Authors: Orson Scott Card
—No sabría decirte —dijo el prescindible—. En general, cada uno de nosotros se limita a vigilar su propio cercado.
—Pues pregúntaselo a los demás —dijo Rigg—. Averígualo. Si queréis que derribemos los Muros, debemos conocer las posibles consecuencias.
—Creo que eso es algo que tendréis que descubrir por vosotros mismos —dijo el prescindible.
—Pues vaya obediencia —dijo Param.
El prescindible se volvió hacia ella.
—Los Muros nunca se han desactivado. Y nadie los había cruzado hasta hoy. No sabemos cómo reaccionarán los humanos de los distintos cercados. No puedo deciros lo que no sé. Como ya he dicho, obedeceré cualquier orden que tenga la capacidad de obedecer.
—Así que la responsabilidad del mundo entero recae en nuestras manos —dijo Rigg.
—En las tuyas —dijo Umbo—. Tú eres el que tiene las piedras.
—Vamos… —dijo Rigg—. Estamos en esto juntos. Por favor.
Umbo se echó a reír.
—Anímate, Rigg. ¿Qué otra cosa tenemos para pasar el tiempo, salvo desactivar todos los Muros del mundo?
—Y descubrir lo que no nos están contando —dijo Param—. Contad con ello, nos están mintiendo. Mirad, ni siquiera se molesta en negarlo.
El prescindible la miró con calma.
—Ni tampoco lo reconozco.
—Lo que es otra forma de mentir —dijo Param.
—No se puede mentir —repuso el prescindible— si no se conoce la verdad. Sólo se puede estar equivocado o guardar silencio. Yo prefiero el silencio al error y como no sé si estoy en un error, el silencio es la mejor alternativa, salvo que se me obligue a hablar.
—No sólo es un mentiroso —dijo Param—, también es un filósofo.
—Dinos la verdad cuando te preguntemos algo —dijo Rigg—, o lo que creas que es la verdad basándote en la información de que dispongas en ese momento. Y responde las preguntas de todos, no sólo a las mías.
—De acuerdo —respondió el prescindible.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Rigg.
—No tengo nombre —respondió el prescindible.
—Pues necesito un nombre para ti. Y otro para el que llamaba «Padre».
—El prescindible activo recibe el nombre del cercado en el que sirve —dijo el prescindible.
—¿Y cómo se llama ése? El cercado en el que nacimos. El que acabamos de abandonar.
—Nosotros lo llamamos «cercado de Ram» —dijo el prescindible—. Así que a su prescindible activo lo llamamos «Ram».
—¿Y éste? —preguntó Umbo—. ¿Cuál es tu nombre?
—Vadesh —dijo el prescindible—. Éste es el «cercado de Vadesh», y yo soy Vadesh.
—¿Os habéis dado cuenta de que ha respondido a la pregunta de alguien que no era yo? —dijo Rigg—. Estamos haciendo progresos.
—¿Hay agua dulce? —preguntó Hogaza—. ¿Agua potable? ¿Agua limpia? ¿Agua que podamos beber?… ¿Hace falta que sea más específico?
—Os llevaré al agua —dijo Vadesh—. Pero no puedo haceros beber.
Rigg miró a los demás, perplejo, y luego se volvió hacia Vadesh.
—¿Por qué dices eso? ¿Para qué ibas a hacernos beber?
—Es un viejo dicho —dijo Vadesh—. De la Tierra, el mundo en el que nació la raza humana. En una de las lenguas de allí. Tiene doce mil años de antigüedad. «Puedes llevar un caballo hasta el agua, pero no puedes hacerlo beber.»
—Gracias por la clase de Historia —dijo Olivenko.
—Y la clase de comportamiento equino —dijo Param.
Rigg se rió de su irónico sentido del humor mientras Vadesh los llevaba lejos del Muro, hacia una hilera de árboles no demasiado lejanos. Pero se fijó en que Vadesh no respondía a sus comentarios jocosos y se le ocurrió una idea.
—Vadesh —dijo—, tus referencias al mundo del que vinieron los humanos y el uso de un dicho de hace doce mil años… ¿Hay alguna razón por la que tengamos que saber que existe la Tierra?
—Sí —respondió Vadesh.
—¿Y cuál es? —preguntó Rigg.
Vadesh no dijo nada.
—¿Tu silencio significa que no lo sabes? —preguntó Rigg—. ¿O que no quieres contárnoslo?
