Peluche (11 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—¿Y usted no cierra? ¿No tiene descanso?

—Mi hijo viene a echarme una mano de vez en cuando, pero como este año se ha metido en la junta de fiestas pues nada, y a mí también me sabe mal molestarle, como usted comprenderá es joven y...

—Ya —le digo terminándome la cerveza de un trago—, ¿quiere otra?

—No gracias, estoy servido

Me levanto. Salgo, compro, vuelvo. Se ha desabrochado los botones de la camisa. Noto la espuma de la cerveza en los dedos. Bebo. Me siento a su lado.

—¿Fuma? —le ofrezco nervioso

—Gracias, lo dejé hace años

—No he preguntado si se puede, antes me he encendido uno, estaba tan cansado que no me apetecía salir a la calle

—Puede fumar

Enciendo el cigarro. Tiembla en mis manos. Bebo más cerveza. Vuelvo a su pecho. Él a mi paquete. Fumo. Nos miramos a la cara.

—¿Me deja? —le pregunto

Aprueba con la cabeza. Apago el cigarro en la lata de cerveza. Le paso la mano por la barriga. La suya en mi entrepierna. Subo por el pelo de su pecho y le acaricio la barba.

Sonríe.

Sonrío.

Se recuesta sobre la almohada. Le desabrocho la bragueta y le como la polla, dura, no cabe entera en mi boca. Miro hacia arriba. Respira. La cara roja. Le abro la camisa. Su barriga se desliza. Mis manos en pelo blanco. Empuja. Trago. Salgo, respiro, fuera ropa.

Apoya la espalda en el cabezal de la cama. Yo a horcajadas. Chupa mi agujero. Me doy la vuelta y desciendo hasta que me tiene dentro. Empuja. Su barba en mi pecho. Yo abierto hasta las entrañas. Me abraza. Se va corriendo. Los dos quietos. A flor de piel. Me masturbo en su pecho. Caigo sobre él.

Me duermo. Sueño con los
Teletubbies
. Despierto. Bocabajo. Cubierto con mi camiseta. Cierro los ojos. Me levanto. Abro la puerta. La cierro. Me pongo los pantalones. Salgo al pasillo. Entro en el baño. Me aseo. Vuelvo. Me tumbo en la cama. Bocarriba. Miro el techo. La bombilla. La ventana. Anochece. Salto. Me visto. Enciendo un cigarro. Fumo. Despacio. Pensando. Abro la ventana. La gente pasa. Me asomo. Se alejan. Tiro el cigarro. Apago la luz y salgo.

—¿Oiga? —pregunto

Se acerca el hostelero

—Voy a salir —le digo—, supongo que se me hará tarde

—¿Has cogido las llaves?

—Aquí las llevo

—Pásalo bien

—Gracias

Salgo a la calle. Camino por donde he venido. Respiro. Profundo. Se encienden las farolas de la acera. Hago sombra. Llego a una plaza. Dos bares abiertos. Me acerco a uno. Observo. Voy al otro. Entro en el primero. Huele a café y a humo. En la barra dos chicos obesos. Me coloco entre ellos y la pared. Pido al camarero. Miro a la gente. De reojo a los chicos. Me sirve la coca-cola. Bebo con un cigarrillo. Cojo la butaca y me siento. El codo en la barra. Fumo. Tras el cristal de la ventana los músicos de la orquesta. Entran. Tino y Ricardo no van con ellos. Guitarrista con chaleco y bermudas. Se sientan alrededor de una mesa. Hablan. Piden al camarero que toma nota. Los chicos de mi lado hablan del cine de los noventa. Tarantino. El camarero lleva a los músicos una jarra de cerveza y seis vasos. Echan. El guitarrista bebe de un trago. Labios rosados. Continúa hablando. Camarero ensalada, pan, servilletas y cubiertos. Regresa. Otra jarra de cerveza y platos combinados. Comen con ganas. Enciendo un cigarro. El guitarrista rebaña el plato con un trozo de pan. Abre la boca. La corista le pasa una longaniza. Se miran. Brindan. Acaban de cenar. Toman cafés. Me quemo el dedo con el cigarro. Cae al suelo. Enciendo otro mirando a la gente. El guitarrista mueve la bolsita de azúcar del café. La abre. Vierte mitad en la taza, mitad en el plato. La corista sonríe. Él vacía el azúcar del plato a la taza. La corista le riñe. Él le contesta.

