Read Rama II Online

Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Rama II (40 page)

BOOK: Rama II
5.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Irina Turgeniev hizo una breve pausa para controlar sus emociones.

—No encontraremos a Nicole des Jardins. Puede que Rama sólo sea una máquina, pero nosotros los cosmonautas ya hemos visto lo peligrosa que puede ser. Si se encamina hacia la Tierra, temo por mi familia, por mis amigos, por toda la humanidad. No hay forma de predecir lo que puede hacer. Y somos impotentes para detenerla.

Varios minutos más tarde Francesca Sabatini llevó su equipo de vídeo automático a la orilla del mar helado para una última secuencia. Comprobó cuidadosamente el tiempo antes de conectar la cámara exactamente quince segundos antes del momento en que se esperaba que terminara la maniobra.

—La imagen que están viendo vibra —dijo con su mejor voz periodística—, porque el suelo bajo nuestros pies aquí en Rama ha estado sacudiéndose constantemente desde que se inició esta maniobra hace cuarenta y siete minutos. Según los ingenieros de navegación, la maniobra se detendrá dentro de escasos segundos si Rama ha cambiado a un rumbo de colisión con la Tierra. Sus cálculos, por supuesto, están basados en suposiciones sobre las intenciones de Rama...

Francesca se detuvo a media frase e inspiró profundamente.

—El suelo ya no tiembla. La maniobra ha terminado. Rama se halla ahora en una trayectoria de colisión con la Tierra.

37 - Abandonada

Cuando despertó la primera vez, Nicole estaba completamente
groggy,
y tuvo gran dificultad en conseguir fijar alguna idea en su memoria. Le dolía la cabeza, y sentía agudos dolores en la espalda y las piernas. No sabía lo que le había ocurrido. Apenas fue capaz de hallar su cantimplora de agua y beber un trago.
Debo de sufrir alguna concusión,
pensó mientras volvía a quedarse dormida.

Era oscuro cuando despertó de nuevo. Pero su mente ya no estaba sumida en una niebla. Sabía dónde estaba. Recordaba haber buscado a Takagishi y haber resbalado dentro del pozo. Recordó también haber llamado a Francesca, y la dolorosa y terrible caída. Inmediatamente tomó su comunicador del cinturón de su overol de vuelo.

—Hola, equipo Newton —dijo, mientras se ponía lentamente de pie—. Aquí la cosmonauta des Jardins comprobando. He estado, bien... indispuesta podría ser una buena palabra. Caí en un agujero y perdí el sentido. Sabatini sabe dónde estoy...

Nicole cortó su monólogo y aguardó. No hubo respuesta del receptor. Subió el volumen, pero sólo consiguió recoger algo de extraña estática.
Ya es oscuro,
pensó,
y sólo habíamos tenido dos horas de luz como máximo...
Nicole sabía que los períodos de luz dentro de Rama duraban unas treinta horas. ¿Había estado tanto tiempo inconsciente? ¿O Rama había hecho de nuevo lo inesperado? Miró su reloj de pulsera, que reflejaba el tiempo transcurrido desde el inicio de la segunda incursión, e hizo un rápido cálculo.
Llevo aquí abajo treinta y dos horas. ¿Por qué no ha venido nadie?

Nicole pensó en los últimos minutos antes de caer. Habían hablado con Wakefield, y luego ella se había atrevido a comprobar los pozos. Richard siempre mantenía un control de las localizaciones cuando estaban en comunicación y Francesca sabía exactamente...

¿Era posible que le hubiera ocurrido algo a todo el equipo? Pero, si no era así, ¿por qué nadie la había descubierto? Nicole sonrió para sí misma mientras luchaba con un asomo de pánico.
Por supuesto,
razono,
me encontraron, pero yo estaba inconsciente, así que decidieron...
Otra voz en su cabeza le dijo que su esquema de pensamientos no tenía sentido. Hubiera sido sacada del pozo bajo cualquier circunstancia si la hubieran encontrado.

Se estremeció involuntariamente mientras temía, por un breve momento, no ser hallada
nunca.
Obligó a su mente a cambiar de tema e inició una evaluación de los daños físicos que había sufrido durante la caída. Pasó cuidadosamente los dedos por todas las partes de su cráneo. Había varios chichones, incluido uno grande en la parte de atrás de la cabeza.
Ése debió de ser el responsable de la concusión,
supuso. Pero no había ninguna fractura, y las pequeñas hemorragias aquí y allá habían cesado hacía horas.

Comprobó sus brazos y piernas, luego su espalda. Había hematomas por todas partes, pero milagrosamente ningún hueso roto. El agudo y ocasional dolor justo debajo del cuello sugería que se había apretado parte de una vértebra o pellizcado algunos nervios. Aparte de esto, sanaría. El descubrimiento de que su cuerpo había sobrevivido más o menos intacto alegró su espíritu.

A continuación examinó sus nuevos dominios. Había caído en el centro de un profundo pero estrecho pozo rectangular. Tenía seis pasos de largo por uno y medio de ancho. Usando su linterna al extremo de su brazo extendido, estimó la profundidad del pozo en ocho metros y medio.

