—No en una sola noche —repuso Robert con énfasis—. No, Ellie, verdaderamente es imposible. No podemos ir. El estado sanitario a largo plazo de la colonia puede depender del resultado de mis investigaciones… Además, aun cuando acepto que tus padres están viviendo confortablemente en ese extraño sitio que describiste, dondequiera que esté, ciertamente no parece un buen lugar para criar un niño… Y ni siquiera mencionaste el posible peligro que corremos todos nosotros. Nuestra partida se considerará como traición. Ambos podríamos ser ejecutados si nos atraparan. ¿Qué le pasaría a Nicole entonces…?
Ellie escuchó las objeciones de Robert durante otro minuto más y, después, se dio cuenta de que había llegado la hora de pronunciar la declaración. Mientras hacía acopio de todo su coraje, dio vuelta en tomo de la mesa y tomó las manos de su marido.
—Estuve pensando en esto durante casi tres semanas, Robert… Tienes que entender lo difícil que es esta decisión para mí… Te amo con todo mi corazón, pero, si tenemos que hacerlo, Nicole y yo nos iremos sin ti… Sé que hay mucha incertidumbre en el hecho de irnos, pero la vida aquí, en Nuevo Edén, indudablemente no es saludable para ninguno de nosotros…
—No, no, no —dijo Robert de inmediato, soltándose de Ellie y empezando a recorrer la habitación como una fiera enjaulada—. No creo nada de esto. Todo es una pesadilla que estoy teniendo… —Hizo una pausa y miró a Ellie, que estaba del otro lado de la habitación—. No puedes llevar a Nicole contigo —declaró en un arranque—, ¿me oyes? Te prohíbo que te lleves a nuestra hija…
—
¡Robert!
—Lo interrumpió Ellie con un grito. Ahora, las lágrimas le caían por las mejillas.—. Mírame… Soy tu esposa, la madre de tu hija… Te amo. Te ruego que escuches lo que estoy diciendo.
Nicole había entrado corriendo en la habitación, y ahora estaba llorando al lado de la madre. Ellie se sosegó antes de proseguir.
—No creo que tú seas el único de esta familia al que se le permita tomar decisiones. Yo también tengo ese derecho. Puedo respetar tu deseo de no ir, pero soy la madre de Nicole. Si nos vamos a separar, entonces tengo la convicción de que para ella sería mejor estar conmigo…
Ellie se detuvo. El rostro de Robert estaba contraído por la ira. Dio un paso hacia ella y, por primera vez en su vida, Ellie temió que fuera a pegarle.
—¡Lo que sería mejor para
mí
—gritó Robert, con el puño derecho en alto— es que olvides esta tontería!
Ellie retrocedió levemente. Nicole seguía llorando. Robert pugnaba por controlarse.
—Juré —dijo, con la voz trémula de emoción— que jamás nada ni nadie volvería a producirme ese dolor otra vez…
De sus ojos empezaron a caer lágrimas.
Maldita sea
—dijo, descargando el puño sobre la mesa próxima. Sin decir más, se sentó en la silla y hundió la cara entre las manos.
Ellie consoló a Nicole y nada dijo durante varios segundos.
—Sé cuán doloroso fue para ti perder tu primera familia —contestó al fin—, pero, Robert, ésta es una situación completamente distinta, nadie nos va a hacer daño a Nicole y a mí.
Avanzó hacia él y lo rodeó con los brazos.
—No estoy diciendo que ésta es una decisión fácil, Robert, pero estoy convencida de que es lo correcto para Nicole y para mí.
Robert devolvió el fuerte abrazo de Nicole, pero sin mucho entusiasmo.
—No voy a impedir que tú y Nicole se vayan —manifestó, con resignación, varios segundos después—, pero no sé qué voy a hacer. Me gustaría pensar en todo esto durante las próximas horas, mientras estamos en Avalon.
—Muy bien, querido —contestó Ellie—, pero, por favor, no olvides que Nicole y yo te necesitamos todavía más que tus pacientes, eres nuestro único marido y padre.
Nicole no podía contener la excitación. Mientras daba los toques finales a las ornamentaciones de la guardería, imaginaba cómo sería la habitación cuando los niños humanos la compartieran con los dos avianos. Timmy, que ahora estaba casi tan alto como ella, se encaramó a su lado para inspeccionar lo que hacía con las manos y emitió algunos parloteos de aprobación.
—Piensa, Timmy —sugirió Nicole, a sabiendas de que el aviano no podía entender las palabras en sí, pero era capaz de interpretar el timbre de la voz—; cuando Richard y yo regresemos, te estaremos trayendo nuevos compañeros de habitación.
—¿Estás lista, Nicole? —oyó gritar a Richard en ese momento—. Es casi hora de que nos vayamos.
—Sí, querido —respondió ella—. Estoy aquí, en la guardería. ¿Por qué no vienes y echas un vistazo?
Richard estiró el cuello alrededor de la puerta e hizo una desganada inspección de los nuevos adornos.
—Grandioso, sencillamente grandioso —comentó—. Ahora necesitamos ponernos en movimiento. Esta operación exige una sincronización precisa.
