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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (3 page)

BOOK: Peluche
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—Qué calor hace

—Si —le digo

Se despide el tercero. Nos aseamos. Respiramos. Entran dos hombres. Antes que se cierre la puerta estamos fuera.

—Dos coca-colas de bote —pido al camarero

Me acerco a la máquina de tabaco. Un paquete. Veo que paga. Otro. Nos sentamos en el porche del restaurante a la sombra. Fumamos.

—¿No trabajas? —pregunto

—Lo estoy haciendo

—¿Y qué haces?

—Soy representante

—¿De quién?

—De ropa interior

Bebe coca-cola. Doy una calada al cigarro.

—¿No has visto los catálogos del coche? —me pregunta

—Sí, debajo de la revista

—Viajo de lunes a viernes y los sábados me organizo las salidas de la semana siguiente

—¿Sois muchos en la empresa?

—Siete, cuatro representantes, dos administrativos y el jefe

—¿Pagan bien?

—Sueldo fijo más porcentaje de comisión, unos...

Bebo. Apoyo la espalda en la escalera.

—...más o menos —continúa—, en navidades un poco más

—¿Por la ropa interior roja?

—Eso es

—¿Visitas a particulares?

—No, sólo tiendas y centros comerciales. A cada representante se le asigna una zona y...

—Vamos, que no es como la tele

—Bueno, interpretar bien tu papel siempre ayuda —concluye mientras encesta la lata en la papelera

Subimos al coche. Me giro. La mochila en su sitio. Abro la guantera. Cojo el catálogo de ropa. Cierro. Los chicos se quedan dentro. Hojeo. Apoyo la cabeza en el respaldo. Salimos a la carretera. Suena
Every you and every me
de Placebo. Miro al de mi lado. Me enamoro de su cuerpo. El coche a ciento cincuenta.

—¿Vives solo? —pregunto

—Con una amiga

—¿Alquilados?

—Sí

—¿A qué se dedica?

—Trabaja en un banco

—¿En la caja?

—En el departamento de extranjero. Sabe idiomas

—¿Cómo es que vives con ella?

—Nos conocemos desde jóvenes. Pasó unos años en Londres y regresó justo cuando mi pareja y yo lo dejamos

—Qué bien, ¿no?

—Agradezco volver a casa y encontrar a alguien

—¿No tiene pareja?

—¿María?, salió un tiempo con un chico, irlandés, creo. Pero lo suyo no son la ataduras, es demasiado independiente

—¿Y es motivo suficiente para no vivir con nadie?

—Uno tiene que conocerse bien antes de emprender ese viaje

—Pero nunca llegamos a hacerlo del todo, a conocernos

—Depende de cómo seas

—¿Cómo hay que ser?

—Auténtico

—¿Ella lo es?

—Sí

—¿Tiene algún otro impedimento?

—Ninguno

—Se nota que la admiras

—Ha hecho mucho por mí

—Eres un gran hombre

—Tú qué sabrás

—Se te ve una persona íntegra

—¿Eso crees?

—Explícame eso de no poder vivir con nadie

—Y dale

—¿Quién puede vivir solo?

—Quien sea feliz así

—Pero no lo somos siempre

—Es que nunca somos una sola cosa, María es independiente, insegura a veces, alegre a veces, a veces se me echa a llorar al hombro y piensas que no somos tan fuertes como creemos ser

—Entiendo

—Entonces, ¿cómo crees que soy yo?

—Te lo he dicho antes

—Ah, sí, un gran hombre, íntegro me has dicho

—Eso pienso

—Estás seguro de tus palabras, ¿no?, no serás de esos que hablan y hablan sin propiedad

—Ahora me haces dudar

—¿Por?

—Porque me ha extrañado que hicieras tuyas mis palabras

—¿Acaso no son verdad?

—Sí, pero eso se dice por

—¿Por quedar bien?

