Dan y Kevin viajaron a caballo hasta Potlach aquella misma semana. Volvieron tres días después. Todd convocó una reunión para hablarles de su viaje.
Dan estaba visiblemente eufórico cuando narró su informe.
—Mi misión fue un éxito total. El conocido como Comité de Vigilancia de Potlach ha acordado contratarme por un sueldo mensual de veinte dólares en moneda de plata. También me darán en propiedad una casa en la calle principal, siempre y cuando acceda a quedarme cinco años. También conseguí que los «titulares de plena propiedad» accedieran a proporcionarme toda la leña que necesite como parte de mi compensación. Me han dado el título de «sheriff». Puedo elegir a quien yo desee como ayudante. Voy a tener a un ayudante a tiempo completo a sueldo, así como todos los voluntarios sin paga que crea conveniente. Estoy ante una oportunidad excelente.
—¿No será peligroso? —preguntó Rose.
—Sí, claro que será un poco peligroso. Pero también lo era vivir en Chicago antes del colapso. Y por aquel entonces uno no podía llevar una pistola como defensa sin temor a ser arrestado. Ahora las cosas han cambiado. Yo seré la ley en Potlach.
Justo entonces, Mike Nelson silbó el tema principal de
El bueno, el feo y el malo.
Prácticamente todos le respondieron a coro imitando el sonido de la armónica.
—Tíos —protestó Dan—, no hay manera de conseguir un poco de respeto. Acabo de ser nombrado sheriff del pueblo y aun así me parodiáis.
—Es que eres tan parodiable, Fong —respondió Mike.
—Bromas aparte, todos te deseamos buena suerte. Estoy seguro de que tendrás mucho éxito. Te tendremos presente en nuestras plegarias diarias —dijo Todd.
Kevin le dio un codazo en las costillas a Dan y dijo:
—Me juego lo que queráis a que estará casado en menos de un mes. Aquí el amigo estaba prácticamente babeando con todas las bellezas de allá arriba en Potlach. —La habitación se llenó de bramidos, risas y silbidos.
—Oye, que yo también me di cuenta de que no quitabas ojo a las señoritas la mayor parte del tiempo que pasamos allá arriba, así que relájate. —Al oír esto Kevin se puso rojo y se sentó. De nuevo, la habitación se llenó de risotadas.
Al día siguiente, con la ayuda de Ken Layton, Dan se dispuso a devolver a la vida a su Toyota 4x4, que llevaba muchísimo tiempo parado. La tarea les supuso unas cuantas horas. Empezaron temprano, trasladando el carro de jardinería al aserradero. En él cargaban un gato, una botella de agua destilada, un hidrómetro, una lata de dieciocho litros de agua, una de dieciocho litros de gasolina, cinco cuartos de aceite, un filtro para aceite, un bote de espray de líquido de autoarranque basado en éter, el pequeño kit de herramientas de Mike, un par de cables de arranque y la batería del Power Wagon de Todd.
Al levantar la capota descubrieron que los ratones habían construido un nido encima del motor. Tras retirar el nido de ratones, reemplazar el aceite del cigüeñal y añadir agua a la batería y al radiador, descubrieron que era relativamente fácil poner el motor en marcha. El único problema que encontraron fue cuando Ken hizo pasar al auto un test de punto muerto. Tras diez minutos con el motor en marcha, una de las mangueras de calefacción se rompió, lo que hizo que el agua chorreara sobre el colector de escape y se formaran nubes de vapor. Tan solo tardaron un cuarto de hora en sustituir ambas mangueras de calefacción, para lo cual usaron el rollo de manguera de tres cuartos de pulgada resistente a las altas temperaturas de Todd.
Tanto el tubo del radiador inferior como el del superior seguían conservando su flexibilidad y no mostraban señal alguna de brechas. Fue una suerte, pues Dan no tenía ningún juego de tubos de repuesto. El stock de repuestos disponible en el refugio no hubiera servido de nada, la mayoría eran para Fords y Dodge Power Wagons de finales de los sesenta y principios de los setenta. Mientras estaban reinstalando la batería que habían tomado prestada del coche de Todd, Ken señaló la incompatibilidad de los tubos del radiador.
—Lo sé, lo sé —contestó—, si hubiera comprado un vehículo según el estándar del grupo ahora tendría una máquina capaz de aguantar muchos años. No me lo recuerdes. En aquel entonces yo era un idiota obstinado, y ahora me arrepiento.
Layton puso su mano sobre el hombro de Fong y dijo:
—Tengo noticias para ti, Dan. Sigues siendo bastante obstinado, pero al menos no eres un idiota. Nunca fuiste un idiota. Si lo hubieras sido no me habría asociado contigo.
Dan pasó los siguientes dos días repasando su equipo y cargando su equipaje en el vehículo. Pronto se hizo evidente que no tendría espacio para todo su equipaje y la comida almacenada restante. Cargó lo más importante y dejó el resto en una pila en el sótano. Le dijo a los Gray que volvería a recoger el resto y el caballo en la primera de lo que esperaba que fueran visitas regulares.