—Si de verdad me quisieras, tu amor sería como el azúcar que vuela de la fría y resbaladiza superficie del plato, al cálido y humeante líquido azabache que golpea ciento veinte veces por minuto mi herido corazón de músico ambulante

—Poeta —le dice ella

Él sonríe. Fumo. El chico de mi lado se mete el dedo gordo en el bolsillo trasero. Muñeca cubierta de pelo hasta las venas. Bebo. Se levantan de la mesa. El cantante paga. Pide la factura. Guitarrista y corista salen del bar. Los veo pasar por la ventana. Llamo al camarero. Ceno observando la mano del chico y oyendo sus comentarios. Pago, meo, salgo. Entro en una sala de recreativos. Miro las pantallas que se iluminan. Me acerco. Echo una moneda. Pulso. Disparo, disparo, disparo. Me quitan una vida. Sigo disparando. Me canso. Dejo al soldado quieto. Lo acribillan. Salgo. Camino despacio al concierto. Compro una bolsita de ruedas. Pago en taquilla. Entro. Tiro la bolsa vacía en la papelera. Pregunto por los aseos. Abro la puerta del módulo. Salen dos chicos. Me bajo la cremallera. A la derecha un señor que me mira. Yo su barriga. Mea. Trago saliva. Baja la vista. Me la guardo y salgo. Han puesto música de ambiente. Compro varios ticket y pido cerveza. Enciendo un cigarro. Los músicos salen al escenario envueltos en humo. Suena la intro. Luces de color y empiezan a tocar. Guitarrista camisa blanca, chaleco y pantalón negro. La gente sale a bailar a la pista. Me siento bien.

—¡Lucas, Lucas! —oigo

Me giro. Ricardo con la mano levantada desde la mesa de control de sonido. Me acerco y le pregunto al otro lado de la valla.

—¿Cómo va!

—¡Bien! ¿Y tú!

—¡Te hacía durmiendo en el camión!

—¡Es que cuando hemos terminado de descargar han llegado los camiones de refrescos, el furgón con las vallas de protección, los de la comisión de fiestas han comenzado a echar cables por el suelo para la iluminación y ya no me han dejado aparcar fuera del recinto!

—¿Cómo! —pregunto

—¡Que he venido a verlos, que no tenía sueño!

—¿Quieres una cerveza!

—¡Ahora salgo!

—¡Espera, voy yo!

Voy a la barra y vuelvo.

—¡Gracias!

Le ofrezco tabaco. Ricardo abre la valla y entro. Fumamos. Saludo a Tino. Mueve los
faders
de la mesa de sonido. A su lado otro chico hace lo mismo con la de luces. Me lo presentan. Víctor. Bebo cerveza. Llevo la mirada del pecho de Ricardo al escenario. El cantante animando al público con el pie apoyado sobre un monitor. El guitarrista moviendo el mástil de lado a lado. Por debajo asoma la barriga.

—Se llama Andrés —me dice Ricardo al oído

—¿Quién? —le pregunto acercándome a su barba

—El guitarrista

—Ah, suena todo mejor que ayer

Bebemos. La gente abarrota la pista. Tocan un pasodoble. Otro. La canción del verano. El público imita la coreografía del cantante.

—¿No bailas? —pregunto

—¿Esto?

—¿Qué hay de malo?

—Prefiero lo de antes

—¿El pasodoble?

—Bailar agarrado

La segunda canción del verano. Ricardo me da dinero y compro cerveza para los cuatro. Bebemos con tabaco. La gente pasa por nuestro lado cogida de los hombros simulando un trenecito. Me llevo un codazo. Me alejo de la valla. Desplegamos dos sillas metálicas y nos sentamos detrás de los técnicos. Otro cigarrillo para la conversación. Tino regulando la ecualización del teclado. Víctor disparando luces al compás de la música. Otra canción del verano. La gente bailando y saltando. Fin de la canción interminable. El cantante agradece la entrega de su público y presenta el próximo tema. La gente empieza a bailar enloquecida.

