Rama II (21 page)

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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Rama II
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Todavía podía recordar la mezcla de terror e impotencia que había inundado su cuerpo de siete años en el aeropuerto de París aquella mañana de primavera. Su padre la había acariciado muy tiernamente.

—Querida, querida Nicole —le dijo—. Te echaré mucho de menos. Vuelve a mí sana y salva.

—Pero, ¿por qué debo ir, papá? —preguntó ella—. ¿Y por qué tú no vienes con nosotros? Él se inclinó a su lado.

—Vas a ir a formar parte del pueblo de tu madre. Todos los niños senoufo pasan por el Poro a la edad de siete años. Nicole se echó a llorar.

—Pero papá, yo no quiero ir. Soy francesa, no africana. No me gusta nada esa gente extraña y el calor y los bichos...

Su padre colocó firmemente las manos sobre sus mejillas.

—Pero debes ir, Nicole. Tu madre y yo estamos de acuerdo sobre ello. —Ciertamente, Anawi y Pierre habían discutido el tema muchas veces. Nicole había vivido en Francia toda su vida. Todo lo que sabía de su herencia africana era lo que su madre le había enseñado y lo que ella misma había aprendido de sus visitas de dos meses a Costa de Marfil con su familia.

No había sido fácil para Pierre aceptar el enviar a su querida hija al Poro. Sabía que era una ceremonia primitiva. También sabía que era la piedra angular de la religión tradicional senoufo y que le había prometido a Omeh, cuando se casó con Anawi, que todos sus hijos regresarían a Nidougou al menos para el primer ciclo del Poro.

Lo más difícil para Pierre era quedarse atrás. Pero Anawi tenía razón. Él era un extranjero. No podría participar en el Poro. No lo comprendería. Su presencia distraería a la niña. Había un profundo dolor en su corazón cuando besó a su esposa y a su hija y las depositó en el avión a Abidjan Anawi se sentía también aprensiva hacia la ceremonia del rito de iniciación de su hija única, su niñita de siete años recién cumplidos. Había preparado a Nicole tan bien como pudo. La niña era una lingüista dotada y había captado muy fácilmente los rudimentos del lenguaje senoufo. Pero no había duda de que estaba en gran desventaja con respecto al resto de los niños. Todos los demás habían vivido toda su vida en los poblados nativos o cerca de ellos. Estaban habituados a la zona. Para aliviar un poco el problema de orientación Anawi y Nicole llegaron a Nidougou una semana antes de tiempo.

La idea fundamental del Poro era que la vida era una sucesión de fases o ciclos, y que cada transición debía ser cuidadosamente señalada. Cada ciclo duraba siete años. Había tres Poros en cada vida senoufo normal, tres metamorfosis que eran necesarias antes de que el niño pudiera transformarse en un adulto de la tribu. Pese al hecho de que muchas costumbres tribales se estaban desvaneciendo con la llegada de los modernos sistemas de comunicación del siglo XXI a los poblados de Costa de Marfil, el Poro seguía siendo una parte integrante de la sociedad senoufo. En el siglo XXII, las prácticas tribales gozaban de una especie de renacimiento, sobre todo después que el Gran Caos demostró a la mayor parte de los líderes africanos que era peligroso depender demasiado del mundo exterior.

Anawi mantuvo en su rostro una buena sonrisa de actriz la tarde que los sacerdotes de la tribu acudieron llevarse a Nicole para el Poro. No deseaba que su miedo o su ansiedad se transfirieran a su hija. De todos modos, Nicole pudo ver que su madre estaba trastornada.

—Tienes las manos frías y traspiradas, mamá —le susurró en francés cuando abrazó a Anawi antes de partir—. No te preocupes. Estaré bien. —De hecho, Nicole, el único rostro amarronado entre la docena de niñas de piel muy negra que subían a los cochecitos, parecía casi alegre y expectante, como si fuera a un parque de diversiones o un zoo.

Había cuatro cochecitos, dos de ellos para llevar a las niñas y otros dos que estaban tapados y sobre los que no se les dio ninguna explicación. La amiga de Nicole de hacía cuatro años, Lutuwa, que en realidad era una de sus primas, explicó al resto de las niñas que los otros cochecitos contenían a los sacerdotes y los "instrumentos de tortura". Hubo un largo silencio antes que una de las niñas tuviera el valor de preguntarle a Lutuwa de qué estaba hablando.

—Lo soñé todo hace dos noches —dijo Lutuwa, como quien explica un hecho concreto—. Van a quemarnos los pezones y a meternos objetos puntiagudos por todos nuestros agujeros. Y, mientras no lloremos, no sentiremos ningún dolor. —Las otras cinco niñas en el cochecito de Nicole, incluida Lutuwa, apenas dijeron una palabra durante la hora siguiente.

