Patriotas (54 page)

Read Patriotas Online

Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
12.87Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Quiere decir que unos cuantos amigotes se juntaron y decidieron que iban a formar el nuevo gobierno federal?

—Como ya le he dicho, el presidente Hutchings fue elegido legalmente por unanimidad.

—Sí, fue elegido legalmente, como usted dice —gritó el hombre de pelo gris mientras señalaba a Clarke con el dedo—, según las normas de ese consejo que usted mismo ha admitido que se autoproclamó. El que sea legal no quiere decir que sea legítimo.

Clarke miró nerviosamente a un lado y a otro.

El hombre de pelo cano hizo una pequeña pausa para darle más énfasis a sus palabras y volvió después a preguntar.

—¿A qué se dedicaba ese tal Hutchings antes del colapso? ¿Formaba parte del gobierno federal, era el gobernador o el ayudante del gobernador de Kentucky, o algo similar?

—El presidente Hutchings era el presidente de la junta de supervisores de condado de Hardin.

—¿No me estará tomando el pelo? Antes de que se produjese el colapso, yo era el rector de la Universidad de Idaho, que está a tan solo quince kilómetros de aquí, de Moscow. Así que quién me dice a mí que no puedo reunirme con algunos amigos y hacer que me nombren presidente de Estados Unidos.

Tras un momento de silencio, llegó la indignada respuesta de Clarke.

—Dos cuestiones. La primera: usted no cuenta con más de mil quinientos soldados de las fuerzas de las Naciones Unidas y de Estados Unidos perfectamente entrenados y equipados. Y segunda: usted no tiene bajo su control los sesenta mil millones de dólares en oro que se encuentran en la Reserva Federal.

—¿Cuándo se celebrarán las elecciones? —preguntó el antiguo rector de la universidad mientras se rascaba la barbilla.

—No hay previsto que se celebre ninguna —respondió Clarke como si tal cosa— hasta que el país entero haya sido pacificado y la economía reactivada. Es posible que tengan que pasar varios años. Si no hay más preguntas...

De nuevo, interrumpieron a Clarke, esta vez fue un hombre que llevaba un mono de trabajo y una gorra de béisbol con el lema «CAT Diesel Power», y que portaba enfundado un revólver de acción simple.

—Ha comentado usted algo acerca de una nueva moneda —dijo a voz en grito tras levantar la mano—. ¿Qué quería decir con eso?

—Me alegro de que me haga usted esa pregunta —contestó Clarke recuperando la sonrisa—. La vieja moneda federal ha sido declarada obsoleta, nula, sin ningún valor, al menos en lo que se refiere a los billetes. Las viejas monedas, sin embargo, todavía se consideran de curso legal. La distribución de la nueva moneda ya se ha iniciado en los estados de Dakota del Norte, Dakota del Sur, Montana y Wyoming. De hecho, tengo una muestra aquí conmigo. —Clarke mostró en alto un pequeño billete de color verde.

—¿Puedo echarle un vistazo, señor? —preguntó el hombre vestido con un mono de trabajo.

—Por supuesto —contestó Clarke, y el billete fue pasando de mano en mano a través de la multitud hasta llegar al hombre que había formulado la pregunta.

—¿Cuenta la nueva moneda con el respaldo del oro que hay guardado en Fort Knox? —preguntó tras examinar las dos caras del billete de cinco dólares.

—Sí, por supuesto, señor —contestó Clarke inmediatamente—. Está plenamente respaldado. Se lo garantizamos.

—Si está respaldado por su valor en oro, ¿por qué no viene impreso el «certificado de oro» en el billete? ¿Por qué no dice que se pagará al portador del mismo con oro?

Clarke miró con gesto nervioso a su piloto.

—Bueno, debido a los problemas de transporte acaecidos en la presente crisis, la nueva moneda no podrá ser canjeada por oro, pero aun así, se considerará de curso legal.

El hombre vestido con el mono de trabajo movió enérgicamente la cabeza hacia los lados.

—Todo eso no es más que un montón de patrañas. En la Biblia a eso lo llaman «pesas y medidas desiguales». Es una barbaridad. O la moneda tiene su valor respaldado en oro, o no lo tiene. Si no se puede canjear por oro o por plata, esto tiene el mismo valor que un billete del Monopoly.

Un murmullo recorrió la multitud.

—Usted se acordará perfectamente —imploró Clarke, moviendo el brazo hacia los lados—. La moneda de la antigua Reserva Federal no era canjeable tampoco por oro o plata, y eso no fue impedimento para que la gente confiase en ella.

—Pues debió haberlo sido —contestó el hombre del mono de trabajo mientras negaba con la cabeza—. Aquello también fue una barbaridad. Si hubiésemos tenido dinero de verdad, esta depresión no habría existido. Lo que provocó que todo este lío se desencadenara fue que el Tío Sam se puso a acuñar moneda día y noche sin parar.

Varios gritos de aprobación surgieron de entre la multitud.

Tras un momento de silencio, el hombre del mono de trabajo estrujó el billete y lo lanzó contra el suelo.

