—¿Qué pasa con el sector que hay detrás de la pantalla, tío Richard? —preguntó Patrick—. Dijiste que allá es donde se fabrican nuestros alimentos. A lo mejor podamos encontrar un par de habitaciones…
—No soy muy optimista —contestó Richard, después de un breve intervalo—, pero tu sugerencia probablemente sea nuestra única opción razonable en estos momentos.
La familia decidió que Richard, Max y Patrick debían hacer un reconocimiento de la región que estaba detrás de la pantalla negra, tanto para descubrir con exactitud dónde se producía el alimento para los seres humanos como para establecer si existía otro sector conveniente para servir de morada. Robert, Benjy, las mujeres y los niños deberían permanecer en la madriguera; su misión consistía en empezar a desarrollar los procedimientos para efectuar una evacuación rápida de su vivienda en caso necesario.
Antes de irse, Richard terminó de probar un nuevo sistema de radio que había diseñado en su tiempo libre. Era lo suficientemente fuerte como para que los exploradores y el resto de la familia pudieran mantenerse en contacto durante todo el tiempo que estuvieran separados. La existencia del enlace de radio hizo que a Richard y Nicole les fuera más fácil convencer a Max Puckett de que dejara su rifle en la madriguera.
Los tres hombres no tuvieron dificultad para seguir el mapa que aparecía en la computadora de Richard, y en llegar a la sala de calderas que Richard y Nicole habían visitado en su exploración anterior. Tanto Max como Patrick se quedaron contemplando con admiración las doce enormes calderas, la espaciosa zona de materias primas pulcramente dispuestas, y las muchas variedades de biots que se desplazaban presurosos. La fábrica estaba activa en extremo. En efecto, cada una de las calderas estaba concentrada realizando un proceso de fabricación.
—Muy bien —le comunicó Richard en su radio a Nicole, que permanecía en la madriguera—. Estamos aquí y estamos listos. Haz el pedido de la comida para la cena, y veremos qué pasa.
Menos de un minuto después, una de las calderas que estaba más próxima a los tres hombres cesó lo que fuera que hubiera estado haciendo. Mientras tanto, no lejos del tinglado que estaba detrás de las calderas, tres biots que se parecían a vagones cerrados de carga con manos ingresaron en los conjuntos de materia prima, recogiendo con prontitud cantidades pequeñas de muchas cosas diferentes. Acto seguido, esos tres biots convergieron en el sistema de caldera inactivo que estaba cerca de Richard, Max y Patrick, donde vaciaron su caja en la cinta transportadora que entraba en la caldera en sí. De inmediato, los hombres oyeron que ésta se agitaba y entraba turbulentamente en operación activa. Un biot largo y flacucho, que tenía el aspecto de tres grillos atados uno a continuación del otro, y cada uno con un caparazón en forma de tazón, subió arrastrándose hasta la cinta transportadora cuando el corto proceso de elaboración estaba casi terminado. Instantes después, la caldera volvió a detenerse y el material procesado salió en la cinta transportadora. El biot parecido a un grillo segmentado extendió desde su extremo posterior una cuchara, puso sobre sus lomos todo el alimento para seres humanos, y pronto salió a la carrera.
—¡Que me cuelguen! —masculló Max, mirando al biot grillo desaparecer por el corredor situado detrás del tinglado. Antes que cualquiera de los hombres pudiera decir algo más, otro grupo de vagones cerrados con manos cargó la cinta transportadora con varillas largas y gruesas y, en menos de un minuto, la caldera que había hecho la comida para los seres humanos estaba operando para otro propósito.
—¡Qué sistema fantástico! —exclamó Richard—. Debe de tener un proceso complejo de interrupción, en el que las solicitudes de alimento están en la parte superior de la cola de prioridades. No puedo creer…
—Detente un maldito momento —interrumpió Max—, y repite lo que acabas de decir en un lenguaje común y corriente.
—En la madriguera tenemos subrutinas para traducción automática, yo las diseñé originariamente, cuando estuvimos aquí años atrás, y, cuando Nicole ingresó
pollo, patatas y espinaca
en su propia computadora —dijo Richard con excitación—, una lista de comandos, que representa en el complejo la estructura de los componentes químicos de esos alimentos en particular, apareció impresa en la memoria intermedia de salida del sistema de Nicole. Después que envié la señal indicadora de que estábamos listos, ella escribió esa cadena de comandos en el teclado. Fueron inmediatamente recibidos aquí, y lo que vimos fue la respuesta. En ese momento, todos los sistemas de procesamiento estaban activos; sin embargo, el equivalente ramano de una computadora que tienen aquí, en esta fábrica, reconoció que la solicitud ingresante correspondía a
comida
, y la convirtió en la prioridad principal.
—¿Estás diciendo, tío Richard —dijo Patrick—, que la computadora controladora de aquí detuvo esa caldera que estaba operando, de modo que pudiera elaborar nuestro alimento?
—Sí, así es.
Max se había alejado a corta distancia y estaba contemplando las demás calderas de la enorme fábrica. Richard y Patrick se le acercaron.
