Authors: Juan Ernesto Artuñedo
—¿Acaso nos has dicho tu nombre? —me pregunta el mayor
—El mío es Carahuevo
—Carahuevo y de apellido Cagao del Culo
—Eso
—¿Te sobran cinco euros?
—No
—Va, cinco euros
—¿Y se puede saber para qué los quieres?
—Para un bocadillo
—¿No os gustan las golosinas?
—Eso es cosa de niños, yo fumo
—Yo también
—Dame un cigarro
—¿No eres muy pequeño para fumar?
—Sí, pero no un Carahuevo
—Y dale, ¿por qué no os vais a dar una vuelta?
—Si me das tabaco
—No
—Cinco euros
—Tampoco
—Cinco euros, payo
—Que no
—En casa tengo mucho dinero
—¿Cómo lo has conseguido?
—Trabajando
—¿Qué sabes hacer?
—Ayudo a mis padres, y canto
—¿Cantas?
—Claro, desde que era así —llevándose la mano a la cintura
—Si cantas algo te doy cinco euros
—¿Y tabaco?
—Eso no
—¿Y para mi hermano?
—¿No era tu primo?
—Mi primo hermano
—Cinco para los dos
—Seis, tres y tres
—Vale
Empieza el mayor a las palmas:
—¡Verde Albahaca
que huele en mi jardín!
Perejil, si algún día te casaras ¿a quién ibas a elegir?
Contesta el pequeño:
—A la Hierbabuena que quiero ser feliz
M —¿Y tú, Amapola?
P —Al Romero quiero darle mi corazón entero
M —¿Y quién se quiere casar
con la verde Albahaca?
P —Yo —dices, Laurel, suspirando M —¿Y por qué suspiras así? P —Porque no me quiere a mí M —¿Y a quién quiere la Albahaca? P —A ti
M —Pero si yo no soy flor
P —Qué más le da
M —Ni tampoco animal P —Sus razones tendrá
M —¿Y qué es lo que quiere? P —Tu amor
M —Pero si yo no soy yo
P —Por eso mismo te quiere M —Sólo soy Ilusión
P —¿Y qué más quieres?
M —No sé, una vida, una muerte P —Eso no es amor
M —¿Y qué es el amor?
P —¡El amor es el olor
de la verde Albahaca
en tu jardín!
M Y achilipum que te vi
Le doy los seis euros. Se los mete en el bolsillo. Toca las palmas.
—¿Otra canción? —me pregunta el mayor
—No, ha estado muy bien
—Ahora por bulerías
—Que no, gracias
—Ay, cuánto quiero a mi mare, ay —canta
—Gracias
—Tú te lo pierdes, payo
—No molestéis más que el chico está trabajando —dice el Pepi con
voz ronca detrás de mí
—Sólo queríamos jugar con el Volao
—Venga, largo
Me doy la vuelta.
—¿Muchos clientes? —me pregunta
—Dos camisas y una camiseta
—No está mal
Se despereza. La camisa entreabierta.
—¿Y el Volao? —me pregunta
—Acaba de irse un momento
—La madre que lo parió, siéntate
—Sí
—No suelo tumbarme pero como te has ofrecido
—No ha sido nada
—Qué hambre tengo, a ver si viene éste y almorzamos
—¿Quieres que vaya a por algo?
—Pero, ¿tú no tienes que irte?
—¿Adónde?
—A seguir tu viaje
—No tengo prisa
—Tampoco quiero echarte
—¡Ya se ha despertado el señorito! —le grita Candela al Pepi
—¡Y la lengua de tu boca!
—¡No me la estires, no me la estires!
—¡Tranquila, no vaya a ser que se rompa!
—¡Otra cosa me ibas a romper tú! —dice levantándose, tocando las
palmas y cantando:
A romper mi corazón
ay, no me quieras tanto y olé no me quieras tanto y olá
que sabes que estoy casada y olá
Un hombre como tú
sabe hacer feliz a una mujer de cocina no sabrás
mucho menos de coser pero cuando se trata de amar bien que la sabes meter
Ay, no me quieras tanto y olé no me quieras tanto y olá
que sabes que estoy casada y olá
Una mujer como yo nunca dice mentiras cuando se trata de amor
Porque de amor no se muere tú bien que me lo decías pero sí de falta de compañía
Y no hace falta que sean dos ni tampoco una orgía
porque el amor cuando es amor no entiende de numerología
Primero tú y luego yo ora bajo, ora arriba
lo que el cuerpo quiera ser y la mente, la mente olvida
A romper mi corazón
ay, no me quieras tanto y olé no me quieras tanto y olá
que sabes que estoy casada y olá
Llega el Volao. Solo.
—¿Dónde te habías metido? —le pregunta el Pepi
—Estaba con la Juana
—Anda, ve y compra tres bocadillos
—¿Me acompañas?
—Claro —le digo
El Pepi se queda conversando a grito pelao con Candela. Volao y yo
entramos en el bar. Hay más gente que esta mañana.
