Read Pórtico Online

Authors: Frederik Pohl

Pórtico (21 page)

BOOK: Pórtico
4.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Supongo que sí, Dane.

—Hum.

Titubeó un instante junto a la protuberancia del suelo que marcaba la entrada a una de las naves de instrucción, después se encogió de hombros, abrió la compuerta y pasó al interior.

Mientras le seguía, pensaba que se mostraba extrañamente abierto y generoso. Ya estaba agachado frente al panel del selector de rumbo, cambiando números. Llevaba una lista de datos procedentes de la computadora central de la Corporación; yo sabía que marcaba una de las combinaciones establecidas, así que no me sorprendió que obtuviera el color casi inmediatamente. Ajustó el sintonizador y aguardó, mirándome por encima del hombro, hasta que todo el tablero se coloreó de rosa.

—Está bien —dijo—. Una combinación buena y clara. Ahora observa la parte inferior del espectro.

Se refería a la línea más corta de diversos colores que discurría junto al lado derecho del tablero, del rojo al violeta. El violeta estaba abajo, y los colores se sucedían unos a otros sin interrupción, excepto algunas líneas ocasionales de color vivo o negro. Parecían exactamente iguales que lo que los astrónomos llamaban líneas Fraunhofer, cuando no tenían otro medio de saber la constitución de una estrella o un planeta más que estudiándolo a través de un espectroscopio. No lo eran. Las líneas Fraunhofer muestran los elementos presentes en una fuente de radiación (o en algo que se haya interpuesto entre la fuente de radiación y tú). Éstas mostraban Dios sabe qué.

Dios y, tal vez, Dane Metchnikov. Éste casi sonreía, y estaba asombrosamente hablador.

—Esa franja de tres líneas oscuras en el azul —dijo—. ¿La ves? Parece estar relacionada con el peligro de la misión. Por lo menos, eso es lo que demuestran los resultados de la computadora, ya que cuando hay seis franjas o más, las naves no regresan.

Había logrado captar toda mi atención.

—¡Dios mío! —exclamé, pensando en todas las buenas personas que habían muerto por no saberlo—. ¿Por qué no nos enseñan estas cosas en la escuela?

Él contestó pacientemente (para ser él):

—Broadhead, no seas estúpido. Todo esto es nuevo. Y gran parte de ello son suposiciones. Ahora bien, la correlación entre el número de líneas y el riesgo no es tan efectiva por debajo de seis. Es decir, si crees que debe haber una línea por cada grado de peligro adicional, te equivocas. Sería lógico pensar que las combinaciones de cinco franjas tuvieran fuertes porcentajes de pérdidas, y que cuando no hubiese ninguna franja no habría ninguna pérdida. Lo malo es que no sucede así. El mayor índice de seguridad parece darse con una o dos franjas. Tres no está mal tampoco, pero ha habido algunas pérdidas. Es aproximadamente el mismo caso que cuando no hay ninguna franja.

Por vez primera empecé a pensar que quizá los investigadores científicos de la Corporación se merecieran sus elevados sueldos.

—Entonces, ¿por qué no limitan los lanzamientos a aquellas naves que tengan una combinación segura?

—En realidad no estamos seguros de que sean seguras —dijo Metchnikov, también pacientemente para tratarse de él. Su tono era mucho más terminante que sus palabras—. Además, las naves acorazadas deberían soportar más riesgos que las normales. Deja de hacer preguntas tontas, Broadhead.

—Lo siento.

Me encontraba incómodo, agachado detrás de él y mirando por encima de su hombro, de forma que cuando se volvía para hablarme, sus largas patillas casi me rozaban la nariz. Sin embargo, no quería cambiar de posición.

—Mira aquí arriba, en el amarillo. —Señaló cinco franjas muy brillantes—.Esta lectura parece estar relacionada con el éxito de la misión. Sólo Dios sabe lo que estamos midiendo, o lo que medían los Heechees, pero en términos de recompensas monetarias a las tripulaciones, hay una relación bastante clara entre el número de líneas de esta frecuencia y la cantidad de dinero que reciben las tripulaciones.