—Usted está simplificando una cadena de sucesos muy compleja —farfulló Clarke—. Tal y como ha señalado el presidente en su declaración, se establecerá un riguroso sistema de control de la economía con el fin de prevenir una nueva catástrofe económica. El principal objetivo de todas estas medidas es el bien común.

Una voluminosa mujer de mediana edad formuló la siguiente pregunta.

—¿Qué es eso que ha escrito el tal señor Hutchings acerca de un documento nacional de identidad?

—Se trata de una de las nuevas medidas de seguridad federales —contestó Clarke con toda naturalidad—. Como probablemente sepan, tras el colapso económico, cientos de miles de mexicanos cruzaron ilegalmente la frontera. Las autoridades han de poder distinguir entre los residentes legales y los extranjeros ilegales. De acuerdo con la última proclamación federal, todos los ciudadanos mayores de diez años deberán llevar consigo en todo momento el nuevo documento nacional de identidad. La última versión de este lleva incorporada en el dorso una banda magnética que facilitará la compraventa. Su funcionamiento es similar al de una tarjeta de crédito bancaria. A largo plazo, toda transacción comercial requerirá de la presentación de dicha tarjeta. Por ahora, será preciso llevarla encima al cruzar los controles de seguridad regionales o subregionales.

Los murmullos aumentaron.

—¿Y qué va a suceder con nuestras armas? —preguntó Roger Dunlap con voz firme después de levantar la mano—, ¿qué dice el nuevo gobierno acerca de ese tema?

Clarke volvió a sonreír de manera empalagosa.

—La Constitución garantiza el derecho de los ciudadanos a portar armas y a conservarlas. El presidente Hutchings es un firme partidario de la Segunda Enmienda. Públicamente ha declarado estar a favor de que todos los residentes puedan continuar disfrutando del privilegio de poseer armas de fuego para fines deportivos, incluso durante el periodo en que esté en vigor la ley marcial. Sin embargo, debido a las exigencias generadas por la actual situación de anarquía, el presidente ha considerado conveniente instituir un sistema de registro nacional de armas de fuego. El objetivo, evidentemente, es poner freno a la oleada de desorden y anarquía. La única forma de detener a las despiadadas bandas de forajidos que recorren los campos es desarmarlas. Como ustedes sabrán, gran cantidad de armas pertenecientes al gobierno desaparecieron durante los primeros compases de la crisis. Decenas y decenas de polvorines de la Guardia Nacional fueron saqueados. Todas esas armas deben ser recuperadas. Además, a través de una orden ejecutiva, y conforme al acuerdo de Armonización del Control de Armas de las Naciones Unidas, ciertos tipos de armas han sido declarados como una amenaza para la seguridad pública. El presidente firmó el año pasado dicho acuerdo.

—¿Y de qué tipos se trata exactamente? —preguntó Dunlap.

—Estaré encantado de resolver después individualmente estas cuestiones de carácter más específico.

—No, señor Clarke —dijo Dunlap con firmeza—. Quiero saber qué categorías de armas han sido consideradas ilegales, y quiero que me dé una respuesta aquí y ahora. Esta es una cuestión que nos concierne a todos y nos merecemos una respuesta que sea sincera e inmediata.

Clarke volvió a abrir su cuaderno y fue buscando entre las hojas mal fotocopiadas. Tras aclararse la garganta, comenzó a leer.

—El acuerdo de las Naciones Unidas prohíbe los siguientes tipos de armas: «Todas las armas automáticas, sin importar que hayan sido registradas anteriormente, según la Ley Nacional de Armas de Fuego de 1934, cualquier rifle de calibre superior a 30 mm, cualquier escopeta o arma parecida cuyo calibre sea superior a doce, todos los fusiles y escopetas semiautomáticos, todos los fusiles y escopetas que admitan cargadores extraíbles, cualquier cargador extraíble sin importar su capacidad, cualquier arma con un cargador fijo que tenga una capacidad de más de cuatro cartuchos, todas las granadas y lanzagranadas, todos los explosivos, cordones detonantes y detonadores, todos los precursores químicos, todas las armas de fuego que utilicen cartuchos de calibre de 7,62 mm OTAN, 5,56 mm OTAN,.45 ACP, y 9 mm parabellum, todos los silenciadores, todos los sistemas de visión nocturna, incluyendo infrarrojos, o los que funcionan por amplificación de luz o por temperatura, todas las miras telescópicas, todos los punteros láser, todas las pistolas y revólveres, sin importar el tipo o el calibre»... Y también...

Clarke pasó la página y continuó con la lista.

—El acuerdo proscribe igualmente la tenencia en manos privadas de vehículos acorazados, bayonetas, mascarillas de gas, cascos, chalecos antibalas, programas informáticos de codificación o aparatos que sirvan para el mismo fin, y todos los aparatos transmisores de radio, exceptuando los transmisores para bebés, los teléfonos inalámbricos y los móviles.

