Rama II (22 page)

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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Rama II
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Despertó bruscamente con la sensación de que una multitud de bichos se arrastraba por su cuerpo. Bajó la mano y se frotó el estómago. Estaba cubierto de hormigas. Nicole gritó, y luego se dio cuenta de lo que había hecho. En un destello oyó el crujir de las ramas cuando la leona avanzó por entre la maleza, en busca del animal que había hecho aquel ruido. La niña se estremeció y ahuyentó las hormigas con un palo. Luego vio a la leona mirarla fijamente, con sus ojos de fiera atravesando la oscuridad. Nicole estaba cerca del colapso. En su terror, recordó de algún modo lo que Ornen había dicho acerca del tubérculo. Se llevó la raíz cubierta de tierra a la boca y masticó vigorosamente. Tenía un gusto horrible. Se obligó a tragar.

Un momento más tarde Nicole corría a toda velocidad por entre los árboles, con la leona pisándole los talones. Ramas y hojas cortaban su rostro y pecho. Resbaló en una ocasión y cayó. Cuando alcanzó el estanque, no se detuvo. Corrió por encima del agua, con sus píes apenas rozándola. Agitaba los brazos. Se habían transformado en alas, unas alas blancas. Ni siquiera tocaba el agua. Era una enorme garza blanca flotando sobre el agua, alzando el vuelo en el cielo nocturno. Se volvió y miró a la desconcertada leona muy por debajo de ella. Riendo para sí misma, Nicole intensificó el batir de sus alas y se elevó por encima de todos los árboles. La gran sabana se desenrolló debajo de ella. Podía ver hasta más allá de un centenar de kilómetros.

Voló hasta la charca salada, giró hacia el oeste y divisó un fuego de campaña. Picó hacia él, y sus gritos de ave traspasaron la calma de la noche. Omeh despertó con un sobresalto, vio la solitaria ave con las alas extendidas contra el cielo y lanzó un fuerte grito, también de ave. "¿Ronata?", parecía preguntar su voz. Pero Nicole no respondió. Deseaba volar más arriba, incluso por encima de las nubes.

Al otro lado de las nubes la luna y las estrellas eran claras y brillantes. La saludaron. Creyó oír música en la distancia, un tintinear como de campanillas de cristal, mientras planeaba más y más arriba. Intentó agitar sus alas. Apenas se movían. Se habían convertido en superficies de control, que ahora se extendían para incrementar el poder de ascensión en el aire ultratenue. Sus cohetes de popa escupieron fuego. Nicole era ahora una lanzadera plateada, fina y esbelta, que dejaba atrás la Tierra.

La música era más fuerte ahí fuera en órbita. Era una magnífica sinfonía, en completa armonía con la mayestática Tierra bajo sus pies. Oyó que alguien pronunciaba su nombre.

¿Desde dónde? ¿Quién podía estar llamándola ahí fuera? El sonido procedía de más allá de la Luna.

Cambió su rumbo, apuntó hacia el vacío del espacio profundo y disparó sus cohetes de nuevo. Pasó más allá de la Luna, alejándose del Sol. Su velocidad seguía creciendo exponencialmente. Tras ella, el Sol se hacía más y más pequeño. Se convirtió en una pequeña luz y luego desapareció por completo. Todo alrededor sólo había oscuridad. Contuvo el aliento y salió a la superficie del agua.

La leona estaba merodeando de arriba abajo en el borde del estanque. Nicole pudo ver vívidamente todos los músculos de sus poderosos cuartos delanteros y leyó la expresión de su rostro.
Por favor, déjame sola,
dijo Nicole,
no voy a hacerte ningún daño ni a ti ni a tus cachorros.

—Reconozco tu olor —respondió la leona—. Mis cachorros estuvieron jugando con este olor.

Yo también soy un cachorro,
prosiguió Nicole,
y quiero volver junto a mi madre. Pero tengo miedo.

—Sal del agua —respondió la leona—. Déjame verte. No creo que seas lo que dices. Reuniendo todo su valor, con los ojos clavados en la leona, la niña salió lentamente del agua. La leona no se movió. Cuando el agua le llegaba sólo a la cintura, Nicole unió sus brazos formando como una canastilla y empezó a cantar. Era una melodía sencilla, pacífica, la que recordaba del principio de su vida, cuando su madre o su padre le daban el beso de buenas noches, la ponían en la cuna y luego apagaban la luz. Los pequeños animales en el móvil giraban y giraban mientras una suave voz de mujer cantaba la canción de cuna de Brahms.

—Duerme y descansa... Que tu sueño sea bendecido.

La leona encogió sus patas traseras y amenazó con saltar. La niña, aún cantando suavemente, siguió andando hacia el animal. Cuando Nicole estuvo completamente fuera del agua y a sólo unos cinco metros de distancia, la leona saltó a un lado y desapareció de nuevo en el bosque. Nicole siguió andando, con la suave canción proporcionándole a la vez consuelo y fuerza. Al cabo de unos pocos minutos estaba de vuelta al borde de la sabana. A la salida del sol había alcanzado la charca, donde se tendió entre las hierbas y se quedó inmediatamente dormida. Omeh y los sacerdotes senoufo la hallaron tendida allí, medio desnuda y aún dormida, cuando el sol estaba ya alto en el cielo.

