Gray llevó la mano derecha a la culata de la.45.
—Usted no representa a nada que sea legítimo —dijo con voz potente tras ladear un poco la cabeza—. Usted representa a una oligarquía totalitaria instituida sin intentar ni siquiera dar una apariencia democrática o incorporar algunos ingredientes del gobierno de la república. —Más gritos de apoyo surgieron de la multitud. Todd volvió a mirar otra vez a Clarke a los ojos y dijo—: Tiene diez segundos para montar en ese avión y largarse de vuelta a Maynardlandia.
Clarke aguantó sin moverse durante un momento. Después, al ver que su piloto salía a toda prisa en dirección al avión, se fue corriendo detrás. A sus espaldas, la multitud lo abucheaba entre burlas.
—¡Volveremos! —se le oyó gritar desde la ventanilla pese al ruido de los motores mientras agitaba el puño en dirección adonde estaba Todd.
La gente se retiró cuando las hélices del avión empezaron a girar. En cuestión de segundos, el C-12 empezó a moverse. Acuciado por las prisas, el piloto no se molestó en rodar hasta la pista de aterrizaje y despegó directamente desde la estrecha franja en la que se encontraba y giró después para poner rumbo sudeste.
De pie, quieto en el porche de la terminal, con las manos apoyadas sobre las caderas, Todd vio al avión alejarse hasta convertirse en un puntito en el horizonte y terminaba luego por desaparecer.
—Volved si os atrevéis —murmuró en voz baja hablando para sí, con la mano apoyada aún en la culata de la pistola—. Y cuando lo hagáis, más vale que os sobre munición y comida, y bolsas para cadáveres, porque os vais a ver metidos en una buena refriega.
En los meses que siguieron a la visita del gobierno federal provisional, una buena cantidad de milicias comenzó a formarse de manera espontánea por todo lo largo y ancho de la región de las colinas de Palouse. Una de las causas fueron las noticias que llegaban acerca de los métodos despiadados y a menudo sangrientos que los federales usaban para consolidar su poder. A través de la BC y de la red de emisoras de onda corta circulaban numerosas historias acerca de las atrocidades cometidas por los federales. Con que la mitad de ellas fueran ciertas, resultaba evidente que lo que pretendían imponer tanto los federales como sus pacíficos aliados de las Naciones Unidas era un régimen absolutamente tiránico.
La mayoría de las nuevas milicias que surgieron en el interior de la región noroeste del país tenían un tamaño reducido: entre dos hombres y una brigada. Unas pocas llegaban a acercarse al tamaño de una compañía. Su organización, estructura, logística, entrenamiento, e incluso su terminología, variaban enormemente de unas a otras. Los nombres que se pusieron algunas respondían al lugar de donde provenían, como los Maquis de Moscow, los Glotones de Weippe, los Heilander de Helmer, y los Irregulares de las Marcas Azules de Bovill. Otros eligieron nombres en forma de homenaje, como la Compañía Gordon Kahl, la Compañía 11-S, y la Compañía Samuel Weaver. La mayoría de las nuevas milicias estaban formadas exclusivamente por hombres, algunas eran mixtas, y tan solo una, formada por antiguas integrantes de la hermandad femenina Sigma Épsilon de la Universidad de Idaho, estaba integrada únicamente por mujeres.
Muchos de los líderes de estas pequeñas milicias en ciernes acudieron a solicitar asesoramiento a la Milicia del Noroeste, que era la organización táctica más conocida de la región. Les interesaba adquirir pericia en las cuestiones técnicas y entrenar distintos campos, y tanto Todd como el resto hicieron todo lo posible por cumplir sus deseos. Se llevaron a cabo algunos ejercicios de entrenamiento a gran escala. Una parte de la logística con la que contaba el grupo (básicamente, tiendas de campaña y correajes que sobraban en el refugio) fueron distribuidos en régimen de «préstamo a largo plazo» a las milicias que no tenían.
La decisión una vez más de «dar hasta que duela» se basaba en la perspectiva de que lo que se avecinaba en el futuro próximo era una guerra de resistencia. A diferencia de las organizaciones que se formaron en Europa durante la segunda guerra mundial, ellos no contarían con ninguna fuente exterior de suministro o de financiación. Las milicias debían abastecerse exclusivamente a través de los recursos locales. Todd llegó a la conclusión de que formaba parte de sus responsabilidades, ya que él y sus amigos habían sido bendecidos por tantas riquezas, el ayudar a toda la gente que pudieran antes de que tuviese lugar un enfrentamiento armado que parecía inevitable.
Algunas de las nuevas milicias demandaron incorporarse directamente a la Milicia del Noroeste. Fueron rechazadas sin excepción. Todd tenía la convicción de que el mayor beneficiado de que las milicias tuviesen un tamaño más grande era el enemigo, ya que en caso de vencerlas, acababa con un objetivo de más valor. El consejo que dio a todos los líderes milicianos fue que mantuvieran organizaciones de tamaño reducido, preferiblemente de entre tres y doce hombres. Si reclutaban nuevos miembros y superaban el umbral de los doce efectivos, lo mejor que podían hacer era dividir la milicia en dos unidades independientes.