—¿De qué lo quieres? —me pregunta
—De tortilla de patata con tomate, si puede ser
Pide a la camarera mi bocadillo y dos más de jamón y queso. Tres
cervezas para beber. No me deja pagar. Insisto. Me dice que no. Se lo agradezco. Volvemos a la tienda. El Pepi descansando en la hamaca. Nos sentamos. Quito el papel de aluminio del bocadillo y le arreo un mordisco. El Volao me salpica con la espuma de la cerveza en los piratas. No se ha dado cuenta.
—¿A cómo son? —me pregunta un cliente
—Camisas a seis y a tres las camisetas —respondo sin abrir mucho la boca
—¿Tiene una talla más grande de ésta?
—Mire por allí —le señalo con la mano mientras escondo el bocadillo debajo de la madera
—¿Aquí?
—A la derecha
—Aquí está, ¿puedo?
—Como quiera
El Pepi y el Volao almuerzan a sus anchas. El cliente se quita la camisa y se queda con una interior sin mangas. Se la prueba. El Volao deja la cerveza en el suelo y eructa. El cliente ni se inmuta. Aprovecho para mirar con descaro su barriga y el pelo que asoma del pecho cuando levanta un brazo para ponérsela. Le queda estupenda. En el montón parecía muy chillona pero puesta es otra cosa. Me mira de reojo. Le digo que le queda muy bien. Echa los hombros hacia delante y pese a estar gordo no le estira. Suerte que no se ha abrochado los botones de arriba y puedo disfrutar de la forma que dibuja el pelo en su pecho. Me giro. El Pepi se ha terminado el bocadillo y el Volao va por medio. Pego un bocado al mío con descaro y el cliente me pilla. Inútil disimular. Como con la boca cerrada. Lo malo es que me ha descubierto mirándole el pecho. Dejo de masticar. El cliente empieza a tirarme los trastos. No sé qué hacer. Mejor no hago nada. Toso. Se me escapan unas migas de pan sobre la ropa. El cliente me ve cara de apurado y me paga. Se va con la camisa puesta y yo le doy las gracias a distancia con todo mi corazón y una sonrisa cuando se gira. Me siento. Se me atraganta la patata. Bebo cerveza. Cuesta. Al final pasa. Se me escapa una lágrima. La acompaño con un eructo silencioso de cerveza y aquí no ha pasado nada. Me levanto. Busco al cliente con la mirada. No hay suerte. De momento me quedo con Pepi y el Volao y el marido de Candela que se acerca a nuestra tienda y sentado en el bordillo de la acera conversa con nosotros mientras deja al descubierto el pelo cada vez más negro que va desde sus rodillas hasta la entrepierna. Cojo aire que me ahogo y bebo cerveza. Muerdo el bocadillo. Me mira y hago como que la cosa no va conmigo. Intento entrar en la conversación. Demasiado falso. Mejor me callo y aprovecho para comer que tengo un hambre.
—...cojo la escopeta, apunto, pum, un disparo y al suelo —nos dice
Jeremías, el marido de Candela
—Yo es que no tengo afición —dice el Pepi—, la única vez que disparé
fue de pequeño con un rifle a un pájaro que se apoyaba en una rama de una
higuera. Lo tapaba una hoja. Disparé a voleo y el pobre animal cayó muerto.
Me dio tanta pena que hasta le hicimos un entierro
—A cada uno...
—¿Por qué no os vais a dar una vuelta? —nos pregunta el Pepi Hago un gesto al Volao como que estoy comiendo y no me quiero
ir. El Volao se levanta. Me levanto también y nos vamos.
—¿Quién era esa chica? —le pregunto
—¿La de antes?
—Sí
—¿Nos has visto?
—Sólo de refilón, por aquella tienda
—Es una amiga
—¿Tu novia?
—Ven
Salimos del mercado. Unos chicos practican skate en una rampa de
cemento.
—Siéntate —me dice
—Vale
—¿Me prometes no decirle a mi tío nada de lo que vas a oír de ahora
en adelante?
—Tienes mi palabra
—¿Ves a aquel chico?
—¿El de camiseta azul con rallas?
—No, el grandote
—Sí
—Es el hermano de mi amiga, la de antes
—¿Y?
—Estoy enamorado de él
—Bien
—¿No te sorprende?
—No
—Hoy se lo he dicho a su hermana y se ha puesto hecha una fiera
—¿Por?
—Porque dice que su hermano no es como yo
—¿Homosexual?
—No lo digas tan fuerte
—Perdona
—Yo creo que también le gusto
—De maravilla
—Pero me parece que la he metido hasta el fondo por contárselo a su
hermana. Seguro que ya lo saben hasta sus padres. Como se entere mi tío me
mata, además aquí en el mercado que enseguida se entera la gente
—Tu tío no va a decirte nada, él te quiere
—Ya, pero una cosa tan fuerte
—Depende de cómo lo entiendas tú, de cómo te aceptes
—Yo no tengo problemas
—¿Entonces?