Mientras caminaban juntos hacia El Puerto, Richard le comunicó a Nicole que no se habían producido más informes provenientes del hemicilindro boreal. La falta de noticias podría indicar que Juana y Eleonora estaban demasiado ocupadas con la huida, dijo, o que estaban demasiado cerca de un posible enemigo o, inclusive, que la implementación del plan de fuga tenía problemas serios. Nicole no pudo recordar haber visto a Richard tan nervioso antes. Trató de calmarlo.
—¿Todavía no sabemos si viene Robert? —preguntó algunos minutos después, cuando se acercaban al submarino.
—No. Ni se sabe cosa alguna sobre cómo reaccionó cuando Ellie le contó el plan. Aparecieron juntos en Avalon, tal como estaba programado, pero ocupados con los pacientes de él. Juana y Eleonora no tuvieron oportunidad de hablar con Ellie, después que ayudaron a Nai a recoger a Benjy del pabellón.
El día anterior, Richard había revisado el submarino dos veces por lo menos. De todos modos, soltó un suspiro de alivio cuando el sistema operativo hizo contacto y la nave se deslizó dentro del agua. Cuando se sumergieron en las aguas del Mar Cilíndrico, tanto Richard como Nicole estaban en silencio. Cada uno, a su propia manera, se estaba anticipando a la emotiva reunión que habría de tener lugar dentro de menos de una hora.
¿Puede haber mayor regocijo
, pensaba ella,
que reunirse con los hijos, después de esperar no volver a verlos jamás?
Imágenes de sus seis hijos pasaron con lentitud por su mente. Vio a Geneviève, su primera hija, nacida en la Tierra después de su unión con el príncipe Henry. La siguiente en la línea era la serena Simone, a la que había dejado en El Nodo con un marido que era casi sesenta años mayor que ella. En la procesión mental, a las dos mayores las siguieron los cuatro hijos que todavía vivían en Rama, la descarriada Katie, la queridísima Ellie, y los dos hijos que tuvo con Michael O'Toole, Patrick y el deficiente mental Benjy.
¡Todos son tan diferentes!
, pensaba.
Cada uno, a su propia manera, un milagro
.
No creo en verdades universales
, reflexionaba mientras el submarino se acercaba al túnel que corría debajo del muro de lo que otrora era el hábitat aviano/sésil,
pero no puede haber muchos seres humanos que hayan vivido la singular experiencia de ser padres sin haber sido irrevocablemente cambiados por el proceso. Todos nosotros tenemos que maravillamos, mientras nuestros hijos se convierten en adultos, por lo que hayamos hecho o no, que haya contribuido a la felicidad o la desdicha de esos seres especiales a los que dimos la existencia
. La agitación que sentía en su interior era abrumadora. Cuando Richard miró su reloj y empezó a maniobrar el submarino poniéndolo en posición adecuada para el encuentro, las remembranzas más recientes que tenía de Ellie, Patrick y Benjy danzaron entre las lágrimas que había en los ojos de Nicole, que extendió el brazo y apretó con fuerza la mano libre de Richard, mientras la nave salía a la superficie del agua.
Por la ventanilla podían ver ocho figuras paradas en la costa, en el sitio establecido. Cuando el agua dejó de escurrirse por sobre la ventanilla, Nicole reconoció a Ellie, su marido Robert, Eponine, Nai, que tenía a Benjy de la mano, y los tres niñitos, entre los que estaba su nieta y tocaya, a la que Nicole nunca antes había visto. Golpeó repetidamente sobre la ventanilla a sabiendas de que era absurdo, ya que a ninguno de los que estaban en la costa le era posible oírla o verla.
Richard y Nicole oyeron los disparos no bien abrieron la escotilla. Un preocupado Robert Turner lanzó una rápida mirada hacia atrás y, después, rápidamente levantó del suelo a la pequeña Nicole. Ellie y Eponine recogieron sendos mellizos Watanabe; Galileo luchó contra Eponine y recibió una reprimenda de su madre, Nai, que estaba tratando de guiar a Benjy hacia el interior del submarino.
Otra descarga de armas de fuego, mucho más cercana, se produjo en el preciso instante en que el grupo atravesaba el trecho entre la costa y el submarino. No había tiempo para abrazos.
—Max dijo que partieran no bien estuviéramos todos adentro —dijo Ellie apresuradamente a sus padres—. Él y Patrick están teniendo a raya al pelotón que se envió para capturarnos.
Richard estaba preparándose para cerrar la escotilla, cuando dos figuras armadas, una de ellas tomándose del costado, aparecieron intempestivamente de entre los arbustos cercanos.
—¡Apróntense para zarpar! —aulló Patrick, poniéndose el rifle al hombro y disparándolo dos veces—. ¡Nos están pisando los talones!
Max tropezó, pero Patrick ayudó a su amigo herido durante los cincuenta metros finales hasta el submarino. Tres de los soldados coloniales dispararon sobre la nave mientras se sumergía en el foso. Durante un instante, ninguno de los que estaba a bordo dijo palabra alguna. Después, el reducido compartimiento estalló en una cacofonía de sonidos. Todos estaban gritando y sollozando. Tanto Nicole como Robert se inclinaron sobre Max, que estaba sentado con la espalda apoyada en la pared.
