Nick se removió.
—Yo estoy muy hambriento —declaró, mirando a su espalda con aspecto de no estar ya asustado.
El rostro de Jenks quedó desprovisto de cualquier emoción al observar los ojos de Nick.
—Sí —dijo en voz baja, haciéndole un gesto a Nick para que se acercase—. Supongo que sí. Come tú. Yo pilotaré.
Salté sobre el asiento del copiloto para apartarme del camino, y Nick se puso de pie con paso inseguro, agarrándose a la lancha y balanceándose con los golpes de las olas. Se desplazó hasta el banco trasero, dedicó un momento a arroparse con la manta de lana que Jenks había descubierto y rasgó con los dientes los envoltorios de unas barritas energéticas, ya que tenía las uñas rotas, arrancadas.
Jenks se colocó tras el timón. Hizo girar ligeramente la lancha en dirección al puente, y el avance se calmó un poco. Observé las emociones que su suave rostro iba reflejando. Era consciente de que seguía tan enfadado como un trol plantado en el altar con Nick por haber llevado a su hijo por el mal camino, pero al ver a Nick golpeado, maltratado y tan débil que no podía romper ni un simple envoltorio, le había costado no sentir lástima por él.
Quería que Jenks se calmase un poco, por lo que apoyé mi cabeza en su regazo y le miré.
—No me mires así, Rache —me pidió Jenks, observando con los ojos la costa cada vez más cercana, buscando el puerto deportivo donde habíamos planeado antes que podíamos amarrar la lancha—. He visto que lo has hecho con Nick, y conmigo no te va a funcionar. Tengo cincuenta y cuatro hijos, y ya no funciona.
Con un pesado suspiro, fruncí mi ceño lupino. Él miró hacia abajo.
—Por las bragas de Campanilla —farfulló—. De acuerdo, seré más amable. Pero en cuanto se haya recuperado un poco, le pegaré un puñetazo.
Contenta, alcé la cabeza y le lamí la mejilla.
—No hagas eso —murmuró, secándose. Pero su vergüenza estaba teñida por un poco de comprensión.
Me contentaba con aquello, pero antes de que pudiera volver atrás para ver si Nick me hacía el favor de abrir una de esas barritas energéticas del gobierno para mí, Jenks se puso en pie, sujetando con una mano el timón, con la otra la gorra.
—Rache —exclamó, por encima del ruido del motor y del viento—, tus ojos ven mejor que los míos… Dime, ¿es Ivy la que está en el muelle?
Parpadeando ante la fuerza del viento, me senté en el asiento del copiloto observando cómo los surtidores de gasolina, oxidados por el paso del tiempo, se hacían cada vez más claros. Ivy estaba de pie, con el sol refulgiendo en su pelo, corto y negro; se apoyaba de forma casual sobre un pilote. Iba vestida con vaqueros y un jersey largo, calzada con botas. Llevaba gafas de sol y lograba tener al mismo tiempo un aspecto esbelto y robusto. Un hombre viejo con aspecto desaliñado estaba a su lado, y me preocupé al pensar si las cosas estaban yendo tan mal en Cincinnati que se había visto obligada a venir a buscarme a
menos que haya venido porque crea que no soy capaz de ocuparme de esto
.
El hombre que había a su lado parecía nervioso y entusiasmado. Iba vestido con un mono de trabajo desteñido, y se mantenía a más de un metro de distancia. El viento le abría la chaqueta. Seguramente no era muy frecuente ver vampiros vivos por la zona, y era evidente que sentía más curiosidad que preocupación.
Jenks redujo la velocidad, y yo empecé a oír los sonidos provenientes de la costa. Mis emociones pasaban de un extremo al otro. Si Ivy había venido porque creía que no podía encargarme de aquello, me enfadaría mucho… aunque las cosas no nos hubiesen ido muy bien. Si había venido porque había problemas en casa, me preocuparía, porque hasta entonces yo había creído que no podía abandonar Cincinnati, así que fuese lo que fuese, tenía que ser algo malo.