Al anochecer habían viajado un largo camino hacia el este, más allá de la abandonada estación de microondas, a la zona especial conocida sólo por los líderes religiosos de la tribu. La media docena de sacerdotes erigió refugios temporales y encendió una fogata. Cuando ya fue oscuro sirvieron de comer y de beber a las iniciadas, que permanecían sentadas con las piernas cruzadas en un amplio círculo alrededor del fuego. Después de cenar empezó el baile con los atuendos ceremoniales. Omeh narró las cuatro danzas, cada una de las cuales tenía como protagonista uno de los animales indígenas. La música para las danzas procedía de panderetas y burdos xilófonos, con el ritmo mantenido por el monótono batir de un tam-tam. Ocasionalmente, un punto especialmente significativo de la historia era puntuado por un estallido del olifante, el cuerno de caza de marfil.

Justo antes de la hora de irse a dormir Omeh, llevando todavía la gran máscara y el tocado que lo identificaba como cacique, tendió a cada una de las muchachas una gran bolsa hecha con piel de antílope y les dijo que estudiaran muy atentamente su contenido. Había un frasco con agua, algunas frutas secas y nueces, dos trozos de pan nativo, un utensilio para cortar, una cuerda, dos tipos diferentes de ungüentos, y un tubérculo de una planta desconocida.

—Mañana por la mañana cada niña será sacada de este campamento —dijo Omeh— y situada en un lugar específico no demasiado lejos. La niña sólo dispondrá de las cosas que hay en la bolsa de antílope. Se espera que sobreviva por ella misma y regrese al mismo lugar cuando el sol esté muy arriba en el cielo al día siguiente.. "La bolsa contiene todo lo necesario excepto sabiduría, valor y curiosidad. El tubérculo es algo muy especial. Comer la carnosa raíz aterrorizará a la niña, pero también puede proporcionarle poderes anormales de fuerza y visión.

20 - Bendito dormitar

La niña permaneció sola durante cerca de dos horas antes de comprender realmente lo que le estaba ocurriendo. Omeh y uno de los sacerdotes más jóvenes la habían situado cerca de una pequeña charca salina, rodeada por todas partes por la alta hierba de la sabana. Le recordaron que volverían al mediodía del día siguiente. Luego se fueron.

Al principio Nicole reaccionó como si toda la experiencia fuera un gran sueño. Sacó el contenido de su bolsa de piel de antílope e hizo un cuidadoso inventario de su contenido.

Dividió mentalmente la comida en tres partes, con la intención de repartirla entre cenar, desayunar y comer algo a media mañana. La comida no era excesiva, pero Nicole juzgó que sería suficiente. Por otra parte, cuando midió visualmente el frasco para determinar lo adecuado de su provisión de agua, llegó a la conclusión de que era escasa. Sería bueno si hallara una fuente o algún riachuelo de aguas claras que pudiera usar en una emergencia.

Su siguiente actividad fue hacerse un mapa mental de su localización, prestando una atención especial a cualquier señal característica que le sirviera para identificar la charca salina desde la distancia. Era una niña extremadamente organizada y, allá en Chilly- Mazarin, jugaba a menudo sola en un amplio solar con árboles muy cerca de su casa. En la habitación de su casa tenía mapas del bosquecillo que había dibujado cuidadosamente a mano, con sus escondites secretos señalados con estrellas y círculos.

Fue cuando se encontró con cuatro antílopes listados, pastando tranquilamente bajo el firme sol de la tarde, que Nicole comprendió lo absolutamente aislada que estaba. Su primer impulso fue buscar a su madre, para mostrarle los hermosos animales que había encontrado.
Pero mamá no está aquí
, pensó, escrutando el horizonte con la mirada.
Estoy completamente sola.
La última palabra resonó en su mente con múltiples ecos, y sintió una incipiente desesperación. Luchó contra ella y miró hacia la distancia para ver si podía descubrir alguna señal de civilización. Había pájaros todo alrededor y algunos animales más pastando en el horizonte al límite de su visión, pero ningún signo de seres humanos.
Estoy completamente sola,
se repitió, mientras un ligero estremecimiento de miedo recorría su cuerpo.

Recordó que deseaba descubrir otra fuente de agua y caminó en dirección a un amplio bosquecillo. No tenía idea de las distancias en la abierta sabana. Aunque se detenía cuidadosamente cada treinta minutos aproximadamente para asegurarse de que todavía podía hallar su camino de vuelta a la charca, le sorprendió que el distante bosquecillo no parecía acercarse. Siguió caminando y caminando. A medida que se desvanecía el atardecer, empezó a sentirse cansada y sedienta. Se detuvo para beber un poco de su agua. Las moscas tsé-tsé la rodearon, zumbando en torno de su rostro cuando intentó beber. Nicole sacó los ungüentos, los olió, y aplicó el que olía peor a su rostro y manos. Al parecer su elección fue correcta; las moscas también hallaron el ungüento desagradable y se mantuvieron a distancia.

Alcanzó los árboles casi una hora después de anochecer. Se sintió encantada al descubrir que había tropezado fortuitamente con un pequeño oasis en medio de la gran extensión de la sabana. Había una vigorosa fuente en el bosquecillo, donde el agua brotaba del suelo y formaba un pequeño estanque circular de unos diez metros de diámetro. El exceso de agua se vertía por un extremo del estanque y formaba un riachuelo que desaparecía en la sabana. Nicole estaba agotada y sudorosa tras la larga caminata. El agua del estanque era invitadora. Sin pensarlo dos veces, se quitó la ropa, excepto la bombacha, y se dispuso a nadar un poco.

