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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Rama II (38 page)

BOOK: Rama II
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—Nunca
—les gritó bruscamente—, nunca en mi vida había visto una actitud tan egoísta como... —No pudo hallar la palabra adecuada. —Uno de nuestros colegas ha desaparecido y casi con toda seguridad necesita nuestra ayuda. Puede estar herido o muriéndose, y sin embargo todo lo que saben hacer ustedes dos es discutir acerca de sus mezquinas prerrogativas. Es realmente repugnante.

Hizo una pausa de un segundo para recobrar el aliento.

—Déjenme decirles una cosa —prosiguió, aún echando humo—. Yo no voy a volver a Beta ahora. Me importa un rábano lo que ustedes me ordenen. Voy a quedarme aquí y terminaré la búsqueda. Al menos, yo tengo mis prioridades claras. Sé que la vida de un hombre es más importante que las imágenes o el status o incluso un estúpido proyecto para los media.

David Brown parpadeó dos veces, como si hubiera sido abofeteado en pleno rostro. Francesca sonrió.

—Bien, bien —dijo—, así que nuestra solitaria oficial de ciencias vitales sabe más de lo que habíamos supuesto. —Miró a David y luego de nuevo a Nicole. —¿Nos disculpará unos instantes, querida? Tenemos algunos asuntos que discutir en privado.

Francesca y el doctor Brown se dirigieron hacia la base de un rascacielos a unos veinte metros de distancia e iniciaron una animada conversación. Nicole se volvió hacia el otro lado. Estaba furiosa consigo misma por haber perdido el control. Estaba irritada especialmente por haber revelado su conocimiento del contrato con Schmidt y Hagenest.
Supondrán que me lo dijo Janos,
pensó.
Después de todo, hemos sido buenos amigos.

Francesca regresó para reunirse con Nicole mientras el doctor Brown se ponía en contacto por radio con el almirante Heilmann.

—David está llamando al helicóptero para que se reúna con él cerca del vehículo para el hielo. Me ha asegurado que podrá hallar el camino de vuelta hasta allá. Yo me quedaré aquí con usted y buscaremos a Takagishi. Al menos de esta forma podré filmar Nueva York.

No había ninguna emoción en la voz de Francesca. Nicole fue incapaz de leer su estado de ánimo.

—Otra cosa —añadió Francesca—. Le prometí a David que terminaríamos nuestra búsqueda y estaríamos listas para regresar al campamento en cuatro horas o menos.

Las dos mujeres apenas hablaron durante la primera hora de su búsqueda. Francesca se limitó a dejar que Nicole eligiera su camino. Cada quince minutos se detenían para ponerse en contacto por radio con el campamento Beta y obtener un control actualizado de su posición.

—Se hallan ahora a unos dos kilómetros al sur y cuatro al este del vehículo para hielo —les dijo Richard Wakefield cuando se detuvieron para comer. Le había sido delegado el trabajo de seguir su avance. —Se hallan justo al este de la plaza central.

Habían ido a la plaza central primero, porque Nicole pensaba que Takagishi debía de haberse encaminado hacia allí. Habían hallado una plaza circular abierta con muchas estructuras bajas, pero ninguna señal de su colega. Entonces visitaron las otras dos plazas y revisaron cuidadosamente toda la longitud de dos de las porciones centrales del pastel. No hallaron nada. Nicole admitió que se le estaban acabando las ideas.

—Éste es un lugar completamente asombroso —comentó Francesca mientras empezaban a comer. Estaban sentadas sobre una caja de metal cuadrada de aproximadamente un metro de alto. —Mis imágenes apenas pueden captarlo. Todo es tan tranquilo, tan alto, tan... alienígena.

—Algunos de esos edificios no pueden ser descritos sin esas imágenes. Los poliedros, por ejemplo. Hay uno en cada porción, con el más grande siempre justo en torno de la plaza. Me pregunto qué significan, si significan algo. ¿Y por qué se hallan situados donde están?