El pozo estaba vacío excepto una revuelta colección de pequeñas piezas metálicas, cuya longitud se alineaba entre los cinco y los quince centímetros, apiladas a un extremo del agujero. Nicole las examinó cuidadosamente al haz de su linterna. En conjunto había más de un centenar, y quizás una docena de diferentes tipos individuales. Algunas eran largas y rectas, otras curvadas, unas cuantas formando ángulos... le recordaron a Nicole la basura industrial de una moderna fundición.

Las paredes del pozo eran absolutamente rectas y lisas. El material de la pared tenía la apariencia de un híbrido metal/roca. Era frío, muy frío. No había anomalías ni depresiones que pudieran ser usadas como apoyos, nada que la animara a creer que podía trepar hasta arriba. Intentó rascar o picar la superficie de la pared utilizando las herramientas de su equipo médico portátil. Fue incapaz de hacer ninguna marca.

Desanimada ante la perfecta construcción de las paredes del pozo, regresó a la pila metálica para ver si había allí alguna cosa con la que pudiera montar alguna escalera o andamiaje, algún tipo de apoyo capaz de elevarla hasta el punto desde donde pudiera acabar de salir usando su propia fuerza. No se sintió muy animada. Las piezas metálicas eran pequeñas y delgadas. Un rápido cálculo mental le dijo que no había masa suficiente para soportar su peso.

Se sintió más desanimada aún cuando comió un poco. Se dio cuenta de que había traído muy poca comida y agua con ella debido a que deseaba llevar equipo médico extra para Takagishi. Aunque la racionara cuidadosamente, su agua sólo le duraría un día, y su comida no más de treinta y seis horas.

Iluminó con su linterna directamente hacia arriba. El haz se reflejó en el techo del cobertizo. Pensar en el cobertizo le recordó de nuevo los acontecimientos que precedieron a su caída. Recordó la incrementada amplitud de la señal de emergencia una vez que salió del edificio.
Estupendo,
se dijo, desanimada,
el interior de este cobertizo es probablemente una zona radiofónicamente oscura. No es extraño que nadie pueda oírme.

Durmió, porque no tenía otra cosa que hacer. Ocho horas más tarde, despertó con un sobresalto de un sueño aterrador. Estaba sentada con su padre y su hija en un encantador restaurante de provincia en Francia. Era un magnífico día de primavera; Nicole podía ver flores en el jardín contiguo al restaurante. Cuando llegó el camarero, colocó un plato de caracoles con hierbas y manteca frente a Genevieve. Pierre recibió una espléndida ración de pollo con champiñones y salsa de vino. El camarero sonrió y se fue. Lentamente, Nicole se dio cuenta de que no había nada para
ella...

Nunca antes se había enfrentado a la auténtica hambre. Ni siquiera durante el Poro, después que los cachorros de la leona se llevaran su comida, Nicole había sentido seriamente hambre. Después de dormir se había dicho que racionaría cuidadosamente la comida que le quedaba, pero eso fue antes que los retortijones del hambre se hicieran abrumadores. Ahora Nicole buscó en los paquetes de comida con manos temblorosas y a duras penas pudo contenerse y no devorar toda la que le quedaba. Envolvió de nuevo los magros restos, se los metió en uno de sus bolsillos, enterró el rostro entre las manos y se permitió llorar por primera vez desde su caída.

También se permitió reconocer que morirse de hambre era una terrible forma de morir. Intentó imaginar cómo sería ir debilitándose a causa del hambre hasta finalmente perecer. ¿Sería un proceso gradual, con cada estadio sucesivo más horrible que el anterior?
Entonces, que llegue pronto,
dijo casi en voz alta, abandonando momentáneamente toda esperanza. Su reloj digital relucía en la oscuridad, contando los últimos y preciosos minutos de su existencia.

Transcurrieron varias horas. Nicole se fue sintiendo más débil y desalentada. Se sentó con la cabeza apoyada contra la fría esquina del pozo. Justo cuando estaba dispuesta ya a abandonar por completo y aceptar la seguridad de su muerte, sin embargo, una voz distinta a la suya brotó de su interior, una voz confiada y optimista que rechazó abandonar toda esperanza. Le dijo que cualquier momento de permanecer vivo era precioso y maravilloso, que simplemente estar consciente, siempre, era un abrumador milagro de la naturaleza. Inspiró lenta y profundamente y abrió los ojos.
Si he de morir aquí,
se dijo,
entonces al menos déjame hacerlo con ánimo.
Decidió que pasaría el tiempo que le quedaba concentrándose en todos los momentos descollantes de sus treinta y seis años.

Nicole retenía aún una débil esperanza de ser rescatada. Pero siempre había sido una mujer práctica, y la lógica le decía que lo que le quedaba de vida estaba medido probablemente en horas. Durante su no apresurado viaje a sus atesorados recuerdos, lloró varias veces, sin inhibición; lágrimas de alegría ante el pasado revivido; lágrimas agridulces puesto que sabía, a medida que revivía cada episodio, que probablemente era su última visita a esa porción particular del banco de datos de su memoria.

