Read Peluche Online

Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (9 page)

BOOK: Peluche
3.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Nos acercamos hasta la cadena de música. Fangoria, Mecano, Rocío Jurado, Camela, Vanity Bears, Sepubrothers, Motel, Espectro, Club 964, Troya. Pongo uno. Bailamos. Nos pasan otro porro.

—¿Cómo va? —nos pregunta Nicolás con los labios rojos, camisa entreabierta y un cigarro en la mano

—Bien, bien —respondo

—Parece que esto se anima un poco —dice bailando a contratiempo

—¿Qué tal? —me pregunta Rosa acercándose

—Muy bien, ¿es vuestra la casa?

—De mis padres

—Me gusta

—¿Lo dices por las banderitas?

—También las banderitas

—Nos hemos pasado toda la tarde

—¿Cómo habéis hecho eso? —señalando a un osito de papel que cuelga de la pared sonriéndome

—Es de la tienda de todo a un euro

—Curioso

—¿Hace otro? —me pregunta Rubén

Nos sentamos. Saca la piedra de costo. Va quemando. Cojo un cigarrillo y lo chupo por el doble. Rompo la boquilla con cuidado y quito el hilo de papel. Me pongo el tabaco en la mano. Rubén echa el costo quemado y prepara una boquilla de cartón. Echo la mezcla sobre el papel de fumar. Me pasa la boquilla. Lío. Rubén concentrado en mis manos. Yo en su cuello, en la fina capa de pelo que cubre su piel. Enciendo. Se lo paso. Nos rozamos con las yemas de los dedos. Chupa. El porro entre sus labios rosados. Traga. Echa el humo. Pasa por el lado de mi cara. Bebo del cubata. Bebe también.

—¿Qué haces mañana? —le pregunto

—Coug, coug, coug —se atraganta

—Tranquilo

—Nada, recoger a mi sobrina en el parvulario a las doce

—¿De Conrado y Reme?

—No, ellos no tienen, ahora, quiero decir, tuvieron uno pero falleció

—Joder

—Murió en un accidente en una fábrica de metal. Lo aplastó una máquina. Sólo tenía dieciocho años

—Qué putada

—Mi tía me ha dicho que están buscando otro

—Que tengan suerte

—La tendrán. ¿Quieres comer algo más?

Miro a la mesa. Levanto la vista. Rosa me mira desde la puerta. Bajo la vista. La vuelvo a subir. Le sonrío. Sonríe.

—Toma —le digo—, paso de fumar más que me pegará el bajón

Coge el porro. Le pega una calada y lo tira al suelo. Lo apaga con el pie. La gente se va. Salimos. Rosa baja la puerta de la cochera y cierra. Caminamos en bloque hasta el campo de fútbol. Nos sentamos en el banquillo. Rosa a mi derecha y Rubén a mi izquierda. Se apagan las luces del campo. Comienzan los fuegos artificiales. Me echo hacia delante para ver mejor. Me giro. La cara de Rubén naranja. Miro cómo desciende la palmera. Vuelvo a girarme. Me está mirando. Giro rápido. Se me ilumina el alma. Mueve su pierna pegada a la mía. Me rasco la rodilla. Se dispara una serie de color blanco. Silbando. Muevo mi pierna. Despacio. Caen del cielo collares de brillantes.

—Rosa —le digo—, los colgantes de la cochera

Sonríe. Rubén otra vez con la pierna. Las pulsaciones a cien. Sigo con los fuegos de artificio. Palmeras pequeñas. Me echo hacia atrás y me siento encima de la mano de Rubén. La aparta y no dice nada. Pongo la mía detrás. Se dispara una carcasa, de la carcasa una palmera, de la palmera cien bolitas que planean como una estrella fugaz. La gente aplaude, menos Rubén y yo. Me giro. Mira el cielo, concentrado. Busco su mano. Hablo con Rosa. La encuentro. Me habla pero apenas la oigo. Le digo que por favor me repita. Rubén coloca dos dedos encima de la mía. Se me bloquea el cuerpo. Me repite. Contesto. Empieza la parte final. Paso la mano por debajo de la suya. El cielo se llena de color. Rubén me acaricia. Parece que va a estallar. Giro la mano. Retumba hasta el suelo. Y me la da. Uno, dos y tres cohetes. Te echo tanto de menos. Encienden las luces del campo. Respiro hondo. Nos levantamos.

