Peluche

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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Peluche es a la novela lo que Cachorro es a la película. El autor nos presenta en una road movie literaria de estilo magistral las andanzas de Lucas que, viajando a dedo, recorre varias ciudades contándonos con todo lujo de detalles las aventuras , de toda índole, que allí acontecen. Frases cortas y certeras como disparos, directos y dolorosos, porque sólo dicen verdades y la verdad siempre duele. El olor a goma quemada de los neumáticos y el ritmo trepidante de la carretera te embarcan en una aventura erótica que desborda ternura. Si lo tuyo son las barrigas peludas, te va a encantar.

Juan Ernesto Artuñedo

Peluche

ePUB v1.0

Polifemo7
10.07.11

© Juan Ernesto Artuñedo, 2006

Primera impresión: marzo 2006

Depósito Legal: SE-288-2006 U.E. ISBN 10: 84-818-1227-7

ISBN 13: 978-84-818-1227-5

Cubierta:

Diseño Gráfico: Pepe Buonamisis

Modelo portada: Ferran Gadea Latorre

Fotografías: Juan Ernesto Artuñedo

Printed by Publidisa

...Deja

que tu sangre, amor, vuele

no tus alas. Como la nueva

tierra vieja, a tu edad entrégate,

que mientras,

soñando, esperas esa primavera —¿qué?— ¡se va, otra vez, la primavera!

Juan Ramón Jiménez

EL VIAJE

Ocho menos cuarto en el reloj de la calle. Mierda. Acelero la carrera. Parezco Ewan McGregor en la primera escena de Trainspoting. Pero sin música. De lado a lado la mochila en mi espalda. Espero haber cerrado bien las cremalleras. Pies para qué os quiero. Cruzo la calle sin mirar. Por fin en la estación de autobuses. Desierta. Corro hasta la taquilla.

—Perdone, ¿el autobús para Madrid?

—Acaba de salir

—¿No hay otro?

—El próximo, a ver, a las diez y media

—Puedo esperar

—¿Me deja su billete, por favor?

—Claro

—Lamento decirle que con este billete no puede viajar

—¿Me lo puede cambiar por otro?

—El siguiente va completo

—Aunque sea por la tarde

—Está todo completo hasta el viernes

—¿Y devolverme el dinero?

—Lo siento

—¿Y qué me aconseja?

—No puedo ayudarle

—Vaya

—Si hubiera llamado con antelación

—Déjelo, gracias

—Buenos días

Me siento en el escalón. Dejo la mochila en el suelo. Inspiro hondo. Relajo las piernas. Delante un chico haciendo dedo. Saco la botella de agua. Amanece por encima de los edificios. Bebo. Para un camión. El chico se encarama a la puerta y habla con el conductor por la ventanilla. Abre la puerta y entra. Pego un trago de agua. Rompo el billete de autobús y lo tiro a la papelera. Recojo la mochila del suelo y hago dedo también. Pasan coches. Taxis. Motos. Me imagino conduciendo en cada uno de ellos. Bajo el brazo rápido. Me ha visto un conocido. Disimulo. Suerte que no ha parado. Bebo más agua. Tanta que me meo. Entro en la estación de trenes y bajo por las escaleras mecánicas. El aseo. Dejo la mochila a la vista. Bajo la cremallera. A mi lado un señor mayor con barriga y pelo blanco. Me la muevo. Al otro lado acaba de colocarse un chico joven todavía más gordo. No me concentro. Aguanto un poco. En el fondo del urinario una pastilla de color azul. El chico y el mayor se miran. Será para el olor. El mayor se la está meneando. Para desinfectar. Golpeo el fluxómetro. Que corra el agua. La pastilla se mueve de lado a lado y comienza a dar vueltas flotando. El joven también mira la pastilla. La mía. Supongo que en el suyo debe haber una. Miro disimulando. Pastilla azul y glande desenfundado. Me la meto. Trago saliva. Entro en un aseo individual y cierro la puerta. Respiro. Bajo la cremallera. Imagino mientras me masturbo. Hago demasiado ruido. Cambio la posición del brazo. No me motivo. Abro la puerta. Siguen los dos haciendo como que mean. Trago saliva. El mayor me mira. No puedo aguantarlo. Muevo rápido. El joven se gira. No puedo. Cierro la puerta. Pruebo de nuevo. No puedo. Tiro de la cadena y me concentro. Meo. Salgo. Los dos mirando cómo me doy contra el marco de la puerta de salida. Ríen. Yo serio. Cuelgo la mochila al hombro. Subo por las escaleras mecánicas. Tenían sentido de humor. Yo peor.

