—Por ejemplo, el seguimiento de animales. —Arnold apretó un botón de su consola y el mapa vertical de vidrio se encendió, exhibiendo un patrón de líneas azules en forma de diente de sierra—. Ése es nuestro T-rex joven. El «rexito». Todos los movimientos que hizo dentro del parque, en el transcurso de las veinticuatro últimas horas. —Arnold apretó el botón otra vez—. Veinticuatro anteriores. —Y otra vez—. Veinticuatro anteriores.
Las líneas del mapa se superponían, formando una trama densa, el garabato de un chico. Pero el garabato estaba localizado en un solo sector, cerca del margen sudeste de la laguna.
—Con el tiempo se desarrolla una percepción del ámbito que prefiere para vivir —continuó Arnold—. Es joven, ven, así que permanece cerca del agua. Y se mantiene alejado del rex adulto grande. Representen las posiciones del rex grande y del rexito, y verán que sus caminos nunca se cruzan.
—Así que puede mantener el seguimiento de todo este… —comenzó Gennaro.
—Todo almacenado en la memoria —completó Arnold.
—¿Dónde está el rex grande, en este preciso instante? —preguntó Gennaro.
Arnold apretó otro botón; del mapa desaparecieron las líneas anteriores y, en los campos situados al noroeste de la laguna, apareció un solo punto brillante que tenía un número de código:
—Está precisamente ahí.
—¿Y el rex pequeño?
—Demonios, le mostraré cada animal que hay en el parque —dijo Arnold. El mapa empezó a encenderse como un árbol de Navidad: muchísimos puntos de luz, cada uno rotulado con un número de código—. Contados a partir de este minuto, tenemos doscientos treinta y ocho animales.
—¿Con cuánta precisión?
—Dentro del metro cincuenta. —Arnold inhaló el humo del cigarrillo—. Expresémoslo de este modo; si sale al parque conduciendo un vehículo, encontrará los animales precisamente en ese sitio, y exactamente como se los muestra el mapa.
—¿Con cuánta frecuencia se actualiza esto?
—Cada treinta segundos. Tenemos sensores de movimiento distribuidos por todo el parque —continuó Arnold—. La mayoría de ellos envían su información por un cable; otros son medidos a distancia por radio. Por supuesto, los sensores de movimiento, por regla general, no establecen distinción entre las especies, pero obtenemos reconocimiento visual directo a través de las cámaras de televisión. Aun cuando no estemos observando los monitores de televisión, el ordenador lo está haciendo. Y comprobando dónde está todo el mundo.
—¿El ordenador comete errores alguna vez?
—Nada más que con los bebés; a veces los mezcla, porque dan imágenes muy pequeñas. Pero no perdemos la calma por eso. Los bebés casi siempre se mantienen cerca de las manadas de adultos. También contamos con el contador de categorías.
—¿Qué es eso?
—Una vez cada quince minutos, el ordenador hace el recuento de los animales pertenecientes a todas las categorías. De esta manera:
Total de Animales | 238 | | |
Especies | Esperados | Hallados | Ver. |
Tyrannosaurus Maiasaurus Stegosaurus Triceratops Procompsognathida Othnielia Velocirraptor Apatosaurus Hadrosaurus Dilophosaurus Pterosaurus Hypsilophodontida Euoplocephalida Styracosaurus Microceratops | 2 21 4 8 49 16 8 17 11 7 6 33 16 18 22 | 2 21 4 8 49 16 8 17 11 7 6 33 16 18 22 | 4.1 3.3 3.9 3.1 3.9 3.1 3.0 3.1 3.1 4.3 4.3 2.9 4.0 3.9 4.1 |
Total | 238 | 238 | |
»Lo que ven aquí es un procedimiento de cómputo completamente aparte. No se basa en los datos del seguimiento. Es una visión nueva. Toda la idea es que el ordenador no puede cometer un error, porque observa los datos de dos maneras diferentes. Si faltara un animal, lo sabríamos en un lapso de cinco minutos.
—Entiendo —dijo Malcolm—. ¿Y alguna vez se hizo un ensayo real de eso?
—Bueno, en cierto sentido: algunos animales murieron. Un othnieliaquedó agarrado en las ramas de un árbol y se estranguló. Uno de los stegos murió de esa enfermedad intestinal que los sigue afectando. Uno de los hipsilofodontes se cayó y se rompió el cuello. Y, en cada caso, una vez el animal dejaba de moverse, los números dejaban de contar y el ordenador mandaba una señal de alerta.
—Al cabo de cinco minutos.
—Sí.
—¿Qué es la columna de la derecha? —preguntó Grant.
—La versión de lanzamiento de los animales. La mayoría de ellos son de la versión 4.1 o de la 4.3. Estamos pensando en pasar a la versión 4.4.
—¿Números de versión? ¿Quieren decir que es como en los programas de ordenador? ¿Nuevos lanzamientos?
—Bueno, sí. Es como programas de ordenador, en cierto sentido. A medida que descubrimos los defectos en el ADN, los laboratorios del doctor Wu tienen que hacer una nueva versión.