Varié el punto de equilibrio mientras el bote frenaba, y me removí inquieta. Jenks puso el motor al ralentí y nos acercamos al muelle.
—¿Podemos amarrar aquí? —le gritó al hombre, que seguramente era el director del puerto.
—¡Claro! —respondió él, con una voz aguda por la emoción—. Llévela hasta el amarre 53. Su amiga ya ha pagado. —Señaló la zona a la que teníamos que dirigirnos, con aspecto nervioso—. Vaya perro más grande lleva allí. Debe saber que la ley manda que se les lleve atados.
Contemplé a Ivy, para observar su reacción al verme convertida en un lobo, pero la expresión que podía ver tras sus gafas de sol era de diversión, como si aquello no fuese más que una gran broma.
—Desembarquen cuando hayan amarrado —recomendó el hombre, vacilando al ver a Nick, agazapado bajo su manta—. Tengo que registrarles.
Genial. Una prueba de que hemos estado aquí
.
Ivy ya estaba caminando por el muelle vacío, en dirección al amarradero que el hombre había indicado. Detrás de mí, Nick empezó a moverse, encontró las amarras y los parachoques laterales.
—¿Has amarrado alguna vez una lancha? —le preguntó a Jenks.
—No, pero hasta ahora todo va bien.
Me quedé donde estaba mientras los dos hombres averiguaban cómo hacerlo, avanzando por el amarradero con pequeñas ráfagas del motor y gritos con los que se indicaban si ir adelante o atrás. Ivy se quedó en el muelle, contemplándonos, al igual que mucha otra gente que se preparaba para hacerse a la mar. Nerviosa, yo me agazapé en la zona más baja de la lancha, para esconderme de la vista. Los hombres lobo de la isla ya los que les habíamos robado la lancha nos perseguirían, y un enorme lobo rojo era algo que se recordaba fácilmente. Teníamos que empezara poner algo de distancia entre nosotros y la lancha que habíamos tomado prestada.
Jenks apagó el motor y desembarcó. Aterrizó suavemente sobre un muelle de madera, dispuesto a atar el extremo de la amarra. Ivy se irguió después de haberse agachado para atar ella misma el cabo.
—Por los siete amores de Campanilla, ¿qué demonios haces aquí? —le espetó Jenks, y después echó un vistazo a la gente que nos rodeaba, que estaba lijando los fondos de sus embarcaciones—. ¿Es que creías que no podíamos manejarlo? —añadió en un tono más calmado.
Ivy frunció el ceño.
—Una tirita muy chula, Jenks —comentó con sarcasmo, y él levantó la mano para tocarla—. Mosquito, ya has crecido lo suficiente para picar, así que cállate la boca.
—Antes me tendrás que atrapar —respondió, ruborizándose—. Tendrías que haber confiado un poco en nosotros. Era solo una cuestión de salir y rescatar.
Yo quería pedirle que se relajara un poco, pero mis pensamientos le daban vueltas a la misma cuestión. Ivy estaba evidentemente enfadada, y apartó el cabo que colgaba de la borda, para que nadie tropezase con él.
—Hola, Nick —le saludó, recorriendo aquella forma encorvada, desnuda, cubierta por una manta—. Alguien te ha dado una buena, ¿eh?
Bajo la mirada desaprobadora de Ivy, Nick intentó erguirse con toda su altura, pero tuvo que detenerse en medio del movimiento con un gruñido. Tenía un aspecto terrible. La barba estaba desarreglada, tenía el pelo grasiento y el olor que surgía de él era asqueroso, ahora que el viento no lo arrastraba lejos.
—Hola, Ivy —respondió con voz ronca—. ¿Piscary te ha mandado a comprar el postre?