La tensión emocional justo bajo la superficie de las dos mujeres permanecía reprimida. Hablaron un poco acerca de lo que habían visto en su exploración a través de Nueva York. Francesca se sentía especialmente fascinada por una enorme disposición en forma de retículo que habían hallado conectando dos altos rascacielos en la unidad central.

—¿Cuál cree que puede ser la utilidad de ese retículo? —preguntó ociosamente—. Debe de tener al menos veinte mil conexiones y cincuenta metros de altura.

—Supongo que es ridículo que intentemos comprender nada de esto —dijo Nicole agitando una mano. Terminó su comida y miró a su compañera. —¿Lista para continuar?

—Todavía no —dijo seriamente Francesca. Limpió los restos de su comida y los metió en la bolsa para la basura prendida de su overol de vuelo. —Usted y yo tenemos todavía algunos asuntos por terminar.

Nicole la miró interrogativamente.

—Creo que ya es hora de que nos quitemos las máscaras y nos miremos honestamente la una a la otra —continuó Francesca con aquella engañosa actitud de amistad tan propia de ella—. Usted si sospecha que yo le di a Valen Borzov alguna medicación el día que murió, ¿por qué no me lo pregunta directamente?

Nicole miró a su adversaria durante varios segundos.

—¿Lo hizo? —preguntó al fin.

—¿Cree usted que lo hice? —respondió Francesca evasivamente—. Y, si es así, ¿por qué?

—Sigue jugando usted al mismo juego de siempre, sólo que a otro nivel —dijo Nicole tras una pausa—. No está dispuesta a admitir nada. Simplemente desea descubrir cuánto sé. Pero no necesito ninguna confesión suya. La ciencia y la tecnología me apoyan. Al final, la verdad se hará evidente.

—Lo dudo —dijo Francesca con indiferencia. Saltó de la caja. —La verdad siempre elude a aquellos que la buscan. —Sonrió. —Ahora vayamos en busca del profesor.

En el lado occidental de la plaza central las dos mujeres hallaron otra estructura única. Desde cierta distancia parecía un enorme cobertizo. La parte más alta de su negro techo estaba muy fácilmente a cuarenta metros sobre el suelo, y tenía más de un centenar de metros de largo. Había dos rasgos especialmente fascinantes en él. En primer lugar, los dos extremos del edificio estaban abiertos. En segundo lugar, aunque una no podía verlo desde fuera, todas las paredes y el techo eran transparentes desde dentro. Francesca y Nicole se turnaron para demostrar que no se trataba de una ilusión óptica. Alguien desde dentro del cobertizo podía ver con toda facilidad en todas direcciones excepto hacia abajo. De hecho, los rascacielos reflectantes contiguos habían sido alineados con toda exactitud a fin de que todas las calles cercanas fueran visibles desde el interior del cobertizo.

—Fantástico —dijo Francesca mientras filmaba a Nicole de pie al otro lado de la pared.

—El doctor Takagishi me dijo —indicó Nicole mientras rodeaba la esquina— que era imposible creer que Nueva York no tuviera ninguna finalidad. ¿El resto de Rama? Quizá. Pero nadie hubiera gastado tanto tiempo y esfuerzo sin alguna razón.

—Usted suena casi religiosa —indicó Francesca. Nicole miró en silencio a su colega italiana.
Me está pinchando,
se dijo.
Realmente no le importa lo que yo crea. Quizá lo que nadie crea.

—¡Eh!. Mire esto —dijo Francesca tras un corto silencio. Había caminado unos cuantos pasos hacia el interior del cobertizo, y señalaba el suelo. Nicole se acercó hasta situarse a su lado. Frente a Francesca había un angosto pozo rectangular cavado en el suelo. El pozo tendría unos cinco metros de largo, un metro y medio de ancho, y parecía bastante profundo, quizá tanto como ocho metros. La mayor parte del fondo estaba en sombras. Las paredes del pozo eran completamente rectas, sin ninguna señal de indentación.