A Grant le angustiaba la idea de que a seres vivos se les numerara como programas de ordenador, que se les sometiera a actualizaciones y a correcciones. No podía decir con exactitud por qué —era un pensamiento demasiado reciente—, pero instintivamente se sintió inquieto por ello. Eran, después de todo, seres vivos…
Arnold debió de advertir su expresión, porque dijo:
—Mire, doctor Grant, no tiene sentido ponerse melancólico por estos animales. Es importante para todo el mundo recordar que fueron creados. Creados por el hombre. A veces hay defectos. Entonces, cuando descubrimos los defectos, los laboratorios del doctor Wu tienen que hacer una versión nueva. Y necesitamos hacer el seguimiento de esa versión que tenemos ahí afuera.
—Sí, sí, claro que lo hacen —intervino Malcolm, impaciente—. Pero, volviendo a la cuestión de recuento, entiendo que todos los cómputos se basan en sensores de movimientos.
—Sí.
—¿Y esos sensores están distribuidos por todo el parque?
—Cubren el noventa y dos por ciento de la superficie del parque. Hay sólo unos pocos lugares en los que no los podemos usar por ejemplo, en el río de la jungla, porque el movimiento del agua y la convección que sube de la superficie confunden a los sensores pero los tenemos por todos los demás sitios, prácticamente y, si el ordenador sigue a un animal que penetra en una zona carente de sensor, lo recuerda y busca para ver si el animal salió de nuevo. Si el animal no sale, nos da una señal de alarma.
—¿Así que pueden seguir muy bien a estos animales?
—Sí, muy bien.
—Ahora bien —dijo Malcolm—. Usted muestra cuarenta y nueve procompsognátidos. Supongamos que sospecho que algunos de ellos realmente no son de la especie correcta, ¿cómo me demostrarían que estoy equivocado?
—De dos maneras: ante todo, puedo hacer el seguimiento de desplazamientos individuales, comparándolo con el de otros presuntos compis. Los compis son animales sociales, se desplazan en grupo. Tenemos dos grupos de compis en el parque, de modo que los individuos deben de estar dentro del grupo A o del grupo B.
—Sí, pero…
—La otra manera es la comprobación visual directa —prosiguió Arnold. Apretó botones y uno de los monitores empezó a pasar con rapidez fotografías de compis, numeradas de 1 a 49.
—Estas fotografías son…
—Imágenes actuales de ID. Provenientes de lo ocurrido dentro de los cinco últimos minutos.
—¿Así que pueden ver todos los animales, si así lo desean?
—Sí. Cada vez que lo quiera, puedo revistar todos los animales en forma visual.
—¿Y qué pasa con la contención física? —preguntó Gennaro—. ¿Pueden salir de sus cotos cerrados?
—Absolutamente no. Estos son animales caros, señor Gennaro. Los cuidamos muy bien. Mantenemos múltiples barreras: primera, los fosos. —Apretó un botón, y el tablero se encendió con una red de barras anaranjadas—. Estos fosos nunca tienen menos de cuatro metros de profundidad, y están llenos de agua. Para animales más grandes, los fosos pueden tener nueve metros de Profundidad. A continuación, las cercas electrificadas. —Líneas de color rojo intenso brillaron en el tablero—. Tenemos ochenta kilómetros de cercas de cuatro metros de altura, comprendidos treinta y cinco kilómetros que rodean el perímetro de la isla. Todas las cercas del parque llevan una carga de diez mil voltios. Los animales pronto aprenden a no acercárseles.
—¿Pero si uno sí saliera? —preguntó Gennaro.
Arnold resopló y aplastó su cigarrillo.
—Nada más que en sentido hipotético —insistió Gennaro—. Supongamos que ocurriera.
Muldoon se aclaró la garganta:
—Saldríamos y lo traeríamos de vuelta. Tenemos muchas maneras de hacerlo: fusiles apaciguadores láser, redes electrificadas, tranquilizadores. Todo no mortal porque, como dice el señor Arnold, estos son animales caros.
Gennaro asintió con la cabeza, y dijo:
—¿Y si uno saliera de la isla?
—Imposible —negó Arnold.
—Tan sólo pregunto…
—Moriría en menos de veinticuatro horas. Estos son animales elaborados en forma genética. Son incapaces de sobrevivir en el mundo real.
—¿Y qué hay en cuanto al sistema de control en sí, podría alguien operarlo en forma indebida? —preguntó Gennaro.
Arnold negaba con la cabeza:
—Mire atentamente esta sala. La construimos según las pautas para contrarrestar actos terroristas: todas las entradas tienen puertas dobles, como esclusas de aire, para evitar el acceso no autorizado. El cielo raso tiene claraboya, pero podemos correr sobre ella una persiana de acero para evitar la entrada. Podemos aplicarle diez mil voltios al perímetro de esta sala. Las ventanas son de vidrio a prueba de balas, de dos centímetros y medio de espesor. Nadie puede meterse aquí si nosotros no queremos.
