—Señora Turner —dijo el primer hombre—, el gobierno está tratando de reunir toda la información posible sobre este caso. Tanto su madre como su padre han sido fugitivos durante mucho…
—Mire —lo interrumpió Ellie—, ya les dije que nada sé, en absoluto, sobre cómo, cuándo o, siquiera, por qué cualquiera de mis padres dejó Nuevo Edén. Y tampoco tengo conocimiento de si recibieron ayuda para escapar, del modo que fuere, de las octoarañas… Ahora, a menos que estén dispuestos a modificar el curso de la averiguación…
—No es usted, señora —dijo el segundo hombre, los ojos centelleantes—, quien decide cuáles son las preguntas adecuadas en este interrogatorio. Quizá no comprenda la gravedad de su situación. Se la va a eximir del enjuiciamiento, por una acusación muy seria podría yo agregar,
únicamente
si coopera por completo con nosotros.
—¿Y exactamente cuál es la acusación que se me hace? —preguntó Ellie—. Tengo curiosidad, nunca antes fui una delincuente.
—Se la puede acusar de traición calificada —señaló el primer hombre—, ayudar y encubrir deliberadamente al enemigo en el transcurso de un período de hostilidades explícitas.
—¡Eso es absurdo! —replicó Ellie, asustada de todos modos—. No tengo la menor idea de qué está hablando usted.
—¿Niega que, durante el lapso que permaneció con los alienígenas, libremente les brindó información sobre Nuevo Edén, información que podría ser útil en un caso de guerra?
—Claro que lo hice —dijo Ellie, riendo con nerviosidad—. Les dije tanto como pude sobre nuestra colonia. Y ellos hicieron lo propio respecto de la suya. Las octoarañas compartían con nosotros toda la misma información.
Los dos hombres garrapatearon furiosamente en sus libretas.
¿Cómo se convirtieron en esto?
, se preguntó Ellie.
¿Cómo puede un niño curioso, que se ríe, transformarse en un adulto tan repulsivo y hostil? ¿Es el ambiente, o es la herencia?
—Vean, señores —dijo cuando se formuló la siguiente pregunta—, esto no está yendo bien para mí. Me gustaría que se declarase un receso y organizar mis pensamientos. A lo mejor hasta pueda escribir algunas notas antes de que se reanude la sesión… Había previsto un proceso del todo diferente, algo mucho más distendido…
Los dos hombres estuvieron de acuerdo en hacer una interrupción. Ellie fue por el pasillo hasta donde una niñera del gobierno permanecía con Nikki.
—Se puede ir ahora, señora Adams —dijo Ellie—. Nos tomamos un rato para almorzar.
Nikki pudo leer el gesto de preocupación en el rostro de Ellie.
—¿Esos hombres son malos contigo, mami? —preguntó.
Por fin, Ellie sonrió.
—Se podría decir que sí, Nikki —dijo—, ya lo creo que se podría decir que sí.
Richard completó el último de sus tramos de caminata alrededor del sótano y se dirigió hacia la palangana que estaba en la esquina de la habitación. Primero se detuvo junto a la mesa para tomar un rápido sorbo de agua. Archie permanecía inmóvil en el piso, detrás del colchón de Richard.
—Buen día —dijo éste, mientras se enjugaba el sudor con un pedazo de tela—. ¿Estás listo para desayunar algo?
—No tengo hambre —contestó en colores la octoaraña.
—
Tienes
que comer algo —aconsejó Richard con tono jovial—. Estoy de acuerdo contigo en que la comida es terrible, pero no puedes sobrevivir con nada más que agua.
Archie ni se movió ni dijo cosa alguna. Durante los últimos días, desde el momento mismo en que se le agotó la provisión de barrican que tenía en reserva, la octoaraña no era muy buena compañía. Richard no lograba entablar las estimulantes conversaciones que sostenían siempre, y estaba preocupado por la salud de la octoaraña. Puso cereales en un bol, los roció con agua y los llevó hasta donde estaba su amigo.
—Aquí tienes —dijo con suavidad—. Trata de comer un poco.
Archie levantó dos tentáculos y tomó el bol. Cuando empezó a comer, de su hendedura salió un estallido de color anaranjado brillante que descendió hasta la mitad de uno de los otros tentáculos, antes de desvanecerse.
—¿Qué fue eso? —preguntó Richard.
—Una expresión de emotividad —respondió Archie, acompañando su respuesta por estallidos más irregulares de color.
Richard sonrió.
—Perfecto —dijo—, pero, ¿qué clase de emoción?
Después de una prolongada pausa, las bandas cromáticas se volvieron más uniformes.
—Supongo que ustedes la llamarían “depresión” —aclaró Archie.
—¿Eso es lo que ocurre cuando desaparece el barrican? —preguntó Richard.
Archie no contestó. Finalmente, Richard regresó a la mesa y se sirvió un gran bol de cereales. Después volvió y se sentó al lado de su amigo, en el suelo.
