Peluche (13 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—No me he presentado, soy Lucas —le digo

—Ah, Sebastián

Llegamos a la ciudad. Retención en la entrada.

—¿Fumas? —pregunto

—No gracias

—¿Puedo?

—Sí claro, podías haber fumado antes

—Gracias, no me apetecía

Salimos del atasco. Aparca detrás de una gasolinera. Bajamos.

Cogemos su coche. Conduce rápido.

—Déjame donde quieras —le digo

—¿Conoces a alguien aquí?

—A ti

—Vente a casa

—No, perdona, no quería decir eso, es la primera vez que vengo pero

ya me buscaré la vida. Déjame donde te vaya bien

—Lucas, mañana si quieres te vas

—Vale, gracias

Sale del semáforo. Estaciona en batería. Bajamos. Cojo la mochila.

—Mira —me dice—, vivo ahí, en el cuarto

La luz del comedor encendida. Abre la puerta. Subimos en silencio

por el ascensor. Entramos en casa. Espera Brian.

—Buenas noches —dice Sebastián dándole un beso

—¿Y este chico? —le pregunta con acento inglés

—Va a pasar la noche

—Muy bien, pasa —me dice—, no te quedes en la puerta Sesenta. Gordo. Pelo blanco por el cuello de la bata morada que le

llega al suelo.

—¿Estás mejor? —le pregunta Sebastián

—Ya me ves —le dice con un pañuelo en la mano

—¿Te has tomado el medicamento?

—Sí. ¿Cómo te llamas? —me pregunta

—Lucas

—Brian, encantado, sentaros que voy a servir la cena

Pasamos al comedor. Cenamos cus-cus y ensalada de espinacas con

beicon y champiñones a la vinagreta.

—¿Cómo ha ido el viaje? —Brian a Sebastián

—Bien, ya veo que has estado fumando

—Es que se me ha hecho un día tan largo

Conversan. Retiramos los platos de la mesa. Friego. Vuelvo al

comedor. Cogidos de la mano en el sofá.

—Me voy a dormir —les digo

—Espera —se levanta Sebastián—, te acompaño

—Gracias, buenas noches Brian

—Buenas noches

Pasillo hasta el cuarto. Enciende la luz. Quita un gran oso depeluche de la cama.

—¿El aseo? —pregunto

—En la puerta de al lado

—Gracias

—¿Qué plan tienes para mañana? —me pregunta

—Ninguno

—¿Quieres ayudarnos con el inventario?

—Vale, pero nunca he trabajado de...

—No importa, la mayoría de gente que viene tampoco

—Vale

—Entonces te despierto a las cinco y media

—De acuerdo

—Buenas noches

—Buenas noches, y gracias por todo

Sale. Voy al aseo y me ducho. Sábanas limpias. Apago la luz. Eltecho cubierto de estrellas. Pienso en mis padres. Cierro los ojos. Me duermo. Sebastián me despierta. Me levanto de un salto. Salgo vestido con la mochila en el hombro. Desayunamos. Ascensor para bajo.

