Primates y filósofos (18 page)

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Authors: Frans de Waal

Tags: #Divulgación cientifica, Ensayo

BOOK: Primates y filósofos
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Podemos pensar en la misma estructura aplicada al caso de las emociones o las intenciones: una modificación del estado que habría estado operativo que es causada por la percepción de los deseos o necesidades del otro y que no surge de ningún calculo de beneficios futuros. Pero incluso si nos concentramos únicamente en el caso del deseo altruista, debería estar claro que existen muchas formas de altruismo psicológico. Tal como sugiere mi propia formulación disyuntiva entre «deseos o necesidades», un altruista podría responder bien a los deseos o a las necesidades percibidas del beneficiario. De forma típica, ambos tenderán a coincidir, pero cuando divergen, los altruistas deben elegir a cuál atender. El altruismo paternalista constituye una respuesta a las necesidades mas que a los deseos; el altruismo de tipo no paternalista, en cambio, hace lo opuesto.

Más allá de la distinción entre altruismo paternalista y no paternalista, es asimismo importante reconocer otras cuatro dimensiones del altruismo: la intensidad, el rango o extensión, el alcance y la destreza. La intensidad viene marcada por el grado al que el altruista acomoda el deseo (o la necesidad) percibido en el beneficiario; en el ejemplo sobre el reparto de comida que hemos presentado, se observa concretamente este aspecto en la porción de comida que el altruista está dispuesto a asignar a su beneficiario.
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El rango o extensión viene marcado por el conjunto de contextos en los que el altruista ofrece su respuesta altruista. Tomemos un ejemplo de De Waal: dos chimpancés macho adultos podrían estar dispuestos a compartir en toda una serie de situaciones, pero si lo que está en juego es muy importante (por ejemplo, la posibilidad de monopolizar el acceso a la reproducción), un otrora amigo podría actuar con verdadero desprecio por las necesidades o deseos del otro.
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El alcance del altruismo se expresa en el conjunto de individuos a quienes el altruista está dispuesto a ofrecer una respuesta altruista. Finalmente, la destreza del altruista se mide mediante la habilidad para discernir, a lo largo de una gama de situaciones, los deseos reales del beneficiario en potencia (o, para los altruistas paternalistas, las necesidades reales del mismo).

Aun cuando ignoremos las complicaciones de elaborar un enfoque similar para la emoción y las intenciones, e incluso si dejamos a un lado la distinción entre el altruismo de tipo paternalista y el no paternalista, es evidente que los altruistas psicológicos se nos presentan en una amplia gama de tipologías. Pensemos en un espacio cuatridimensional: podemos elaborar una serie de «perfiles de altruismo» que capten las diferentes intensidades y las variadas habilidades con las que los individuos responden a lo largo de un amplio rango de contextos y de beneficiarios en potencia. Algunos de esos posibles perfiles muestran respuestas de baja intensidad ante muchos individuos en muchas situaciones; otros mostrarán respuestas de alta intensidad hacia unos pocos individuos en casi todas las situaciones; y habrá otros que muestren respuestas dirigidas a los individuos más necesitados en cualquier situación, en los que la intensidad de la respuesta será proporcional al nivel de necesidad. ¿Cuál de estos perfiles, si es que existen, encontramos en los seres humanos y en los animales no humanos? ¿Existe un único tipo al que nos gustaría que todo el mundo se adecuase, o es la diversidad la marca de un mundo moralmente ideal?

Planteo estas cuestiones no como preludio a mi respuesta a las mismas, sino como forma de exponer cuán compleja es la noción del altruismo psicológico, y lo insostenible que resulta pensar que, toda vez que sabemos que los animales tienen capacidad para ejercerlo, podemos inferir que ellos también cuentan con los componentes básicos de la moralidad. El declive de la teoría de la capa tal como De Waal la entiende nos dice que nuestros parientes evolutivos ocupan un lugar en el campo del altruismo, lejos de una indiferencia completamente egoísta. Hasta que no tengamos una visión más clara de las formas específicas del tipo de altruismo psicológico que se dan entre los chimpancés y otros primates no humanos, y hasta que no sepamos cuáles de esos tipos son relevantes para la moralidad, es prematuro asegurar que la moralidad humana es el «resultado directo» de las tendencias que estos animales comparten con nosotros.

IV.