El agua le dio nuevo vigor y calmó su pequeño y cansado cuerpo. Con la cabeza debajo del agua y los ojos cerrados, nadó y nadó y fantaseó que se hallaba en la piscina de la comunidad en su suburbio cerca de París. En su imaginación había ido a la
piscina,
como hacía generalmente una vez por semana, y estaba jugando a diversos deportes acuáticos con sus amigos. El recuerdo la reconfortó. Tras un largo rato Nicole se volvió de espaldas y dio unas cuantas brazadas. Abrió los ojos y contempló los árboles encima de su cabeza. Los rayos del sol de última hora de la tarde creaban magia alrededor al atravesar las ramas y las hojas. Nicole dejó de nadar y se mantuvo inmóvil en el agua durante unos segundos, buscando alrededor el lugar de la orilla donde había dejado sus ropas. No las vio. Desconcertada, examinó con mayor atención el perímetro del estanque. Siguió sin ver nada. Reconstruyó mentalmente toda la escena de su llegada al bosquecillo y recordó exactamente el lugar donde había dejado tanto su ropa como la bolsa de piel de antílope. Salió del agua y examinó más atentamente el lugar.
Éste es definitivamente el sitio
, pensó.
Y mi ropa y la bolsa han desaparecido
. No había forma de sofocar el pánico. La abrumó en un instante. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y un gemido brotó de su garganta.

Cerró los ojos y lloró, esperando que todo no fuera más que un mal sueño y que cuando despertara dentro de unos segundos vería a su madre y a su padre. Pero cuando abrió de nuevo los ojos la misma escena de antes seguía allí. Una niña pequeña medio desnuda estaba sola en la selva africana sin comida ni agua ni esperanzas de rescate antes del mediodía del día siguiente. Y ya casi era oscuro.

Con un gran esfuerzo, consiguió controlar tanto su miedo como sus lágrimas. Decidió buscar su ropa. Donde había estado antes encontró huellas frescas. No tenía forma alguna de saber qué clase de animal podía haber dejado aquellas huellas, así que supuso que era uno de aquellos gentiles antílopes que había visto aquella tarde en la sabana.
Eso tendría sentido,
pensó lógicamente.
Éste es probablemente el mejor estanque de toda la zona. Se detuvieron aquí para beber y sintieron curiosidad hacia mis cosas. Mis chapoteos debieron de asustarlos y los ahuyentaron.

Mientras la luz se desvanecía, siguió las huellas a lo largo de un estrecho sendero entre los árboles. Tras un corto trayecto halló la piel de antílope, o mejor, lo que quedaba de ella, desechada a un lado del sendero. La bolsa estaba completamente desgarrada. Toda la comida había desaparecido, el frasco de agua se había vaciado casi por completo, y todo lo demás había caído fuera excepto los ungüentos y el tubérculo. Nicole terminó el agua que quedaba en el frasco y tomó éste, junto con el tubérculo, en su mano derecha. Desechó los revueltos ungüentos. Iba a seguir de nuevo el sendero cuando oyó un sonido, a medio camino entre un aullido y un grito. El sonido era muy próximo. El sendero se abría a la sabana unos cincuenta metros más adelante. Nicole aguzó los ojos y creyó ver movimiento, pero no pudo discernir nada específico. Luego oyó el aullido de nuevo, más fuerte esta vez. Se dejó caer sobre el vientre y se arrastró lentamente a lo largo del sendero.

Había un pequeño montículo a unos quince metros antes del extremo del bosquecillo. Desde aquel punto ventajoso Nicole vio el origen del aullido. Dos cachorros de león estaban jugando con su vestido verde. Su atenta madre estaba en el lado opuesto, contemplando el atardecer en la sabana. Nicole se inmovilizó aterrada cuando comprendió que no estaba visitando un zoo, que estaba fuera en un terreno salvaje, y que una auténtica leona africana estaba a tan sólo veinte metros de distancia. Temblando de miedo, retrocedió a lo largo del sendero, muy lentamente, muy en silencio, a fin de no llamar la atención sobre su presencia.

De vuelta cerca del estanque, resistió el impulso de saltar y echar a correr a toda velocidad por la sabana.
Entonces la leona me verá sin la menor duda,
pensó. Pero, ¿dónde pasar la noche?
Hallaré una zanja entre los árboles,
razonó, lejos del sendero.
Y me quedaré allí inmóvil. Así quizás esté a salvo.
Aferrando aún el frasco y el tubérculo, Nicole avanzó cuidadosamente hacia la fuente. Bebió y llenó el frasco. Luego se arrastró al interior del bosquecillo y halló su zanja. Entonces, convencida de que estaba a salvo como podía estarlo bajo las circunstancias, la agotada niña se quedó dormida.

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