«Asimismo, se incluye la munición blindada, trazadora, incendiaria o perforadora, toda la munición con calibre de carácter militar, agentes químicos de todo tipo, incluido el gas lacrimógeno y los aerosoles de gas pimienta, y todos los aparatos pirotécnicos de tipo militar, así como las lanzadoras de bengalas.

»Por supuesto, se harán excepciones con el material registrado que utilizarán las agencias del orden debidamente entrenadas y que permanecerán bajo el control federal o de Naciones Unidas.

«Cualquier arma de fuego que no responda a los nuevos criterios —dijo de forma tajante levantando la vista del cuaderno—, o cualquier otro producto de contrabando de los incluidos en la lista deberá ser entregado durante el periodo de amnistía, que tendrá diez días de duración, y que comenzará en el momento de la llegada del administrador o del subadministrador de las Naciones Unidas, o bien de sus delegados. Otra posibilidad es que las tropas federales o de las Naciones Unidas lleguen primero a pacificar alguno de los estados. A partir del momento en que las primeras fuerzas crucen el límite de dicho estado, se iniciará un periodo de amnistía de treinta días de duración. El resto de armas de fuego producidas después de 1898, rifles de aire comprimido, equipo para el tiro con arco y armas afiladas de más de quince centímetros de longitud deberán ser registradas durante el mismo periodo. Cualquier persona a la que, una vez finalizado el periodo de amnistía, se le requise un arma no registrada, o cualquier accesorio o munición que haya sido declarado como contrabando, será ejecutada de forma inmediata. —Clarke dejó de leer y a continuación, añadió—: Sé que esta medida puede parecer un tanto drástica, pero no deben olvidar que la nueva ley ha sido aprobada para afianzar la seguridad pública.

—¡Y una mierda la seguridad pública! —gritó Dan Fong, que estaba en medio de la multitud—. Eso que ahora llamáis «contrabando» me ha salvado la vida varias veces durante los últimos tres años. Además, ¿de verdad creéis que los saqueadores van a acatar vuestro plan de registro de armas? Solo será acatado por los ciudadanos responsables y pacíficos; y esas justamente son las personas que no necesitan ningún tipo de control, porque son perfectamente capaces de defenderse ellos mismos. No es usted más que un maldito tirano fascista, eso es lo que es usted. —Después de decir eso, levantó su rifle por encima de la cabeza y gritó—: Para arrebatarme mi arma tendréis que pasar por encima de mi cadáver. —La multitud en su conjunto estalló en una oleada de vítores y aplausos.

Todd Gray consiguió abrirse paso en medio del tumulto y de un salto subió a la misma altura a la que estaba Clarke. Cuando los vítores comenzaron a extinguirse, Todd Gray tomó la palabra.

—Señoras y señores, me llamo Todd Gray. Muchos de ustedes me conocen. Yo fundé la Milicia del Noroeste. La inmensa mayoría de los presentes habrán oído hablar de nosotros y de la organización los Templarios de Troya. Somos dos grupos de carácter local compuestos por ciudadanos soberanos de Idaho que han trabajado juntos para restaurar un gobierno local basado en la Constitución.

»Por lo que nos ha contado usted hoy aquí —dijo Todd tras girarse un poco para poder ver la cara de Clarke— tengo la impresión de que su gobierno provisional no tiene nada que ofrecernos que no podamos obtener nosotros por nuestros propios medios. No cabe duda de que recuperar la industria, los servicios públicos y el transporte son fines muy loables; sin embargo, si para conseguir esto hemos de perder nuestra libertad personal, nuestra respuesta solo puede ser un «no» rotundo y categórico. De hecho, no comparto en absoluto la concepción que tiene de lo que es la «necesidad», la «seguridad pública» y el «bien común», y creo que hablo en el nombre de la mayoría de los ciudadanos de Washington y de Idaho aquí reunidos.

Varios gritos de «¡Eso es!» y «¡Díselo claro, Todd!» se escucharon brotar de la multitud.

—Y ahora ya, sin más preámbulos —dijo Todd mirando fijamente a Clarke—, les invito a que se monten en su aeroplano y se vayan en busca de alguien lo suficientemente ingenuo como para tragarse todo ese cuento chino globalizado.

Clarke se puso a balbucear algo, tenía la cara completamente roja de ira.

—Y no se moleste en enviarnos eso que usted llama un gobernador regional —prosiguió Gray antes de que Clarke pudiera decir nada—. Quienquiera que aparezca, o bien será enviado de vuelta dentro de una caja, o acabará colgando de una cuerda de lo alto de un árbol. —De nuevo volvieron a escucharse más vítores y aplausos.

—¡Se lo advierto! —estalló Clarke, mirando fijamente a Gray—. Nosotros representamos al gobierno legítimo de Estados Unidos y de las Naciones Unidas. Usted no puede desafiarnos. Si lo hace, estará cometiendo un acto de traición y de sedición, y tendrá que atenerse a las consecuencias.

Other books

Bluegrass State of Mind by Kathleen Brooks
The Burglar in the Library by Lawrence Block
Insomnia by Johansson, J. R.
Selfish is the Heart by Hart, Megan
Double Image by David Morrell
Daryk Warrior by Denise A. Agnew