusto que el Padre o la Madre opinaran abiertamente sobre un asunto semejante, y por este motivo, tampoco acudían en persona a las coronaciones.
El hecho de que Gaedalu hubiese decidido romper la tradición de una forma tan obvia era un indicio de algo importante. Ciertamente, el mundo había cambiado mucho, y aquella era la primera coronación en Nandelt desde la caída de Ashran. Pero también podía ser que la Madre no acudiese a la ceremonia, sino a aquella supuesta prueba que iba a celebrarse la víspera.
No obstante, Gaedalu no fue la única en presentarse en Vanissar por aquel entonces. Apenas dos días después, cuando el primero de los soles ya se ponía por el horizonte, Ha-Din, Padre de la Iglesia de los Tres Soles, hizo acto de presencia en la ciudad. También en esta ocasión fue a recogerlo Alsan, y lo guió hasta el castillo, junto con todo su séquito.
Al filo del tercer atardecer, un grupo de hechiceros de la Torre de Kazlunn, liderados por Qaydar, el Archimago, se presentaba a las puertas de Vanis.
La llegada de estos tres personajes eclipsó un poco la presencia, menos extraordinaria, de otros soberanos de Nandelt: la reina Erive de Raheld, un representante de la cámara de nobles que regía los destinos de Nanetten, y el príncipe heredero de Dingra, hijo del rey Kevanion, que había fallecido en la batalla de Awa. Aún no había sido coronado por ser todavía muy joven, pero se estaba preparando para asumir las riendas del reino, y su presencia en Vanissar indicaba que tenía intención de olvidar el pasado y establecer una nueva alianza con Alsan.
Todos estaban dispuestos a olvidar el pasado, se dijo Victoria, mientras paseaba por las almenas, contemplando el horizonte.
Habían transcurrido casi tres meses desde que los Seis habían desaparecido inexplicablemente de Idhún. Se habían terminado los seísmos, los maremotos, los ciclones y el crecimiento indiscriminado de árboles y plantas. Parecía que la pesadilla había acabado y los idhunitas se habían apresurado a comenzar con la reconstrucción de las poblaciones afectadas para borrar cuanto antes las huellas de la destrucción. Para retomar sus vidas, como si nada hubiese ocurrido.
Pero no había terminado. Nada había terminado.
Se llevó una mano al vientre, inquieta e ilusionada a la vez. Su hijo crecía dentro de ella, despertando toda clase de nuevas sensaciones en su interior. Aún no lo había dicho a nadie. Jack la había acompañado durante aquellos tres meses, y sabía que Christian, en la distancia, también pensaba en ella y estaba dispuesto a acudir a su lado si hacía falta.
Pero no había hecho falta, al menos, por el momento. Y Victoria deseaba que las cosas siguieran así.
No obstante, aunque había empezado a usar ropas un poco más holgadas, no tardaría en resultar evidente para todo el mundo que estaba embarazada.
Suspiró para sí. Lo cierto era que aquel no era el mayor de sus problemas.
—Te estaba buscando —dijo una voz tras ella, sobresaltándola.
Se volvió. Shail estaba allí, sonriéndole.
—Con todo este lío, Zaisei no ha tenido ocasión de saludarte —le dijo—. Ya me ha preguntado por ti un par de veces. ¿Dónde te escondías?
—También yo he estado ocupada —respondió Victoria, evasiva.
Quería ver a Zaisei, pero no podía. No podía ver a ningún celeste, en realidad, porque su embarazo estaba ya lo bastante avanzado como para que cualquiera de ellos pudiera percibir lo que le sucedía. Hacía ya tiempo que había dejado de molestar a Man-Bim por las noches. Era Jack quien la acompañaba, llevándola sobre su lomo, cuando sentía la necesidad de «buscar estrellas fugaces». Habían seguido utilizando aquella expresión cuando hablaban del tema, aunque ya no era necesario. A aquellas alturas, la noticia de que Victoria estaba consagrando a nuevos magos era ya de dominio público. Y eso estaba causando muchos problemas a la muchacha.
—¿No quieres ver a Qaydar? —dijo Shail—. También ha preguntado por ti.
Victoria no contestó. Shail se situó a su lado.
—¿Por qué no quieres volver a la Torre de Kazlunn, como te supuso?
Ya te lo he explicado, Shail. No soy una de las aprendizas de Qaydar. Quiere que le informe de quiénes son los nuevos magos, cómo son, dónde están... para ir a buscarlos, como si le pertenecieran. Si voy a seguir entregando la magia, no puedo, no debo seguir sus normas. Los unicornios deben ser libres, para que la magia sea libre, ¿recuerdas? Entiendo que él se sentiría más tranquilo si me encerrara en su torre y tuviese constancia de todo lo que hago, pero las cosas no funcionan así. La magia es algo muy serio y poderoso y no debe estar en manos de una sola persona o institución. Por eso los unicornios podemos entregarla, pero no utilizarla. Por eso nadie puede capturar o someter a un unicornio.
—Lo sé, Vic. Pero no puedes vivir siempre como un unicornio: ¿o sí?
—No —dijo Victoria a media voz; suspiró—. Se me pide que cumpla con mi deber de unicornio, pero no se me permite actuar como tal.
Shail inclinó la cabeza.
—¿Y qué vas a hacer, entonces? ¿Quedarte aquí, en Vanissar?
—No lo sé —respondió Victoria, con sinceridad.
Jack había encontrado un lugar en Vanissar. Durante aquellos tres meses, él y Victoria habían viajado mucho. Habían estado en Celestia, habían visitado a las sacerdotisas de Gantadd, incluso habían hecho un breve viaje a la Torre de Kazlunn. Siempre había cosas que hacer, sobre todo, después de la visita de los dioses. Habían ayudado en la reconstrucción y habían actuado como embajadores de Vanissar en más de una ocasión. Victoria había aprovechado aquellos viajes para recorrer, como unicornio, lugares diferentes. Recordaba con claridad, por ejemplo, a la náyade a la que había sorprendido en su estanque, en Derbhad. Se habían mirado un breve instante, y Victoria había sentido aquella conexión, aquel impulso que la había llevado a acercarse a ella y a tocarla con su cuerno. Recordaba la expresión de ella, y cómo sus ojos se habían llenado de luz momentáneamente, cuando le había entregado la magia. A cambio, Victoria solo le había preguntado su nombre.