—No, sólo que me ha parecido el momento adecuado para decírtelo

—Es decir, que en otro momento no me lo hubieras dicho

—No lo sé

—Entonces es que no soy así

—Yo no he dicho eso

—Pero entonces todo es una apreciación subjetiva

—Sí

—¿Y cuánta realidad hay en ello? ¿Cómo sé que no me estás mintiendo?

—La mía, joder, mi opinión sobre ti. ¿Es que no te fías? Me gustas, me pareces un gran hombre, joder, ¿qué más quieres?

—Perdona

—¿Por qué me interrogas así?

—Quería verte

—¿Llorar?

—Por dentro

—¿Y qué has visto?

—A un chico con miedo

—¿Miedo a qué?

—Tú sabrás

—Joder, si me dices que tengo miedo sabrás al menos porqué, ¿no hay que hablar con propiedad?, miedo a algo, uno no tiene miedo porque sí

—¿A ti mismo?

—¿Tú me lo preguntas? ¿No dices que me conoces bien?

—Es que me identifico mucho contigo

—Será con la imagen que te has hecho de mí

—Eso será

Guardo el catálogo de ropa en la guantera. Fumamos sin hablar. Suena
Somos Libres
de Los Niños Mutantes.

—¿Te acerco a algún sitio? —me pregunta

—Me dejas donde te vaya bien

—En la siguiente salida me desvío hacia el norte

—Como veas

—Te acercaré a Alcañiz

—Gracias

Nos despedimos con un beso.

ESPERANDO A GORDO

Echo la mochila al cuello. Camino despacio en la tarde. Miro a la gente. Entro en un kiosco. Compro un helado. Me siento en el banco de un parque. Quito el envoltorio. Me levanto y lo tiro en la papelera. Vuelvo a sentarme. Chupo el helado. Muerdo. Miro alrededor. Se derrite en mi boca. Trago. A mi lado un pequeño cartel pegado en un árbol anuncia una obra de teatro. Estrenan
“Esperando a Gordo”.
Me fijo en el horario del jueves. Un pase a las ocho y otro a las diez. Muerdo el helado. Miro al cielo. Pasa una bandada de pájaros. Bajo la vista. Los niños juegan en los columpios. Una pareja mayor come pipas en un banco. Una pelota pequeña llega hasta mí. Se acerca un niño. La coge. Me mira. Escondo el helado. Se va. Muerdo. Apoyo la espalda en el banco. El brazo en el pasamanos. Cruzo una pierna. Pasa un señor. Le paro. Son las siete. Le doy las gracias. Se va. Vuelvo a mirar a mi lado. Memorizo la calle del teatro. Horarios. Ocho y diez. Termino el helado. Chupo el palo. Lo parto en dos. Quito las astillas con la mano. Relaja. Me levanto y lo tiro en la papelera. Camino. Pregunto la dirección del teatro a dos chavales. Ni idea. Me dirijo a una señora. Por allí, por el centro, no tiene pérdida. Sigo caminando. Pregunto de nuevo cuando llevo cinco manzanas. Estoy cerca, a un par de calles a la izquierda. Llego donde se supone está el teatro. No lo veo. Miro portales. Nada. Me apoyo en un coche y enciendo un cigarro. Pregunto a la gente que pasa. Nada. Detrás de mí el ruido de una puerta metálica. Me giro. Es el teatro. Fumo. Espero. Apoyo el culo en el coche cara al teatro. Llegan dos chicas. Me acerco. Entro en la cochera. Las paredes llenas de carteles. Leo en el tablón de anuncios. Se dan clases de expresión corporal y solfeo. Estiro el brazo y lanzo la ceniza a la acera. Sigo mirando carteles. Leo los recortes de periódicos. Críticas de obras en representación. El cartel de hoy. Una bañera sin cortina y un trozo de pared de baño. Sólo un actor y un director. Escenografía y coreografía a cargo del director. Texto, iluminación y sonido del actor. Salgo a la calle. Tiro el cigarro. Entro y pregunto al chico de la taquilla. Pago. Cojo la entrada y un folleto de la obra en papel fotocopia. Espero fuera apoyado en la pared. Entra gente. Entro con ellos. Muestro el billete y paso. Sala diminuta. No más de treinta sillas de plástico elevadas sobre un par de tarimas. Me siento en la tercera fila. Centrado. En escena la bañera del cartel y el trozo de pared. Cortina pasada. Miro el folleto. No hay cortina. Espero. La gente ocupa las sillas. Los últimos se sientan en las escaleras. Silencio en la sala. Se apagan las luces. Un foco cenital ilumina el trozo de cuarto de baño. Chapotea el agua.