—¿Tienes sueño? —me pregunta

—No, un poco

Salimos a la calle. Todavía de noche. Subimos al coche y conducehasta el hipermercado. Entramos. Un montón de gente esperando en recepción. Sebastián habla con el encargado y paso. Me cuelgo la etiqueta que reza “inventario” en el cuello. Subimos escaleras hasta su despacho. Espero. Conecta el ordenador. Llegan dos chicos y una chica. Nos presentamos. Sebastián reparte un rotulador negro y un rollo con adhesivos para cada uno. Nos explica mientras bajamos. Un chico y yo empezaremos por aquella parte, cada uno en un estante, desde el principio del pasillo hasta el final donde están las cajas registradoras. Se trata de ir contando todos los artículos que tengan la misma referencia, ojo con ese dato, y cuando los tengamos numerados pegaremos el adhesivo con el número exacto en un lugar visible para que posteriormente los revisores punteen y recuenten con la calculadora. Mi compañero pregunta a Sebastián. El resto escuchamos. Tras la respuesta nos dice que si en cualquier momento tenemos alguna duda sobre un artículo, una referencia, etc. que por favor se lo hagamos saber, que podremos encontrarle o bien en el despacho o por esta sección, y de no hacerlo que pasemos a otro artículo que él se dejará ver de vez en cuando para comprobar cómo nos va. Aclarado esto nos ponemos manos a la obra. Me pongo de acuerdo con mi compañero. Él por las pilas y yo por las bombillas. Una, dos, tres, cuatro, empiezo a contar. Paro. Miro la referencia y cuento de nuevo. Acabo. Número en el adhesivo. Pego. Despego. Pego de nuevo más recto. Sigo contando. Me pierdo. Vuelvo a empezar. Mi compañero me llama. Dejo de contar y me acerco.

—Perdona, esta pila es la misma que ésta, ¿no? —me pregunta

—Parecen iguales, ¿has mirado la referencia?

—Es que no la veo

—¿A ver?

Cojo las dos pilas a la altura de la vista. Las separo. Entre pila y pila su barriga. Las junto. Cara blanca, lunares rosados...

—Aquí está —le digo con el dedo en la referencia

—Gracias

Le doy las pilas. Vuelvo al estante. ...barba de tres días y mirada perdida. Empiezo a contar. Se me olvida sumar una hilera de bombillas de la referencia anterior. Memorizo las cantidades y apunto el total. Conectan el hilo musical. Me relajo. Última bombilla y paso a los enchufes. Aprovecho para girarme. Mi compañero agachado. Pantalón de chándal largo y camiseta que no le llega hasta abajo. Me pierdo. Vuelvo a empezar. Aparece Sebastián. Nos pregunta cómo nos va. Bien. Mi compañero más adelantado que yo. Sebastián se acerca a la otra pareja de la sección de bricolaje que cuenta máquinas de taladrar. Sigo rápido, a dos pasos de mi compañero. Espalda ancha, collar negro. Me vuelvo a perder. Cuento más ligero, de tres en tres. Acelero y acabo con los enchufes. Me arrodillo en el suelo donde están los cables. Cuento, sumo, apunto. Transformadores. Voy rápido. Hay menos. Más lento con los fusibles. He sacado medio cuerpo de ventaja a mi compañero. Cuenta por la parte de arriba. Por abajo asoma la barriga. Me mira. Bajo la vista a mis manos. Las tengo vacías. Cojo fusibles. La cara encendida. Sigo contando. Mi compañero termina.

—¿Te ayudo? —me pregunta

—Vale

Sonríe. Disimulo la felicidad. En su cara dos hoyuelos. En la mía el cielo. Me concentro. Nos vamos juntando. Me hago el desinteresado. Estamos pegados. Yo invierno. Terminamos. Buscamos a Sebastián por los pasillos del hipermercado. No aparece. Nos perdemos. Volvemos al pasillo principal y subimos por las escaleras hasta su despacho. No está. Esperamos.

—Qué coñazo de trabajo —me dice

—Sí

—¿Llevas hora?

—Las siete y media

—Todavía nos queda

Llega Sebastián.

—Ya hemos acabado —le digo

—¿Y vuestros compañeros?

—Ah, creo que ya lo tenían todo contado

Nos acercamos. Están terminando. Les ayudamos.

—Bueno, vosotros —les dice Sebastián a la chica y al chico— vais a continuar por la parte de atrás del estante, con las herramientas de podar, ¿de acuerdo?

Asienten con la cabeza.

—Y vosotros dos venid conmigo

Entramos en el almacén a través de una puerta automática. Pasillo, escaleras, puerta.