De Waal ha construido un argumento muy sólido a favor de la existencia de algunas formas de altruismo psicológico en el mundo no humano. Creo que el mejor ejemplo que nos ofrece, que presenta en
Bien natural
y que reproduce aquí, es la historia de Jakie, Krom y los neumáticos. Su descripción demuestra convincentemente que el joven Jakie modificó sus deseos e intenciones respecto a cualquier otro que pudiera haber albergado, que lo hizo como respuesta a su percepción de cuáles eran los deseos de Krom, y que los deseos modificados iban dirigidos a satisfacer los deseos de ésta tal como eran percibidos por Jakie; y aun cuando los defensores de la línea dura del egoísmo psicológico podrían insistir en el hecho de que el cambio tuvo lugar a raíz de algún cálculo de tipo maquiavélico, resulta extremadamente difícil formular una hipótesis plausible: Krom es una hembra adulta de bajo estatus y ligeramente retrasada que no está en posición de ayudar a Jakie, y la idea de que esta acción pudiera elevar el estatus de Jakie dentro del grupo se ve desmentida por la ausencia de otros miembros del grupo.
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Lo que todo esto pone de manifiesto es que Jakie fue capaz de ofrecer una respuesta psicológicamente altruista, de intensidad muy moderada (ya que se jugaba poco interrumpiendo sus actividades para ayudar con los neumáticos), ayudando a un individuo con quien mantenía una relación de subordinación, y en un contexto en el que no sucedía casi nada.

Otros ejemplos resultan mucho menos convincentes. Pensemos en los capuchinos y el ejemplo de los pepinos y las uvas. Cuando De Waal publicó los resultados dé sus experimentos, hubo entusiastas dispuestos a proclamar que los experimentos demostraban la existencia del sentido de la justicia en animales no humanos.
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Interpreto que un sentido de la justicia implica la existencia del altruismo psicológico, tal como yo lo entiendo, puesto que depende de no estar satisfecho con una situación que de otro modo habríamos visto como satisfactoria precisamente porque reconocemos que las necesidades de los demás no han sido cubiertas. De hecho, el experimento de De Waal no revela la existencia de ningún tipo de altruismo psicológico, sino únicamente el reconocimiento por parte de un animal de la posibilidad de obtener una recompensa preferida que no se ha obtenido, y una protesta que resulta del deseo egoísta de esa misma recompensa.

En mi opinión, los ejemplos más convincentes relativos a la existencia del altruismo psicológico son los del tipo Jakie-Krom, casos en los que un animal ajusta su comportamiento a la percepción de un deseo o necesidad de otro animal con el que ha interactuado con frecuencia, o de situaciones en las que un animal de mayor edad atiende a las necesidades percibidas de los más jóvenes. Estos ejemplos bastan para mostrar que los animales no humanos no son invariablemente egoístas psicológicos; y, de hecho, son suficientes para suponer que es muy probable que compartamos con ellos las mismas capacidades y estatus. Pero ¿cuán relevante es el altruismo psicológico de este tipo para la práctica moral humana?

Poseer una cierta habilidad para acomodar nuestros deseos e intenciones a los deseos o necesidades que se perciben en los demás parece ser una condición necesaria para que se dé un comportamiento moral.
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Pero, como ya he sugerido en mis observaciones sobre las variedades de altruismo psicológico existentes, esto no es suficiente.

Tanto Hume como Smith creían que la capacidad para el altruismo psicológico, tanto en lo relativo a la benevolencia (en Hume) como a la empatia (en Smith), es bastante limitada. Smith comienza su
Teoría de los sentimientos morales
examinando los diferentes modos en que nuestras respuestas a las emociones de los demás no son sino una pálida copia. Ambos probablemente reconocerían el alcance de las investigaciones de De Waal, de
La política de los chimpancés
, pasando por
Peacemaking among Primates
, hasta
Bien natural
como una reivindicación de sus argumentos más importantes, demostrando así (en los términos en los que yo lo planteo) que el altruismo psicológico existe, pero que se ve limitado en intensidad, rango, alcance y pericia.

De forma más importante aún, ambos distinguirían este altruismo psicológico de primer orden de las respuestas propias de los sentimientos genuinamente morales. En su
Investigación sobre los principios de la moral
, Hume concluye identificando los sentimientos morales como propios de la humanidad. Interpreto que Hume supone que tenemos la capacidad de refinar nuestras disposiciones originales y limitadas para dar una respuesta a los deseos y necesidades de nuestros hijos y amigos. A través de una inmersión adecuada en la sociedad, podemos llegar a expandir nuestros sentimientos empáticos, de modo que eventualmente nos veremos conmovidos por aquello que resulta «útil y aceptable» al resto de la gente, no sólo cuando ello entra en conflicto con nuestros deseos egoístas sino incluso cuando se opone a nuestras respuestas altruistas más primitivas y localmente partisanas.

Smith es mucho más explícito que Hume sobre cómo debería continuar esta prolongación de la empatia. Considera que ello implica reflexionar sobre los juicios de aquellos que poseen diferentes perspectivas a nuestros alrededor, hasta que seamos capaces de combinar todos los puntos de vista, con sus prejuicios, y formar un juició que exprese un sentimiento genuinamente
moral
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. Sin la figura del espectador imparcial (el «hombre en el pecho» de Smith), únicamente nos quedan nuestras empatias limitadas e idiosincrásicas, formas de altruismo psicológico que podrían resultar necesarias si las respuestas morales han de desarrollarse en nosotros, pero que se quedan cortas, sin llegar al terreno de la moralidad.

