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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (17 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Con aspecto avergonzado, Ivy relajó la tensión de sus hombros. Parpadeó varias veces, intentando recuperar su calma habitual, pero yo estaba segura de que lo que realmente deseaba era darme una bofetada y gritarme que por qué me estaba comportando de forma tan estúpida o tal vez abrazarme y consolarme, diciéndome que todo se arreglaría. Pero no podía hacer ninguna de las dos cosas, por lo que se quedó quieta, con un semblante deprimente.

—Tengo que irme —balbuceé, poniéndome enseguida de pie.

Ceri se irguió grácilmente y se apartó de mi camino, pero Ivy se lanzó hacia mí.

—Rachel, espera —protestó, y me hizo vacilar; se me nubló la mirada cuando me cogió del codo.

No podía quedarme allí. Me sentía como una leprosa en una casa de gente sana, como una descastada entre nobles. Estaba cubierta de negrura, y en esta ocasión era toda mía.

—¡Jenks! —grité, desembarazándome de la presa de Ivy y dirigiéndome a mi habitación—. ¡Nos vamos!

—Rachel, ¿qué estás haciendo?

Corrí hacia mi dormitorio, me puse los zapatos, agarré la maleta, aparté a Ivy y corrí hacia la entrada.

—Estoy haciendo exactamente lo que había planeado —contesté, ignorándola, aunque me seguía muy de cerca.

—No has comido nada —respondió ella—, y todavía te sientes mal por haber invocado esa… ese hechizo. No te matará sentarte un segundo y tomarte una taza de café.

Se oyó un golpe proveniente del baño, seguido por un grito ahogado de Kisten. La puerta se abrió de pronto y me detuve. Kisten se apoyaba sobre el lavabo, con la cara retorcida en una mueca de dolor, mientras intentaba recuperar el aliento. Jenks se sujetaba al marco de la puerta, con un aspecto totalmente normal, vestido con la ropa negra y gris de Kisten, pero sus ojos verdes parecían nerviosos.

—Lo siento —se disculpó, y parecía que lo hacía de veras—. He… resbalado. —Recorrió con los ojos mi aspecto demacrado—. ¿Estás lista?

Sentía a Ivy detrás de mí.

—Toma —le dije, pasándole mi maleta—, haz algo de utilidad y guárdala en la furgoneta.

Parpadeó y me sonrió, mostrando sus blanquísimos y simétricos dientes.

—Sí, creo que podré llevar eso.

Se la pasé, y Jenks se tambaleó al sentir el peso. Golpeó con la cabeza el muro del estrecho pasillo.

—¡Maldición! —exclamó, chocando con el muro opuesto mientras intentaba compensar el equilibrio—. ¡Estoy bien! —añadió rápidamente, evitando cualquier oferta de ayuda—. Estoy bien. Por el amor de Campanilla, qué cerca están las paredes. Es como pasear por un hormiguero.

Me lo quedé observando, para asegurarme de que estaría bien, y alargué un brazo hacia él cuando empezó a tambalearse de nuevo al perder el apoyo de las paredes y encontrarse en el espacio abierto de la nave. Sus hijos lo acompañaban, lo que añadía un montón de ruido con sus gritos de ánimo y sus consejos. Esperaba que tuviese paciencia como para bajar los escalones uno a uno, y no de intentar saltarlos; me dirigía la cocina. Ivy me seguía de cerca, con Kisten detrás de ella, callado y pensativo.

—Rachel —dijo Ivy. Entré en la cocina y me quedé parada mirando a Ceri, intentando recordar por qué había ido allí—. Voy contigo.

—No, no vienes. —Ah, sí, mis cosas. Agarré el bolso, que llevaban los amuletos habituales, y abrí la despensa para coger uno de los cestos que Ivy usaba cuando salía a comprar—. Si te marchas de aquí, Piscary se te meterá en la cabeza.

—Pues irá Kisten —replicó ella, con su voz de seda gris teñida de desesperación—. No puedes ir sola.