—Mirad —nos indica—, toda esta hilera de cajas hasta la pared contienen los mismos artículos y referencias que habéis inventariado en la tienda. La mayoría están llenas, por lo que sólo tendréis que anotar en los adhesivos la cantidad de unidades total, si lo pone, claro, si no multiplicar el número de cajitas que contiene por la cantidad de artículos de cada cajita. Bueno, ya lo veréis. Las que estén abiertas se vacían con cuidado y contáis uno a uno cada artículo. Si lo preferís, que uno vaya contando y el otro anotando, o como queráis. Antes que nada desmontáis este palé, que es del último pedido que se ha realizado, y colocáis cada caja en el lugar que corresponda. No os fiéis del tamaño o la forma de los artículos y fijaros bien en la referencia que es muy fácil equivocarse, ¿entendido?

—Sí —respondemos

—¿Hace falta que subamos las cajas del palé a la estantería? — pregunto

—Hombre, si veis un hueco vacío las colocáis, así trabajaréis con más espacio. Pero bueno, sobre la marcha, tampoco os agobiéis que esa no es faena vuestra. Abajo junto a la puerta automática por donde hemos entrado hay una escalera metálica por si os hace falta

—Ahora voy yo —le digo

—Pues nada, sin prisa pero sin pausa

Mi compañero se queda desembalando el palé. Sebastián y yo bajamos hasta la puerta.

—¿Lo estamos haciendo bien? —le pregunto

—Sí, tranquilo

Aprieta el botón rojo y sale del almacén. Cojo la escalera. La subo. Mi compañero todavía está quitando el plástico del palé. Le ayudo. Estiramos. No se rompe. Meto la mano al bolsillo y saco el mechero. Hago un agujero. Se enciende. Soplamos. No se apaga. Mi compañero coge un cartón del suelo y sofoca el fuego. Sale humo negro.

—Gracias —le digo

—Joder —dice respirando acelerado—, qué rápido quema este plástico

—¿Huele mucho?

—Un poco

—Espero que no se den cuenta

—Qué va, este almacén es muy grande, ¿tú oyes a alguien?

—No

—Yo tampoco

—¿Por dónde empezamos?

—Por el palé, ¿no?

—Ah, sí

Quitamos el resto de plástico y lo tiramos en una caja vacía. Compruebo que esté bien apagado. Vamos colocando las cajas en su sitio. Pesan poco. Seguimos quitando. Las de abajo pesan más. Cogemos una entre los dos. No me había fijado en sus brazos. Terminamos. Vamos hasta el principio de la estantería. Yo contando, él anotando. Cojo la escalera. Subo. Arriba una caja abierta. Se la paso. Me mira. Yo desprevenido. Aparto la vista. Caigo en la cuenta. Dejamos la caja en el suelo y la vaciamos con cuidado. Cuento a medida que las voy ordenando en la caja. Veintidós, más una, dos, tres cajitas llenas a cincuenta unidades cada una, ciento setenta y dos. Anota en el adhesivo y lo pega fuera, a la vista. Subimos la caja. Bajo de la escalera y seguimos con los enchufes, pilas, cables y bombillas. Descansamos. Le ofrezco tabaco. Fumamos.

—Todavía nos queda un huevo —observa

—Sí

—¿Vienes de una ETT?

—No, conozco a Sebastián, ¿y tú?

—Yo sí, cada seis meses, julio y diciembre, empecé trabajando de reponedor pero me lo dejé

—¿En esta sección?

—En alimentación

—¿Mucho tiempo?

—Un año

—¿Qué haces ahora?

—Reparto prensa

—¿Te gusta?

—Sí —dice apagando el cigarrillo y levantándose—, ¿seguimos?

—Vamos

—Cuento yo ahora —me dice pasándome el rotulador y los adhesivos

—Como quieras

Seguimos contando, anotando, sudando.

—Tú no eres de Almería, ¿verdad? —me pregunta

—De Castellón

—¿Castellón?

—Estoy de vacaciones

—¿Y trabajas?, a buenas horas curraba yo en vacaciones

—Tú también libras el fin de semana con el reparto, ¿no?