Podía recordar todo aquello como si hubiera sido ayer.
Han pasado casi treinta años,
meditó mientras permanecía tendida, completamente despierta, en su pequeña cama de la nave,
y las lecciones que he aprendido nunca han dejado de ser valiosas.
Nicole pensó en la niña de siete años que se había visto extraviada en un mundo completamente alienígena y había conseguido sobrevivir.
Entonces, ¿por qué siento lástima por mí misma ahora?,
pensó.
Aquélla fue una situación mucho más difícil.

Sumergirse en su experiencia infantil le había proporcionado una fuerza inesperada. Ya no se sentía deprimida. Su mente trabajaba de nuevo por delante del tiempo, intentando formular un plan que le proporcionara las respuestas críticas a lo que había ocurrido durante la operación de Borzov. Había echado a un lado su soledad.

Se dio cuenta de que tendría que permanecer a bordo de la Newton durante la primera incursión si quería efectuar un detallado análisis de todos los aspectos del incidente Borzov. Decidió plantearle el asunto a Brown o Heilmann por la mañana.

Finalmente, la exhausta mujer se quedó dormida. Mientras derivaba al mundo crepuscular que separa el estado despierto del dormido, canturreó una melodía. Era la canción de cuna de Brahms.

21 - El cubo de pandora

Nicole podía ver a David Brown sentado detrás del escritorio. Francesca estaba inclinada sobre él, señalando algo en un gran mapa abierto delante de los dos. Nicole llamó a la puerta de la oficina del comandante.

—Hola, Nicole —dijo Francesca cuando ésta abrió la puerta—. ¿Qué podemos hacer por usted?

—He venido a ver al doctor Brown —respondió Nicole—. Respecto de mi misión.

—Oh, entre —dijo Francesca.

Nicole avanzó lentamente, arrastrando un poco los pies, y se sentó en una de las dos sillas frente al escritorio. Francesca se sentó en la otra. Nicole contempló las paredes de la oficina. Definitivamente, habían cambiado. Las fotografías del general Borzov, de su esposa e hijos, junto con su cuadro favorito, una imagen de un pájaro solitario con las alas extendidas planeando sobre el río Neva en Leningrado, habían sido reemplazadas por una sucesión de enormes mapas secuenciales. Los mapas, cada uno de los cuales estaba encabezado con un nombre distinto (Primera Incursión, Segunda Incursión, etcétera), cubrían los tableros de boletines de los lados de un extremo a otro de la pared.

La oficina del general Borzov había sido cálida y personal. Esta habitación era definitivamente estéril e intimidante. El doctor Brown había colgado replicas laminadas de dos de sus más prestigiosos premios científicos internacionales en la pared detrás de su escritorio. También había elevado la altura de su silla a fin de poder mirar desde un plano superior a todos los demás que estuvieran sentados allí.

—He venido a verlo por un asunto personal —dijo Nicole. Aguardó varios segundos, esperando que David Brown le pidiera a Francesca que se marchara. No dijo nada. Finalmente, Nicole miró en dirección a Francesca para dejar bien claras sus palabras.

—Me ha estado ayudando en las tareas administrativas —explicó el doctor Brown—. Considero que su intuición femenina detecta a menudo señales que a mí se me han pasado por alto.

Nicole permaneció sentada en silencio durante otros quince segundos. Se había preparado para hablar con David Brown. No había esperado que fuera necesario explicarle también todo a Francesca.
Quizá simplemente debiera levantarme y marcharme,
pensó por un instante, algo sorprendida al descubrir que se sentía irritada por el hecho de que Francesca estuviera allí.

—He leído las asignaciones para la primera incursión —dijo finalmente, en un tono formal—, y desearía hacer una petición. Mis deberes, tal como están señalados en la secuencia, son mínimos. Irina Turgeniev, me parece, también tiene poco trabajo en esa incursión de tres días. Recomiendo que traspase mis tareas no médicas a Irina, y yo me quedaré a bordo de la
Newton
con el almirante Heilmann y el general O'Toole. Seguiré atentamente los progresos de la misión, y puedo estar disponible de inmediato si hay algún problema médico significativo. De otra manera, Janos puede ocuparse de las responsabilidades de las ciencias vitales.

Hubo un nuevo silencio en la habitación. El doctor Brown miró a Nicole y luego a Francesca.

—¿Por qué desea quedarse a bordo de la
Newton
—preguntó al fin Francesca—. Más bien hubiera creído que estaba usted ansiosa por ver el interior de Rama.

—Como ya he dicho, se trata de un asunto personal —respondió vagamente Nicole—. Todavía me siento extremadamente cansada tras la prueba de Borzov, y tengo un montón de papeles que poner en orden. La primera incursión sería una prueba para mí. Preferiría estar completamente descansada y preparada para la segunda.