Levanto el brazo lastimado. Para un camión. No sé qué voy a decir. Pies en el escalón. Coloco las manos en el borde de la ventanilla. Subo la vista. Abro la boca.

—Buenos días

—¿Adónde vas, chaval?

—A Madrid

—No voy tan lejos, pero sube

—Gracias

La puerta no se abre. Me quedo sin fuerzas. Intento de nuevo. Nada. El conductor se recuesta sobre los asientos y abre. Subo escaleras mirando por dentro de su camisa las tetas colgando cubiertas de pelo negro que desciende por la barriga caída hasta donde no veo. Se reincorpora. Me reincorporo de la impresión. Cierro la puerta. Se sienta. Arranca. Dejo la mochila entre las piernas. Olvidaba la barba. Salimos de Castellón. Observo los coches que pasan. Desde arriba.

—¿Has perdido el tren? —me pregunta

—El autobús

—Yo voy para Valencia

—Bien

—¿Vacaciones?

—A ver museos y...

—Sólo he estado una vez, y mira que he pasado con el camión

—Yo fui el año pasado

—¿Qué tal?

—Se me quedaron cosas por ver

—¿No te gusta el norte?

—¿Es usted de allí?

—De Cantabria

—Qué lejos, yo sólo he llegado hasta Madrid, Córdoba, Albarracín, un pueblo de...

—Teruel

—Sí, bueno, y a Barcelona. Ah, y un fin de semana en Dublín

—Pues no sabes lo que te pierdes

—¿Por el norte?

—Y el sur

—Usted debe conocerse toda España

—La carretera sí, restaurantes, pensiones, gasolineras

—Qué gracia

—El qué

—Nada, que se conozca todas las gasolineras

—Es un decir, antes iba de puerto en puerto

—¿De montaña?

—De mar, trabajé quince años a bordo de un buque

—¿Pescando?

—No, mercancías; petróleo, frutas, conservas

—Habrá estado en todo el mundo

—La ruta habitual era por el Mediterráneo, aunque a veces sí, salíamos a mar abierto, al Atlántico, y llegábamos a Japón y Australia

—Debe ser dura la vida en un barco

—Lo peor era dormir, siempre caía algo al suelo cuando ya estabas en el séptimo cielo

—Joder

—Pero no todo era trabajo, cuando atracábamos salíamos de fiesta

—Sabrá muchos idiomas

—Sólo las palabras justas

—¿Para comer y beber?

—Y para llevarte a alguien a la cama

—¿Cómo se dice en filipino?

—Mírame

Me guiña un ojo y me lanza un beso al aire.

—Universal —le digo disimulando el impacto

—Como la vida misma

—Seguro que tendría mucho éxito

—¿Cómo?

—Que le funcionaba, vamos

—Estaba mucho más delgado que ahora

—Ah —intento no imaginarlo

—Hacía bastante deporte

—¿En el buque?

—Y en el camarote

—¿Preparaban ustedes la comida?

—Qué remedio, pescado fresco casi todos los días

—Lo tendrá aborrecido

—No

—¿Desde cuándo conduce el camión?

—Once, doce años

—¿Le gusta más?

—Ahora me apetece el barco

—¿Por qué no vuelve?

—Por un accidente, caí al agua

—¿Le rescataron?

—Claro, pero a la fuerza, yo no quería. Entre las olas que levantaba

la tormenta me juré que sería la última vez que saldría a la mar

—¿Le dio tiempo a pensar eso?

—Y alguna cosa más

—¿El qué?

—Que sería mejor persona

—¿Acaso no lo era antes?

