Presa (34 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Presa
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Sabía que la autoorganización era inevitable.

Sabía que las formas emergentes eran imprevisibles.

Sabía que la evolución implicaba la interacción de
n
formas.

Sabía todo eso, y sin embargo había dejado que ocurriera.

Él o Julia.

Fui a ver a Charley. Dormía aún en su habitación, tumbado en la cama con los brazos y las piernas extendidos. Bobby Lembeck pasó por allí.

—¿Cuánto hace que duerme?

—Desde que habéis vuelto. Unas tres horas.

—¿No crees que deberíamos despertarlo y examinarlo?

—No, déjalo dormir. Lo examinaremos después de la cena.

—¿A qué hora es la cena?

—Dentro de media hora. —Bobby Lembeck se echó a reír—. Yo soy el cocinero.

Eso me recordó que tenía que llamar a casa hacia la hora de la cena, así que entré en mi habitación y marqué el número.

Ellen atendió el teléfono.

—¿Sí? ¿Quién es? —Parecía agobiada. Oí de fondo a Amanda llorar y a Eric gritar a Nicole—. ¡Nicole, no la hagas eso a tu hermano!

—Hola, Ellen —dije.

—Gracias a Dios. Tienes que hablar con tu hija.

—¿Qué pasa?

—Un momento. Nicole, es tu padre.

Adiviné que estaba tendiéndole el teléfono. Un silencio.

—Hola, papá —dijo Nicole por fin.

—¿Qué pasa, Nic?

—Nada. Eric está con sus niñerías —respondió con tono flemático.

—Nic, quiero saber qué le has hecho a tu hermano.

—Papá. —Bajó la voz. Intuí que estaba protegiendo el auricular con la mano ahuecada—. La tía Ellen no es muy simpática.

—Te he oído —dijo Ellen de fondo. Pero al menos Amanda había dejado de llorar; la habían cogido en brazos.

—Nicole —dije—, eres la mayor. Cuento contigo para que ayudes a mantener las cosas en orden mientras yo no estoy.

—Lo intento, papá. Pero Eric se comporta constantemente como un imbécil.

De fondo:

—¡No lo soy! ¡Eso lo serás tú, idiota!

—Papá, ya ves qué tengo que aguantar.

—¡Tarada! —exclamó Eric.

Miré el monitor que tenía enfrente. Mostraba vistas del desierto, imágenes rotativas de todas las cámaras de seguridad exteriores. Una cámara enfocaba la moto, caída de lado, cerca de la puerta del grupo electrógeno. Otra cámara mostraba la unidad de almacenamiento, con la puerta batiendo y revelando el contorno del cuerpo de Rosie en el interior. Ese día habían muerto dos personas. Yo había estado a punto de morir. Y ahora mi familia, que el día anterior era para mí lo más importante de mi vida, me parecía remota e insignificante.

—Es muy sencillo, papá —explicaba Nicole con su más razonable tono de persona adulta—. He llegado de la tienda con la tía Ellen; he comprado una blusa preciosa para la obra, y de repente Eric ha entrado en la habitación y me ha tirado todos los libros al suelo. Le he dicho que los recogiera. Él se ha negado y me ha insultado, así que le he dado una patada en el culo, no muy fuerte, y le he quitado el G.I. Joe y lo he escondido, eso es todo.

—¿Le has quitado el G.I. Joe?

El G.I. Joe era la posesión más preciada de Eric. Hablaba con el G.I. Joe. Dormía con el G.I. Joe a su lado.

—Se lo devolveré en cuanto recoja mis libros.

—Nic…

—Papá, me ha insultado.

—Dale el G.I. Joe.

Las imágenes del monitor rotaban de cámara en cámara. Cada imagen permanecía en pantalla solo un par de segundos. Aguardé a que apareciera otra vez la imagen de la unidad de almacenamiento. Tenía un mal presentimiento. Algo me inquietaba.

—Papá, esto es humillante.

—Nic, tú no eres la madre…

—No, ya, y ella ha estado aquí unos cinco segundos.

—¿Ha estado en casa? ¿Mamá ha estado ahí?

—Pero, para gran sorpresa, ha tenido que irse. Tenía que tomar un avión.

—Ya. Nicole, tienes que hacer caso a Ellen…

—Papá ya te he dicho que no es…

—Porque ella es quien manda hasta que yo vuelva. Así que si te dice que hagas algo, hazlo.

—Papá, esto parece poco razonable —dijo con su tono de voz de abogado frente al jurado.

—Es lo que hay, cariño.

—Pero el problema…

—Nicole, es lo que hay, hasta que yo vuelva.

—¿Cuándo vuelves?

—Mañana probablemente.

—Está bien.

—¿Queda claro, pues?

—Sí, papá. Probablemente tenga un ataque de nervios…

—Si es así, te prometo que te visitaré en el hospital psiquiátrico en cuanto vuelva.

—Muy gracioso.

—Déjame hablar con Eric.

Mantuve una breve conversación con Eric, que me dijo varias veces que no era justo.