—Es una petición altamente irregular —dijo David Brown—, pero, bajo las circunstancias, creo que podemos arreglarlo. —Miró de nuevo a Francesca. —Pero me gustaría pedirle un favor. Si no va a ir usted a Rama, entonces quizás estaría dispuesta a relevar a O'Toole como oficial de comunicaciones de tanto en tanto. Así el almirante Heilmann podría ir dentro...

—Por supuesto —respondió Nicole antes de que Brown hubiera terminado.

—Bien. Entonces supongo que todos estamos de acuerdo. Cambiaremos los manifiestos para la primera incursión. Usted permanecerá a bordo de la
Newton
. — Después que el doctor Brown terminó de hablar, Nicole no hizo ningún gesto de abandonar su silla. —¿Hay algo más? —preguntó impaciente.

—Según el procedimiento, el oficial de ciencias vitales prepara los memorándums de certificación de los cosmonautas antes de cada incursión. ¿Debo enviarle una copia al almirante...?

—Déme todos esos memorándums a mí —la interrumpió el doctor Brown—. El almirante Heilmann no se ocupa de los asuntos de personal. —El científico norteamericano miró directamente a Nicole. —Pero no necesita preparar nuevos informes para la primera incursión. Ya he leído los documentos que escribió para el general Borzov. Son completamente adecuados.

Nicole no permitió que la penetrante mirada del hombre la amedrentara.
Así que sabe lo que escribí acerca de él y de Wilson,
pensó,
y cree que debería sentirme culpable o azorada. Bien, pues no es así. Mis opiniones no han cambiado sólo porque ahora esté usted nominalmente a cargo de las cosas.

Aquella noche Nicole siguió con su investigación. Su detallado análisis de los datos biométricos del general Borzov mostraron que había habido extraordinarios niveles de dos extraños productos químicos en su sistema, justo antes de su muerte. Nicole no podía dilucidar de dónde habían procedido. ¿Había estado tomando alguna medicación sin su conocimiento? ¿Podían esos productos químicos, que era sabido que desencadenaban dolor (eran usados, según su enciclopedia médica, para comprobar la sensibilidad al dolor en pacientes neurológicamente alterados), haber sido fabricados de algún modo internamente por algún tipo de reacción alérgica?

¿Y Janos? ¿Por qué no podía recordar el haber tendido la mano hacia la caja de control? ¿Por qué se había mostrado reticente y reservado desde la muerte de Borzov? Poco después de medianoche, miró al techo de su pequeño dormitorio.
Hoy el equipo entra en Rama y yo estaré aquí sola. Deberé aguardar hasta entonces para proseguir mi análisis
. Pero no podía esperar. Era incapaz de echar a un lado todas las preguntas que inundaban su mente.
¿Es posible que haya una conexión entre Janos y las drogas en Borzov? ¿Es posible que su muerte no fuera completamente accidental?

Sacó su maletín personal del diminuto armario. Lo abrió apresuradamente, y el contenido saltó por los aires. Atrapó un grupo de fotografías familiares que estaban flotando encima de la cama. Luego reunió la mayor parte de las otras cosas y volvió a meterlas en el maletín. Retuvo en su mano el datacubo que el rey Henry le había dado en Davos.

Dudó antes de insertar el cubo. Al fin, inspiró profundamente y lo colocó en el lector. Un menú de dieciocho apartados apareció de inmediato en el monitor. Podía elegir cualquiera de los doce
dossiers
individuales de los cosmonautas o seis compilaciones distintas de estadísticas sobre el grupo. Nicole pidió el
dossier
de Janos Tabori. Había tres submenús en su biografía: datos personales, resumen cronológico y evaluación psicológica. Por el tamaño de los archivos listados podía decir que el resumen cronológico contenía la mayoría de los detalles.

Nicole accedió primero a los datos personales para familiarizarse con el formato de los
dossiers.

El breve cuadro no le decía mucho que ya no supiera. Janos tenía cuarenta y un años y era soltero. Cuando no estaba de servicio para la AIE, vivía solo en un apartamento en Budapest, a sólo cuatro manzanas de donde su dos veces divorciada madre vivía también sola. Se había graduado con honores en ingeniería en la universidad de Hungría en 2183. Además de algunos datos mundanos como altura, peso y número de familiares directos e indirectos, el cuadro listaba otros dos números: EI (Evaluación de Inteligencia) y es (Coeficiente de Socialización). Los números de Tabori eran +3,37 para el EI y 64 para el es.

Nicole regresó al menú principal y pidió el glosario para refrescar su memoria acerca de las definiciones de la EI y el es. Supuestamente los números de EI representaban una medida compuesta de inteligencia general, basada en una comparación con una población estudiantil similar de ámbito mundial. Todos los estudiantes realizaban un conjunto de pruebas estandarizadas en momentos específicos entre las edades de doce y veinte años. El índice era en realidad un exponente en un sistema métrico decimal. Una EI número cero era la media. Un índice de EI de +1,00 significaba que el individuo estaba por encima del 90% de la población; +2,00 estaba por encima del 99% de la población; +3,00 por encima del 99,9%, etc. Un índice de EI negativo indicaba una media por debajo de la inteligencia general. La puntuación de +3,37 de Janos lo situaba en el centro de una décima parte del uno por ciento de la población en lo que a inteligencia se refería.

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