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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (39 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Nick miró de reojo hacia el umbral y echó a correr.

—¡El campo aséptico no está conectado!

Nick entró como una flecha. Mace le siguió, pero se detuvo en la puerta.

La unidad de comunicación subespacial estaba en el suelo, entre las astillas de la mesa de madera. Era como si alguien la hubiera hecho rodar por la ladera de una montaña antes de dejarla caer por un barranco. Las unidades de frecuencia en realespacio, que eran más frágiles, estaban aplastadas. Nick maldecía continuamente entre dientes, mientras se agachaba sobre los dos técnicos korun que yacían inmóviles en el suelo, como si estuvieran echando una siesta en las ruinas de su lugar de trabajo.

—Nick.

—Están muertos —dijo roncamente el joven korun—. Los dos están muertos. No tienen ni una marca. Y...

—Nick, sal de aquí.

Nick tocó una de las cabezas con el dedo... y ésta cedió, deformándose como una esponja, como si el cráneo del hombre fuera de espuma blanda.

—Y están blanduchos...

—Tenemos que salir de este lugar. Ya.

—¿Qué puede hacer esto a un hombre?

—La contusión. La transmisión del impacto. Esta sala debe de estar dentro de una estructura sólida que llega a la superficie...

—Estás diciendo... —Nick miró las paredes que le rodeaban con ojos cada vez más abiertos—. Estás diciendo que si otro ACOA golpea en el mismo lugar, mientras yo sigo aquí...

—Estoy diciendo... —Mace extendió una mano con gesto urgente— ...que te tapes los oídos y saltes.

Mace hizo caso a su propio consejo y recurrió a la Fuerza para que hiciera levitar a ambos. El aire de la cueva de comunicaciones los golpeó como si estuvieran en la palma de la mano de una gigantesca palmada. Dejó que el impacto los arrojara por el pasaje, girando y alejándose del centro de comunicaciones, y después dejó ir a la Fuerza y rodó hasta ponerse en pie.

Nick decía algo mientras Mace le ayudaba a ponerse en pie, pero éste sólo oía un distante murmullo por encima del agudo chirrido de sus oídos.

—Tendrás que hablar más alto.

—¿Cómo? —repuso su compañero, llevándose una mano al oído.

—¡Que hables más alto!

—¿Cómo? ¡Tendrás que hablar más alto!

Mace suspiró y empujó a Nick por el corredor. Se volvió, extendió una mano, recurriendo a la Fuerza, y la unidad subespacial flotó fuera del umbral y por el pasaje hasta llegar a sus manos.

***

Corrió tras Nick mientras sus aturdidos tímpanos se recuperaban. Tres minutos de traspiés les llevaron hasta una encrucijada de pasillos, algunos tallados, otros naturales.

—Aquí tendrá que valer.

—¿Valer para qué? ¿Qué nos queda? —Nick se derrumbó contra la pared, jadeando—. ¿Y por qué cargas con esa puñetera cosa?

Mace depositó la unidad de comunicaciones en el suelo del pasillo. Se quitó la improvisada máscara antipolvo y frunció el ceño ante el panel posterior de acceso. Los tornillos se desatornillaron solos y flotaron hasta formar un bonito montón en una roca lisa. El panel de acceso en sí se les unió poco después. Mace examinó un momento los cables y contactos del interior de la unidad, y después asintió.

Abrió la mano, y el sable láser saltó hasta ella desde el bolsillo interior del chaleco. Un tirón en la Fuerza accionó el interruptor secreto del mango. Una sección curvada del mismo se abrió, y Mace sacó la célula energética. Otro tirón en la Fuerza dobló dos paneles conductores de las tripas de la unidad comunicadora. Mace incrustó la célula entre ellos, y las luces de la unidad se encendieron.

—Sujeta esto aquí —dijo Mace.

Nick mantuvo la célula energética donde estaba mientras Mace tecleaba el canal de emergencia del
Halleck
.


Halleck
, aquí el general Windu. Esta es una llamada de alta prioridad, código de inicio cero seis uno cinco. Contesten.

La unidad comunicadora cobró vida con un crujido y un estallido de estática. Una voz impasible se oyó débilmente a través del zumbido.

—Responda... uno nueve.

—Verificación siete siete.

—Adelante..., general.

—Capitán Trent, informe de situación.

—Lamento in... Capi... puente de mando, ...os heridos. Le habla el comandante Urhal, ...cados... Repito: Estamos siendo atacados por CD.

Nick frunció el ceño.

—¿Atacados por CD?

—Cazas droides —Mace tecleó en el transmisor—. ¿Pueden aguantar?

—...gativo. Son demasiados... Aguantado un..., ...escudos y el blindaje, pero...

