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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Rama Revelada (58 page)

BOOK: Rama Revelada
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Cada vez que creo que tenemos mucho en común con las octoarañas
, pensaba Nicole,
veo algo tan extravagante que me veo obligada a recordar qué diferentes somos. Pero, como diría Richard, ¿cómo podría ser de otra manera? Son producto de un proceso que nos es totalmente ajeno
.

—… No te alarmes por el tamaño de la Reina… y, por favor, por ninguna circunstancia debes expresar algo que no sea deleite por lo que ves. Cuando sugerí por primera vez que asistieras al lanzamiento de los huevos, uno de los miembros del gabinete de la Optimizadora Principal objetó, diciendo que no había modo de que tú pudieras apreciar plenamente lo que estuvieras viendo. Algunos de los demás miembros tenían la preocupación de que pudieras demostrar incomodidad, o hasta repugnancia y, en consecuencia, desmerecieras la experiencia para las demás octoarañas que la estaban presenciando…

Nicole le aseguró a Doctora Azul que no haría algo desagradable durante la ceremonia. En verdad, estaba halagada por haber sido incluida en la actividad, y sentía considerable excitación cuando el transporte las depositó afuera de los gruesos muros del Dominio de la Reina.

El edificio en el que ingresó con Doctora Azul era abovedado y estaba hecho con bloques de roca blanca. Tenía cerca de diez metros de altura en su parte interna y ocupaba una superficie de tres mil quinientos metros cuadrados, aproximadamente. Había un gran mapa inmediatamente adentro de la puerta, en el sector del atrio, y un mensaje escrito en colores, que identificaba dónde tendría lugar el lanzamiento de los huevos. Nicole ascendió, siguiendo a Doctora Azul y varias octoarañas más, por dos rampas y, después, por un largo corredor. Al final del pasillo doblaron hacia la derecha y entraron en un sector de galería que daba hacia un piso rectangular de quince metros de largo y cinco o seis metros de ancho.

Doctora Azul la llevó hasta la primera fila, donde una barandilla de un metro de altura evitaba que los asistentes cayeran al piso que estaba cuatro metros más abajo. Detrás de ellas, las cinco filas elevadas se llenaron con rapidez. Del lado de enfrente había otro sector similar de observación, que admitiría unas sesenta octoarañas.

Al mirar hacia abajo, Nicole pudo ver una piscina, parecida a un canal, que abarcaba toda la longitud del piso, para después desaparecer debajo de una arcada a la derecha. De cada lado de la piscina había estrechas pasarelas. En el lado opuesto, sin embargo, la pasarela se abría en una plataforma amplia de unos tres metros, antes de juntarse con la pared de roca que formaba todo el lado izquierdo de la gran sala. Este muro, pintado con muchos colores y diseños diferentes, contenía cerca de un centenar de varillas sobresalientes, o púas, plateadas, cada una de las cuales se alzaba un metro del sitio de empotramiento en el muro. Nicole advirtió de inmediato la similitud entre el muro y el corredor vertical, conformado como un barril, por el que ella y sus amigos habían descendido dentro de la madriguera de las octoarañas, debajo de Nueva York.

Menos de diez minutos después de que los dos sectores de galería se llenaran, la Optimizadora Principal se arrastró a través de un portal que había en el nivel inferior, se paró en la pasarela que estaba al lado de la piscina y pronunció un breve discurso. Doctora Azul aclaró las partes que Nicole no fue capaz de interpretar. La Optimizadora Principal recordó a los espectadores que la sincronización exacta de un lanzamiento de los huevos nunca se conocía, pero que era probable que la Reina estuviera lista para ingresar en la sala dentro de varios fengs más. Después de hacer unos comentarios sobre la importancia crítica del abastecimiento para la continuidad de la colonia, la Optimizadora Principal hizo mutis.

La espera comenzó. Nicole pasó el tiempo observando las octoarañas de la galería que tenía enfrente y tratando de captar disimuladamente lo que conversaban. Pudo entender un poco de lo que se decía, pero no todo. Comentó, para sus adentros, que todavía le faltaba mucho antes de alcanzar fluidez en el idioma natural de las octoarañas.