No hubo despedidas melodramáticas para Dan Fong. Simplemente dijo adiós a cada uno de los miembros de la milicia y a continuación montó en su camioneta. Salió por el portón frontal silbando al son de su cinta favorita de la Creedence Clearwater Revival.
Tres meses después llegó la noticia de que Dan se había casado con una viuda con dos niños mayorcitos. También oyeron que bajo la dirección de Dan, el Comité de Vigilancia de Potlach estaba instalando tres puestos de observación y escucha en tres de los lados de la ciudad, y un bloqueo de carretera en el cuarto.
En uno de los primeros sermones, el pastor Dave mencionó que pronto abriría una beneficencia para ayudar a los refugiados y a los más necesitados. Inmediatamente después del servicio, Todd y Mary se acercaron al ministro y le hablaron de su colección de monedas y equipo capturado a los saqueadores. El pastor Dave no dudó ni un segundo en aceptar el ofrecimiento.
Aquel día, más tarde, el pastor no pudo creer lo que veían sus ojos cuando empezaron a descargar la caja de la camioneta de Todd en la parte trasera del edificio de la iglesia. Cuando Todd sacó el saco de monedas, relojes y joyería, el pastor Dave exclamó: «¿Todo esto era de los saqueadores? Los caminos del Señor son inescrutables». La mayoría del equipo capturado fue subastado para ayudar a la beneficencia. Algunos milicianos, naturalmente, compraron aquello del equipo que habían deseado en secreto durante todo ese tiempo.
Alrededor del solsticio de invierno del cuarto año, Kevin le pidió a Todd que convocara una reunión especial. Dijo que quería hacer una proposición a la milicia al completo. Cuando todo el mundo estuvo reunido, Kevin empezó:
—Me gustaría sugerir la división de la milicia en dos. Podríamos abrir mi casa para acoger a la mitad de nosotros, mientras el resto podría quedarse aquí. Estas son las razones que he tenido en cuenta. Primero, realmente somos demasiada gente como para vivir confortablemente. Sencillamente no hay suficiente espacio. Segundo, otro refugio podría servir como posición de retirada en caso de que el otro acabe siendo consumido por las llamas o doblegado en un ataque. Tercero, el aislamiento creado al dividirnos en dos puede protegernos en caso de epidemia. Cuarto, en algunos de los grupos de refugiados que hemos visto pasar hay personas con muchísimo talento que no estamos aprovechando. Si nos dividimos en dos refugios es posible que podamos reclutar a unos cuantos miembros.
Tras hacer una pausa para permitir que sus palabras acabaran de calar, Lendel añadió:
—Esto significa que podremos aceptar gente con habilidades necesarias, como por ejemplo un médico, un veterinario, un fontanero, un carpintero o un herrero. Quinto y último, como mi casa está a un paseo podríamos comunicarnos por teléfono de campo y radio. Así, en caso de que uno de los refugios sufra un ataque, los miembros del otro podrían formar un equipo de asalto para flanquear a los atacantes. ¿Qué os parece la idea?
La propuesta de Lendel se discutió durante tres reuniones más a lo largo de los dos días siguientes. La mayor parte del debate se centró en si la casa de Kevin se podía o no convertir en un refugio defendible. Jeff zanjó el asunto al sugerir que cavaran una serie de túneles y búnkeres alrededor y debajo de la casa. Los búnkeres se podrían impermeabilizar con los cuatro rollos de lonas de plástico pesado restantes.
Jeff apuntó que como no habría suficientes planchas de acero disponibles, las ventanas de la casa no estarían bien protegidas. Para proporcionar protección balística a quien permaneciera tras las ventanas se podrían construir grandes cajas de madera y colocarlas justo dentro de las ventanas. Estas cajas irían llenas de rocas y tierra comprimida. Jeff mencionó el hecho de que la arena también serviría como relleno, pero que no era recomendable puesto que se saldría de las cajas en caso de que estas fueran alcanzadas repetidamente por los disparos. El principal inconveniente de las cajas, dijo Jeff, es que estas bloquearían la luz. Kevin estuvo de acuerdo pero agregó que mirándolo por el lado bueno, también servirían para absorber y liberar lentamente el calor acumulado por las ventanas solares durante las horas diurnas.
Cuando finalmente se sometió a votación, el plan de Kevin consiguió una victoria abrumadora. Se decidió que llevarían a cabo la división la primavera siguiente. Mike sería el cabecilla del nuevo refugio y Doug Carlton sería su coordinador táctico. Della Carlton quedaría a cargo de la agricultura. Kevin, como propietario de la casa, sería el coordinador logístico. Lon y Margie también se mudarían a la casa de Kevin. Mientras tanto, en el refugio original, Jeff pasaría a ser el nuevo coordinador táctico y Rose la nueva encargada de logística.
«La necesidad es la excusa para toda violación de la libertad humana. Es el argumento al que recurren los tiranos; es el credo de los esclavos.»