—El problema está ahí delante
—Si quieres voy y se lo digo
—No, espera, estoy muy nervioso
—Como quieras
—Ven, corre
—¿Qué haces?
—Escóndete, que viene su hermana. No por favor, se lo va ha decir,
se lo va a decir, se lo lleva, se lo está diciendo, ¿lo ves?
—Tranquilízate, Volao
—Me ha visto, que viene
—No te vayas
—¡Déjame!
Sale corriendo. El chico se acerca despacio con el monopatín en la
mano. Su hermana regresa por donde había llegado. Salgo de mi escondite y
hablo cara a cara con él. Tiene cara de bruto. Brazos fuertes. Me relajo como
en las películas.
—¿Dónde está el Volao?
—Se ha ido
—¿Por qué?
—Porque tenía miedo
—¿De quién?
—De sí mismo
—¿Tú qué sabes?
—Nada
—Pues vete
—Claro
—Espera
—¿Qué?
—Dile al Volao que quiero hablar con él, ¡ya!
—Ahora se lo diré
—¡Vete!
Dos pasos atrás antes de girarme. Busco al Volao. No está en la
tienda. Un par de vueltas por el mercado. No lo veo. Ahora el que tiene miedo
soy yo. Respiro. Tengo la tortilla de patatas en el cuello. Entro en el aseo
público y bebo agua. Miro por debajo de las cinco puertas. Al final veo unas
zapatillas.
—¿Volao? —pregunto en voz baja
No contesta.
—¿Volao, eres tú?
—Estoy aquí
—Sal, hombre
—¿Qué te ha dicho?
—Que quiere hablar contigo
—¿Cuándo?
—Ya
—No tenía que haber dicho nada, ya no será como antes, me odiará
—Abre la puerta
—Y lo sabrán todos, seguro que ya lo saben sus amigos
—Abre
—Y mi tío no me dejará volver al mercado, no le veré más
—Joder, ¿quieres abrir?
—Nada, que pase lo que tenga que pasar
Abre.
—No va a pasar nada —le digo
—¿Tú que sabes? Tú te irás
—Ya, pero
—Voy a hablar con él
—Pues aquí me tienes —dice el chico del monopatín que acaba de
entrar
Como esto no va conmigo agacho la cabeza y me voy.
—¿Tú dónde crees que vas! —me amenaza el chico
—A ningún sitio —le digo para que se relaje
—Volao, ¿es verdad lo que me ha dicho mi hermana?
—Sí
—¿Y quién más lo sabe aparte de ella?
—Lucas —dice señalándome
—No me mires con esa cara —me dice el chico
—No te estoy
—Calla o te meto una ostia
—Él no tiene que ver con esto —me defiende el Volao Entra un señor en el aseo. Pasa por delante de mí. Bajo y gordo. Me
ha mirado y no he podido hacer lo mismo porque el amigo del Volao no me
quita el ojo de encima. Cierra la puerta del baño y se baja la cremallera.
Silencio. Cae el chorro en el agua. Se me pone dura. Golpea a presión.
Imagino una polla grande y gorda en su mano. Una buena morcilla de Burgos.
Glande fuera. Me encantaría tenerla en el culo. Que me lo llenara de semen. Y
después que se desplomara en el suelo. Como un rinoceronte cuando acaba de
hacer el amor. Y yo me correría en su pecho. Tira de la cadena y sale del aseo.
Vuelve a pasar por delante moviendo el trasero. Y mi polla sigue dura. Y se la
metía por su pantalón que se deshace como mantequilla con mi barra de acero
hasta dentro. Y mis manos se convierten en hierro y le atrapo y lo subo hasta el
techo para que caiga en mi polla y lo empale hasta el cuello. Me voy corriendo
y el semen le llena por dentro. Me toco el paquete porque me duele y el amigo
del Volao me suelta una ostia que caigo al suelo semiinconsciente.
—¡No! —grita el Volao
Su amigo sale corriendo.
—Lo siento —me dice
Intento reponerme pero la cara me duele un huevo. Casi no la siento.
Debo tener algún diente roto. Alguna muela. Me toco con los dedos. Sangre.
Volao me levanta y me miro en el espejo. Los dientes rojos. Escupo. Bebo.
Suelto. No cae más que agua y sangre. Estoy entero.
—Lo siento —vuelve a decirme
—He sido yo
—Maldita sea
Levanto la cabeza. Me mira.
—Toma —me dice pasándome el papel higiénico
—Gracias
Le miro las manos. Las esconde abajo. Abro el grifo y limpio la
sangre. Cierro y me seco. Salimos. Lanzo el papel en un bidón de basura que
hay en la puerta de los aseos. No encesto. Vuelvo. Cojo el papel del suelo y lo
dejo caer dentro. Trago saliva. Y sangre. Sigo a Volao hasta la tienda.