—Cuando yo era un niño de unos ocho o nueve años —recordó Max—, mi padre y yo salimos en nuestra primera excursión para acampar toda la noche, a las Ozark, a varias horas de nuestra granja. Era una noche magnífica y el cielo estaba lleno de estrellas. Recuerdo haberme tendido de espaldas sobre la bolsa de dormir y haberme quedado contemplando todas esas lucecitas parpadeantes que había en el cielo… Esa noche tuve un pensamiento muy, muy grande para un simple niño campesino de Arkansas. Me pregunté cuántos niños extraterrestres que estaban ahí afuera, en alguna parte del universo, tendrían la mirada puesta en las estrellas en el mismo momento en que yo lo hacía, y se daban cuenta, por primera vez, qué pequeñitos eran sus pequeños dominios dentro del plan total del cosmos.
Max se dio vuelta y sonrió a sus dos amigos.
—Ese es uno de los motivos por los que seguí siendo granjero —dijo, lanzando una carcajada—. Con mis gallinas y cerdos yo siempre era importante. Les traía su comida. Era un gran acontecimiento cuando el buen Max aparecía en su corral…
Se detuvo un instante. Ni Richard ni Patrick pronunciaron palabra.
—Creo que muy dentro de mí siempre quise ser astrónomo —prosiguió Max—, para ver si podía entender los misterios del universo. Pero cada vez que pensaba en miles de millones de años y billones de kilómetros, me deprimía, no podía soportar la sensación de completa y total insignificancia que me invadía. Era como si una voz dentro de mi cabeza hubiera estado diciendo, una vez y otra, «Puckett, no eres una mierda… eres absolutamente cero».
—Pero
conocer
esa insignificancia y, en particular, poder
medirla
, es lo que hace que los seres humanos seamos muy especiales —observó Richard con tono calmo.
—Ahora estamos hablando de filosofía —replicó Max—, y yo estoy completamente fuera de mi elemento. Me siento cómodo con los animales de granja, con la tequila, y hasta con las tormentas leves del Oeste Medio norteamericano. Todo esto —continuó, haciendo un movimiento abarcador con los brazos, dirigido hacia las calderas y la fábrica— me hace cagar de miedo. Si hubiera sabido, cuando firmé el contrato para ir a esa colonia marciana, que iba a conocer máquinas que son más inteligentes que las personas…
—Richard, Richard —todos oyeron la voz angustiada de Nicole en la radio—. Tenemos una emergencia, Ellie acaba de regresar de la costa norte. Cuatro botes grandes están a punto de atracar… Ellie dice que está absolutamente segura de haber divisado el uniforme de la policía en uno de los hombres… Asimismo, informó sobre alguna clase de arco iris en el sur… ¿Pueden volver acá en pocos minutos?
No, no podemos —respondió Richard—, todavía estamos en la sala que tiene las calderas. Debemos de estar a tres kilómetros y medio de distancia, por lo menos… ¿Dijo Ellie cuánta gente podría haber en cada bote?
—Yo diría que unos diez o doce, papá —contestó Ellie—. No me quedé para contarlos… Pero los botes no fueron lo único fuera de lo común que vi mientras estuve en la parte de arriba. Durante mi corrida de regreso a la madriguera, el cielo austral se encendió con violentos estallidos de colores que, finalmente, se convirtieron en un gigantesco arco iris… Es cerca de donde nos dijiste que debía estar el Gran Cuerno.
Diez segundos después, Richard gritaba por la radio.
—¡Escúchenme, Nicole, Ellie, todos ustedes, evacuen la madriguera de inmediato! Lleven a los niños, los pichones, los melones, el material del sésil, los dos rifles, toda la comida, y tantos efectos personales como puedan cargar con comodidad. Abandonen nuestras cosas, llevamos suficiente sobre la espalda como para sobrevivir en una emergencia. Vayan directamente a la madriguera de las octoarañas y espérennos en el salón que, años atrás, fue la galería de fotos… Las tropas de Nakamura primero van a venir a nuestra madriguera. Cuando no nos encuentren, si Katie está con ellos, puede ser que también vayan a la de las octoarañas, pero no creo que se metan en los túneles que hay allá…
—¿Y qué pasa contigo, Max y Patrick? —preguntó Nicole.
—Regresaremos lo más rápido que podamos. Si no hay nadie… a propósito, Nicole, deja un transmisor, con el volumen encendido y alto, en la Sala Blanca y otro en la guardería, de ese modo sabremos si hay alguien en nuestra madriguera… De todos modos, y como te estaba diciendo, si nuestro hogar no fue invadido, nos reuniremos con ustedes de inmediato. Si los hombres de Nakamura están ocupando nuestra vivienda, trataremos de hallar otro acceso a la madriguera de las octoarañas desde acá abajo. Debe de haberlo…
—Muy bien, querido —interrumpió Nicole—. Debemos ponernos en acción con el embalaje… Dejaré el receptor encendido, en caso de que nos necesites.