—No puedo predecir la respuesta a tu pregunta con nada parecido a la precisión o la certeza. Pero tenéis que aprender muchas cosas sobre la Tierra y debéis aprenderlas pronto.
—¿Por qué? —preguntó Rigg.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué tenemos que aprender muchas cosas sobre la Tierra y por qué tenemos que aprenderlas pronto?
—Porque se acercan —dijo Vadesh.
—¿Quiénes se acercan? —preguntó Param.
—Las gentes de la Tierra.
—¿Cuándo llegarán? —inquirió Hogaza.
—No lo sé —dijo Vadesh.
—¿Qué harán al llegar aquí? —preguntó Umbo.
—No lo sé —dijo Vadesh.
—Bueno, ¿y qué pueden hacer? —preguntó Rigg.
Vadesh hizo una pausa.
—Existen miles de millones de respuestas correctas para esa pregunta —dijo Vadesh—. Para ahorrar tiempo, las ordenaré por prioridad.
—Bien —dijo Rigg—. ¿Qué es lo más importante que pueden hacer?
—Podrían destruir este mundo y a todas las criaturas vivientes que contiene.
—¿Por qué iban a hacer tal cosa? —preguntó Olivenko—. ¿Qué les hemos hecho nosotros?
—La pregunta era qué pueden hacer, no qué van a hacer. Y antes de que me lo preguntéis, no sé lo que van a hacer. Existen miles de millones de respuestas para la primera pregunta, pero ninguna para la segunda. Eso es el futuro, un lugar al que ni siquiera vosotros podéis llegar, salvo muy despacio, segundo a segundo, como todos los demás.
—Ahí está el agua —dijo Rigg—. Y parece fresca. Llenemos los pellejos y bebamos.
Neil F. Comins no sabía que estuviera ayudándome con esta novela cuando escribió
¿Y si la Tierra tuviera dos lunas? Y otras noventa provocadoras especulaciones sobre el Sistema Solar
, pero se lo agradezco igualmente. Su libro es la razón de que el planeta Jardín tenga un anillo en lugar de una luna y de que las diecinueve naves se estrellen contra él como lo hacen. Sin embargo, no es responsable de las cosas que he inventado yo y que no son posibles dentro de los límites de la ciencia conocida.
Los juegos con el viaje en el tiempo a los que he jugado en este libro son un desafío deliberado a las reglas consensuadas de este tema en la ciencia-ficción. Decidí que, en lugar de evitar la paradoja, lo que iba a hacer era abrazarla, adoptar un sistema en el que es la causalidad la que controla la realidad, en lugar del momento preciso en el que suceden las cosas. A fin de cuentas, si podemos postular la posibilidad de plegar el espacio para saltar de manera instantánea de un punto a otro, ¿por qué no hacer lo mismo con el tiempo? Y si podemos deshacer el camino recorrido en el espacio, ¿por qué no en el tiempo?
Una de las dificultades para explicar los sucesos de esta novela es que ninguno de los personajes que sirven como punto de referencia en un momento determinado cuenta con la visión completa de lo que está sucediendo, lo que significa que tuve que contar con que el lector hiciera por sí mismo las necesarias conexiones. Para aquellos que aún sigan un poco confusos, he aquí una explicación de lo que sucedió «realmente»: cuando la nave de Ram entró en el pliegue en el espacio, los diecinueve ordenadores de a bordo generaron diecinueve cálculos distintos, lo que a su vez generó diecinueve series de campos. Estos campos interactuaron con la mente del propio Ram y la extraña capacidad de este de alterar el tiempo provocó que cada uno de las diecinueve series de campos fuese funcional por separado. Es decir, que el salto se llevó a cabo diecinueve veces y se generaron diecinueve copias de la nave en sentido temporal normal y otras tantas en sentido inverso.
Las diecinueve naves que retrocedían en el tiempo estaban vinculadas a la nave original, única, que había realizado el viaje hasta el punto del pliegue. Como se movían en sentido contrario al flujo temporal normal, no podían afectar al universo normal de ningún modo (ni verse afectadas por él). En esencia, utilizaban todas el mismo espacio sin afectarse unas a otras.
Los Rams que retrocedían en el tiempo iniciaron su existencia en el momento exacto del salto. Por su parte, los diecinueve Rams que avanzaban hacia el futuro, además de aparecer en diecinueve puntos distintos del espacio próximo al planeta Jardín (lo que impidió que explotaran al ocupar el mismo espacio al mismo tiempo), lo hicieron 11.191 años antes de que se realizara el salto.