El capitán en funciones del
Halleck
les detalló su situación a través de los estallidos de estática y de los periodos de ruido blanco. Un número indeterminado de cazas droides de la Federación de Comercio debía de estar a la espera, desactivados y vagando fuera de la órbita elíptica del sistema, ocultos entre polvo espacial y restos de viejos asteroides. El comandante suponía que algo en la lancha de evacuación debía de haberlos activado, ya que atacaron en cuanto ésta abandonó la nave y se dirigió a la órbita del planeta. Habían perdido la lancha coro todos los hombres de a bordo. Luego, los cazas droides habían exterminado rápida y completamente la escolta de seis cazas del
Halleck
, y ahora estaban atacando el crucero. La nave que Mace esperaba que les rescatara estaba luchando por salvar la vida.

Y estaba perdiendo.

***

Mace se balanceó sobre los talones, mirando a la pared de roca que tenía ante él.

La superficie granulada brillaba con el sudor condensado de su aliento, y motas de mineral relucían en su interior. Pero Mace no veía nada de eso. No miraba a la piedra. Miraba dentro de la piedra. A través de la piedra.

En la Fuerza.

—Entonces ya está, ¿no? —las palabras de Nick llegaban distantes a los oídos de Mace, huecas y débiles, como si le hablara desde el fondo de un pozo—. No hay manera de que puedan evacuarnos.

—Eso es, sí. No hay manera —lo repetía por reflejo, apenas era consciente de lo que decía Nick, y para nada consciente de haberle respondido—. No hay manera...

Su consciencia estaba en otro lugar.

—¿Te he mencionado ya cuánto odio este lugar? Cada vez que vengo aquí me siento como enterrado en vida...

En la Fuerza...

Mace no estaba mirando de verdad. El sentido que empleaba no era el de la vista. Ese sentido invadió la Fuerza, tocando el poder y dejando que el poder le tocara, ensombreciendo el poder y recurriendo a la sombra que creaba para acentuar su propia sombra, alimentándose de la Fuerza y alimentando él a la Fuerza en una espiral regeneradora, haciendo acopio de energías, dispersándose en una tela de araña que se extendía desde el específico
ninguna-parte-concreta-de-este-momento
al genérico
todos-los-lugares-en-todos-los-tiempos
, partiendo de una encrucijada dentro de una montaña que se alzaba en una jungla del tamaño de un continente, situada en un mundo que giraba por una galaxia que a su vez se convertía rápidamente en una jungla.

Ese sentido le permitió percibir las líneas de tensión de la realidad. Era algo más que la búsqueda de un punto de ruptura; era como si ese momento existiera dentro de una concha de cristal. Y si podía golpearlo de forma precisa, también se rompería la concha que lo envolvía, y la concha que envolvía la concha, y así seguiría y seguiría, en un solo golpe, cuyas ondas de choque se propagarían hacia fuera hasta romper la trampa que los encerraba no sólo a él y a Nick, sino a Depa, a Kar y a los korunnai, al mundo de Haruun Kal, la República, y puede que la misma galaxia. Más que una cadena de puntos de ruptura era un manantial de puntos de ruptura. Una cascada.

Una avalancha.

Si tan sólo pudiera encontrar el lugar donde golpear...

Débilmente, en la distancia, oyó una voz que resonaba desde el
aquí-y-ahora
hasta el
todo-a-la-vez
de Mace:

—Estamos atrapados aquí... Tenemos fuera a toda la puñetera milicia y no hay nadie que pueda venir a ayudarnos, así que vamos a morir todos. Y es un lugar de lo más estúpido para morir. Estúpido, estúpido, estúpido.

—Estúpido —repitió Mace—. Estúpido, sí... ¡Estúpido! ¡Eso es!

—¿Es que me estás escuchando?

—Tú —dijo Mace, mientras su mirada volvía de las pétreas profundidades en las que había estado meditando—, eres un genio, además de alguien afortunado.

—¿Disculpa?

—Hace unos años, la Orden Jedi se planteó la posibilidad de emplear cazas droides para luchar contra los piratas, escoltar cargueros y esas cosas. ¿Sabes por qué decidimos no hacerlo?

—¿Debe importarme?

—Porque los cazas droides son estúpidos.

—¡Vaya, menudo alivio! No me gustaría nada que me matara un genio...

Mace volvió a concentrarse en la unidad comunicadora y tecleó el código de transmisión.

—Comandante, le habla el general Windu. Haga que todas las tropas suban a las lanchas que les quedan y envíe esas lanchas a las coordenadas originales. Todas ellas. A las coordenadas originales. ¿Me ha recibido?

—Si, señor, pero... no son rivales para los cazas droides..., ...bajas..., suerte si la mitad de ellos llega a la atmósfera...

—Ese no es su problema. Una vez haya enviado las lanchas, usted deberá retirarse, ¿me ha entendido? Es una orden directa. En cuanto envíe las lanchas, el
Halleck
deberá saltar al espacio de la República.

—...lanchas... sólo sublumínica. ¿Cómo podrá usted sin hiperimpulso...?

—Comandante, ahora mismo tiene usted tan pocas opciones que no puede permitirse perder el tiempo discutiendo conmigo. Ya tiene sus órdenes. Windu, corto y cierro.

Sacó la célula energética de la unidad de comunicaciones y la devolvió al mango del sable láser.