—No voy sola. Voy con Jenks.

Guardé los tres volúmenes demoníacos en el bolso, y me incliné para coger la pistola de pintura de un estante bajo la encimera, donde siempre la guardaba, a una distancia prudencial para poder cogerla sin problemas. No sabía qué necesitaría, pero si había que usar magia demoníaca, usaría magia demoníaca. El pecho me dio una punzada, y contuve el aliento para frenar las lágrimas que amenazaban con empezara brotar. ¿
Qué diablos me está pasando
?

—¡Pero si Jenks ni se sabe mantener en pie! —protestó Ivy mientras yo pasaba una mano por el armario de los amuletos y los guardaba todos en mi bolso.

Amuletos para el dolor, hechizos de disfraz genéricos… Sí, estos me serán de ayuda
. Me detuve un segundo, con el corazón palpitándome con fuerza, mientras contemplaba la angustia de Ivy.

—No te encuentras bien —continuó Ivy—. No dejaré que te vayas sola.

—¡Estoy bien! —exclamé, temblorosa—. Y no voy sola… ¡Voy con Jenks! —Alcé tanto la voz que Kisten puso los ojos en blanco—. Jenks es toda la ayuda que necesito. Es la única ayuda que he necesitado en mi vida. Las únicas veces que la jodo es cuando no está a mi lado. ¡No tienes ningún derecho a cuestionar su competencia!

Ivy cerró la boca de golpe.

—No me refería a eso —farfulló, pero yo la aparté de un empujón y me salí al pasillo. Estuve a punto de derribara Jenks, que se acercaba; me di cuenta de que lo había escuchado todo.

—Puedo llevarlo yo —me indicó con voz suave, y le pasé el bolso lleno de textos demoníacos. Pareció perder el equilibrio durante un segundo, pero no se golpeó la cabeza contra la pared, como en la ocasión anterior. Recorrió el pasillo lentamente, con una ligera cojera.

Respirando rápidamente, entré en el dormitorio de Ivy, me arrodillé en el suelo, ante su cama, y saqué su espada de donde la había visto esconderla en una ocasión.

—Rachel —protestó Ivy desde el corredor, mientras yo me ponía en pie y guardaba la afilada catana en su vaina.

—¿Me la puedo llevar? —le pregunté escuetamente, y ella asintió—. Gracias. —Jenks necesitaba una espada. Vale que ahora no podía caminar sin chocar contra todo el mobiliario, pero enseguida mejoraría y necesitaría una espada.

Kisten e Ivy me siguieron mientras yo me colgaba la espada al hombro, al lado de mi mochila, y recorría el pasillo. Tenía que mostrarme enfadada. Si no lo hacía, me derrumbaría. Mi alma se había ennegrecido. Había practicado la magia demoníaca. Me estaba convirtiendo en todo aquello que había temido y odiado, y lo estaba haciendo para salvar a alguien que me había mentido y que había introducido al hijo de mi socio en una carrera criminal.

Entré en el baño cuando pasé por delante, cerré mi neceser. Jenks necesitaría un cepillo de dientes. Maldición, también necesitaba un fondo de armario completo, pero tenía que salir de aquí de una vez por todas. Si no seguía moviéndome, acabaría dándome cuenta de que estaba hasta el cuello de mierda.

—Rachel, espera —me llamó Ivy, cuando yo ya había llegado al vestíbulo, había descolgado la chaqueta de cuero y había abierto la puerta—. ¡Rachel, para!

Me detuve en el porche, sintiendo como la brisa primaveral jugueteaba con mi pelo y como los pajaritos trinaban, con la mochila y la espada de Ivy colgándome del hombro, con el neceser en una mano y la chaqueta apoyada en el antebrazo. En la acera, Jenks estaba practicando con la puerta corredera de la furgoneta, y la abría y la cerraba una y otra vez, como un niño con un juguete nuevo. El sol le arrancaba destellos del cabello, y sus hijos revoloteaban sobre su cabeza. Con el corazón atronándome en el pecho, me di la vuelta.