—¿Así que crees que vamos a estar más seguros en la madriguera de las octoarañas? —preguntó Max, después de que Richard hubo apagado su transmisor.
—Es una alternativa —contestó Richard con sonrisa triste—. Hay demasiados puntos desconocidos aquí, detrás de la pantalla, y sabemos con certeza que no vamos a estar a salvo si la policía y las tropas de Nakamura nos encuentran… Hasta puede ser que las octoarañas no estén habitando más su madriguera. Además, como Nicole dijo muchas veces, no tenemos pruebas inequívocas de que las
octos
sean hostiles.
Los hombres se desplazaban con tanta rapidez como podían. En cierto lugar se detuvieron brevemente, mientras Patrick transfería parte del peso de la mochila de Richard a la suya. Tanto Richard como Max traspiraban profusamente cuando llegaron a la Y del corredor.
—Debemos detenernos un momento —le dijo Max a Patrick, que estaba adelantado respecto de sus compañeros—; tu tío Richard necesita un descanso.
Patrick sacó una cantimplora de la mochila y la hizo circular por el grupo. Richard bebió de ella con avidez, se secó la frente con un pañuelo y, un minuto después, empezó a trotar otra vez hacia la madriguera.
A unos quinientos metros de la pequeña plataforma que estaba detrás de la pantalla negra, el receptor de Richard empezó a recoger ruidos confusos que provenían del interior de la madriguera.
—Quizás alguien de la familia olvidó algo importante —dijo Richard, reduciendo la velocidad para escuchar— y volvió para recogerlo.
Poco después, oyeron una voz que no pudieron identificar. Se detuvieron y esperaron.
—Parece como si alguna especie de animal hubiera estado viviendo aquí atrás —dijo la voz—. ¿Por qué no viene a echar un vistazo?
—¡Maldita sea! —exclamó una segunda voz—. Es indudable que estuvieron aquí hace poco… Me pregunto cuánto hace que se fueron.
—Capitán Bauer —gritó alguien—, ¿qué quiere que haga con todo este equipo electrónico?
—Déjelo por ahora —contestó la segunda voz—. El resto de las tropas debe estar abajo dentro de unos pocos minutos. Decidiremos qué hacer en ese momento.
Richard, Max y Patrick se sentaron silenciosamente en el túnel oscuro. Durante cerca de un minuto no oyeron cosa alguna en el receptor. En apariencia, ninguno de los miembros de la partida de búsqueda estuvo durante ese lapso en la Sala Blanca o la guardería. Entonces volvieron a oír la voz de Franz Bauer.
—¿Qué es eso, Morgan? —preguntó—. Apenas si puedo oírlo… Hay una especie de matraqueo… ¿Qué? ¿Fuegos artificiales? ¿Colores…? ¿De qué demonios está hablando? Muy bien. Muy bien, subiremos de inmediato.
Durante otros quince segundos, el receptor permaneció en silencio.
—Ah, ahí está, Pfeiffer —oyeron decir a Bauer con claridad—. Reúna a los demás hombres y regresemos arriba. Morgan dice que en el cielo austral hay una asombrosa demostración de fuegos artificiales. La mayor parte de las tropas ya estaba espantada por los rascacielos y la oscuridad. Voy a subir para calmar los nervios de todos.
—Esta es nuestra oportunidad —susurró Richard, poniéndose de pie—; con toda seguridad van a salir de la madriguera durante unos minutos. —Empezó a correr y, entonces, se detuvo—. Puede ser necesario que nos separemos… ¿Los dos recuerdan cómo encontrar la madriguera de las octoarañas?
Max negó con un movimiento de cabeza.
—Nunca tuve…
—Toma —dijo Richard, entregándole la computadora portátil—, ingresa una M y una P para tener una vista panorámica de Nueva York. La madriguera de las octoarañas está señalada con un círculo rojo… Si tocas L, seguido por otra L, aparece un mapa del interior de esa madriguera… Ahora, vamos, cuando todavía tenemos algo de tiempo.
Richard, Max y Patrick no se toparon con tropas dentro de su madriguera. Un par de guardias estaba apostado, empero, a pocos metros de la salida a Nueva York. Por fortuna, los guardias estaban tan inmovilizados por los fuegos artificiales que estallaban en el cielo de Rama, por sobre sus cabezas, que no oyeron a los tres hombres que se colaban por la escalera detrás de ellos. Por razones de seguridad, el grupo de tres hombres se separó y cada uno de ellos tomó una ruta diferente hacia la madriguera de las octoarañas.
Richard y Patrick llegaron a su destino con una diferencia de un minuto entre uno y otro, pero Max estaba atrasado. La casualidad había querido que el camino que eligió pasara a través de la plaza en la que se habían reunido cinco o seis de los soldados coloniales, para tener una mejor vista de los fuegos artificiales. Max entró corriendo en un callejón y se acurrucó contra uno de los edificios. Extrajo la computadora y estudió el mapa que aparecía en el monitor, tratando de encontrar un camino alternativo hacia la madriguera de las octoarañas.