Así, pienso que el señuelo de Hume-Smith es simplemente eso: un señuelo. Es una invitación a los estudiosos del comportamiento animal a que demuestren la existencia del altruismo psicológico en sus sujetos, sobre la asunción de que bastará con demostrar la existencia de cualquier tipo de altruismo, porque Hume y Smith han demostrado que ser moral consiste básicamente en ser altruista. Pero aún queda mucho trabajo por hacer. Afortunadamente, los estudios de De Waal son valiosos a la hora de mostrarnos por dónde podemos continuar.

V.

El papel del espectador imparcial de Smith (o de la «razón interna» de Kant y un gran número de mecanismos filosóficos que gobiernan el comportamiento moral) se hace especialmente evidente en situaciones de conflicto. Los conflictos más obvios son aquellos que hacen que un impulso egoísta se enfrente a otro altruista. En estos casos, podría pensarse que el veredicto de la moralidad es que el impulso altruista debería ganar la batalla, de modo que un paso clave en la evolución de la ética es la adquisición de cierta capacidad para el altruismo psicológico. Pero esto resulta demasiado brusco. Necesitamos de la figura del espectador imparcial (o algún otro equivalente) porque nuestras disposiciones altruistas son demasiado débiles y a menudo del tipo equivocado, y porque los impulsos altruistas que entran en conflicto con otros necesitan que se adopte una decisión.
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Podemos ver lo que ocurre cuando no existe ningún agente interno que tome decisiones si consideramos los estudios tempranos de De Waal a la luz de su posterior defensa del altruismo psicológico.

Sus obras
La política de los chimpancés
y
Peacemaking among Primates
revelan la existencia de mundos sociales en los que existen formas limitadas de altruismo psicológico. Estas sociedades se dividen en coaliciones y alianzas, dentro de las cuales los animales cooperan ocasionalmente. Parte de la cooperación puede basarse en la identificación de ventajas futuras, pero hay ocasiones en las que la hipótesis de que un animal esté respondiendo a las necesidades de otro sin calcular beneficio futuro alguno parece muy plausible. Si trazamos el altruismo psicológico como función de las dimensiones de las que he hablado anteriormente, encontramos que los chimpancés de De Waal (la especie sobre la que contamos con más datos) están bastante limitados en cuanto a la intensidad, rango y alcance de sus tendencias altruistas.

La limitación en el alcance de dichas tendencias es especialmente importante, ya que, como se hace singularmente vivido en
Peacemaking among Primates
, la cooperación entre estos animales y el altruismo psicológico que a menudo subyace en ella se ve constantemente rota. Cuando un aliado no cumple con sus obligaciones, el tejido social se rompe y ha de ser reparado. De Waal documenta formas que consumen mucho tiempo en las que los primates se tranquilizan los unos a los otros, o los largos períodos dedicados al acicalamiento que siguen a la ruptura entre alianzas.

Si observásemos este comportamiento a través de la mirada de Adam Smith —filósofo moral y teórico social— surge una idea evidente: estos animales podrían utilizar su tiempo y energía de forma mucho más eficaz y con mayores beneficios si dispusieran de algún mecanismo para ampliar y reforzar sus disposiciones para el altruismo psicológico. La existencia de «un pequeño chimpancé interior» les proporcionaría una sociedad más tranquila y funcional, con más oportunidades para desarrollar proyectos cooperativos; podrían incluso interactuar con animales que no vieran a diario, y el grupo podría crecer en número. Al poseer cierto nivel de altruismo psicológico, son capaces de tener una organización más rica que la mayoría del resto de especies de primates. Pero dado que esas formas de altruismo psicológico son tan limitadas, se ven socialmente bloqueados, incapaces de formar sociedades más amplias o alcanzar un nivel de cooperación más extenso.

Las sociedades de chimpancés muestran conflictos abiertos que se resuelven mediante complejas negociaciones de paz. Existen también conflictos dentro de los propios chimpancés. A veces, la tendencia a compartir de un chimpancé choca contra la tendencia a quedarse la comida para sí: el chimpancé sostiene la rama de hojas rígidamente hacia quien se la pide, aparta ligeramente la cara;
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la rigidez de la postura, la dirección de la mirada y la expresión de descontento hacen del conflicto interno algo tan evidente como en el caso de una persona a dieta que saliva mientras pasa de largo ante una bandeja de comida. La frecuencia con la que ocurren conflictos abiertos podría verse reducida si existiera algún mecanismo para resolver adecuadamente los conflictos internos. Sin embargo, tal como son las cosas, los chimpancés son seres caprichosos (siguiendo la terminología de Harry Frankfurt), vulnerables ante cualquier impulso dominante en determinado momento.

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