Enmarcada bajo el umbral de la puerta, Ivy parecía completamente angustiada. Su rostro, habitualmente plácido, tenía un aspecto severo, con los ojos dilatados por el pánico.

—Te he comprado un portátil —dijo bajando la mirada mientras me lo alargaba.

Dios, me está dando un pedazo de su seguridad
.

—Gracias —susurré, incapaz de respirar mientras lo aceptaba. Estaba guardado en un maletín de cuero, y seguramente pesaba un kilo y medio.

—Está registrado a tu nombre —continuó, mientras me colgaba el maletín del hombro que todavía me quedaba libre—, y ya te he agregado a mi sistema, así que lo único que tendrás que hacer es encenderlo. Te he escrito una lista con los números locales de las ciudades por las que pasaréis, para que puedas conectarte.

—Gracias —repetí en un susurro. Me había dado un pedazo de lo que hacía que su vida no se descontrolara—. Ivy, volveré. —Era lo mismo que me había dicho Nick. Pero yo volvería. Yo no estaba mintiendo.

Impulsivamente, dejé el maletín en el suelo y me incliné para abrazarla. Ella se quedó paralizada, pero me abrazó. Su olor, ligeramente oscuro, llenó todos mis sentidos y yo di un paso atrás.

Kisten esperaba silenciosamente detrás de ella. Ahora, viendo a Ivy de pie, con una mano colgando en su costado y con la otra apoyada en su pecho, comprendía lo que Kisten me había intentado contar. No temía por mí, sino por ella misma; temía que pudiese volver a caer en su antiguo modo de vida sin tenerme a mía su lado recordándole constantemente quién quería ser. ¿
Tan mala ha sido
?

Sentí un arrebato de ira. Joder, todo aquello no era justo. Sí, yo era su amiga, ¡pero ya era mayor para cuidar de sí misma!

—Ivy, no me quiero ir, pero tengo que hacerlo.

—¡Pues vete ya! —explotó por fin ella. Su cara perfecta quedó quebrada por la rabia y sus ojos se riñeron de negro—. ¡No te he pedido que te quedes!

Con movimientos tensos, usó su rapidez vampírica y abrió de golpe la puerta de la iglesia. La cerró con un portazo a su espalda y me dejó parpadeando, sorprendida. Miré la puerta, pensando que aquello no tenía muy buena pinta. No, ella no me lo había pedido, pero Kisten sí.

Kisten cogió el maletín y bajamos juntos las escaleras. Sentía que los encajes de la camisa que llevaba ondeaban. Al acercarme a la furgoneta, empecé a rebuscar en el bolso las llaves, y me quedé vacilando al lado de la puerta del piloto al recordar que Kisten todavía no me las había dado. Tintinearon cuando él las sacó. Desde el interior de la furgoneta me llegaban los chillidos de entusiasmo de los pixies.

—¿Vas a cuidar de ella? —le pedí.

—Te lo juro. —Sus ojos azules resplandecían por algo más que el sol—. Me he pedido unos días libres.

Jenks surgió de la parte delantera de la furgoneta, agarró en silencio mi chaqueta, mi neceser y mi espada; al coger esta soltó un gruñido de impaciencia.

Esperé hasta que se cerró la puerta deslizante, y me sobresalté al oír la puerta del copiloto cerrarse. Jenks ya estaba sentado.

—Kisten —dije, sintiendo una punzada de culpabilidad—. Es una mujer adulta. ¿Por qué la estamos tratando como si estuviese impedida?

Él estiró los brazos y me cogió por los hombros.

—Porque lo está. Porque Piscary puede colarse en su mente y obligarla a hacer lo que quiera, y cada vez que lo hace, un pedazo de ella muere. Porque él la ha llenado con su propia ansia de sangre, y la ha obligado a hacer cosas que ella no quería. Porque Ivy está intentando sacar adelante este negocio ilegal por su sentido del deber, y porque trata de mantener en marcha su parte en tu negocio de cazadora por amor.

