—Todo eso es cierto, pero estamos ampliamente convencidos de haber destruido el tejido gonadal.
—Y en cuanto a que todos ellos son hembras —prosiguió Malcolm—, ¿está eso comprobado? ¿Va alguien al exterior y, ejem, levanta la falda de los dinosaurios para echar un vistazo? Quiero decir, ¿cómo se determina el sexo de un dinosaurio, en todo caso?
—Los órganos sexuales varían en función de la especie. Se reconocen con facilidad en algunas y son algo más sutil en otras. Pero, para responder su pregunta, el motivo por el que sabemos que todos los animales son hembras es porque, literalmente, los fabricamos para que sean así. Controlamos sus cromosomas y controlamos el ambiente de desarrollo intrahuevo. Desde el punto de vista de la bioingeniería, es más fácil engendrar hembras. Es probable que ustedes sepan que todos los embriones de vertebrado son intrínsecamente hembras. Todos empezamos la vida como hembras. Se necesita algún efecto adicional, como una hormona que se secrete en el momento preciso, durante el desarrollo, para transformar el embrión que está creciendo en un macho. Pero, si se deja librado a sus propios dispositivos, el embrión, en forma natural, se convierte en hembra. Así que todos nuestros animales son hembras. Tenemos tendencia a referirnos a algunos de ellos como si fueran machos, tal es el caso del
Tyrannosaurus rex
, todos lo llamamos
el
, pero, en verdad, todos son hembras. Y créame, no se pueden reproducir.
La pequeña velocirraptor olfateó a Tim y, después, se frotó la cabeza contra el cuello del chico. Tim lanzó una risita entrecortada.
—Quiere que la alimentes —dijo Wu.
—¿Qué come?
—Ratones. Pero acaba de comer, así que no la alimentaremos de nuevo durante un rato.
La pequeña raptor se inclinó hacia atrás, miró a Tim fijamente y de nuevo meneó con rapidez los antebrazos en el aire. Tim vio las pequeñas garras de cada mano. Después, el animalito volvió a hundir la cabeza contra el cuello del niño.
Grant se acercó y lo escudriñó críticamente. Tocó la diminuta mano armada con tres garras. Le dijo a Tim:
—¿Te importa? —Y éste dejó la raptor en las manos del paleontólogo.
Grant hizo que el animal diera una vuelta de campana y quedara patas arriba, y lo inspeccionó, mientras la pequeña lagartija se retorcía y trataba de zafarse culebreando. Después levantó el animal bien alto para observarle el perfil, y la raptor lanzó un chillido penetrante.
—No le gusta eso —dijo Regis—. No le gusta que se la aleje del contacto corporal…
La raptor todavía estaba chillando, pero Grant no le prestó atención. Le estaba apretando la cola con las yemas de los dedos, palpándole los huesos. Regis insistió:
—Doctor Grant, si no le molesta.
—No la estoy lastimando.
—Doctor Grant, estos seres no son de nuestro mundo. Vienen de una época en la que no había seres humanos que los anduvieran pinchando y golpeando.
—No la estoy pinchando ni…
—Doctor Grant. Bájela —dijo Ed Regis.
—Pero…
—
Ahora
. —Regis estaba empezando a enfadarse.
Grant le devolvió el animal a Tim. La raptor dejó de emitir chillidos. Contra su pecho, Tim pudo sentir el corazoncito, que latía con rapidez.
—Lo lamento, doctor Grant —dijo Regis—, pero estos animales son delicados en la infancia. Hemos perdido varios como consecuencia de un síndrome postnatal de estrés, en el que creemos que hay intervención adrenocortical. A veces mueren en un lapso de cinco minutos.
Tim le hizo mimos a la pequeña raptor diciéndole:
—Está bien, chiquita. Todo está bien ahora. —El corazón seguía latiendo con rapidez.
—Creemos que es importante que a los animales que hay aquí se les trate de la manera más humanitaria —aclaró Regis—. Le prometo que tendrá todas las oportunidades para examinarla más tarde.
Pero Grant no podía mantenerse alejado. Una vez más, se acercó al animal, que seguía en brazos de Tim, observándolo con suma atención.
La pequeña velocirraptor abrió las mandíbulas y emitió un siseo ante Grant, adoptando una postura de súbita furia intensa.
—Fascinante —dijo éste.
—¿Puedo quedarme y jugar con ella? —preguntó Tim.
—En este mismo momento, no —se excusó Ed Regis, echándole un vistazo a su reloj—. Son las tres en punto y es una buena hora para que hagamos una visita al parque en sí, de modo que puedan ver a todos los dinosaurios en los hábitats que diseñamos para ellos.
Tim soltó la velocirraptor, que correteó por la habitación, tomó un trapo, se lo puso en la boca y lo tironeó del extremo libre con sus diminutas garras.
Mientras caminaba de regreso a la sala de control, Malcolm se acercó a Wu:
—Tengo una sola pregunta más, doctor: ¿cuántas especies diferentes han fabricado hasta ahora?