—Ahora vengo —le digo a Ricardo

Abro la valla, salgo, cierro. Hago cola en el aseo. Espero. La fila no corre. Entro en el de chicas. Meo. Salgo. Pillo dos cervezas. Llego a la mesa de control. Ricardo no está. Espero fuera de la valla. Pego un sorbo de cerveza. Miro a los lados. Ni rastro. El guitarrista lleva el chaleco semiabierto. Pelo en pecho y guitarra resbalando en su barriga sudada.

—Aquí estoy —me dice Ricardo por la espalda

—Ah —casi se me cae la cerveza

—Vaya cola había en el aseo

—Sí

Imagino a Ricardo en los aseos mientras pasamos dentro y nos sentamos. Golpea su mano en la rodilla al ritmo de la música. Yo con el pie. Miro la espuma de mi cerveza. De reojo el pelo que cubre sus dedos. Detiene la mano. Giro al escenario. Continúa golpeando. Dos temas más y descanso. Ricardo habla con Tino. Les digo que voy a pegar una vuelta y que nos vemos luego.

Camino entre la gente. Me mareo. Corro hasta una esquina y vomito por los nervios. Me recupero. Voy al aseo. Me cuelo. Pongo la cara bajo el agua. Me seco. Miro el espejo. Compro una botella de agua y chicles. Bebo, mastico, salgo del recinto. Cuñan mi muñeca. Me siento en la acera de enfrente. Respiro. Profundo. Enciendo un cigarro. Veo la gente pasar. Los mayores despacio. Los jóvenes de lado a lado. Fumo. Se acerca una chica y me pide fuego. Le ofrezco. Se va. Cojo dos piedras del suelo. Una tercera. Juego al tres en ralla. Pierdo. Las tiro a la cuneta. Lloro. Apago el cigarro. Suena la orquesta. Me levanto. Enseño el cuño y entro. Me acerco al escenario. Tocan un rock and roll. El guitarrista delante de mí. Manos grandes, muñeca suelta. Aprieta con el pie el botón de la pedalera y se marca un solo. La barriga por debajo de la guitarra. Un nuevo tema. A mitad de canción se le rompe una cuerda. Cambia la posición de los acordes. Fin de la canción. Se cuelga otra guitarra. Grande. No se le ve la barriga. Le miro la cara. De colores. Recién afeitado. Saco el tabaco. Tiro el chicle. Enciendo un cigarro. Fumo. Muevo el cuerpo de lado a lado. Despacio. Me tiemblan las piernas. Acompaño el movimiento con los hombros. La gente no me mira. Fumo. Despacio. Al compás de la música. Me dejo llevar. El guitarrista me mira. Me quedo helado. Aparto la vista hacia el público. Me siento ridículo. Fumo. Me descongelo y vuelvo a dejarme llevar. Acaba la canción. El cantante presenta un nuevo tema. La gente salta. Me empujan. Doy un paso adelante y me apoyo en las vallas de contención. Levanto la vista. El guitarrista encima de mí. Le miro. Toca concentrado. Se acerca al micro. Hace coros sin mirar al mástil. Miro por él.

—¿Un trago!

—¡Gracias! —le digo al chico que me ofrece cerveza en un litro de plástico

—¡Bebe más!

Obedezco. Le doy tabaco. Reconozco sus manos. Fumamos. Es uno de los chicos que hablaba de cine en el bar. Gordo con perilla. Me mira. Aparto la vista hacia la orquesta. El guitarrista también me mira. Me entra ansiedad. Fumo.

—¿Eres de aquí! —pregunto al chico

—¡Sí, toma, bebe!

—¡Gracias!

—¡Vamos a por más cerveza!

—¡Como quieras!

Salimos de la pista de baile. Voy delante. Me giro. No le veo. Miro. Nada. Me quedo quieto. Nada. Me pongo de puntillas. Mierda. Vuelvo por donde he venido. Está hablando con un chico. Acaba. Me mira. Nos acercamos a la barra. Pedimos un litro de cerveza.

—Te gusta el cine —le digo

—¿Me conoces?

—No he podido evitar escucharte esta tarde en el bar, con tu amigo

—César, intentaba convencerle para que viniese al baile pero ha llegado Fran con un puñado de pelis y... yo no te he visto en el bar

—Estaba detrás de ti, en la barra

—¿Vamos?