—¿Has preguntado al jefe cuándo vamos a salir?

—No tengas prisa

—Es que hace mucho frío

—Aguanta

—¿Has visto cómo tengo las manos?

—Dame

—Qué caliente estás

—Tranquilo

—Todo saldrá bien, ¿verdad?

—¿Es que no confías en mí?

—Claro que sí

—¡Alto, policía, alto! —suena por megafonía

—Mierda

—¡Pum, Pum, Pum!

Se abre la cortina de la ducha. Un chico acostado en la bañera juega con dos muñecos de plástico; el moribundo en la orilla del agua, el pensativo en la barriga peluda que asoma fuera del agua enjabonada.

—Me traicionaste —le dice el moribundo

—Yo no lo sabía

—Júramelo

—Te lo juro

—No te creo

—Debes hacerlo

—Ya no me queda tiempo para creer

—¡Mírame! —el pensativo

—¿Qué quieres ahora?

—Te quiero

—Yo también

—Perdóname

—Sé que no lo sabías

—¿Por qué dices eso?

—Sé que no lo sabías

—¡No, no!

Se hunde en el agua. Suben burbujas.

—¿Por qué no llegaste a tiempo? —pregunta el pensativo al humano Hora y pico después de monólogo, el humano saca el brazo del agua

y mira el reloj.

—Uf, qué tarde, me voy, que me están esperando

Coge al muñeco y lo deja con el champú. Se levanta desnudo al

tiempo que se apagan las luces. Aplaudimos. Seguimos aplaudiendo. Aplaudimos más fuerte. Se oye un grito. Dan la luz. El actor en escena con un albornoz blanco. Sale del escenario. Aplaudimos. Entra. Se acerca una chica y le ofrece un ramo de flores y dos besos. El chico agradece, coge los dos muñecos y los muestra al público. Aplaudimos. Vuelven a salir del escenario. Encienden la luz de la sala y la gente deja de aplaudir poco a poco. Bajo las escaleras. Pregunto por el aseo. Entro, meo, salgo. Miro el cartel. Memorizo el nombre del actor. Oscurece.

Enciendo un cigarro. Pego una calada hasta dentro y echo el humo. Respiro. Camino despacio. Entro en una bocatería. Me siento. Apoyo los codos en la mesa. Ojeo la lista de bocadillos. Llega el camarero. Dudo entre el de tortilla de patata con mayonesa o el de lomo con tomate y queso. Pido uno. Agua para beber. Bravas para picar. El camarero deja la nota pinchada en una tabla. Una mano asoma por la ventanilla de la cocina y la coge. Me sirve el agua. Bebo. Espero. Llega el bocadillo. Como. Las bravas. Me limpio. Pido un cortado. Lo tomo fumando un cigarro. Me acerco a la barra y pago. Salgo. Casi es de noche.

