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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho Historiador (6 page)

BOOK: Papelucho Historiador
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—¿Qué era asamblea?

—Una cantidad de gente reunida para conversar de algo importante. Los que se reunieron se llamaban "patriotas" y decidieron pedirle su renuncia al gobernador Carrasco que era un español muy duro. Y Carrasco renunció.

—¡Qué lástima! —dije yo— ¿Entonces no hubo guerra?

—Espera, Papelucho, más adelante verás. Cuando renunció Carrasco eligieron a un viejito chileno, don Mateo Toro y Zambrano, de ochenta años. Era el primer gobernador chileno. Pero como tenía ochenta años no podía entenderse con los jóvenes patriotas, de manera que luego eligieron los patriotas una Junta de Gobierno. Eran tres chilenos que reemplazaban al gobernador como si entre los tres fueran un Presidente (Carrera, O'Higgins y Marín). Esa fue la Primera Junta Nacional de Gobierno y fue nombrado el 18 de setiembre de 1810.

—¡El 18 de setiembre! —dije— ¡Qué buena idea nombrarla para las Fiestas Patrias!

—Al revés, Papelucho. Las Fiestas Patrias son para celebrar el nombramiento de la Primera Junta Nacional de Gobierno.

—¡Ah!… —dije desilusionado—. Eso no más…

—No has comprendido nada, entonces.

Me chupé el dedo, pero lo tenía tan caliente como una papa de cazuela. Me lo saqué de la boca porque casi me quemaba y lo volví a levantar.

—¿Estás apuntando, Papelucho?

—No, señorita. Me estoy enfriando el dedo.

—No quiero saber más de tu dedo —dijo ella—. Les he explicado lo de la Primera Junta de Gobierno, ¿han comprendido?

—No, señorita.

Miró al techo para buscar paciencia y la encontró.

—Ya saben ustedes que los españoles habían hecho ciudades en Chile.

Que tenían sus familias, sus negocios. Ellos dependían del Rey de España. Y el que mandaba en Chile era un español elegido por el Rey. Los chilenos no mandaban. Tenían que obedecer al Gobernador. Por eso los chilenos que se llamaban patriotas le pidieron su renuncia al Gobernador y eligieron a tres caballeros chilenos en vez de él. Con ellos Chile empezaba a ser gobernado por chilenos.

—¡Ya entendí! —dije yo— Pero usted nos pitó cuando dijo que tenían que luchar. No les costó nada…

—Ya verás. No iba a ser tan fácil como pareció al principio. Quedaron todavía en Chile muchos españoles que habían sido dueños y patrones desde el tiempo de Valdivia. Esos españoles querían a su rey y estaban acostumbrados a obedecerle. No iban ellos a entregar su poder, sus tierras, sus riquezas por el alboroto valiente de los patriotas. Se iban a defender.

XXIV

LA SEÑORITA CARMEN en persona me curó el dedo, porque es rebuena gente fuera de clase. Mientras me lo lavaba y me lo envolvía me dijo:

—¿Conoces tú, Papelucho, a don Bernardo O'Higgins?

—¿No has oído hablar de él?

—No —le dije.

—Claro que sí. Pero como usted me preguntó si yo lo conocía…

—¿Y has oído hablar de don José Miguel Carrera?

—¿Tiene estatua?

—Sí, la tiene. Pero no está a caballo. Carrera, O'Higgins y Marín formaron la primera Junta de Gobierno.

—Bien encachada esa Junta, ¿no? ¿Y cómo era Carrera?

—Un hombre extraordinariamente inteligente y simpático. Muy vivo, generoso, valiente y se hacía obedecer de todos. Por eso su padre lo mandó a terminar sus estudios a España, por miedo a que se metiera en revueltas. Y tal como pensaba su padre, apenas pudo entró al ejército español y se fue a pelear en la guerra de España contra Napoleón. Como era tan valiente luego le dieron la Medalla de Oro y lo nombraron Sargento Mayor de Húsares. Pero de repente lo hirieron y tuvo que irse a su casa.

—Ahí estaba, rabiando por no poder pelear en la guerra, cuando le llegó una carta de Chile. Su padre le contaba lo de los Patriotas, lo de la Junta de Gobierno y lo de la Independencia. Don Miguel saltó de la cama y se embarcó para Chile. Venía impaciente por ayudar a pelear por la Independencia de su Patria.

—¿Y entonces?

—A poco de llegar fue elegido en la nueva Junta de Gobierno con O'Higgins y Marín. Como ellos no se interesaban en gobernar, Carrera quedó solo gobernando.

—¿Echó a los españoles? —le pregunté.

—No tan ligero, Papelucho. Primero hizo un diario: la Aurora de Chile, después el Instituto Nacional y después la bandera chilena en vez de la española.

—¿Y después armó la guerra?