—Podrías muy bien hablar de ello —propuso con suavidad—. No tenemos otra cosa para hacer.
Por el movimiento en la lente de la octoaraña, Richard pudo darse cuenta de que su amigo lo estaba estudiando cuidadosamente. Richard tomó varias cucharadas de cereal, antes que Archie decidiera hablar.
—En nuestra sociedad —comenzó—, a los machos y hembras jóvenes que están experimentando la maduración sexual se los aleja de su vida cotidiana y se los pone en un ambiente sumamente adecuado, con miembros de la especie que ya pasaron por ese proceso. Se los alienta para que describan lo que estén sintiendo, y se los tranquiliza en cuanto a que las emociones nuevas y complejas que están experimentando son completamente normales. Ahora entiendo por qué es necesario un programa así de atención intensiva.
Archie hizo una pausa momentánea y Richard sonrió con compasión.
—Estos últimos días —continuó la octoaraña—, por primera vez desde que era una cría muy joven, mis emociones no aceptaron la dominación de mi mente. Durante la preparación como optimizadores aprendimos qué importante era, toda vez que se iba a tomar una decisión, hacer una selección cuidadosa entre todos los elementos de juicio asequibles y eliminar todos los prejuicios que pudiera haber como consecuencia de reacciones emocionales personales. Con la intensidad de las sensaciones que estoy teniendo en la actualidad, me sería por completo imposible relegar esas reacciones a un bajo nivel de prioridad.
Richard rió.
—Por favor, no me vayas a interpretar mal, Archie; no me estoy riendo
de
ti, pero acabas de describir, mediante una frase octoarácnida típica, lo que la mayoría de los seres humanos siente
todo
el tiempo. Muy pocos de nosotros
alguna
vez alcanzamos el control que querríamos de nuestras “reacciones emocionales personales”… Esta puede ser la primera vez en la que hayas podido entendernos verdaderamente, si captas lo que quiero decir.
—Es terrible —confesó Archie—. Estoy sintiendo, al mismo tiempo, una sensación de pérdida, extraño a Doctora Azul y a Jamie, y una poderosa ira contra Nakamura, por retenernos prisioneros… Temo que mi cólera me haga asumir alguna actitud que sea no óptima.
—Pero las emociones que estás describiendo normalmente no se relacionan, no en los humanos, al menos, con la sexualidad —dijo Richard—. ¿Acaso el barrican también actúa como una suerte de tranquilizante, reprimiendo todas las sensaciones?
Archie terminó su desayuno antes de contestar.
—Tú y yo somos seres muy diferentes y, tal como mencioné con anterioridad, resulta peligroso hacer la proyección de una especie en otra… Recuerdo nuestras discusiones iniciales sobre los seres humanos en la reunión de Optimizadores, inmediatamente después que ustedes vulneraron la integridad de su hábitat. En mitad de la reunión, la Optimizadora Principal hizo hincapié en que no debíamos mirar a la especie de ustedes en función de
nosotros
. Debemos observar cuidadosamente, dijo, obtener datos y correlacionarlos en forma coherente, sin teñirlos con nuestra propia experiencia…
—Supongo que todo esto representa la negación, en cierto sentido, de lo que estoy por decirte. Sea como fuere, es mi opinión personal, basada sobre mis observaciones de los seres humanos, que el deseo sexual es la fuerza impulsora que está detrás de
todas
las emociones fuertes de tu especie… Nosotras, las octoarañas, sufrimos una discontinuidad de etapas en el momento de la maduración sexual. Pasamos de ser completamente asexuadas a sexuadas en un lapso muy breve. En los seres humanos, el proceso es mucho más lento, y más sutil. Las hormonas sexuales están presentes, en cantidades variables, desde época temprana de su desarrollo fetal. Sostengo, y le he dicho esto a la Optimizadora Principal, que es posible que
todas
las emociones incontrolables de ustedes puedan deberse a estas hormonas sexuales. Un ser humano
sin
sexualidad alguna podría ser capaz de tener la misma forma optimizada de pensamiento que una octoaraña.
—¡Qué idea interesante! —exclamó Richard con excitación, parándose y empezando a dar zancadas por la habitación—. ¿Así que estás sugiriendo que aun cosas tales como la renuencia del niño a compartir un juguete, por ejemplo, de alguna manera se podría enlazar con nuestra sexualidad…?
—Quizá —contestó Archie—. A lo mejor, Galileo está practicando la posesividad de su sexualidad de adulto, cuando se rehúsa a compartir uno de sus juguetes con Kepler… En verdad, la devoción que el hijo humano siente por el padre del sexo opuesto es precursora de actitudes de los adultos…
Archie dejó de hablar, pues Richard le había dado la espalda y había aumentado el ritmo de sus pasos.