Llego al teatro. Más gente que por la tarde. Compro el billete. Entro. Me siento atrás. Se apagan las luces. Empieza. El público ríe. Dos personas se parten por un comentario del muñeco que salta en la barriga del actor. Escuchamos. Vuelven las risas. Silencio. Más risas. Entra en mi cuerpo. Alguien del público llora. Acaba la función. Aplaudimos fuerte. Luces, flores, bombones. Aplausos. Salimos. Espero en la calle. Cigarro rápido. Sale el actor. La gente se acerca para felicitarle. Más flores. Un libro. Bombones. Agradece los regalos con una sonrisa que no ha podido despegar de sus labios. Comentarios rápidos sobre la obra. Está agotado. Me acerco y le doy la mano. Sujeta una caja de bombones entre las piernas y me la estrecha.

—Enhorabuena —le digo

—Gracias

—Me ha gustado muchísimo

—Se hace lo que se puede. ¿Te conozco de algo?

—No, creo que no. Seguro, vamos

Llega un chico y le da un pico en la boca. Me separo. Una chica le da un abrazo. Me apoyo en la pared. Hablan los tres. Enciendo un cigarro. La gente se marcha. Quedamos seis o siete. Me entretengo mirando carteles.

—Dejo todo esto en el coche y vamos a cenar —dice el actor

Los que esperan hablan sobre la obra. Se oye la primera crítica negativa. Uno de ellos se acerca y me pide un cigarro. Fuego. Hablamos sobre la obra. Sobre el viaje interior. Me pregunta que de dónde soy. Le digo que de Castellón. Me dice que van todos los años al FIB. Hablamos de música.

—Ya estoy aquí —dice el actor

El chico que me hablaba de Radiohead cierra la luz de la entrada y baja la persiana. Me pregunta qué tengo pensado hacer ahora. Contesto que nada. Me dice que vaya a cenar con ellos. Le digo que ya lo he hecho. Pues que me pida una cerveza. Coloca el candado a la puerta. Se levanta.

—Soy Alejandro —dándome la mano

—Lucas

Caminamos por la acera. Alejandro y yo hablamos sobre el festival

de este año. Le apetece ver un par de grupos que no me suenan de nada. Digo que sí. Repasamos los cabezas de cartel, los que se han descolgado, los que ya iba siendo hora que actuaran.

Paramos delante de la bocatería donde he cenado. Entramos. Juntamos un par de mesas y nos sentamos. Alejandro me presenta al resto. El camarero toma nota. Piden bocadillos, bebida y picoteo. Para mí un tercio de cerveza. Hablan. De teatro. La función de esta noche. Escucho atentamente comentarios y críticas. El actor explica las dificultades que representa interpretar dentro de una bañera cubierto de agua durante hora y media. Lleva camiseta azul con un logotipo circular de color verde. Barba cerrada. Pelos que escapan por el cuello y por los bíceps. Habla despacio. Escuchamos. Nos desvela algún secreto de la obra. Opinan. Llegan las tapas y la bebida. Bebo cerveza. Una chica habla sobre la obra que estrenará en pocas semanas. Está perdida. El texto se las trae. Escucha con atención los consejos que le dan, mientras pincha con el tenedor un par de calamares del plato. El de su lado le dice que aunque es jodido dar una elocución natural a un texto del siglo dieciocho, que tampoco es necesario justificar a pies juntillas todo lo que el personaje está diciendo en cada momento, que vea la escena de una forma global y se pregunte qué es lo que el autor pretende decir y que a todo esto ella dé su versión particular siguiendo las acotaciones del director. El de enfrente cuenta un chiste irónico sobre la parrafada que acaba de soltar el de antes. Ríen. El de antes no, le pone en antecedentes sobre una interpretación suya que al parecer trajo cola. El de enfrente dice que eso forma parte del pasado. El de antes que lo asuma. El de enfrente cuenta un chiste que no tiene nada que ver con lo de antes pero que hace gracia. El de antes ríe con todos. Bebo cerveza. Miro al actor. Me mira de reojo mientras muerde el bocadillo. Bajo la vista.

—¿Eres actor? —me pregunta la chica de la obra

—No, administrativo

—Vive en Castellón —interrumpe Alejandro

—Nosotros vamos todos los años al FIB —dice el actor

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