—Cuando los españoles vieron todas las ideas y demás cosas que estaba haciendo Carrera, resolvieron atajarlo. Formaron su ejército en el que había muchos hombres. Se llamaba el ejército realista. Realista quiere decir que eran partidarios del Rey. Y salió el ejército realista al encuentro del ejército Patriota, que era el de los chilenos.

—¿Y se armó al fin la guerra? —pregunté.

—Carrera supo que venían a atacarlo y puso al mando de su ejército a su amigo don Bernardo O'Higgins. La mayoría de los patriotas no eran más que voluntarios, no eran soldados.

—Entonces, no sabían pelear…

—Los valientes siempre saben pelear. Cuando por fin se encontraron en Chillan, pelearon cuerpo a cuerpo. Llovía con tanta fuerza que tuvieron que dejar la batalla. Se fueron a pasar la noche al Roble.

—Tampoco resultó la pelea.

—Espera. Mientras dormían los patriotas en el Roble, aparecen de sorpresa los realistas con su inmensa tropa y sus regias armas. Los patriotas se defienden como leones. Pelean desesperadamente. O'Higgins les grita: "¡O vivir con honor o morir con gloria! ¡El que sea valiente, que me siga!" y se lanza contra los realistas. A pesar de no estar preparados, los patriotas, el valor de O'Higgins los hizo ganar la batalla.

—¡Al fin! —dije yo y la señorita Carmen terminó de amarrarme el dedo.

XXV

YO LES CONTÉÉ A LOS DEMÁS que por fin iba a ponerse entretenida la Historia de Chile. Y cuando sonó la hora de clase entramos bien apurados, como si fuéramos al teatro. Pero la señorita Carmen no aparecía.

Entonces por fin llegó la señora Riquelme y dijo que la iba a reemplazar porque la señorita Carmen se había enfermado.

Y la señora Riquelme es una veterana que le enseña Historia a los de 3° Medio. Porque es verdaderamente SABIA. Así que resolvimos ponerle mucha atención para aprenderlo todo de una vez y cuando se mejore la señorita Carmen darle la sorpresa.

—¿Cuál fue la última clase, niños? —dijo con voz amarilla.

—La batalla de Roble —dije yo, creyendo que era en clase donde la señorita Carmen me la había contado.

—Están ya en la Independencia —dijo con respeto—. ¿Saben algo de O'Higgins?

Yo paré el dedo. Sin dolor.

—Diga usted —me dijo porque no sabe mi nombre.

—O'Higgins ganó la batalla en el Roble —dije sin respirar.

—Muy bien. Los patriotas lo nombraron entonces General en Jefe del Ejército. Pero, ¿de dónde vino este señor O'Higgins? Nadie contestó y la señora Riquelme se puso a hablar.

—Bernardo O'Higgins era hijo del que fue Gobernador, don Ambrosio O'Higgins y de una señora chilena. Pero como al Rey de España no le gustaba que sus Gobernadores se casaran con chilenas, tuvo que esconder a su hijo en casa de un amigo para que el Rey no supiera que lo tenía. El amigo lo llevó a su fundo y ahí Bernardo aprendió de todo, porque era muy inteligente. Corría a caballo, cazaba, saltaba pircas, disparaba con regia puntería. Y un buen día su papá lo hizo mandar a Europa al mejor colegio de Inglaterra para educarlo.

—Bernardo se sentía muy solo allá; se acordaba de Chile, de su mamá chilena, de su padre que no se atrevía a tenerlo a su lado por miedo al Rey de España. Algún día, cuando fuera hombre, vendría a Chile a pelear por la libertad de su patria y porque los chilenos no tuvieran que obedecerle a los españoles. Por fin se embarcó para Chile y llegó poco antes de que muriera su padre. Este fue Bernardo O'Higgins, el General en Jefe del Ejército chileno en la guerra de la Independencia, y el que ganó la batalla del Roble.

—¿Y esa fue toda la guerra? —pregunté.

—¿Dónde está el Roble? —preguntó Urquieta.

—Cerca de Chillan —contestó ella y a mí ni me hizo caso.

XXVI

RESULTA QUE la señorita Carmen no volvió al colegio en toda la semana. Justo cuando todos teníamos ganas de saber lo que pasó con O'Higgins. Nosotros pensábamos que estaría muy enferma, tal vez tendría cáncer o peste. Así que el domingo en la mañana seguramente se habría muerto. Yo estaba seguro que el lunes nos iban a decir al entrar al colegio: Hoy tenemos Misa por la señorita Carmen.

Pero en lugar de eso, estaba la propia señorita Carmen en el patio esperándonos. Eso sí que estaba completamente distinta. Tenía la cara como nueva, los ojos así como artista y un carácter como si fuera su día de santo.

Nos saludó a cada uno por separado, nos dio un caramelo a cada uno y cuando entramos a clase de historia dijo:

—Es un gran día para mí, un día inolvidable. Yo pensé que se habría sacado una moto en alguna rifa, pero después pensé que las mujeres gozan con otras cosas. Entonces me dije: Habrá encontrado asiento en el micro o le habrán dado un par de medias, y no me preocupé más.