—¿Pero qué hay en cuanto al sistema de procesamiento de datos?
—El sistema está reforzado: el ordenador es independiente en todo sentido; alimentación eléctrica independiente, así como alimentación auxiliar independiente. El sistema no se comunica con el exterior, de manera que no puede influir sobre él a distancia con un módem. El sistema de procesamiento de datos es seguro.
Se hizo un silencio. Arnold chupó su cigarrillo, y dijo:
—Un sistema muy bueno. Fantásticamente bueno.
—Entonces, supongo —dijo Malcolm— que su sistema funciona tan bien, que no tiene problema alguno.
—Tenemos infinitos problemas aquí —contestó Arnold, alzando una ceja—, pero ninguna de las cosas que les preocupan a ustedes. Me doy cuenta de que les inquieta que los animales escapen, lleguen a tierra firme y siembren el caos. Eso, a nosotros, no nos preocupa en absoluto. A estos animales los vemos como seres frágiles y delicados. Se los trajo de vuelta después de sesenta y cinco millones de años, a un mundo que es muy diferente de aquel que dejaron, aquel al que estaban adaptados. Nos tomamos muchas molestias para cuidarlos.
»Ustedes tienen que darse cuenta —continuó— de que el ser humano estuvo conservando mamíferos y reptiles, en zoológicos, durante centenares de años. Así que sabemos mucho de cómo cuidar un elefante o un cocodrilo. Pero nunca nadie intentó antes cuidar un dinosaurio. Son animales nuevos. Y, sencillamente, no sabemos. Las enfermedades que los afectan son nuestra principal preocupación.
—¿Enfermedades? —preguntó Gennaro, súbitamente alarmado—. ¿Existe alguna posibilidad de que un visitante pueda contagiarse?
Arnold volvió a resoplar:
—¿Alguna vez le contagió un resfriado el cocodrilo de un zoológico, señor Gennaro? Los zoológicos no se preocupan por eso. Nosotros tampoco. De lo que sí nos preocupamos es de que los animales mueran debido a sus propias enfermedades, o de que infecten a otros animales. Pero tenemos programas para vigilar eso, también. ¿Quiere ver la historia clínica del rex grande? ¿Su registro de vacunas? ¿Su registro odontológico? Ahí tiene algo interesante: debería ver a los veterinarios refregando esos grandes dientes, de modo que no se les produzcan caries.
—En este momento, no —dijo Gennaro—. ¿Qué hay de sus sistemas mecánicos?
—¿Se refiere usted a los paseos en trenecito?
Grant lanzó una mirada penetrante:
¿paseos en trenecito?
—Ninguno de los paseos en trenecito se ha inaugurado todavía —estaba diciendo Arnold—. Tenemos el Paseo por el Río de la Jungla, en el que los botes viajan sobre rieles sumergidos, y tenemos el Paseo por el Pabellón de las Aves, pero ninguno es operativo aún. El parque se va a inaugurar con la excursión básica por donde están los dinosaurios, la que están a punto de hacer dentro de unos pocos minutos. Los otros paseos vendrán sucesivamente seis, doce meses después.
—Espere un momento —intervino Grant—. ¿Van a poner paseos en trenecitos? ¿Cómo en un parque de diversiones?
—Este es un parque zoológico. Tenemos excursiones para visitar diferentes sectores, y los llamamos paseos. Eso es todo.
Grant frunció el entrecejo. Una vez más se sintió angustiado: no le agradaba la idea de que a los dinosaurios se les utilizara en un parque de diversiones.
Malcolm prosiguió con sus preguntas:
—¿Usted puede manejar todo el parque desde esta sala de control?
—Sí. Lo podría manejar con una sola mano, si tuviera que hacerlo. Tanta es la automatización que hemos incorporado. El ordenador, por sí mismo, puede hacer el seguimiento de los animales, alimentarlos y llenarles los abrevaderos durante cuarenta y ocho horas sin supervisión.
—¿Este es el sistema que diseñó el señor Nedry? —preguntó Malcolm.
Dennis Nedry estaba sentado ante un terminal, en el otro extremo de la sala, comiendo un caramelo y escribiendo en el teclado.
—Sí, así es —dijo, sin levantar la vista del teclado.
—Es un sistema buenísimo —manifestó Arnold, con orgullo.
—Así es —confirmó Nedry distraídamente—. Nada más que un defecto, o dos, de menor importancia.
—Ahora —añadió Arnold— veo que la excursión de visita está empezando, de modo que, a menos que tengan otras preguntas…
—En realidad, nada más que una —dijo Malcolm—. Nada más que una pregunta de investigación científica: usted nos mostró que puede hacer el seguimiento de los procompsognáticos y que puede mostrar, visualmente, a cada uno de ellos. ¿Puede hacer alguna clase de estudios sobre ellos, pero como grupo, medirlos, o lo que fuere? Si yo quisiera conocer su altura o su peso, o…