—¡Vaya!

Prosiguió como si yo no hubiera dicho nada.

—Ahora bien, como es lógico, los Heechees no instalaron un medidor para calibrar lo que tú o yo podríamos ganar en regalías. Tiene que medir alguna otra cosa, quién sabe qué. Quizá registre la densidad de población que hay en la zona, o el desarrollo tecnológico. Quizá sea una Guide Michelin, y lo único que indique es un restaurante de cuatro estrellas en esa área. Pero aquí está. Por lo general, las expediciones de cinco franjas amarillas obtienen unas ganancias cincuenta veces mayores que las de dos franjas y diez veces mayores que casi todas las demás.

Se volvió nuevamente de modo que su cara estaba a unos doce centímetros de la mía, y me miró fijamente a los ojos.

—¿Quieres ver alguna otra combinación? —preguntó, con un tono de voz que exigía una respuesta negativa, y desde luego la obtuvo—. Está bien.

Y entonces se calló.

Yo me puse en pie y retrocedí unos pasos.

—Una pregunta, Dane. Debes tener algún motivo para decirme todo esto antes de que se haga público: ¿cuál es?

—Tienes razón —contestó—. Quiero a esa chica, como se llame, en mi tripulación, si voy en una Tres o una Cinco.

—Klara Moynlin.

—Lo que sea. Se las arregla bien, no ocupa mucho espacio, sabe... bueno, sabe tratar a la gente mejor que yo. A veces tropiezo con dificultades en las relaciones interpersonales —explicó—. Naturalmente, eso sólo en el caso de que tome una Tres o una Cinco, y no tengo ningún interés en hacerlo. Si encuentro una Uno es lo que escogeré. Pero si no hay ninguna Uno con una buena combinación, quiero llevarme a alguien en quien pueda confiar, que no me moleste, que tenga experiencia, sepa manejar una nave... todo eso. Tú también puedes venir, si quieres.

Cuando volví a mi habitación, Shicky se presentó casi antes de que empezara a deshacer las maletas. Se alegró de verme.

—Siento que el viaje fuera infructuoso —dijo con su acostumbrada caballerosidad y gentileza—. Es una lástima lo de tu amigo Kahane.

Me había traído un frasco de té, y se encaramó a la cómoda de enfrente de la hamaca, igual que la primera vez.

El catastrófico viaje se hallaba casi desterrado de mi mente, que estaba llena de halagüeñas visiones para el porvenir, después de mi charla con Dane Metchnikov. No pude evitar hablar de ello; conté a Shicky todo lo que Dane me había dicho.

Me escuchó como un niño al que le cuentan un cuento de hadas, con los ojos brillantes.

—¡Qué interesante! —exclamó—. Había oído rumores de que pronto nos convocarían a todos para recibir instrucciones. Piénsalo, si podemos salir sin miedo a la muerte o... —Titubeó, agitando sus alas.

—No es tan seguro, Shicky —dije yo.

—No, claro que no. Pero es un paso adelante, ¿no estás de acuerdo? —Titubeó de nuevo, mientras yo bebía un trago de aquel insípido té japonés—. Rob —dijo—, si vas en ese viaje y necesitas a alguien más... Bueno, es verdad que no os sería de mucha utilidad en el módulo, pero en órbita soy tan bueno como cualquier otro.

—Ya lo se, Shicky —repuse con tacto—. ¿Lo sabe también la Corporación?

—Me aceptarían como tripulante en una misión que nadie quisiera.

—Comprendo.

No dije que yo no querría tomar parte en una misión que nadie quisiera. Shicky ya lo sabía. Era uno de los grandes veteranos de pórtico. Según los rumores, llegó a ahorrar una gran fortuna, suficiente para el Certificado Médico Completo y todo lo demás. Pero la había regalado o perdido, y se había quedado, convertido en un inválido. Sé que comprendía lo que yo estaba pensando, pero yo estaba muy lejos de comprender a Shikitei Bakin.

