Papelucho Historiador (3 page)

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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

BOOK: Papelucho Historiador
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—¿Ves cómo tú te crees Colón?

—Y tú te crees Popeye —y ya iba a sacar Gómez su puñete cuando se acordó que le dolía la mano y también sonó la campana de clase.

VII

La Conquista

DE TANTO Y TANTO pensar en los indios, por fin conseguí ser un indio de verdad, y mientras duermo soy un araucano.

Porque sueño todas las noches en indio y mi vida de indio es mejor que la otra.

En la mañana me levanto de un brinco, y eso es todo.

Entonces la mamá me da los buenos días muy humilde y cariñosa y me entrega una gran paila de cobre llena de frutas. Ese es mi desayuno y yo como lo que quiero y me chorreo y no importa nada.

Porque los indios no tienen obligación de lavarse los dientes ni bañarse, ni andar limpios ni cambiar camisa.

Uno tiene su taparrabo para el día y la noche. Tampoco se va al colegio ni hace tareas. La madre india no tiene la manía de la educación, sino que le da a uno la comida y lo deja en paz. No hay que pedir permiso para nada. Uno se manda sólito y lo único que tiene que aprender es a disparar bien la honda, a nadar en el río y a criar fuerzas levantando piedras para hacerse bien hombre.

Los indios no se enferman nunca. Puramente se mueren.

Nunca me retan porque se quebró un vidrio. En nuestra ruca no hay vidrios y las mamás no se preocupan de encerar porque el suelo es de pura tierra. Los techos son de totora, con arañitas, cucarachas, lagartijos y nidos de golondrinas. No hay un solo closet ni mueble que cuidar. Y mi mamá india nunca está nerviosa porque ella no tiene enchufes ni plancha eléctrica. Tampoco hay goteras en los baños porque no hay baños. No sube ninguna cuenta, ni menos la de la luz porque la cocina, el alumbrado y la calefacción son una misma cosa. Y esa cosa es una gran fogata en el medio de la ruca, y ahí en el suelo, bien cerquita de ella cuando hace frío, comemos todos y después nos dormimos. Nada de reloj ni de horas. La hora de acostarse es cuando baja sueño y la de levantarse cuando se acaba.

Soy muy feliz siendo hijo de indios araucanos. Mi padre es Toqui y es el que manda la tribu y la mamá es su esposa y yo soy el hijo único.

Ellos también viven muy felices conmigo y se pasan las tardes sentados en el suelo comiendo piñones.

VIII

AUNQUE ENTRE NOSOTROS los indios no hay domingos y todos los días son como domingos, eso no quiere decir que sean iguales. Son bastante distintos.

A veces salimos a cazar con el Toqui y nos internamos en la selva. El lleva las macanas y yo las flechas.

De repente aparece un puma detrás de una araucaria.

Es precioso, blando y regalón como un gato grande, pero es feroz y nos muestra sus dientes filudos. Yo le hago la puntería antes que salte encima de nosotros. La flecha sale disparada y cae el puma al suelo.

Al verlo caer, de no sé dónde aparece otra cantidad de pumas que nos miran furiosos con sus ojos de gato y sus hocicos hambrientos. Yo disparo y disparo y van cayendo al suelo o echan a correr. A veces me aburro de cazar.

Entonces el papá, que es como un rey, porque es Toqui, me hace una reverencia y me convida a pescar. Yo saco los anzuelos que son hechos de hueso y están colgados del techo de la ruca, tomo mi honda y lo sigo. Los dos nos metemos en una canoa chica, del porte de una artesa, le ponemos una vela de cuero, la empujamos de la orilla, y partimos río abajo.

Asoman por todos lados los peces más antidiluvianos y más preciosos y encachados y se esconden. Pero el papá es un Toqui capo y no pierde un lance. Al poco rato el río queda limpiecito sin pescados y entonces los dos nos tiramos de cabecita al agua y nadamos para refrescarnos. Nos metemos bajo el agua y sacamos pepitas de oro para llevarle a la mamá que es tan buena y que tiene colección.