—Haremos una clase inolvidable —dijo ella con cara de relámpago—. Así como yo recordaré este día cuando sea viejita, así también ustedes se acordarán de esta clase cuando sean veteranos…

—¡Chitas! —le dije a Gómez—. Nos va a repartir helados y escopetas.

—No me distraigas la clase, Papelucho. Estamos en clase de Historia de Chile. Y en plena guerra de la Independencia. Tú querías guerra, ahora la tienes. Pero es preciso atender…

—Es que ya la aprendimos —le dije yo—. La señora Riquelme nos enseñó quién era Bernardo O'Higgins.

—Ya me lo había dicho ella. Aprenderemos ahora la batalla de Rancagua. Pero no vamos a contarla. Vamos a vivirla.

Nos acomodamos todos para vivirla, pero la Srta. Carmen nos dijo:

—Colóquense en dos filas. Para una batalla deben haber dos bandos, dos enemigos. Unos serán los realistas y los otros los patriotas. Eso no quiere decir nada. ¿De acuerdo?

Nos habíamos puesto en fila a cada lado de los pupitres.

—Los de la derecha serán los patriotas —dijo ella— y los de la izquierda los realistas.

Yo estaba a la derecha, pero Urquieta y Maldonado eran realistas. Nos miramos con bastante odio. Sobre todo Maldonado que es español y le carga estudiar historia de Chile.

—Para que ustedes vivan la batalla de Rancagua, construiremos la Plaza de Rancagua —y nos hizo colocar los pupitres dejando una plaza en medio y cuatro calles libres. Los pupitres cerraban las esquinas.

—Los patriotas al medio con O'Higgins —dijo ella. Y todos entramos en la Plaza.

—O'Higgins sabe que viene un gran ejército realista a atacarlo y se refugia con sus hombres en la Plaza de Rancagua. Da orden de que tapen las cuatro bocacalles con sacos, adobes, piedras y maderas. Así esperó el asalto como en una fortaleza.

Nosotros en medio de la plaza, llenamos de libros, bolsones y cuadernos las cuatro entradas. Lo malo es que nadie era O'Higgins, pero ella nos mandaba.

—Es el 1° de octubre —dice ella con voz de héroe—. Ustedes los realistas —le dice a Maldonado— son cinco mil soldados. Y se lanzan al asal…

Todavía no había terminado su frase cuando por los cuatro costados se largan los realistas a atacarnos. Volaban los cuadernos, los puñetes, los zapatos. Pero nos defendimos como leones y nadie pudo entrar en la plaza.

La Srta. Carmen tocó la campana y dijo:

—Al día siguiente los realistas comienzan un nuevo asalto para obligar a O'Higgins a rendirse. ¡Esperen! —grita al ver que Urquieta me pesca de las mechas—. Tapan las acequias para no dejar entrar el agua a la plaza. Así los patriotas no tendrían con qué enfriar sus cañones y se desesperarían de sed. Y para obligarlos a entregarse, los realistas le prenden fuego a los cuatro costados de la Plaza.

—O'Higgins no le tenía miedo a la muerte. Aunque el fuego los ahogaba con su calor y su humo y no tenían agua para apagarlo, él seguía luchando. De los 1.700 patriotas que peleaban había sólo trescientos en pie. Los demás estaban muertos o heridos… En realidad no quedaba otra cosa que rendirse… Un oficial español les dice que se entreguen.

Hasta ese momento escuchamos con atención a la Srta. Carmen, pero cuando veo la cara de felicidad de Maldonado, no pude sujetarme y me tiré sobre él con un grito de: ¡Viva Chile! ¡Viva la Patria! y lo eché al suelo.

Parece que O'Higgins hizo lo mismo y gritó lo mismo. Entonces los Patriotas me imitaron todos y pasamos por encima de los realistas como una carga de caballería. Dejamos la crema. Aunque ellos eran 5.000 y nosotros apenas 300 los liquidamos y pisoteamos y ganamos la batalla.

Y resultó tan macanuda esta batalla, que casi todos los realistas quedaron machucados, rasguñados y uno con el brazo zafado. Y costó mucho volver a ordenar la clase…

Pero lo peor de todo fue que la Directora del Colegio mandó a llamar a la Srta. Carmen y la retó como a un cabro.

XXVII

AL OTRO DÍA LA SRTA. CARMEN tenía cara de enferma.

Habían faltado casi la mitad de los de la clase y unas mamas copuchentas habían ido a reclamarle a la Directora de que sus hijitos estaban lastimados y que la Srta. Carmen les tenía mala barra y por eso los había hecho realistas. La mamá de Maldonado era peor todavía porque después de insultar a la Directora había sacado a su hijo del Colegio.

Me daba pena la Srta. Carmen que tenía como hipo y miraba todo el tiempo sus uñas. Yo encuentro que su idea fue muy buena porque nunca se nos va a olvidar la Batalla de Rancagua.

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