—Sí, eso mismo he pensado yo. —Apreté mucho los labios y me erguí todo lo que pude—. Nunca le prometí que me quedaría en la iglesia… Nunca le prometí que me quedaría en Cincinnati. ¡No es mi responsabilidad mantenerla de una pieza!

—Tienes razón —respondió él, con un tono tranquilo—, pero es lo que hay.

—Pues no debería ser así. Maldición, Kisten, ¡lo único que quería yo era ayudarla!

—Y la has ayudado. —Me dio un beso en la frente—. Estará bien, pero Ivy no te hubiese convertido en un pilar de su vida si tú no se lo hubieras permitido, y lo sabes.

Mis hombros se derrumbaron. Genial, lo que necesitaba en esos momentos: más culpabilidad. La brisa jugueteó con sus mechones de pelo y yo vacilé, echando una mirada a la puerta de roble que nos separaba a Ivy ya mí.

—¿Tan malo fue? —susurré.

El rostro de Kisten se vació de toda emoción.

—Piscary… —Soltó el aire de sus pulmones—. Piscary la dejó tan hecha polvo aquellos primeros años que sus padres la enviaron fuera los últimos dos cursos del instituto, confiando en que Piscary perdiese todo interés en ella. Pero, por culpa de Skimmer, cuando volvió estaba todavía más confusa. —Sus ojos se convirtieron en una ranura, a causa de una rabia antigua que todavía seguía viva—. Aquella mujer podría haber salvado a Ivy con su amor, pero solo se guiaba por la necesidad de sangre mejor, de sexo más ardiente, lo que hizo que Ivy se hundiese todavía más.

Sentí un escalofrío. La brisa movía mis rizos. Ya conocía todo aquello, pero era evidente que había algo más.

Al ver mi intranquilidad, Kisten frunció el ceño.

—Cuando volvió, Piscary jugueteó con sus nuevas vulnerabilidades, añadiendo más peso a su aflicción cuando la recompensaba por actuar de formas contrarias a sus deseos. Al final abandonó todas sus barreras para evitar volverse loca, apagó su propia voluntad y le permitió a Piscary hacer con ella lo que desease. Empezó a hacer daño a la gente a la que quería cuando estaban en momentos delicados, vulnerables. Cuando todos sus seres queridos la abandonaron, empezó a propasarse con inocentes.

Kisten bajó la mirada y la clavó en sus pies descalzos. Yo era consciente de que él era uno de esos seres queridos a los que Ivy había
herido, y de que se
sentía culpable por haberla abandonado.

—No podías hacer nada —lo consolé, y levantó la cabeza de golpe, con
ojos
furiosos.

—Fue algo muy malo, Rachel. Tendría que haber intervenido, pero en lugar de hacerlo le di la espalda y me alejé de ella. Nunca ha querido confesármelo, pero creo que llegó a matar a gente para satisfacer sus ansias de sangre. Dios, espero que fuese por algún accidente…

Tragué saliva con dificultad, pero Kisten todavía no había acabado.

—Durante años actuó de forma desenfrenada —continuó, mirando la furgoneta de forma distraída, como si en realidad estuviese mirando al pasado—. Era una vampira viva actuando como una no muerta, y paseaba bajo el sol, tan hermosa y seductora como la muerte. Piscary la había convertido en aquello, ya sus crímenes se les habían concedido una amnistía. Era su hija predilecta.

Dijo estas últimas palabras con amargura, y bajó su mirada hacia mí.

—No estoy seguro de lo que sucedió, pero un día la encontré en el suelo de mi cocina, cubierta de sangre, llorando. Hacía años que no la veía, pero la acepté. Piscary la dejó en paz, y mejoró tras un tiempo. Creo que Piscary lo hizo porque no quería que se suicidara tan pronto. Lo único que sé es que había encontrado una forma de enfrentarse a sus deseos de sangre, y que lo había hecho mezclándolos con el amor. Y después te conoció y encontró las fuerzas para negarse a todo.

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