Mientras se nos seca el taparrabos hacemos un caldillo bien sabroso, lo comemos al sol y después partimos a cazar llamas, guanacos y alpacas y tal vez águilas.

Cuando el papá caza una llama yo ya he cazado cien guanacos y se los llevo a la mamá para que haga abrigos de piel para el invierno. Ella con las otras indias descubre hacer lana y tejer chales y mantas. Como la mamá no es vanidosa les regala a las demás indias esa lana y todas tejen, porque no todas las indias tienen hijos con buena puntería.

En la noche comemos guanaco asado en fuente de greda y con harto jugo.

Después de comida el papá nos cuenta cuentos y nos quedamos dormidos ahí mismo.

IX

UN DÍA ANDÁBAMOS con el Toqui y toda la tribu, buscando algo nuevo para llevarle a la mamá para la comida, cuando de repente sentimos un crujido de hojas y un silbido. . .

El Toqui puso atención, y como no se oyó nada, seguimos caminando por la selva.

—Papelucho, ¿sabes algo de los indios?

—Ya lo creo —le contesté yo pensando en que yo soy indio todas las noches porque sueño en indio y soñar es igual que vivir. Si uno está despierto de ocho a ocho y duerme y sueña de ocho a las otras ocho vive tanto en sueño como al revés.

—Háblame de los Quichuas —me dijo.

Yo me quedé callado porque en realidad yo soy mapuche o araucano en sueños, pero a los Quichuas no los conozco ni de vista.

—¡Papelucho!

—Presente —dije.

—Te he dicho que me hables de los Quichuas —repitió.

—No puedo, señorita.

—¿Por qué no puedes?

—Porque no me gusta pelar a nadie —dije por decir algo.

—No es necesario pelarlos. Eran indios del Perú como los Araucanos son indios de Chile y aunque invadieron a Chile no por eso vas a hablar mal de ellos.

—Me cargan —dije, porque ahora me cargaban.

—Papelucho, los Quichuas eran de gran cultura —dijo ella.

—Bonita su cultura —dije yo.

—Tú no sabes nada, Papelucho.

—¿Cómo que no sé nada? —Me acaloré un poco porque me había ido bien hasta ese momento.

—Háblame de su cultura, entonces.

Pensé un ratito. ¿Qué podría decir? Más me valía hablar de su incultura.

—Los Quichuas eran peruanos ¿no? Y Ud. llama cultura que se metiera a Chile —La Srta. Carmen no es muy patriota, creo.

—Los Quichuas le enseñaron a los Araucanos a trabajar en greda y otras artes.

—¿Cómo sabe? Yo creo que fue al revés. Están descubriendo aquí cosas súper choras de antidiluvianas hechas por araucanos. . .

La Srta. Carmen se sonrió.

—Tal vez tengas razón —dijo—. En realidad el Padre Lepaige está desenterrando en el norte verdaderos tesoros de arte araucano para el Museo…

—¿Ve como fueron los araucanos los que aprendieron solos a trabajar en greda?

No es que yo sea un capo, pero tengo mis tincas…

—Eso no quita que los Quichuas fueran de gran cultura —dijo la Srta. Carmen. Es porfiada.

XI

DESPUÉS DE TODO hace falta la radio para saber noticias.

Nosotros los indios vivíamos tan felices matando pumas y pájaros.

Las guerras entre indios eran como partidos de fútbol. A veces ganaban unos, a veces otros.

Pero un día, vemos venir de repente, un ejército inmenso de españoles.

Claro que no sabíamos que eran españoles, ni siquiera si eran hombres o marcianos. Venían montados a caballo y nosotros ni conocíamos los caballos y además en vez de tener taparrabos traían unas tremendas armaduras de acero que brillaban al sol. Hay que ser indio para darse cuenta… Es como si ahora nos invadieran los marcianos.

Nosotros los indios no conocemos el miedo, pero sentimos algo muy raro cuando los vimos acercarse y se nos pararon un poco los pelos al ver los cañones y lanzas refulgentes.