—¿Estás herido de gravedad? —preguntó Nicole.
—¡Diablos, no! —replicó Max con fiereza—. Simplemente hay una bala solitaria en alguna parte de mis tripas. Se necesita mucho más poder de fuego que ese, para matar a un hijo de puta como yo.
Cuando Nicole se irguió y se dio vuelta, Benjy estaba parado justamente detrás de ella.
—Ma-má —dijo, con los brazos extendidos y el corpachón temblando de alborozo. Se dieron un largo y fuerte abrazo en el centro del compartimiento. Los sollozos de felicidad de Benjy reflejaban el sentimiento de cada uno de los que estaban en la nave.
Mientras estuvieron a bordo del submarino, los recién llegados se encontraban entre dos mundos que les eran extraños; la mayor parte de la conversación fue sobre temas personales. Nicole pasó algunos momentos privados con cada uno de sus hijos, y tuvo a su nieta en brazos por primera vez; la pequeña Nicole no sabía qué pensar de esa mujer con cabello canoso, que quería abrazarla y besarla.
—Ésta es tu abuela —le informó Ellie, tratando de persuadir a la niña para que correspondiera al afecto de Nicole—. Es mi madre, Nikki, y tiene el mismo nombre que tú.
Nicole sabía lo suficiente sobre niños como para entender que a la pequeña le tomaría algún tiempo aceptarla. Al principio hubo algo de confusión por el nombre que tenían en común, y cada vez que alguien decía “Nicole”, tanto la abuela como la nieta se daban vuelta. Pero, después que Ellie y Robert empezaron a usar “Nikki” para la niña, el resto del grupo prontamente imitó el ejemplo.
Antes que el submarino hubiera llegado siquiera a Nueva York, Benjy le mostraba a su madre que su lectura había mejorado de modo notable. Nai había sido una excelente maestra. En su mochila, Benjy llevaba dos libros; uno de ellos una colección de los cuentos de Hans Christian Andersen, escritos tres siglos atrás. El favorito de Benjy era “El patito feo”, que leyó en su totalidad mientras su encantada madre y su maestra estaban sentadas a su lado. En la voz de Benjy había una excitación maravillosa, ingenua, cuando el patito desdeñado se convertía en un hermoso cisne.
—Estoy muy orgullosa de ti, querido —afirmó Nicole, cuando Benjy terminó de leer, y se enjugó algunas lágrimas más—. Y te agradezco, Nai, desde lo más profundo de mi corazón.
—Me resultó en extremo gratificante trabajar con Benjy —contestó la tailandesa—. Me había olvidado lo emocionante que era enseñarle a un alumno que demuestra interés y que sabe valorar lo que se le enseña.
Robert Turner limpió la herida de Max Puckett y sacó la bala. Su procedimiento fue vigilado muy de cerca por los dos mellizos Watanabe, de cinco años de edad, fascinados por el interior del cuerpo de Max. El agresivo Galileo siempre estaba a los empujones, para obtener el mejor sitio de observación; Nai tuvo que fallar en dos disputas fraternales en favor de Kepler.
El doctor Turner confirmó la afirmación de Max de que la herida no era grave, y recetó un breve período de convalecencia.
—Supongo que, simplemente, voy a tener que tomarlo con calma —declaró Max, guiñándole un ojo a Eponine—, que es lo que estaba planeando hacer de todos modos. No creo que haya demasiados cerdos ni gallinas en esta alienígena ciudad de rascacielos… y no sé nada sobre biots.
Nicole sostuvo una breve conversación con Eponine, justamente antes que el submarino arribara a El Puerto, en la que le agradeció profusamente a la antigua profesora de Ellie todo lo que ella y Max habían hecho por la familia. Eponine aceptó las gracias con amabilidad, y le dijo a Nicole que Patrick había estado “absolutamente fantástico” en la ayuda que les brindó en todos los aspectos de la huida.
—Se ha convertido en un espléndido joven —concluyó.
—¿Y cómo anda tu salud? —le preguntó Nicole.
La francesa se encogió de hombros.
—El buen doctor dice que el virus RV-41 todavía está allí, en suspenso y aguardando la oportunidad de aplastar mi sistema inmunitario. Cuando eso ocurra, tendré entre seis meses y un año más de vida.
Patrick informó a Richard que Juana y Eleonora habían tratado de distraer al pelotón de Nakamura haciendo mucho ruido, tal como se los había programado, y que casi con toda seguridad habían sido capturados y destruidos.
—Lamento lo de Juana y Eleonora —le dijo Nicole a Richard, durante uno de los raros momentos a solas a bordo del submarino—. Sé lo mucho que tus robotitos significaban para ti.
—Cumplieron su misión —contestó Richard, forzando una sonrisa—. Después de todo, ¿no fuiste tú quien me dijo una vez que no son lo mismo que personas?