—¿Quién es el mejor tirador que conoces?

—Yo —repuso Nick, encogiéndose de hombros.

—Nick...

—¿Qué pasa? ¿Es que debo mentir?

—De acuerdo. El segundo mejor.

—¿Y que todavía esté vivo? —Nick pensó un segundo o dos—. Puede que Chalk. Es muy buena. Sobre todo con armas pesadas. O lo sería si pudiera. ya sabes, caminar...

—No tendrá que hacerlo. Vamos.

Nick permaneció recostado en la pared, encogiéndose de hombros.

—¿Para qué molestarse? Tampoco es que podamos ir a ninguna parte, ¿no? Sin la nave, no tenemos adónde ir.

—Sí lo tenemos. E iremos allí.

—¿Adónde?

—No voy a decírtelo.

—¿No?

—Ya estoy harto de que me digan que estoy loco.

Nick se incorporó con torpeza, mirando a Mace como si el Maestro Jedi fuera un worrt disfrazado.

—¿De qué estás hablando? Acabas de decir que no hay manera de que nos evacuen.

—Y no vamos a ser evacuados. Vamos a atacar.

Nick se quedó boquiabierto.

—¿Atacar? —repitió aturdido.

—Y no sólo vamos a atacar. Vamos a vencerlos —dijo el Maestro Jedi—, y a aplanarlos como a un gong alquilado.

17
La buscadora

E
l aire en el búnker de las armas era espeso por el sabor a ozono provocado por el campo aséptico y por la peste a feromona rancia del miedo humano. Las pocas armas pesadas que los guerrilleros tenían almacenadas estaban apiladas de forma precaria ante la puerta, para hacer sitio a la incesante inundación de camillas llevadas por korunnai de rostro triste que cargaban a enfermos y heridos. La mayoría eran enfermos.

La mayoría niños.

La mayoría silenciosos y con ojos muy abiertos.

Los porteadores se tambaleaban cada vez que un ACOA hacia temblar la montaña, y a veces derribaban a aquellos con los que cargaban, muchos de los cuales sangraban por rasguños recientes. Nick vadeó entre ellos, buscando a Chalk. La chica korun había permanecido al lado de Besh desde que los dos despertaron de la suspensión por thanatizina.

Mace se había detenido en el umbral. Su mirada se mantenía fija mientras hacía inventario de las armas allí apiladas y las incluía en sus cálculos. Eran los nuevos datos que variaban su visión de la inminente batalla, que fluía y se remodelara como un chorro de lava endureciéndose. Un EWHB-10 montado sobre un trípode con un generador de fusión auxiliar, dos lanzatorpedos de hombro con cuatro tubos de lanzamiento precargados para cada uno, y una ristra de veinticinco granadas de protones todavía en su caja precintada en fábrica.

Era todo lo que necesitaba.

Las demás armas no eran relevantes.

Nick salió por la puerta, moviéndose dubitativo, como sumido en el dolor.

—No están aquí.

—¿No?

Nick movió la cabeza hacia uno de los camilleros.

—Me han dicho que no había sitio para todos... Así que Kar... —tragó saliva para librarse de la tensión que atenazaba su rostro y su voz—. Aquí sólo traen a los que vivirán.

Mace asintió.

—¿Dónde están los otros?

—Lo llamamos la Sala de los Muertos. Sígueme.

La Sala de los Muertos era una enorme caverna sumida en la noche. La única luz era la claridad amarilla derramada por las barras luminosas que sostenían algunas manos. A diferencia de las demás cámaras habitadas, el suelo de ésta no había sido allanado con vibrohachas, sino cortado en cornisas superpuestas que seguían el contorno natural de la roca.

Las cornisas estaban cubiertas de moribundos.

Aquí no había campo aséptico. El aire estaba espeso por la peste a heces, por el olor enfermizo y dulzón de la carne podrida, y por el aroma indescriptible de las esporas que liberaban al aire los hongos que se alimentaban de carne humana.

Nick se detuvo a pocos pasos de la entrada y cerró los ojos. Un momento después suspiró y señaló hacia un rincón alejado.

—Allí. ¿Ves esa luz? Está pasando algo. Creo que Kar está con ellos.

—Bien. Lo necesitamos, y se nos acaba el tiempo.

Tuvieron que caminar con cuidado para subir los niveles de cornisas sin pisar a las personas sumidas en la penumbra.

Besh estaba tumbado, inmóvil, sin apenas respirar, en una cornisa cerca de la accidentada curva del techo de la caverna. Vastor se arrodillaba a su lado con los ojos cerrados y una mano sobre el corazón de Besh. Las grapas de tejido del botiquín que habían cerrado las heridas dejadas por el cuchillo de Terrel habían perdido su lustrosa transparencia. ennegreciéndose y rizándose corno piel muerta: y las heridas habían reventado en bulbos cruciformes de hongos que brillaban con débil fosforescencia, con verdes y púrpuras iridiscentes que latían en las sombras arrojadas por la barra luminosa de Chalk.

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