No sabíamos qué eran ni a qué venían.

Pero se veía que con esos cuerpos de acero no era fácil meterles flecha.

Y nuestra carne desnuda se engranujaba un poco al verse tan pilucha. Por eso nos pusimos más atrevidos.

Yo miré al Toqui y vi que su cuerpo se ponía duro como un bronce.

—¡Toca a guerra! —me dijo sin mover los labios y pareció agrandarse. Yo salí corriendo con la flecha ensangrentada y recorrí el valle como un relámpago. En un momento estaban todos alrededor del Toqui y disparaban contra los invasores.

Silbaban las flechas y las piedras y había una tremenda polvareda.

Pero resultaba difícil botarlos del caballo porque las flechas daban bote en sus armaduras. Entonces le tiramos a los caballos y los vimos caer y revolcarse.

Había muchos indios heridos y otros muertos, pero no nos acobardamos y seguimos peleando hasta que cayó la noche y los españoles se fueron. Cuando por fin nos sentamos al lado de la fogata en nuestra ruca, yo le pregunté al Toqui:

—¿Quién era el capitán chico y tuerto que los mandaba a todos?

—Es Diego de Almagro —me contestó—. Viene desde el Perú. Busca nuestro oro. Ha viajado durante meses por la cordillera…

—¿Tenemos mucho oro nosotros? —pregunté.

—Mucho —contestó mirando el fuego—, pero está muy guardado. El que quiera tenerlo habrá de transpirar para mover las capas de roca que lo esconden.

A mí no se me olvida nunca esta frase del Toqui, aunque la dijo hace tantos años. Porque esto pasó el año 1536 y yo me acuerdo de ese año porque es el mismo número que hay en la puerta de mi casa.

XII

AUNQUE LOS ESPAÑOLES se habían ido, nuestra tribu hizo guardia toda la noche. Estaban cansados después de la pelea y se habrían echado al suelo de buena gana a dormir. Pero eran bravos soldados y no querían despertar con otro asalto de los españoles.

Por eso miraban a la luna, le cantaban y le bailaban cuando les daba frío.

Al otro día, cuando estábamos tomando el desayuno, llegó un indio corriendo a decirle al Toqui que divisaba a tres de los enemigos acercándose.

Salimos el Toqui y yo, y detrás algunos indios. Otros corrieron a despertar a los dormidos. Tal vez venían de nuevo a matarnos. . .

Yo apuntaba mi flecha y los demás sus hondas con grandes piedras picudas.

Eran tres españoles a caballo, armados hasta los dientes, vestidos de plata, con lanzas y esos caballos que parecían pegados a sus cuerpos. Nos daba espanto verlos.

Los dejamos acercarse sin dispararles. El Toqui decía que contra tres no era valiente pelear…

Cuando estuvieron cerca, hicieron un saludo con su mano enguantada y uno de ellos se acercó al Toqui y le habló en araucano. Lo hablaba pésimo, pero se le entendía. Dijo:

—Queremos parlamentar.

Yo no sabía lo que era parlamentar, pero se me bajaron los pelos que se me habían parado en la cabeza.

Me acerqué un poco, porque quería oler esos animales que me parecían tan lindos y lustrosos. Cuando el Toqui no miraba, toqué a uno de ellos y le tiritó el cuero. Olía bien.

Estaba tan cerca, que reconocí al tuerto que mandaba el asalto el día antes, y pensé: Este es don Diego de Almagro, el que viene desde el Perú, la tierra de los Quichuas…

El otro español le hablaba en araucano a mi padre.

El Toqui le contestaba en ídem y el español hablaba entonces en español, que nosotros no entendíamos. Don Diego decía algo en ídem y el español volvía a hablar en araucano. Yo le pregunté a mi madre:

—¿Qué pasa?

—Están parlamentando —dijo ella—. Ese señor es un intérprete, que es como un puente entre el Toqui y los españoles. Lo que ellos dicen en español, lo habla en araucano ese soldado y lo que dice el Toqui lo dice él en español.

—¿Y eso es parlamentar? —le pregunté.

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