—No estoy seguro. Creo que, en estos momentos, la cantidad es de quince. Quince especies. ¿Lo sabe usted, Ed?
—Sí, quince —asintió Ed Regis.
—¿No lo sabe
con seguridad
? —dijo Malcolm, aparentando asombro.
—Dejé de contar después de la primera docena —sonrió Wu—. Y usted debe comprender que, a veces, creemos que tenemos un animal correctamente hecho, desde el punto de vista del ADN, que es nuestro trabajo básico, el animal crece durante seis meses y, entonces, ocurre una adversidad. Y nos damos cuenta de que hubo algún error. Un gen de liberación no está operando; una hormona no se está secretando; o hay algún otro problema en la secuencia de desarrollo. Así que tenemos que volver al tablero de dibujo con ese animal, por así decirlo. —Sonrió, agregando—: En una época yo creía que tenía más de veinte especies. Pero, ahora, no hay más que quince.
—Y una de las quince especies es un… —Malcolm se volvió hacia Grant— ¿cómo era el nombre?
—
Procompsognathus
—informó Grant.
—¿Ustedes hicieron algunos procompsognatusos, o como quiera que se llamen? —preguntó Malcolm.
—¡Oh, sí! —dijo Wu de inmediato—. Los compis son animales muy característicos. Y fabricamos una cantidad extraordinariamente grande de ellos.
—¿Por qué?
—Bueno, porque queremos hacer del Parque Jurásico un ambiente tan real como sea posible, tan auténtico como sea posible, y los procompsognátidos eran verdaderos carroñeros del período jurásico. Casi como los chacales. Así que quisimos tener a los compis por ahí, para hacer la limpieza.
—¿Quiere usted decir «para deshacerse de los animales muertos»?
—Sí, en caso de que los hubiera. Pero con nada más que doscientos treinta y tantos animales en nuestra población total, no tenemos muchos animales muertos de los que deshacernos. Ése no era el objetivo primordial. En realidad, queríamos a los compis para otra clase, totalmente distinta, de eliminación de residuos.
—¿Cuál?
—Bueno, en esta isla tenemos algunos herbívoros muy grandes. De manera específica hemos intentado no engendrar los saurópodos más grandes pero, aun así, obtuvimos varios animales de más de treinta toneladas que andan por ahí afuera, así como muchos otros que se hallan en el orden de las cinco a diez toneladas. Eso nos plantea dos problemas: uno es el de alimentarlos; de hecho, cada dos semanas tenemos que importar comida a la isla. No hay forma alguna de que una isla tan pequeña pueda mantener esos animales durante cualquier espacio de tiempo.
»Pero el otro problema son las excreciones. No sé si usted vio alguna vez excrementos de elefante —dijo Wu—, pero son cuantiosos. Cada rastro tiene el tamaño aproximado de una pelota de fútbol. Imagínese las deyecciones de un brontosaurio, que es diez veces más grande. Ahora imagínese los excrementos de una manada, de esos animales, como la que tenemos aquí. Y los animales más grandes no digieren sus alimentos terriblemente bien, por lo que defecan muchísimo. Y, en los sesenta millones de años transcurridos desde que los dinosaurios desaparecieron, aparentemente desaparecieron también las bacterias que se especializaban en descomponer sus excrementos. Al menos, los excrementos de saurópodo no se descomponen con facilidad.
—Ése es un problema.
—Le aseguro que lo es —afirmó Wu, sin sonreír—. Nos vimos en dificultades para tratar de resolverlo. Probablemente usted sabe que en África hay un insecto específico, el escarabajo pelotero, que come excrementos de elefante. Muchas otras especies grandes tienen seres, asociados con ellas, que evolucionaron para comer los excrementos de esas especies. Pues bien, resulta que los compis comen las deyecciones de los grandes herbívoros y las vuelven a digerir. Y los excrementos de los compis son fácilmente descompuestos por las bacterias contemporáneas. Así que, dada una cantidad suficiente de compis, nuestro problema quedó resuelto.
—¿Cuántos compis hicieron?
—Olvidé la cantidad exacta, pero creo que el objetivo era una población de cincuenta animales. Y logramos eso, o algo que estaba muy cerca de eso. En tres tandas. Hicimos una tanda cada seis meses, hasta que tuvimos la cantidad buscada.
—Cincuenta animales —comentó Malcolm—. Son muchos para hacer su seguimiento.
—La sala de control está construida para hacer exactamente eso. Le mostrarán cómo se hace.
—Estoy seguro —contestó Malcolm—. Pero si uno de estos compis se escapase de la isla, si se evadiera…
—No se pueden evadir.
—Ya lo sé, pero supongamos que uno lo hiciera…
—¿Quiere usted decir como el animal que se encontró en la playa? —Wu alzó las cejas—. ¿El que mordió a la chica norteamericana?
—Sí, por ejemplo.
—No sé cuál será la explicación en cuanto a ese animal, pero sé que no hay posibilidad de que sea uno de los nuestros.
—¿Ni siquiera una sombra de duda?