—Ya, pero me hace falta la pasta

—Ah, bueno, eso es otra cosa —le digo

—Pero esta tarde pensaba ir a la playa

—Yo también

—¿Me pasas la caja?

Se la paso. Coloca sus manos debajo de las mías. Me mira. No aparto la vista. Bajo los peldaños. Despacio. Se me acelera el ritmo cardíaco. La dejamos en el suelo. Vaciamos. Cuenta rápido. Anoto. Sigue contando. Me equivoco. Tiro el adhesivo. Apunto en otro. Me relajo. Subimos la caja. Bajo. Pasamos a la estantería de al lado. Subo peldaños. Buscamos la referencia de una caja. Hay un papel blanco pegado. Lo quitamos. No está. Me agacho. Tampoco por debajo. Miro a los lados. Le doy la vuelta. No aparece. Sube a la escalera por detrás de mí.

—Ahí está —me dice

Levanto la vista. La señala con el dedo. La veo. Baja la mano y la deja sobre mi hombro. Yo de espaldas a él. Su otra mano en mi otro hombro. Bajo los brazos. El corazón me golpea fuerte en el pecho. Agarro la escalera para no caerme. Me besa el cuello. Me giro. Despacio. Nos besamos. Me rodea con sus brazos. Bajamos los peldaños sin separarnos. Le abrazo por los costados. No alcanzo a tocarme las manos. El sudor de su cuerpo y el mío. Me quita la camiseta. Tiemblo. Me besa las tetas. No doy crédito. Baja la lengua hasta el ombligo. Lo siento dentro. Me abraza arrodillado y llora. Despierto del sueño.

—¿Te pasa algo? —pregunto

Sigue llorando.

—Tío, ¿te pasa algo? —insisto

—Nada

Me abraza más fuerte.

—Tranquilo, hombre —le digo

—¿Puedo ir contigo a la playa?

—Claro

Me suelta. Me pongo la camiseta. Trabajamos en silencio. Las únicas palabras que intercambiamos son las sumas y las referencias. Contamos dos estanterías más. Mi compañero más animado. Apilamos un montón de cajas vacías junto a la pared. Llega Sebastián.

—¿Qué tal por aquí? —nos pregunta

—Bien —respondemos

—¿Qué hacemos con estas cajas? —pregunta mi compañero

—Dejarlas ahí que no molesten, mañana las tiraremos al contenedor

—Sólo nos quedan estas dos estanterías y acabamos —le digo

—¿Y aquello?

—Ya está contado

—Ah sí, ya veo los adhesivos

—A aquellas cajas no hemos llegado ni con escalera —observo

—No importa, son herramientas usadas

—De acuerdo

—Pues nada, cuando terminéis bajáis a la tienda y veremos si queda algo más que inventariar

Sebastián baja las escaleras. Nos quedamos en silencio.

—¿Seguimos? —pregunta con buen ánimo

—Déjame contar a mí

Coge rotulador y adhesivos. Voy cantando. Él anotando y pegando.

—Ayúdame a bajar esto —le digo

—Perdona lo de antes —me dice cogiendo la caja

—No es nada

—Lo siento de verdad —mirándome a los ojos

—¿Bajamos la caja?

—Ah, sí

—Un día raro lo tiene cualquiera

—Es que salgo con una chica...

—¿Quieres fumar?

Nos sentamos. Le doy fuego. Suelta el humo.

—...y no sé cómo dejarlo

—Ah

—La culpa es mía, no tenía que haberle dado pie, pero ya sabes, me dijo que me había cogido mucho cariño, que...

—¿Sí?

—...esas cosas que te dicen y no puedes decir que no

—¿Y?

—Llevamos saliendo más de medio año

—Ajá

—Ella está muy enamorada de mí

—¿Seguro?

—Ojalá me equivocara

—Pues díselo

—¿Todo?

—No sé, quizá sea lo mejor

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