—¿Qué querías decirme? —pregunto a Rosa

—Luego te lo cuento

Camino en silencio escuchando a los demás. Rubén con las manos en los bolsillos. Llegamos a la plaza. Sobre el escenario la orquesta se prepara para actuar. Vamos a la barra. Compro seis ticket. Guardo el cambio.

—¿Un gin? —pregunto a Rubén

—Güisqui

—¿Con naranja?

—Solo, con hielo

Pido su copa y un gin. Trato de invitar también a Rosa y a Nicolás pero no me dejan. Bebemos. Suena música de ambiente por el equipo del escenario. Se acercan señor y señora.

—¿Ya hemos empezado? —la señora a Rubén que sonríe

El señor permanece callado con las manos sobre su barriga y sonrisa de oreja a oreja.

—Venimos ahora de cenar —Rubén a la señora

—Nosotros también, nos hemos bebido una botella de vino entre tu padre y yo

Rubén disimula. Yo me hago el loco.

—¿Dónde está tu hermano? —continúa

—Allí

—Ah, sí, Nicolás, ven, mira lo que nos ha tocado

Nicolás no le oye.

—Si lo aprietas se enciende —nos dice

La orquesta empieza con un pasodoble. Llegan los amigos de padre y madre y se los llevan a bailar. Nicolás saca a Rosa a la pista. Rubén y yo de pie junto a la barra. Sentado con los cubatas el osito de luz. Bebemos. La madre de Rubén de lado a lado de la pista con una sonrisa eléctrica en la cara tras los pasos de su marido, uno, dos, tres, media vuelta, uno, dos, tres y giro sobre sí misma. Rubén me mira. La iluminación de la orquesta enciende su cara. Fin del pasodoble. El cantante presenta una canción del verano. Rubén y yo nos miramos. Pedimos otro cubata. La gente sigue a pies juntillas la coreografía de los miembros de la orquesta. Estribillo. Todos a una. Pego trago largo. Rubén los imita con el osito de luz. Cuando le toca la cabeza se enciende como él.

—Fíjate —me dice—, hasta al peluche le va a estallar la cabeza

Cojo al muñeco de las piernas y le hago bailar. Pienso qué culpa tendrá el animal. Nos volvemos a mirar. Acaba la canción. Llegan sus padres; la madre, alcanzando el éxtasis, coge el osito y se despide de Rubén con un beso, el padre, de la mano, se queda con ganas de un abrazo. Su hijo y yo vamos a la pista. Bailamos, un pie a un lado y el otro detrás, moviendo los brazos arriba y abajo. Acabamos la copa. Dejo caer el vaso de plástico. Me acerco a por otra. Vuelvo. Movemos el cuerpo siguiendo las indicaciones del cantante. El guitarrista, gordo, barba, treinta y pocos, se acerca al micro y hace coros. Canto con él. Tocan otra canción del verano. Bailamos todos. Rubén y yo hacemos el chorra con Carmen y Sergio. Nicolás y Rosa tampoco se quedan cortos. Los otros se van metiendo en medio del corro, subiendo y bajando las manos sin orden ni concierto. Seguimos bebiendo. Me ofrecen tabaco. Fumo disfrutando del humo que entra y llega rápido al cerebro. Nicolás me mira y sonríe. Yo a sus tetas que bailan conmigo en un sueño eterno. Rubén me trae otra copa. Se lo agradezco. Me habla. No entiendo. Acerca sus labios a mi oreja. Se me pone la piel de gallina y dura la entrepierna. Seguimos bailando. Hablando. Moviendo el esqueleto en esta noche rock and roll y sexo. Más drogas por favor. No puedo detenerlo. Esto va a consumir mi cuerpo. El guitarrista controla mi voluntad. Rosa se acerca.

—Rubén quiere decirte algo toda la noche

—¿El qué?

—Pregúntaselo, a él le da corte

Sigo bailando. Rubén mirando la orquesta. Le hago una seña. Salimos de la pista de baile. Va delante. Me tiemblan las piernas. No puedo caerme. Nos metemos por una calle sin gente. Giramos por otra. Me pongo a su lado.