Me dejó sitio mientras yo guardaba mis cosas, y charlamos sobre amigos mutuos. El viaje de Sheri no había regresado. Naturalmente, aún no existían motivos de preocupación. Podía estar fuera varias semanas más sin tener que pensar en un desastre. Una pareja de congoleños que vivía justo al otro lado del pasillo había traído un enorme cargamento de molinetes de oraciones desde una estación Heechee desconocida hasta ahora, en un planeta cercano a una estrella F-2 al final del brazo de Orión. Habían dividido un millón de dólares en tres partes, y se habían llevado el dinero a Mungbere. Los Forehand...

Louise Forehand hizo su aparición mientras hablábamos de ellos.

—He oído voces —dijo, estirando el cuello para darme un beso—. Siento lo de tu viaje.

—Gajes del oficio.

—Bueno, de todos modos, bienvenido. Me temo que yo tampoco he tenido más suerte que tú. Una estrellita insignificante, ningún planeta a la vista... no puedo imaginarme por qué los Heechees marcarían un rumbo hacia ella. —Sonrió, acariciándome cariñosamente los músculos de la nuca—. ¿Qué tal si te doy una fiesta de bienvenida esta noche? ¿O es que Klara y tú estáis...?

—Me encantaría —repuse, y ella no dijo nada más sobre Klara. Sin duda el rumor ya había circulado; los tam-tams de Pórtico sonaban día y noche. Se fue a los pocos minutos—. Una señora encantadora —dije a Shicky, cuando se hubo ido—. Una familia encantadora. ¿No te ha parecido preocupada?

—Me temo que sí, Robinette, me temo que sí. Su hija Lois ya debiera haber regresado. Ha habido muchas penas en esa familia.

Le miré y él añadió:

—No, no me refiero a Willa ni al padre; están fuera, pero no retrasados. Tenían un hijo.

—Lo sé. Henry, me parece. Le llamaban Hat.

—Murió poco antes de que vinieran. Y ahora Lois. —Inclinó la cabeza, se acercó aleteando cortésmente y cogió la tetera vacía—. Ahora debo irme a trabajar, Rob.

—¿Cómo van las hiedras?

Contestó tristemente:

—Por desgracia, ya no ocupo el puesto de antes. Emma no me consideraba un ejecutivo adecuado.

—¡Oh! ¿Qué es lo que haces?

—Mantengo Pórtico estéticamente atractivo —repuso—. Creo que tú lo llamarías «basurero».

No supe qué decir. Pórtico era un sitio muy sucio; debido a la escasa gravedad, cualquier trozo de papel o plástico de poco peso flotaba dentro del asteroide. No podías barrer el suelo. Todo salía volando. Yo había visto a los basureros recogiendo trozos de periódico y colillas con unos pequeños aspiradores bombeados a mano, e incluso había pensado en hacer ese trabajo si no tenía más remedio. Pero no me gustaba que Shicky lo hiciera.

Él seguía el hilo de mis pensamientos sin dificultad.

—No importa, Rob. De verdad, me gusta el trabajo. Pero... por favor, si necesitas un tripulante, piensa en mí.

Recogí mi bonificación y saldé mi per cápita de tres semanas por adelantado. Compré varias cosas que necesitaba: ropa nueva, y algunas grabaciones musicales para quitarme a Mozart y Palestrina de los oídos. Esto me dejó con unos doscientos dólares en dinero.

Doscientos dólares podía ser mucho y podía no ser nada. Significaban veinte copas en el Infierno Azul, o una ficha en la mesa de blackjack, o quizá media docena de comidas decentes fuera de la cooperativa de prospectores.

Así pues, tenía tres posibilidades. Podía solicitar otro empleo y quedarme indefinidamente. Podía embarcar dentro de las tres semanas. Podía renunciar y volver a casa. Ninguna de las posibilidades era atractiva. Sin embargo, mientras no gastara más de lo estrictamente necesario no tenía que decidirme hasta dentro de, oh, mucho tiempo... unos veinte días. Resolví dejar de fumar y olvidarme de las comidas preparadas; de este modo podía fijarme un presupuesto de nueve dólares al día, para que mi per cápita y efectivo se agotaran al mismo tiempo.