La idea, que había sido muy bien meditada, era formar lo que Kevin Lendel llamó «una organización que no estuviese organizada». La mayoría solían hablar de esta metodología en términos de «célula fantasma» o de «una resistencia sin líderes». Todas las milicias de la región decidieron que debían compartir unos objetivos comunes, pero que mantendrían un liderazgo completamente independiente.
Sin un liderazgo central, resultaría imposible decapitar a la milicia. Aparte de esto, gracias a las estrictas medidas de seguridad y confidencialidad, resultaría casi imposible infiltrarse en más de una de las milicias. Se advertía a todo el mundo de que no debían decirle a nadie su nombre cuando participaban en ejercicios de campo conjuntos. Se hacía mucho hincapié en que si alguno de los miembros de una milicia era detenido o torturado, gracias a la organización basada en células independientes, como mucho podría llegar a dar tan solo los nombres de unos cuantos miembros de su célula.
La otra condición que se repetía una y otra vez era que nada de lo que se decidiese debía quedar por escrito, excepto quizá algunas de las SPOE. No se transcribiría ninguna parrilla con los turnos, ni ninguna descripción acerca de las zonas operativas asignadas, ni ninguna lista de frecuencias o distintivos. Aparte de esto, no se señalaría ni se anotaría nada en ninguno de los mapas. Incluso se hizo la advertencia de que debían evitar llevar los mapas doblados de una manera que pudiese remarcar alguna zona operativa determinada. Todo aquello que pudiese resultar valioso en el ámbito de la inteligencia debía ser aprendido de memoria.
Por razones de seguridad se desaconsejaba cualquier tipo de coordinación entre las distintas milicias. Cada una de ellas, tras elegir los límites de la zona donde operaría, transmitía verbalmente esta elección a las milicias vecinas. También establecían unos cuantos puntos de encuentro para las reuniones de coordinación táctica; aparte de esto, las células locales de resistencia debían operar de una forma completamente independiente, siguiendo el concepto de una resistencia sin dirigentes. Todas compartían los mismos principios y la misma forma de planificación, pero tanto las tácticas como las acciones se llevarían a cabo de forma completamente descentralizada.
Uno de los pocos grupos con el que la Milicia del Noroeste entrenaba regularmente eran los Maquis de Moscow. Lawrence Raselhoff, un cincuentón de penetrantes ojos azules, era el líder de los Maquis. Antes del colapso, Raselhoff trabajaba criando perros y vendiendo armas. Durante los primeros meses después de la formación de los Maquis, había repartido entre los miembros del grupo buena parte de su inventario. Pese a estar confinado en una silla de ruedas, Raselhoff era un líder lleno de energía. Normalmente, cuando tenían lugar las operaciones sobre el terreno, acompañaba a su unidad a bordo de un carro de dos ruedas tirado por caballos, o de un trineo remolcado por perros, o con su moto de nieve de color blanco. Tanto Todd como Mike mantenían largas conversaciones con él, en las que los tres juntos trazaban planes de contingencia.
Muchas de las reuniones que mantuvo la Milicia del Noroeste a finales de otoño del tercer año tenían como tema principal la posible invasión de los federales, o de sus homólogos de las Naciones Unidas. Entre todos, llegaron a la conclusión de que la mejor respuesta posible sería hacer una guerra de guerrillas. La amenaza más evidente era la de los vehículos acorazados. Tanto Jeff como Doug habían visto en acción tanques y vehículos blindados de combate, y sabían que podían repeler la mayor parte de los ataques convencionales. Un comentario de Doug Carlton fue el que abrió la conversación en la que se decidiría cómo enfrentarse a la amenaza acorazada.
—Lo que necesitaríamos —dijo Doug— serían unos misiles antitanque: unos LAW, Viper, Dragón o TOW, pero por desgracia no tenemos nada, y son muy difíciles de improvisar.
—¿Y qué podríamos improvisar? —preguntó Lon—. ¿Qué tal unos cócteles molotov? Son muy fáciles de hacer.
—Los cócteles molotov podrían funcionar —contestó Doug—, pero para detener a un tanque o a un vehículo blindado de combate nos harían falta muchos. Además es necesario aumentar la densidad de la gasolina; si no, esta se escurre en cuanto la botella se rompe contra el vehículo. El detergente para lavar ropa sirve para hacerlo más denso. La espuma de poliestireno también va muy bien. Hay que conseguir que tenga la consistencia de un sirope de arce.