—Uf, cómo me pitan los oídos —le digo

—¿Te lo estás pasando bien?

—Claro, sois una gente cojonuda

—Gracias

—Me ha dicho Rosa

—Qué

—Que querías hablar

—Sí

—¿Nos sentamos?

—Aquí no

Seguimos caminando hasta salir del pueblo. Llegamos a un merendero. Enciendo dos cigarros y le paso uno. Nos sentamos encima de una mesa. Los pies en los asientos de madera.

—¿Quieres? —ofreciéndole gin

—Gracias, he bebido demasiado

—¿Estás bien?

—Un poco mareado

—Tranquilo

Apoya los codos en las rodillas y la cabeza sobre sus manos.

—¿Puedo ayudarte? —interrumpo el silencio

—Se me pasa enseguida

—¿Los porros?

—No, bueno sí, es que

Me callo. Respira hondo. Le cojo el cigarro de la mano. Lo apago. Me levanto. Paseo entre las mesas. Rubén vomita. Me acerco rápido. Le aguanto la cabeza. Le separo las piernas. Vomita de nuevo. Se salpica los zapatos. Le agarro por la cintura. Vomita. Espero. Escupe.

—¿Llevas pañuelos? —pregunto

—Atrás

Meto la mano en el bolsillo y saco un par de pañuelos de papel. Le limpio los labios y la nariz. Hago que suene.

—¿Hay alguna fuente por aquí? —pregunto

—No, sí —señalando con el dedo

—¿Quieres mojarte la cara?

Silencio. Espero. Me pasa el brazo por el cuello. Lo levanto. Casi nos caemos. Me disculpo. No dice nada. Lo arrastro hasta la fuente. Se sienta en la piedra. Aprieto el botón. No cae. Le doy más fuerte. Pongo su cara bajo el chorro. Aparto. Le mojo la frente. El agua gotea por su barbilla.

—¿Mejor? —pregunto

—Sí

Saco un par de pañuelos de su bolsillo y le seco la cara. Los humedezco. Le limpio los zapatos. Me siento a su lado. Enciendo un cigarro. Se oye música a lo lejos. Mis oídos no dejan de pitar. Inspiro. Huele a pino. Le miro. Sigue con la cabeza agachada. Respira rápido. Me levanto. Ando. Me siento en un banco de piedra. Le pego una calada al cigarro. Echo el humo. Miro hacia arriba. Se ven las estrellas.

—Si quieres nos vamos —me dice

—¿Estás bien?

—Creo que sí

Apago el cigarro. Me acerco. Le ayudo a levantarse. Caminamos despacio.

—Lo siento —me dice

—No pasa nada

Llegamos a la plaza. Los dos en la barra. Compro varios ticket. Dos aguas. Nos sirven.

—¿Vamos a bailar? —me pregunta

Pasamos entre la poca gente que queda en la pista. Nicolás se acerca.

—¿Dónde os habíais metido?

—Hemos ido a mear —contesta Rubén

—Estás blanco

Rosa me mira. Sonrío. Bailamos la última canción del verano. Miro al escenario. Los músicos se han cambiado de vestuario. El guitarrista bermudas, camiseta de tirantes, zapatillas. El cantante manos abajo, manos arriba. El guitarrista pelo en el pecho, espalda, axilas. Sergio me ofrece tabaco. Le doy fuego. Enciendo el mío. Le paso la botella de agua. Bebe. La cojo, acabo, suelo.

—¿Qué ha pasado? —me pregunta Rosa en la oreja

—Se ha mareado

—¿Nada más?