Llamé a Klara. Me pareció cauta, pero amistosa a través del teléfono P, así que le hablé cauta y amistosamente. No mencioné la fiesta, y ella no mencionó que quisiera verme aquella noche, o sea que dejamos las cosas así: tal como estaban. A mí me pareció bien; no necesitaba a Klara para nada. Aquella noche, en la fiesta, conocí a una chica nueva llamada Doreen MacKenzie. En realidad, no era una chica; debía de tener unos doce años más que yo, y ya había hecho cinco viajes. Lo más interesante de ella era que tuvo éxito en una ocasión. Había vuelto a Atlanta con un millón y medio, gastado todo el dinero para convertirse en cantante de PV —escritor, empresario, equipo de publicidad, anuncios, grabaciones, todo—, y regresado a Pórtico tras el fracaso de sus ilusiones. El otro factor es que era muy guapa.

Sin embargo, a los dos días de conocer a Doreen, volví a llamar a Klara por el teléfono P. Me dijo: «Baja», y parecía ansiosa; yo llegué a los diez minutos, y estábamos en la cama a los quince. Lo malo de conocer a Doreen es que no la conocía a fondo. Era agradable, un gran piloto, pero no era Klara Moynlin.

Cuando nos hallábamos acostados en la hamaca, sudorosos, relajados y exhaustos, Klara bostezó, me revolvió el pelo, echó la cabeza hacia atrás y me miró fijamente.

—Oh, mierda —exclamó con soñolencia—; creo que esto es lo que llaman estar enamorado.

Yo le contesté galantemente.

—Es lo que hace girar al mundo. No, no «eso», sino tú.

Ella meneó la cabeza con pesar.

—A veces no puedo soportarte —declaró—. Los sagitarios nunca se han llevado bien con los géminis. Yo soy un signo de fuego y tú... bueno, los géminis siempre han sido unos desorientados.

—Me gustaría que olvidaras esas tonterías —repliqué.

No se ofendió.

—Vamos a comer algo.

Me deslicé sobre el borde de la hamaca y me puse en pie, pues necesitaba hablar con ella sin tocarla.

—Querida Klara —le dije—, escúchame bien; no puedo permitir que me mantengas porque te arrepentirás, antes o después... y si no, yo estaría esperando que lo hicieras, y me encontraría incómodo. No tengo dinero. Si quieres comer fuera del economato, come sola. Y no pienso aceptar tus cigarrillos, tus licores o tus fichas en el casino. Por lo tanto, si quieres ir a comer, ve sola, y ya nos encontraremos después. Quizá podamos ir a dar un paseo.

Suspiró.

—Los géminis nunca han sabido administrar el dinero —me dijo—, pero pueden ser realmente encantadores en la cama.

Nos vestimos, salimos y fuimos a comer, pero en la cooperativa de la Corporación, donde haces cola, llevas una bandeja y comes de pie. La comida no es mala, si no piensas demasiado en los substratos de donde la obtienen. El precio es justo. No cuesta nada. Te aseguran que, si haces todas las comidas en el economato, ingieres un cien por cien más de tus necesidades dietéticas. Es cierto, pero tienes que comértelo todo. Las proteínas unicelulares y vegetales resultan incompletas consideradas independientemente, de modo que no puedes tomar la gelatina de soja o el budín bacteriano. Tienes que tomar ambas cosas.

BOOK: Pórtico
4.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Candy Bar Liaison by Kiyara Benoiti
Sacred Treason by James Forrester
The Arrangement by Thayer King
Rhal Part 4 by Erin Tate
The Black Sheep Sheik by Dana Marton
Of Moths and Butterflies by Christensen, V. R.
Bad Intentions by Karin Fossum
To Tame A Texan by Georgina Gentry
The Golden Stranger by Karen Wood
Sawyer by Delores Fossen