—No

—Bueno, pero...

—Cosas que pasan

—No me lo cuente

—¿Te da miedo?

—Respeto

—Pues ocurrió que conocí a...

—Por favor

—No le hice daño a nadie

—Ya, pero...

—Es una historia muy triste

—Lo ha superado, ¿no?

—Prefiero pensar que sí

—A mí también me gusta pensar eso, sobre lo mío, claro

—¿Te dejo en Sagunto?

—¿No iba a Valencia?

—Me desvío hacia Burgos

Paramos. Desayunamos en un bar de carretera. Escucho con

atención su historia. Entramos al servicio de caballeros. Abre la puerta de un baño. Desabrocha la correa y cierra. Me acerco al urinario. Bajo la cremallera. Estoy solo. Me acompañan mis recuerdos. Meo. Tiro de la cadena. Se van por el desagüe. Me giro. Subo cremallera. Le doy al grifo. Cojo aire. Me limpio las manos. Quita el cerrojo y sale. Nos miramos. Me dan ganas de no sé. Visualizo la historia en sus ojos.

—¿Puedo abrazarte? —pregunto

—Ven aquí

Voy cara él. Me mira sin saber qué hacer. Le abrazo. Me rodea con

sus fuertes brazos. Una inoportuna lágrima pretende salir de mis ojos. Mi cuerpo frío. Pestañeo y me abandona. Siento alivio. Me da un par de palmadas en la espalda y la vida sigue adelante. Nos separamos. Se lo agradezco con una sonrisa. Me invita a seguir con él su camino. Le digo que no sé. Entra un hombre en el aseo. El camionero coge la mochila del suelo y me la da. Le digo que le vaya bien. Me dice lo mismo. Sale. Le doy al grifo y me lavo la cara. El hombre del urinario me mira. Le guiño un ojo y le lanzo un beso al aire. Me responde. Le digo adiós con la mano. Sonríe. Dudo un momento.

Corro hasta el parking. El camionero está saliendo hacia la carretera. Acelero. Para en el stop. Arranca. No le cojo. Frena sin ningún motivo. Le alcanzo. No me ha visto. Corro junto al camión por la cuneta sin mirar al suelo. Acelera. Llego hasta la cabina. Me mira por el retrovisor. Le veo llorar. Le digo adiós con la mano. Me responde con el claxon. Lo siento en el pecho. Me culpo por haberle hecho llorar. En su rostro una sonrisa que se va. En el mío un puñado de tierra y gravilla. Silencio. Polvo. Me levanto. Espolso piratas y camiseta. Recojo la mochila del suelo. Me duele la rodilla. Ha merecido la pena.

CAMBIO DE RUMBO

Hago dedo. Bajo la mano. Pocos coches. Levanto la mano cuando se acercan. No paran. Dejo la mochila en el suelo. Enciendo un cigarro. Pasa un camión. Le doy una calada. Saco la botella de agua de la mochila y bebo. Está caliente. La guardo. Dos coches. Apago el cigarro con el pie. Levanto la mano. En mi cara el aire del rebufo. Bajo el brazo. Otro coche. Levanto. Frena, para, me acerco. Baja la ventanilla automática del copiloto.

—¿Va para Madrid? —pregunto

—A Zaragoza

—¿Se desvía mucho?

—Un poco

—Pues, no sé

—Sube

Abro la puerta. Entro. La mochila entre mis piernas. Le miro. Me mira. Cierro.

—Gracias —le digo

Corpulento, barba, gafas de sol. Levanta la vista. Mira por el retrovisor. Barriga hasta el volante. Quita las luces de emergencia. Suspiro. Salimos.

—¿Llevas mucho rato?

—No —le digo

Fuma tabaco rubio. Un minúsculo cigarro estrangulado en sus dedos gordos y peludos por el dorso. La ceniza va cayendo al suelo hasta que la colilla sale por la ventana.

—La gente no suele recoger a nadie, no se fían —me dice

—¿Y usted?

—Tutéame

—¿Tú?

—Tienen miedo a que les roben sus pertenencias

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