Para los observadores de la Tierra, la señal de luz y calor de la nave de Ram simplemente desapareció. Esto indicaba, no que la nave hubiera conseguido llegar a su destino, pero sí que había realizado el salto. Debido a la velocidad de la luz, estos observadores tendrían que esperar treinta y un años para ver cómo aparecía de repente la misma señal en las proximidades de Jardín (de haber sido visible desde tan lejos), de modo que no pudieron hacer otra cosa que comprobar sus cálculos y sus teorías e hipótesis para decidir si la nave había tenido éxito en su misión.
En el próximo libro descubriremos que llevaron a cabo nuevos cálculos que mejoraban su teoría. Así aprendieron a fabricar naves capaces de realizar el salto sin una duplicación por cada serie de cálculos. Las matemáticas de su teoría exigían que se creara una nave que se desplazaría en sentido temporal contrario en cada salto, pero como esta nave no podía afectar a su universo, decidieron que podían ignorarla.
Sin embargo, no sabían nada sobre los poderes de Ram, así que no podían saber que las naves que habían realizado el primer salto habían aparecido, no en el «presente», sino 11.191 años antes (los treinta y un años luz desde la Tierra multiplicados por 192). Así que ignoraban que los humanos habían vivido en Jardín, no sólo los pocos años transcurridos desde el salto de la nave de Ram, sino once mil años. De hecho, creían que la colonia no estaría aún fundada, puesto que los prescindibles y los ordenadores de la nave estarían aún preparando Jardín para el establecimiento de la vida terrícola.
Quisiera dar las gracias a mis primeros lectores, que también tuvieron sus propios problemas con el viaje en el tiempo. La mayoría de mis libros los escribo muy deprisa, a todo correr, así que no suele pasar más de un día o dos entre capítulo y capítulo. Pero esta vez, como la historia era muy singular y tenía que seguir inventando personajes y situaciones sobre la marcha, el proceso de creación se prolongó a lo largo de seis meses, con semanas enteras entre capítulos. Mi esposa Kristine es siempre la primera que lee todo lo que escribo. En esta tarea contó con la colaboración de Erin y Phillip Absher y de Kathryn H. Kidd.
Mi editora, Anica Rissi, leyó detenidamente el manuscrito mientras aún estaba en proceso de construcción. Gracias a ella, muchas contradicciones y errores de continuidad que mis primeros lectores y yo habíamos pasado por alto fueron detectados y eliminados casi al instante. Tengo que agradecerle sus comentarios y sugerencias, que fueron muy valiosos y aportaron sustanciales mejoras a una historia tan complicada como ésta. Y también quisiera agradecer el excelente trabajo de la editorial en la revisión del manuscrito, una tarea siempre complicada con un escritor tan excéntrico y terco (además de propenso a la distracción) como yo.
El libro está dedicado a mi agente, Barbara Bova, que falleció antes de que terminara de escribirlo. Nunca podrá leerlo, pero no existiría sin su ímpetu. También quiero dar las gracias a su marido, Ben Bova (el editor que adquirió mi primera historia de ciencia-ficción, allá por 1976) y a su hijo, Ken Bova; entre los dos han logrado mantener el perfecto funcionamiento de su agencia (y de su red de agentes en otras lenguas).
También querría dar las gracias a Kathleen Bellamy y Ed Shubert, editora gerente y editor, respectivamente, de mi revista online
Orson Scott Card’s InterGalactic Medicine Show
(www.oscIGMS.com), por aceptar como cuento separado el primer material de Ram. Como la revista es mía y los dos trabajan para mí, se lo envié bajo un pseudónimo, a fin de que lo evaluaran sin prejuicios. El hecho de que lo aceptaran y decidieran colocarlo en la portada antes de saber que yo era el autor me dio la tranquilidad de saber que funcionaba como cuento por sí mismo.
Y también quisiera reconocer mi deuda con las personas que se ocupan de mantener mi vida en funcionamiento cuando yo estoy enfrascado en la creación de un libro: mi ayudante Kathleen Bellamy, nuestro informático y administrador Web Scott Allen y, por supuesto, tanto mi esposa Kristine como nuestra hija Zina, que toleraron al loco escritor que merodeaba entre la buhardilla y el resto de su casa, hablando de cosas que en ocasiones tenían sentido, pero en la mayoría de ellas, debido a la naturaleza enrevesada de este libro, no demasiado.