Le pedí que recogiera los libros de Nicole. Contestó que no los había tirado aposta, que había sido un accidente. Insistí en que los recogiera de todos modos. Luego hablé un momento con Ellen. La animé lo mejor que supe.

En algún punto de esta conversación el monitor volvió a mostrar la unidad de almacenamiento. Y de nuevo vi la puerta que batía y el exterior del edificio. El edificio estaba ligeramente por encima del nivel del suelo; cuatro peldaños de madera descendían desde la puerta hasta la tierra. Pero todo parecía normal. No sabía qué me había llamado la atención.

De pronto me di cuenta.

El cadáver de David no estaba allí. No aparecía en la imagen. Horas antes lo había visto resbalar por la escalera, así que debería haber estado tendido allí fuera. Dada la ligera pendiente, podría haber rodado a unos metros de la puerta, pero no más allá.

El cadáver no estaba.

Pero quizá yo me confundía. O quizá había coyotes. En cualquier caso la imagen ya había cambiado. Tendría que aguardar a que se completara el ciclo para verla otra vez. Decidí no esperar. Si el cadáver de David había desaparecido, de momento no podía hacer nada al respecto.

Alrededor de las siete nos sentamos a cenar en la pequeña cocina del módulo residencial. Bobby sirvió unos platos de raviolis con salsa de tomate y revoltillo de verduras. Había sido un padre a jornada completa durante tiempo suficiente para reconocer las marcas de comida congelada que utilizaba.

—Creo sinceramente que los raviolis de Contadina son mejores.

Bobby se encogió de hombros.

—Voy a la nevera y cojo lo que hay.

Tenía un hambre voraz. Me acabé el plato.

—No debían de estar tan malos —comentó Bobby.

Mae comió en silencio, como de costumbre. A su lado, Vince comió ruidosamente. Ricky estaba al otro extremo de la mesa, lejos de mí, con la vista fija en el plato para eludir mi mirada. A mí no me importó. Nadie quería hablar de Rosie y David. Pero las sillas vacías junto a la mesa eran una prueba palpable de su ausencia.

—¿Vas a salir esta noche, pues? —me preguntó Bobby.

—Sí —contesté—. ¿A qué hora oscurece?

—La puesta de sol es alrededor de las siete y media —dijo Bobby. Consultó un monitor montado en la pared—. Averiguaré la hora exacta.

—Así pues, podemos salir unas tres horas más tarde. Un poco después de las diez —sugerí.

—¿Y crees que podrás seguir el rastro al enjambre? —preguntó Bobby.

—Tendría que ser posible. Charley roció un enjambre casi por completo.

—Y como consecuencia de ello brillan en la oscuridad —dijo Charley, y se echó a reír. Entró en la cocina y se sentó.

—Todos lo saludamos con entusiasmo. Como mínimo, nos sentíamos mejor teniendo a otra persona a la mesa. Le pregunté cómo se encontraba.

—Bien, un poco débil. Y tengo un dolor de cabeza espantoso.

—Lo sé. Yo también.

—Y yo —dijo Mae.

—Es peor que los dolores de cabeza que me provoca Ricky —dijo Charley, mirando hacia el extremo de la mesa—. Además, este dura más.

Ricky guardó silencio y siguió comiendo.

—¿Entrarán esas cosas en el cerebro? —preguntó Charley—. Al fin y al cabo, son nanopartículas. Pueden inhalarse y pasar de la sangre al cerebro.

Bobby colocó un plato de pasta frente a Charley. Este de inmediato lo roció de pimienta.

—¿No quieres probarla?

—No te ofendas, pero estoy seguro de que lo necesita. —Empezó a comer—. Por eso todo el mundo está tan preocupado por la contaminación del medio ambiente, ¿no? Las nanopartículas son tan pequeñas que pueden llegar a sitios adonde antes no llegaba nada. Pueden entrar en las sinapsis entre neuronas. Pueden entrar en el citoplasma de las células cardíacas. Pueden entrar en los núcleos de las células. Son tan pequeñas que pueden entrar en cualquier parte del cuerpo. Así que quizá estamos infectados, Jack.

—No pareces muy preocupado por eso —dijo Ricky.

—¿Qué voy a hacer? Al menos espero contagiártelo. Eh, estos espaguetis no están mal.

—Raviolis —corrigió Bobby.

—Lo que sean. Solo necesitan un poco de pimienta.

Se echó más pimienta.

—El sol se pone a las siete veintisiete —informó Bobby, leyendo la hora en el monitor. Continuó comiendo—. Y no necesitan pimienta.

—Joder si necesitan.

—Ya había añadido pimienta.

—Necesitan más.

—¿Chicos? —dije—. ¿Falta alguien?

—No lo creo. ¿Por qué?

Señalé el monitor.

—¿Quién hay allí en el desierto?

Día 6
19.12

—Mierda —dijo Bobby. Se levantó de un salto de la mesa y salió a toda prisa de la cocina. Todos hicieron lo mismo. Yo los seguí.

Ricky habló por la radio mientras caminaba:

—Vince, cierra herméticamente. ¿Vince?

—Ya está cerrado —contestó Vince—. La presión está a treinta y cinco.