Salimos del recinto. Nos sentamos en la acera entre dos coches. Saco la cartera. Abre la paperina. Saco el DNI y un billete. Echa, corta, dos tiras. Le paso el billete enrollado y esnifa. Inspiro por el agujero izquierdo y por el derecho. Esnifo por el que entra más aire. Le paso un cigarrillo. Chupa el doblete y lo pasa por la cartera. Vuelve a abrir la paperina y me ofrece. Le miro. Se moja un dedo, lo impregna y se lo pasa por los dientes. Hago lo mismo. Fumamos del cigarro encocado. Bebemos cerveza. Inspiro fuerte por la nariz hasta que llega a la garganta. Amarga. Trago. Nos damos un beso. Paso mi mano por su cara. Me mira fijamente. Estoy temblando. Nos levantamos. Le sigo.

Llegamos. Contra la pared dos chicos meando. Se van. Me besa. Se desabrocha la correa. Me arrodillo. Se baja pantalones y calzoncillos. Le subo la camiseta. Chupo. Crece en mi boca. En mi garganta. Me ahoga. Esnifo. Entra coca. La saca. Me mira. La mete. Empuja. Fuerte. Mi cara contra su carne. Se abre de piernas. Me chupo el dedo gordo y se lo meto en el culo. Me estira del pelo. Empujo más adentro. Se deja caer. No aguanto el peso. Me aprieta. Levanto la rodilla y apoyo el codo. Cae de lleno. Pierde la fuerza. Dos grandes chorros de semen en mi garganta. Donde la coca. Trago sin sacármela de la boca. Se levanta de mi mano. Me masturbo mientras se abrocha. Lanzo. Me limpio. Volvemos a la acera. Esnifamos. Fumamos el cigarrillo a medias.

—¿Vamos? —pregunto

—Prefiero quedarme aquí

—Como quieras

—Gracias por todo

—A ti

Enseño el cuño y entro en el recinto. Directo a la mesa de control de sonido donde está Ricardo. Me ve y sonríe. Camino flotando.

—¡Entra! —me dice abriéndome la valla

—¿Cómo va!

—Bien, esperando a que terminen

—No faltará mucho ya

—Casi nada

Me rasco la cabeza y le miro el cuello de la camisa. Abrochada hasta arriba. Giro al frente. El guitarrista hace un solo. Cuatro o cinco personas le animan. Sonríe. Termina y se dirige al micro para hacer coros. La gente canta con él. Yo entre dientes también. Víctor apoya el apoteósico final de concierto con las luces cegadoras. La gente pide otra y el cantante obedece.

—Bueno, para finalizar una canción que seguro les suena

El baterista comienza con un ritmo machacón acompañado por el bajista.

—Ha sido un placer acompañarles —continúa el cantante— en esta hermosa velada. Nos volveremos a ver muy pronto, antes de lo que ustedes se imaginan. ¡Arriba esas manos!

El resto de músicos se acoplan al ritmo y la gente baila frenética el popurrí de canciones. Ahora sí, los músicos abandonan el escenario. Los veinte o treinta que quedan piden otra. No salen. Tino pone música de ambiente. La pista se vacía. Víctor recoge los cables.

—¿Qué haces ahora? —me pregunta Ricardo

—No sé

—¿Nos echas una mano?

—¿Qué hay que hacer?

—Sube al escenario y pregúntale a Víctor, él te dirá

Abro la valla y salgo detrás de Víctor. Me dice que recoja todo tipo de cable que vea sobre el escenario, que lo enrolle y lo precinte con una o dos vueltas. Coge uno y me enseña. Él los va desenchufando. Cojo uno, tiro, acabo en la otra punta del escenario, lo enrollo, precinto. Otro. Más grueso. Enrollo. Pesa. Se tuerce. Lo enrollo en el suelo. Precinto. Estiro. No se rompe la cinta. Le hinco el diente. A por otro. Llegan los músicos y recogen sus instrumentos. El cantante ayuda al baterista. Enrollo cables. El guitarrista desenchufa la pedalera. Raúl y Alejandro se fuman un peta.

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