William Pitt, ante la Cámara de los Comunes
(18 de noviembre de 1783)
En los últimos días del mes de abril del quinto año, la Milicia del Noroeste quedó dividida, tal y como había sido planeado, en dos unidades geográficamente diferenciadas. Para evitar cualquier tipo de confusión entre la población local que estaba bajo su protección, los miembros que permanecieron en el refugio original formaron «la Compañía de Todd Gray», mientras que los que se mudaron a la casa de Kevin Lendel eran conocidos como «la Compañía de Michael Nelson». Una línea de este a oeste quedó trazada entre los dos refugios para dividir las zonas de patrulla. La Compañía de Todd Gray patrullaría asila mitad norte del sector, mientras que la de Michael Nelson patrullaría la mitad sur. A las compañías se les asignaron dos canales diferenciados en la BC a través de los cuales los parroquianos podrían ponerse en contacto con cada una de ellas.
El día 5 de mayo, Mary trasplantaba en el jardín unas tomateras jóvenes que había plantado unas semanas antes en el invernadero. Mientras cavaba metódicamente los agujeros correspondientes a cada una de las plantas, oyó en la distancia unos extraños ruidos de motor. Momentos después, se quedó estupefacta al levantar la vista y ver dos pequeños artefactos aéreos provenientes del sur. Dejó caer al suelo su pequeña pala, cogió el AR-15 y echó a correr en dirección a la casa. Antes de que entrara por la puerta, las alarmas de Mallory Sonallerts estaban ya aullando y todo el mundo se encontraba en estado de alerta vigilando las zonas de fuego que cada uno tenía asignadas.
—¿Alguien tiene idea de dónde han salido esos aviones? —preguntó Mary.
Jeff, que estaba sentado en la mesa de mando del cuartel, se encogió de hombros y estiró el brazo para desactivar el botón de alarma y apagar así el penetrante sonido de la sirena. El ruido de los motores se podía escuchar con más claridad ahora. Terry uso el TA-1 para comunicarse desde el POE.
—Van con hélices, llevan dos asientos, como si fueran un tándem. Me parece que va un piloto en cada uno, pero no se ve bien. Lo que está claro es que nos están sobrevolando. Que todo el mundo permanezca en su posición.
Los aviones dieron una segunda vuelta alrededor de la casa, a tan solo unos noventa metros de altitud.
—Un momento —dijo Todd desde la parte de delante de la casa—, parece que se están preparando para aterrizar. Sí, están aterrizando en el camino.
Los dos aviones aterrizaron uno detrás del otro en la recta que dibujaba el camino un poco más abajo de la casa. A Todd le sorprendió el poco terreno que los aviones necesitaron para tomar tierra y detenerse. Aparte del color, los dos aparatos parecían idénticos. Uno estaba pintado de verde oscuro y el otro de color habano. Todd escuchó el acompasado ruido de los motores mientras los aviones daban la vuelta e iban hasta la puerta delantera. Los dos aparatos se detuvieron enfrente de la puerta y apagaron el motor. Los pilotos levantaron las cabinas y se quitaron casi al unísono los auriculares. Las dos figuras, una de mayor estatura y otra más baja, saltaron de los aviones, vestidos con ACU con esquema digital y botas de color habano.
—Están pintados de verde oliva —gritó Todd lo suficientemente fuerte como para que todo el mundo en la casa pudiera oírle—, pero no tienen pinta de ser militares. ¿Os suena haber oído que alguien de la zona tuviese un ultraligero? —No hubo respuesta. Todd se quedó pensando un momento—. Ah, sí. Dan me dijo que Ian Doy le pertenecía a una asociación de ultraligeros. Ojalá Fong estuviese aquí. Seguramente él habrá visto fotos del avión de Ian. Me dijo que era pequeño pero que iba a toda pastilla, y me suena que dijo que llevaba dos asientos.
—¿Quién es ese Ian? —preguntó Rose.
—Es un viejo amigo de Todd y de Dan, de cuando iban a la universidad —contestó Mary—. Tiene mujer y una hija. Puede que sean esos de ahí.
Diez minutos más tarde, después de que un escuadrón se aproximara con mucho cuidado y siguiendo el método de ir cubriéndose los unos a los otros, Todd e Ian se dieron un abrazo.
—Caray, cuánto tiempo sin verte. ¿Qué te trae por aquí?
—Es una historia muy larga, Todd. Pero resumiendo, tuvimos que dejar la ciudad a toda prisa porque llegó un grupo muy grande de hombres muy malos. Aquello se puso peligroso, así que eliminamos a algunos de los primeros que llegaron, para intentar reducir un poco su número, y nos largamos. Tuvimos que preguntar varias veces en Bovill, pero ha sido relativamente fácil encontraros.
Todd le echó un buen vistazo al avión que tenía Doyle a su espalda, y se quedó mirando el encastre del ala, donde se podía leer la palabra «experimental».