»Si puedes acercarte lo suficiente como para utilizarlas —continuó diciendo—, las granadas TH3, también conocidas como «de termita», son aún mejor que los cócteles molotov. Según leí en uno de los libros de Kurt Saxon que Todd tenía en el refugio, la termita es muy fácil de hacer. Consiste en una mezcla de óxido de hierro (simple herrumbre) y limaduras de aluminio. Es un oxidante muy potente que produce una enorme temperatura, más de 2500°C. Es lo que los químicos denominan una reacción exotérmica. Es capaz de deshacer cinco centímetros de acero como si fuera mantequilla. Una vez, en Fort Knox, vi una demostración de explosivos con una granada TH3. Pusieron un coche viejo apoyado sobre dos caballetes y colocaron la granada TH3 encima. Nos advirtieron en repetidas ocasiones que no miráramos directamente a la llamarada para evitar cualquier posible daño en la retina; a continuación, un suboficial accionó la granada. En cuestión de segundos, el artefacto atravesó el vehículo y cayó hasta el suelo.
—Caray, eso funcionaría estupendamente con un tanque —exclamó Rose.
—Pero tenéis que tener en cuenta —advirtió Doug— que utilizar tanto los cócteles molotov como las granadas de termita contra un vehículo acorazado puede resultar extremadamente peligroso, especialmente si se trata de Bradleys M2 o M3. Hay que acercarse mucho para poder utilizar los molotov, y todavía más para las granadas de termita.
Al día siguiente, Mike y Lisa Nelson iniciaron la producción en cadena de cócteles molotov. La semana anterior habían estado preparando jabón de leche de cabra para los miembros del refugio, usando una lejía que habían extraído de las cenizas. Esta semana, sin embargo, les tocaba preparar explosivos. Para los molotov, eligieron utilizar la gasolina menos de fiar que tenían en el refugio: la que estaba almacenada en latas pequeñas y en los depósitos de los vehículos. Metieron la gasolina en un bidón de doscientos litros de capacidad que colocaron a sesenta metros de distancia de la casa, y luego añadieron el detergente para que aumentara la densidad. Utilizaron el palo de un rastrillo roto para remover la tóxica mezcla. A continuación, fueron llenando tarros de conservas de un litro de capacidad y sellándolos después con una tapa reforzada.
Para provocar la ignición, cortaron una cinta de trapo de cuarenta y cinco centímetros de largo para cada tarro. A cada una de las tapas, Lisa pegó con resina un cuadrado de velero de dos centímetros de lado que serviría como enganche. Otro cuadrado de velero de idénticas dimensiones fue cosido en el centro de cada una de las cintas de trapo. Luego, las cintas eran sumergidas en gasolina diesel y cada una era colocada en una bolsa resellable, que eran a su vez pegadas con velero a los tarros. Para usar el cóctel molotov bastaba con sacar el trapo de la bolsa de plástico y pegarlo a la tapa por medio del velero. Después, se prendía fuego al trapo con una cerilla y se arrojaba el cóctel.
Lisa Nelson explicó que, a la hora de usar o transportar los artefactos, era diez veces más seguro separar el componente básico del combustible del componente básico de la ignición que si se empleaba el método tradicional de meter pedazos de trapo en una botella de vino. Mientras hacían una demostración con uno de los prototipos, Lisa comentó que les hubiese gustado ser capaces de desarrollar algún tipo de encendedor por fricción, pero que no tenían bastante cantidad de productos químicos. En vez de eso, se habían decidido por utilizar el método de introducir los trapos empapados en gasolina en cada cóctel. La mayoría de los cócteles estaban guardados en las mismas cajas de cartón en las que habían estado los tarros, tanto por comodidad como para que el transporte resultase más seguro. En total, montaron doscientas veinte bombas incendiarias. Por razones de seguridad, las cajas fueron almacenadas en un rincón del granero que estaba a salvo de humedades.
Mike, Della y Doug fueron designados para integrar el comité para la construcción de granadas de termita. Tras varios días de consultas, descubrieron que un hombre que había sido propietario de una tienda de broncería en Moscow tenía en su poder una gran cantidad de limaduras de aluminio. Antes del colapso, tenía un negocio de venta por correo de objetos bañados en bronce, desde botitas de bebé hasta mazos para jueces. Se puso muy contento de poder desprenderse de los casi treinta kilos de limaduras que le quedaban e intercambiarlos por cien cartuchos de calibre.223 y veinte de.30-06 AP.
El óxido de hierro lo proporcionó el dueño de una tienda de pintura de Moscow. Conservaba guardados aún dos sacos de veinticinco kilos de pigmento natural de color negro de óxido de hierro. Antes del colapso, solía vendérselo a contratistas que lo usaban para tintar el cemento. Tras un momento de malentendido, en el que les había intentado vender un óxido de hierro sintético, volvió a salir del enorme almacén con los dos sacos del producto correcto y «natural», comercializado por Pfizer. Aceptó de muy buena gana cambiar los dos sacos por cien cartuchos de munición de competición Federal.308. La búsqueda siguió dando sus frutos con el hallazgo de un rollo de dieciséis metros de cinta de magnesio. Era propiedad de un antiguo profesor de química de la Universidad de Idaho, quien, para ponerlo a salvo, se había llevado a casa buena parte del inventario del laboratorio de la universidad. Cuando supo para qué precisaban la cinta, se negó a recibir ningún tipo de pago a cambio.