No había ningún esquema en su vagar a través de la vida que había vivido. No categórico, midió o comparó sus experiencias. Simplemente las vivió de nuevo tal y como le habían llegado, con cada antiguo suceso transformado y enriquecido por su mayor experiencia.

Su madre ocupaba un lugar especial en sus recuerdos. Puesto que había muerto cuando ella tenía sólo diez años, su madre había retenido todos los atributos de una reina o una diosa. Anawi Tiasso había sido realmente hermosa y regia, una mujer africana de un negro profundo y de desacostumbrada estatura. Todas la imágenes que Nicole tenía de ella estaban bañadas por una suave y resplandeciente luz.

Recordó a su madre en la sala de estar de su casa en Chilly-Maza-rin, haciéndole gestos para que se acercara y se sentara en su regazo. Anawi le leía un poco a su hija cada noche antes de la hora de irse a dormir. La mayor parte de las historias eran cuentos de hadas acerca de princesas y castillos y gente hermosa y feliz que superaba todos los obstáculos. La voz de su madre era suave y tierna. Le cantaba canciones de cuna mientras los ojos de Nicole se nacían más y más pesados.

Los domingos de su infancia eran días especiales. En primavera iban al parque y jugaban en los amplios prados. Su madre le enseñó cómo correr. La niña nunca había visto nada tan hermoso como su madre, que de joven había sido una
sprinter
de categoría internacional, corriendo por un prado.

Por supuesto, Nicole recordaba vívidamente todos los detalles de su viaje con Anawi a Costa de Marfil para el Poro. Fue su madre quien la abrazaba durante todas las noches en Nidougou antes de la ceremonia. Durante aquellas largas y aterradoras noches, la niña Nicole luchaba con todos sus miedos. Y cada día, tranquila y pacientemente, su madre respondía a todas sus preguntas y le recordaba que muchas, muchas otras niñas habían pasado a través del rito de iniciación sin ninguna dificultad.

El más apreciado recuerdo de Nicole de aquel viaje era la habitación del hotel en Abijdan, la noche antes que ella y Anawi regresaran a París. Ella y su madre habían hablado del Poro sólo de pasada durante las treinta horas desde que Nicole y las otras niñas habían terminado las ceremonias. Anawi todavía no había ofrecido ninguna alabanza. Cierto, Ornen y los viejos del poblado le dijeron a Nicole que había sido excepcional, pero para una niña de siete años ninguna alabanza es tan importante como la de su madre. Nicole había reunido todo su valor poco antes de cenar.

—¿Lo hice bien, mamá? —preguntó tentativamente—. En el Poro, quiero decir. Anawi estalló en lágrimas.

—¿Que si lo hiciste bien? ¿Que si lo hiciste bien? —La sujetó con sus largos y sinuosos brazos y la alzó del suelo. —Oh, querida —dijo mientras alzaba a Nicole muy alta por encima de su cabeza—. Estoy tan orgullosa de ti que no sé cómo expresarlo. — Nicole se sumergió en los brazos de su madre, y se abrazaron y rieron y lloraron durante al menos quince minutos.

Nicole estaba tendida de espaldas en el fondo del pozo, con las lágrimas de sus recuerdos rodando libremente por sus mejillas y penetrando en sus oídos. Durante casi una hora había estado pensando en su hija, empezando con su nacimiento y luego recorriendo uno a uno todos los acontecimientos principales de la vida de Geneviéve. Recordaba especialmente el viaje de vacaciones a Norteamérica que ambas habían hecho juntas, tres años antes, cuando Geneviéve tenía once. Lo cerca que habían estado la una de la otra durante aquel viaje, en especial el día que bajaron a pie por el sendero Kaibab Sur del Gran Cañón.

Se habían detenido en cada una de las señales a lo largo del sendero, estudiando las huellas dejadas por dos mil millones de años en la superficie del planeta Tierra. Habían comido en el promontorio que dominaba la desértica desecación de la meseta del Tonto. Aquella noche, madre e hija desenrollaron sus sacos de dormir el uno al lado del otro, al lado mismo del poderoso río Colorado. Hablaron y compartieron sueños y se tomaron de la mano durante toda la noche.

Yo no habría hecho ese viaje,
meditó Nicole, empezando a pensar en su padre,
de no ser por ti. Tú fuiste el que supo que era el momento adecuado de hacerlo.
Su padre había sido siempre la piedra angular de su vida. Pierre des Jardins era su amigo, su confesor, su compañero intelectual y su más ardiente defensor. Había estado a su lado cuando ella nació, y en cada momento significativo de su vida. Fue a él a quien más extrañó mientras yacía allí en el fondo del pozo en el interior de Rama. Fue a él a quien hubiera elegido para mantener su última conversación.

BOOK: Rama II
5.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Trials of Nikki Hill by Christopher Darden, Dick Lochte
Frozen Prospects by Murray, Dean
Silenced by Natasha Larry
She Came Back by Wentworth, Patricia
Waking the Dead by Scott Spencer
Hollywood Scandal by Rowe, Julie
Twin Targets by Marta Perry
The Intern Affair by Roxanne St. Claire
Salvation by Harriet Steel