—Nada

Miro a Rubén. Está meando en un rincón. Giro al escenario. Dos espontáneos bailan un popurrí con los músicos. Terminan y les hacen bajar. El guitarrista apoya su instrumento en el amplificador para que se acople. Se quita la camiseta y la tira al público. Me tapo los ojos con las manos. Los músicos abandonan el escenario. Se me abre la herida del alma. La gente pide otra. Otra, otra. Vuelven al escenario. El guitarrista sin camiseta. Le doy la espalda. El cantante presenta a los músicos: a la batería, al bajo, a los teclados, Andrés a la guitarra y un servidor, Miguel, encantado de pasar esta maravillosa velada con todos nosotros y ofreciéndonos la última canción del verano. Bailamos. Aplaudimos. Los cuatro gatos que quedamos pedimos otra. Otra, otra. No vuelven a salir. Un chico con camiseta negra recoge los micrófonos. Suena música de ambiente. Otro recoge los platos de la batería. Nos despedimos de Carmen, dos besos, y Sergio, la mano. Nos vamos. Nicolás y Rosa agarrados de la cintura. Rubén y yo separados. Acompañamos a Rosa a su casa. Dos besos. Nos deseamos suerte. Llegamos a casa, entramos, subimos. Vamos pasando por el aseo. Cada uno en una habitación. Me meto en la cama. Apago la luz. Tengo hambre. Cierro los ojos. Se oye silencio. Bajo los calzoncillos hasta las rodillas. Pienso en el guitarrista. Me sigue doliendo. Oigo pasos. Subo los calzoncillos. Rubén entra en la habitación. No digo nada. Se mete en la cama y me abraza. Le abrazo. Siento su corazón en el pecho. Calma el dolor. Duermo, sueño, despierto. Solo. Está amaneciendo. Recojo, ducho, arreglo. Mochila al hombro. Entro en el cuarto de Rubén. Le brillan los ojos del reflejo. Me acerco. Le digo que le quiero y me despido con un beso. Salgo. Bajo las escaleras en silencio. Abro la puerta de la calle. Tengo la cara mojada. No me habré secado bien con la toalla. Respiro. Cierro. Camino hasta las afueras del pueblo. Bajo por la cuneta hasta una finca. Me acerco a un árbol y cojo un melocotón. Subo. Lo limpio. Pego un bocado. Está rico. Trago. Pasa a través del nudo de mi garganta. Termino. Tiro el hueso a lo lejos. Mano al bolsillo. Tabaco. Fumo.

LA ORQUESTA

Pasan coches. Hago dedo. No paran. Casi me arrolla un camión. Le levanto el dedo corazón. Frena. Me acojono. El conductor me llama. Me acerco. Abro la puerta.

—¿Vas para el sur? —me pregunta

—Sí

—Vamos, que nos siguen detrás

Miro. Una furgoneta blanca. Subo rápido y cierro. Arranca. Dejo la mochila en el asiento.

—Ponte cómodo —me dice

—Gracias

Pantalones cortos y camisa. Barriga sobre las pantorrillas. Barba de tres días. Apoya la mano en el cambio de marchas y tira hacia atrás. Miro hacia la carretera.

—¿Cómo? —pregunto

—Que has salido pronto

—Sí, y eso que anoche nos acostamos a las seis y pico porque hacían orquesta en el pueblo

—¿Estuvo bien?

—¿La orquesta?, lo típico, pasodobles y todas las canciones del verano

—Así que bien

—Bueno, he visto mejores

—¿Afinaba el cantante?

—No lo hacía mal, tampoco me fijé mucho, el guitarrista una pasada

—Así que te gustaba el guitarrista

—¿Eres músico?

—Yo sólo aporreo la batería, los músicos van detrás

—¿Dónde?

—En la furgoneta blanca —dice señalando con el dedo

—Ah, vale —digo mientras él sonríe—, ¿adónde vais ahora?

—A un pueblo de Albacete

—Anoche no te vi por el baile

—Estaba durmiendo en el camión, ahora los que duermen son los de la furgoneta

—Claro

Miro por el retrovisor. Nos siguen detrás. Me giro hacia sus grandes tetas. Baja la ventanilla y se desabrocha un par de botones de la camisa. Deja caer las manos, con guantes de cuero negro recortados, en el volante.

—Así que te gustaba el guitarrista —suelta en el aire

—Tocaba muy bien

—Ya se lo diré

BOOK: Peluche
3.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Logic by Viola Grace
Red Queen by Christopher Pike
Time to Murder and Create by Lawrence Block
Tom Swift and His Space Solartron by Victor Appleton II
Revolt 2145 by Genevi Engle
Coming Attractions by Robin Jones Gunn
Trouble at the Arcade by Franklin W. Dixon
Purgatorium by J.H. Carnathan