Ivy se dio la vuelta, completamente tensa. Mi pulso se aceleró al recordar al vampiro no muerto. Ivy no tendría que haber venido hasta aquí. Tendría que pagar un precio, lo que me hacía pensar que había venido por algo más importante que comprobar el estado de Jenks o del mío. Si solo fuese por eso, podría haber llamado.
Ladré quedamente para llamar la atención de Jenks, pero por su preocupación me resultó evidente que había alcanzado la misma conclusión que yo. Con las manos en las caderas, respiró profundamente, a punto de hacer una pregunta, pero decidió no formularla después de mirara Nick.
—Eh,
hum
, Ivy… —empezó, con un tono más amable—. Tenemos que largarnos de aquí.
Ivy siguió su mirada hasta la pequeña forma que la isla dibujaba en el horizonte.
—¿Tenéis prisa? —preguntó, y como Jenks asintiera, añadió—: Metámosle en la furgoneta.
Por fin nos pusimos en marcha.
—¿Has traído la furgoneta? —Jenks volvió a saltara la lancha, lo que hizo que la fibra de vidrio debajo de mis pies temblase—. ¿Cómo has sabido que estábamos aquí?
—Conduje hasta encontrar vuestro motel —explicó, clavando su mirada en mí—. La ciudad no es tan grande. He dejado el Corvette de Kist ante el restaurante que hay delante de vuestra habitación.
Al menos se estaban comportando con amabilidad. Yo necesitaba algo de ropa y un momento para cambiar, y si Ivy había traído la furgoneta, en la que habíamos colocado todo lo necesario por si teníamos que escapara toda prisa, mucho mejor. Balanceé la cabeza para valorar la distancia y salté al muelle, y mis uñas repiquetearon contra la madera. Se oyó un murmullo de apreciación de la gente que seguía sentada en sus lanchas. Yo moví las orejas hacia atrás, y después hacia delante.
—Tengo que ir a registrarnos —comunicó Jenks, como si se sintiese orgulloso de ello, después vaciló, y su enfado anterior había desaparecido completamente—. Me alegro de que hayas venido —añadió, lo que me supuso toda una sorpresa—. Ella no puede conducir, y no pienso montar en un coche si cerebro de mierda es el que lleva el volante.
—¡Basta ya! —estallé yo, en lo que surgió como unos ladridos agresivos. Todo el muelle los oyó. Con cara apenada, me tumbé sobre las planchas de madera del embarcadero, como una perra buena. Era martes, pero como era el último antes del Día de los Caídos, había algunos jubilados trabajando en sus botes.
Jenks soltó una risita. Con paso alegre, se dirigió hacia la oficina del gerente del muelle. Todavía no sabía por qué Ivy se había desplazado hasta allí, y seguramente no lo sabría mientras Nick pudiese oírnos.
En el muelle, Ivy apoyó una rodilla en el suelo, y me miró a los ojos hasta hacerme sentir incómoda. En sus lóbulos brillaba una nueva joya de oro.
¿
Cuándo ha empezado a llevar pendientes
?
—¿Te encuentras bien? —me preguntó, como si intentase dilucidar si realmente se trataba de mí. Yo me moví para lanzarle una dentellada, pero ella agarró el pellejo que rodeaba mi cuello, y me sujetó con firmeza—. Estás mojada —comentó; sus dedos cálidos notaban mi piel húmeda bajo la piel. Que una boca llena de dientes afilados hubiese estado a punto de morderle el brazo no parecía haberle impresionado—. En la furgoneta ha y una manta… ¿Quieres cambiar?
Nerviosa, me eché hacia delante, y en esta ocasión ella me lo permitió. Moví la cabeza, y la volví para observara Nick. Al ver que le estaba prestando atención, se envolvió todavía más en la manta para esconder la ropa quemada. Tiritaba. Quería poder hablar con Ivy, pero no estaba dispuesta a recuperar mi forma de bruja delante de todo el mundo. Ya era bastante malo que los parroquianos la viesen hablar con un perro.