—Ninguna. Y, una vez más, por dos razones. La primera, los procedimientos de control. A nuestros animales se les cuenta por ordenador cada pocos minutos; si faltara uno, lo sabríamos de inmediato.
—¿Y la segunda razón?
—La tierra firme está a más de ciento ochenta kilómetros de distancia. Se tarda casi un día en llegar a ella en lancha. Y, en el mundo exterior, nuestros animales morirían en un lapso de doce horas.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque me aseguré de que ocurriera eso, precisamente —dijo Wu, mostrando finalmente signos de irritación—. Mire, no somos estúpidos. Entendemos que estos son animales prehistóricos. Son parte de una ecología que desapareció, de una compleja trama de vida que se extinguió hace millones de años. Podrían no tener depredadores en el mundo contemporáneo, no tener impedimentos para su crecimiento. No queremos que sobrevivan en estado silvestre. Así que los fabriqué con dependencia de la lisina; introduje un gen que produce una sola enzima defectuosa en el metabolismo de las proteínas. Como resultado, los animales no pueden elaborar el aminoácido lisina; tienen que ingerirlo desde el exterior. A menos que obtengan una fuente dietética rica en lisina exógena, provista por nosotros en forma de tabletas, entrarán en estado de coma en doce horas, y morirán. Estos animales están genéticamente diseñados para ser incapaces de sobrevivir en el mundo real. Sólo pueden vivir aquí, en el Parque Jurásico. No son libres en absoluto. Esencialmente, son nuestros prisioneros.
—Aquí está la sala de control —dijo Ed Regis—. Ahora que saben cómo se hacen los animales, querrán ver la sala desde donde se controla el parque en sí, antes de que salgamos de…
Se detuvo. A través de una ventana de vidrio grueso, la sala estaba a oscuras. Los monitores estaban apagados, con la salvedad de tres, que exhibían números que giraban y la imagen de un barco grande.
—¿Qué pasa? —preguntó Ed Regis—. ¡Oh, demonios, están atracando!
—¿Atracando?
—Cada dos semanas, el barco de suministros viene de tierra firme. Una de las cosas que esta isla no tiene es un buen puerto, ni siquiera un buen muelle. Es un tanto peliagudo hacer que el barco entre cuando hay mar gruesa. Podría tardar algunos minutos. —Dio unos golpes cortos y secos en la ventana, con los nudillos, pero los hombres que estaban dentro no le prestaron atención. Entonces dijo—: Creo que tenemos que esperar.
Ellie se volvió hacia el doctor Wu:
—Usted mencionó antes que, a veces, fabrica un animal y ese animal parece ir bien pero, cuando se desarrolla, resulta ser defectuoso…
—Sí —asintió Wu—. No creo que haya modo alguno de evitarlo. Podemos duplicar el ADN en el espacio, pero no lo podemos duplicar con toda seguridad en el tiempo. Lo que quiero decir es que el ADN que empieza en el espermatozoide y en el huevo es algo más que las especificaciones de un organismo dado; es, también, las instrucciones de cómo construirlo. Y el control. Hay mucha sincronización en el desarrollo, y no sabemos si algo está funcionando a menos que realmente veamos que un animal se desarrolla en forma correcta.
—¿Cómo saben si se está desarrollando en forma correcta? Nadie ha visto nunca a estos animales antes —intervino Grant.
—He pensado a menudo en eso. —Wu sonrió—. Supongo que es un poco paradójico. Con el tiempo, espero, paleontólogos como usted mismo compararán nuestros animales con el registro fósil, para comprobar la secuencia de desarrollo.
—Pero el animal que acabamos de ver, el velocirraptor, ¿usted dijo que era de la especie
mongoliensis
? —inquirió Ellie.
—Por la localización del ámbar; proviene de China.
—Interesante —comentó Grant—. Justo yo estaba desenterrando un
antirrhopus
muy joven… ¿Hay aquí algunos raptores adultos?
—Sí —afirmó Ed Regis, sin vacilar—. Ocho hembras adultas. Las hembras son las verdaderas cazadoras. Cazan en manada, como sabe.
—¿Las veremos en nuestra gira?
—No —contestó Wu, dando la impresión de estar súbitamente incómodo. Y se produjo un silencio embarazoso. Wu miró a Regis.
—No por un tiempo —añadió Regis de buena gana—. Los velocirraptores todavía no se han integrado en el ambiente del parque. Los mantenemos en un redil de retención.
—¿Puedo verlos ahí? —preguntó Grant.
—Sí, claro, por supuesto. A decir verdad, mientras aguardamos —le echó un vistazo a su reloj—. Podría interesarle a usted hacer un recorrido y echarles un vistazo.
—Por cierto que sí.
—Sin duda —confirmó Ellie.
—Yo quiero ir también —terció Tim con avidez.
—Vayan simplemente hasta la parte de atrás de este edificio, pasando la instalación de apoyo, y verán el redil. Pero no se acerquen demasiado a la cerca. ¿Quieres ir también? —le preguntó a la niña.