—Lo siento —dijo éste, regresando pocos instantes después y sentándose otra vez en el suelo, al lado de la octoaraña—. Acaba de ocurrírseme algo en este preciso momento, algo en lo que había pensado brevemente hoy por la mañana, más temprano, cuando estábamos hablando respecto de controlar nuestras emociones… ¿Recuerdas una conversación anterior, en la que descartaste el concepto de un Dios personal, considerándolo una “aberración evolutiva”, necesaria para todas las especies en desarrollo como puente temporal durante la transición desde la primera fase de conciencia hasta la Era de la Información…? ¿Los cambios recientes que se produjeron en ti alteraron, en alguna forma, tu actitud respecto de Dios?
Una amplia ráfaga de bandas multicolores, que Richard reconoció como carcajadas, se derramó sobre la mayor parte de la sección superior del cuerpo de la octoaraña.
—Ustedes, los seres humanos —dijo Archie—, están completamente preocupados por esta noción de Dios. Aun aquellos que, como tú, Richard, afirman no ser creyentes, siguen invirtiendo una excesiva cantidad de tiempo pensando o discurriendo sobre ese asunto… Como ya te expliqué hace meses, nosotras, las octoarañas, valoramos la información por encima de todo, tal como nos fue enseñado por los Precursores… No se dispone de información verificable relativa a dios alguno, y en especial no la hay sobre un dios que intervenga de alguna forma en los asuntos cotidianos del universo…
—No entendiste mi pregunta con exactitud —interrumpió Richard—, o, quizá, no la formulé con suficiente precisión. Lo que deseo saber es si en tu nuevo estado, más emocional, puedes entender por qué otros seres inteligentes podrían querer crear un Dios personal, a modo de concepto que los conforte y que también les explique todo aquello que no pueden entender.
Archie volvió a reír con explosiones cromáticas.
—Eres muy astuto, Richard —puntualizó la octoaraña—. Quieres que confirme lo que
tú
piensas, o sea, que Dios también es un concepto emocional, nacido de un anhelo que no difiere mucho del deseo sexual. En consecuencia, también Dios proviene de las hormonas sexuales… No puedo ir tan lejos. No tengo suficiente información. Pero sí puedo decirte, basándome sobre el torbellino que hay dentro de
mí
en estos últimos días, que ahora comprendo esta palabra, “anhelo”, que antes carecía de significado para mí…
Richard sonrió. Estaba complacido. Sus intercambios de ideas habían sido así cotidianamente, antes que la provisión de barrican de Archie se hubiera agotado.
—Sería grandioso, ¿no? —dijo Richard de pronto—, si todavía pudiéramos hablar con todos nuestros amigos, allá en la Ciudad Esmeralda.
Archie sabía lo que Richard estaba sugiriendo. Los dos habían tenido cuidado de no mencionar jamás los cuadroides o, siquiera, de suministrar algún indicio de que las octoarañas tenían un sistema para la obtención de informaciones. No querían alertar a Nakamura y sus guardias. Ahora, mientras Richard observaba en silencio, bandas de color se desplazaban en tomo de la cabeza de Archie. Aunque la octoaraña ya no estaba usando el lenguaje derivado desarrollado para la comunicación con los seres humanos, Richard pudo entender el meollo de la transmisión.
Después de saludar formalmente a la Optimizadora Principal y de pedir disculpas por la falta de éxito de su misión, Archie envió dos mensajes personales, uno breve para Jamie y uno más largo para Doctora Azul. Durante la trasmisión para su compañera de toda la vida, Doctora Azul, abigarradas explosiones de color descompusieron el patrón mesurado del mensaje de Archie. Richard, que en los dos meses juntos había llegado a conocer muy bien a su compañero de sótano, se sentía, al mismo tiempo, fascinado y conmovido por ese hermoso despliegue de emoción sin inhibiciones.
Cuando Archie hubo terminado, Richard se acercó y puso una mano sobre el lomo de la octoaraña.
—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó.
—En algunos aspectos —contestó Archie—, pero, al mismo tiempo, también me siento peor. Estoy más consciente ahora, que lo que lo estuve antes, de que puede ser que nunca vuelva a ver a Jamie y a Doctora Azul…
—A veces imagino lo que le diría a Nicole —interrumpió Richard—, si pudiera hablarle por teléfono. —Moduló las palabras muy correctamente, exagerando los movimientos de la boca—. Te extraño mucho, Nicole, y te amo con todo mi corazón.
Richard casi nunca soñaba. En consecuencia, no era factible que los sonidos externos se incorporaran a un ensueño que se estuviera desarrollando en ese momento. Cuando oyó lo que creía que eran pies que se arrastraban por arriba de él en mitad de la noche, despertó con rapidez.
Archie dormía. Richard miró en derredor, y advirtió que la luz de noche que había en el sector del inodoro estaba apagada. Alarmado, despertó a su compañero octoaraña.
—¿Qué pasa? —preguntó Archie con colores.
—Oí algo anormal en el piso de arriba —musitó Richard.