—Hay otro ahí. Y otro más allá... —En total había nueve pozos, cada uno construido exactamente de la misma manera, dispersos por toda la mitad sur del cobertizo. En la mitad norte, nueve esferas pequeñas descansaban sobre la superficie en una disposición cuidadosamente medida. Nicole se descubrió buscando algún cartel en alguna parte, una guía de instrucciones que explicara el significado o propósito de todos aquellos objetos. Estaba empezando a sentirse desconcertada.

Habían cruzado casi toda la longitud del cobertizo cuando oyeron una débil señal de emergencia en sus comunicadores.

—Deben de haber encontrado al doctor Takagishi —dijo Nicole en voz alta, y echó a correr hacia uno de los extremos abiertos del cobertizo. Apenas salió de debajo del techo, el volumen de la señal de emergencia casi destrozó sus tímpanos.

—De acuerdo, de acuerdo —radió—. Podemos oírles. ¿Qué ocurre?

—Llevamos intentando llamarlas desde hace más de dos minutos —oyó decir a Richard Wakefield—. ¿Dónde demonios estaban? Sólo usé la señal de emergencia porque tiene mayor potencia de emisión.

—Estábamos dentro de este sorprendente cobertizo —respondió Francesca desde detrás de Nicole—. Es como un mundo surrealista, con cristales de un solo sentido y extraños reflejos...

—Estupendo —interrumpió Richard—, pero no tenemos tiempo para charlas. Ustedes, mis queridas damas, van a tener que dirigirse ahora mismo al lugar más cercano del Mar Cilíndrico. Un helicóptero las recogerá dentro de diez minutos. Acudiríamos al interior mismo de Nueva York si hubiera algún lugar donde aterrizar.

—¿Por qué? —preguntó Nicole—. ¿A qué viene esa repentina prisa?

—¿Pueden ver el Polo Sur desde donde están?

—No. Tenemos demasiados edificios altos en el camino.

—Algo extraño está ocurriendo en torno de los cuernos pequeños. Enormes arcos como relámpagos están saltando de espira en espira. Es una exhibición impresionante. Todos tenemos la sensación de que está a punto de ocurrir algo insólito. —Richard vaciló un segundo. —Tienen que abandonar inmediatamente Nueva York.

—De acuerdo —respondió Nicole—. Nos ponemos en camino. Cortó el trasmisor y se volvió hacia Francesca.

—¿Se ha dado cuenta de lo fuerte que sonó la señal de emergencia en el momento en que salimos del cobertizo? —Nicole pensó en aquello durante unos segundos. —El material de las paredes y el techo de ese edificio debe de bloquear las señales de radio.

—Su rostro se iluminó de pronto. —Eso explica lo que le ocurrió a Takagishi... debía de hallarse en el interior de un cobertizo o algo parecido.

Francesca no parecía seguir la línea de pensamiento de Nicole.

—¿Y qué? —dijo, tomando una última imagen panorámica del cobertizo con su videocámara—. Eso realmente no importa ahora. Debemos apresurarnos a ir al encuentro del helicóptero.

—Quizás incluso se halle en uno de esos pozos —prosiguió Nicole excitadamente—. Seguro. Pudo ocurrir. Estaba explorando en la oscuridad. Pudo caer... Espere aquí —le dijo a Francesca—. Será sólo un minuto.

Nicole volvió a entrar a toda prisa en el cobertizo y se inclinó junto a uno de los agujeros. Sujetándose al lado del pozo con una mano, lanzó un haz de su linterna con la otra hacia el fondo. ¡Había algo allí! Aguardó unos segundos a que sus ojos se enfocaran. Era un montón de materia de alguna clase. Se dirigió rápidamente al pozo contiguo.