—¿Por qué no se ha disparado la alarma?

—No lo sé. Quizá también han aprendido a sortearla.

Seguí a los demás al interior de la sala de material, donde había grandes monitores de cristal líquido montados en la pared con las imágenes de las cámaras exteriores, vistas del desierto desde todos los ángulos.

El sol estaba ya por debajo del horizonte, pero el cielo presentaba un vivo color naranja, que pasó primero a morado y luego a azul oscuro. Contra este cielo se recortaba la silueta de un hombre joven de cabello corto. Vestía vaqueros y una camiseta blanca, y parecía un surfista. No le veía claramente la cara en la débil luz; aun así, observando sus movimientos me pareció advertir en él algo familiar.

—¿Tenemos algún foco ahí fuera? —preguntó Charley. Se paseaba de un lado a otro con el plato de pasta en la mano, todavía comiendo.

—Las luces están encendiéndose —dijo Bobby, y un momento después el hombre apareció bajo el resplandor.

En ese instante lo vi con toda claridad, y caí en la cuenta. Parecía el mismo joven que había visto en el coche la noche anterior después de la cena, cuando ella se iba, poco antes del accidente. El mismo surfista rubio que, ahora que volvía a verlo, se parecía a…

—Dios mío, Ricky —dijo Bobby—. Se te parece.

—Es verdad —confirmó Mae—. Es Ricky. Incluso lleva la misma camiseta.

Ricky se tomaba un refresco de la máquina expendedora. Se volvió hacia el monitor.

—¿De qué habláis?

—Se te parece —dijo Mae—. Incluso lleva la camiseta con «Soy Root» en el pecho.

Ricky se miró la camiseta y luego volvió a fijar la vista en la pantalla. Guardó silencio por un momento.

—Maldita sea.

—Tú nunca has salido del edificio, Ricky —dije—. ¿Cómo es posible que seas tú?

—No me lo explico, joder —contestó Ricky. Se encogió de hombros con despreocupación. ¿Demasiada despreocupación?

—No distingo bien la cara —comentó Mae—. Me refiero a las facciones.

Charley se acercó al monitor más grande y contempló la imagen con los ojos entornados.

—No ves las facciones, porque no las hay —observó.

—¡Vamos!

—Charley es un problema de resolución, nada más que eso.

—No lo es —respondió Charley—. No hay facciones. Amplía la imagen con el zoom y lo verás con tus propios ojos.

Bobby aplicó el zoom. La imagen de la cabeza rubia se amplió. La figura se movía de un lado a otro, entrando y saliendo del encuadre, pero de inmediato quedó claro que Charley tenía razón. No tenía facciones. Bajo la línea del pelo había un óvalo de piel clara y se veían insinuados la nariz y los arcos de las cejas, y una especie de protuberancia donde deberían haber estado los labios. Pero no tenía verdaderas facciones.

Era como si un escultor hubiera empezado a tallar un rostro y se hubiera interrumpido antes de acabar. Era un rostro inacabado.

Pero las cejas se movían de vez en cuando; era una especie de aleteo. O quizá fuese solo un efecto óptico.

—Os dais cuenta de lo que estamos viendo, ¿no? —dijo Charley. Parecía preocupado—. Danos un plano de la parte inferior. Veamos el resto.

Bobby bajó el plano de la imagen, y vimos unas zapatillas blancas moverse por la arena del desierto. Salvo que las zapatillas no parecían tocar el suelo sino flotar justo por encima. Y las propias zapatillas se veían desdibujadas. Había una apariencia de cordones, y una mancha donde habría estado el logotipo de Nike. Pero eran como un esbozo, más que unas verdaderas zapatillas.

—Esto es muy extraño —comentó Mae.

—No os extrañe en absoluto —repuso Charley—. Es una aproximación calculada por densidad. El enjambre no dispone de agentes suficientes para reproducir unas zapatillas en alta resolución. Así que se aproxima.

—O si no, es lo mejor que puede hacer con los materiales que tiene —sugerí—. Debe de generar todos esos colores ladeando su superficie fotovoltaica en ligeros ángulos, reflejando la luz. Es como esas placas reflectantes que utiliza la gente en los estadios de fútbol para formar una imagen.

—En cuyo caso, su comportamiento es bastante sofisticado —dijo Charley.

—Más sofisticado de lo que habíamos visto hasta ahora —añadí.

—Por Dios —protestó Ricky irritado—, actuáis como si ese enjambre fuera Einstein.

—Obviamente no lo es —contestó Charley—; si está tomándote a ti como modelo, desde luego no es Einstein.

—Déjame tranquilo, Charley.

—Lo haría, Ricky, pero eres tan gilipollas que me siento provocado una y otra vez.

—¿Por qué no os tranquilizáis los dos? —dijo Bobby.

—¿Por qué hace eso el enjambre? —preguntó Mae, volviéndose hacia mí—. ¿Está imitando a la presa?

—En esencia, sí —respondí.

—No me gusta pensar en nosotros como presas —dijo Ricky.

—¿Quieres decir que ha sido codificado para imitar físicamente a la presa, en sentido literal? —continuó Mae.

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