—Salgamos de aquí —me dijo, poniéndose en pie y dando un paso al interior de la lancha—. Deja que os ayude con el… ¿equipo de buceo? —acabó después de tirar de la lona. Sus ojos se cruzaron con los míos—. ¿Sabes bucear? —me preguntó, pero yo me encogí de hombros… todo lo que un lobo puede encogerse de hombros.
Con un movimiento brusco, Ivy volvió a lanzar la lona antes de que la gente curiosa que seguía lijando la misma porción de lancha pudiese ver qué había debajo. Me miró y después echó una ojeada a la cabina en la que se encontraba Jenks. Quería hablar a solas conmigo.
—Eh, Nick —se dirigió a él, con una amenaza velada en la voz—. Nos va a llevar algo de tiempo acabar de preparar todo esto. Aquí tienen instalaciones para la gente que amarra los botes. ¿Quieres ducharte mientras cargo la furgoneta?
La cara larga de Nick se ensombreció todavía más cuando sus labios se separaron.
—¿Ahora te importa que me sienta cómodo?
Como siempre, Ivy le dedicó una mueca de desprecio.
—No me importa, pero apestas… y no quiero que la furgoneta huela mal.
Con el ceño fruncido, miró la cabina del muelle.
—¡Eh, colega! —gritó, y su voz resonó en las mansas aguas del puerto. Jenks asomó la cabeza por la puerta de la oficina—. Págale una ducha, ¿de acuerdo? Tenemos tiempo.
No lo teníamos, pero Jenks asintió, y volvió al interior. Mi ceño lupino se frunció y Nick tampoco parecía muy feliz, probablemente porque suponía que lo que queríamos era librarnos de él durante un momento. Levantó el cojín de un asiento y sacó de debajo una camiseta de franela gris, de aspecto gubernamental, y unas zapatillas de la talla 41, seguramente colocados allí para cuando uno de los hombres lobo recuperase su forma humana. Era evidente que eran demasiado pequeños, pero sería mejor que lo que llevaba en aquellos momentos. Encorvado con su manta, se acercó al borde de la lancha, y se detuvo ante Ivy, que le bloqueaba el paso.
—Eres un cabrón con mucha suerte —le dijo, con la mano sobre la cadera—. Yo habría dejado que te pudrieras.
Con la mano sujetando la manta, pasó al lado de ella.
—Como si me importase.
Ivy se preparó para contestarle, pero él se apoyó en uno de los pilotes para mantener el equilibrio y la manta resbaló, de manera que expuso las terribles quemaduras. Horrorizada, Ivy me miró.
Ignorante de lo que Ivy había visto, Nick agarró sus cosas con más fuerza y se aproximó a un edificio cercano, de color gris ceniza, y siguió los carteles azules que indicaban la ducha prometida. El gerente del muelle salió de la oficina con una ficha de plástico en la mano. Mientras el hombre le entregaba una pastilla de jabón a Nick y le daba unas palmadas de comprensión en la espalda, Jenks empezó a volver hacia nosotros.
La silueta descarnada y abatida de Nick desapareció tras una esquina. Los pies descalzos chasqueaban sobre el cemento. Me di la vuelta, y descubría Ivy al lado de la silla del capitán.
—Dios, ¿qué le han hecho? —susurró. Como si yo pudiese hablar.
Jenks se detuvo de forma precipitada en el embarcadero anterior al nuestro y entrecerró los ojos, mirando directamente a la isla.
—No tenemos tiempo para que se duche —nos dijo, ajustándose la gorra de clan. La tirita había desaparecido. Le había dado la vuelta a la gorra, de forma que el emblema quedaba oculto, y le quedaba bien. Seguramente empezaría una nueva moda.
—No va a entrar en la furgoneta de Kisten con esa peste. —La mirada de Ivy pasó entonces a la lona que escondía el equipo—. ¿Qué quieres hacer con todo eso?