—Doctor Takagishi —llamó—. ¿Está usted aquí, Shig? —añadió en japonés.

—¡Venga! —gritó Francesca desde el extremo del cobertizo—. Vámonos. Richard parecía muy serio.

En el cuarto pozo, las sombras hicieron muy difícil que Nicole pudiera ver el fondo incluso al haz de su linterna. Pudo distinguir algunos objetos, pero, ¿qué eran? Se tendió sobre su estómago y se deslizó ligeramente más allá del borde en un ángulo distinto para intentar confirmar que la informe masa bajo ella no era el cuerpo de su amigo.

Las luces de Rama empezaron a parpadear, encendiéndose y apagándose. Dentro del cobertizo, el efecto óptico era sorprendente. Y desorientador. Nicole alzó la vista para ver lo que ocurría y perdió el equilibrio. La mayor parte de su cuerpo se deslizó dentro del pozo.

—¡Francesca! —gritó, clavando las manos en la pared opuesta para conseguir apoyo—. ¡Francesca, necesito ayuda! —gritó de nuevo.

Nicole aguardó casi un minuto antes de llegar a la conclusión de que la cosmonauta Sabatini había abandonado ya la zona del cobertizo. El cansancio se estaba apoderando rápidamente de sus brazos. Sólo sus pies y la parte inferior de sus piernas descansaban en el suelo del cobertizo. Su cabeza estaba cerca de una de las paredes del pozo, a unos ochenta centímetros por debajo del nivel del suelo. El resto de su cuerpo estaba suspendido en mitad del aire, y lo único que la impedía caer era la intensa presión de sus brazos contra la pared.

Las luces siguieron encendiéndose y apagándose a cortos intervalos. Nicole alzó la cabeza para ver si podía alcanzar la parte superior del pozo con uno de sus brazos, mientras mantenía segura su posición con la otra. Era inútil. Su cabeza estaba demasiado metida en el agujero. Aguardó varios segundos más, mientras su desesperación crecía y el cansancio en sus brazos se incrementaba. Finalmente, Nicole hizo un intento de alzar a la vez el cuerpo y agarrarse al borde del pozo en un movimiento coordinado. Casi lo consiguió. Pero sus brazos no pudieron detener el impulso hacia abajo de su cuerpo. Sus pies siguieron a su cuerpo en el agujero, y su cabeza golpeó contra la pared. Cayó inconsciente al fondo del pozo.

36 - Rumbo de colisión

Francesca se sobresaltó también cuando las luces de Rama empezaron a parpadear bruscamente. Su impulso inicial fue correr adentro, bajo el techo del cobertizo. Una vez allí, se sintió un poco más protegida.
¿Qué va a pasar ahora?,
pensó mientras las luces reflejadas por el edificio adyacente la obligaban a cerrar los ojos para no marearse.

Cuando oyó el grito de Nicole pidiendo auxilio, echó a correr para ayudar a su compañera cosmonauta. Sin embargo, tropezó con una de las esferas y se dio un golpe en la rodilla al caer. Cuando se levantó, pudo ver a la pulsante luz que la posición de Nicole era muy precaria. Sólo podían verse las suelas de sus zapatos. Francesca se mantuvo inmóvil y aguardó. Su mente había saltado ya hacia adelante. Tenía una imagen casi perfecta de los pozos en su memoria, incluida una evaluación bastante exacta de su profundidad.
Si cae, se hará daño,
pensó,
quizás incluso se mate.
Recordó las lisas paredes.
No podrá trepar.

Las parpadeantes luces proporcionaban una ambientación sobrenatural a la escena. Mientras observaba, Francesca vio el cuerpo de Nicole alzarse casi fuera del pozo y sus manos arañar en busca de un asidero en el borde. Al siguiente destello de luz, sus zapatos cambiaron de ángulo con respecto al pozo y luego desaparecieron bruscamente. Francesca no oyó ningún grito.

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