Por fin, las grandes puertas que había en el extremo izquierdo de la pasarela más alejada se abrieron y la inmensa Reina hizo su ingreso, avanzando pesadamente. Era enorme, de por lo menos seis metros de altura, con un cuerpo hinchado, gigantesco, por encima de sus ocho largos tentáculos. Se detuvo en la plataforma y dijo algo a los espectadores. Colores intensos salpicaron con profusión todo su cuerpo, creando un brillante espectáculo. Nicole no pudo entender lo que estaba diciendo porque no pudo seguir la secuencia exacta de los colores que se vertían desde la hendedura.

La Reina se volvió con lentitud hacia el muro, extendió los tentáculos e inició el laborioso proceso de izarse tomándose de las púas. Durante todo el ascenso, desordenados estallidos de color le adornaban el cuerpo. Nicole supuso que eran expresiones emocionales de alguna índole, quizá de dolor y fatiga. Cuando volvió a mirar hacia la otra galería, advirtió que no había conversación alguna entre los espectadores.

Una vez que se hubo colocado en el centro del muro, la reina enrolló los ocho tentáculos en torno de las púas y expuso su parte ventral, de color crema. Cuando trabajaba en el hospital, Nicole se había familiarizado totalmente con la anatomía de las octoarañas, pero nunca imaginó que el suave tejido que tenían por debajo del vientre se pudiera distender hasta tal grado. Mientras Nicole observaba, la Reina empezó a mecerse levemente, desplazándose hacia atrás y hacia adelante, con cada movimiento rebotaba con suavidad en la pared de roca. El despliegue cromático emocional continuaba; los colores alcanzaron su máximo de intensidad cuando un géiser de fluido verdoso-negro salió expelido de la parte inferior de la Reina, a lo que siguió de inmediato un inmenso vertimiento de objetos blancos de diferente tamaño, envueltos en un fluido viscoso y espeso.

Nicole estaba estupefacta. Debajo de ella, de cada lado de la piscina, alrededor de una docena de octoarañas barría presurosamente hacia el agua algunos huevos y parte del fluido que habían caído en las pasarelas. Otras ocho
octos
estaban vaciando en el agua el desconocido contenido de unos recipientes enormes. El agua rebosaba con sangre de octoaraña, huevos y el fluido de alta viscosidad que se expelía junto con los huevos. En menos de un minuto, toda esa pasta densa y pegajosa se desplazó por debajo de la arcada, hacia la derecha.

La Reina todavía no había cambiado de posición. Una vez que la piscina que tenían abajo volvió a contener agua limpia fluyente, todas las lentes se volvieron para mirar a la Reina. Nicole estaba asombrada por lo mucho que ya se había reducido el tamaño de la octoaraña. Estimó que en la fracción de segundo que le tomó a la masa de huevos y fluido acompañante verterse de su cuerpo, la Reina debía de haber perdido la mitad de su peso. Todavía sangraba, y dos octoarañas de tamaño normal habían trepado por el muro para atenderla. En ese momento, Doctora Azul tocó suavemente el hombro de Nicole, indicando que ya era hora de irse.

Sentada sola en una de las habitaciones pequeñas del hospital de las octoarañas, Nicole volvió a repetir en su mente, una y otra vez, la escena del lanzamiento de los huevos. No había esperado que el suceso la afectara tanto en lo emocional. Sólo había observado a medias, mientras Doctora Azul le explicaba, después que regresaron al hospital, que los recipientes que se vaciaron en la pasta espesa de huevos, sangre y fluido estaban llenos con diminutos animales que iban a buscar y matar embriones específicos. De ese modo, dijo Doctora Azul, las octoarañas controlaban la composición exacta de la generación siguiente, incluyendo la cantidad de reinas, de atiborrados, de morfos enanos y de todas las demás variaciones.

La madre que había en Nicole pugnaba por entender qué se sentiría siendo una reina octoaraña durante un lanzamiento de los huevos. En cierto sentido indefinible, se sentía profundamente conectada con el inmenso ser que había ascendido tan laboriosamente hasta las púas. En el instante mismo de la acometida, las ijadas de Nicole se contrajeron y le volvieron a la memoria el dolor, así como el alborozo, de sus propios seis partos.

¿Qué es lo que hay en el proceso de parición
, se preguntó,
que crea una comunión entre todos los seres que alguna vez lo experimentaron?

Recordó una conversación, sostenida hacía ya mucho tiempo en Rama II, después que nacieron Simone y Katie, cuando trató de explicarle a Michael O'Toole qué se sentía al dar a luz un niño. Después de horas de hablar, Nicole había llegado, con renuencia, a la conclusión de que era una experiencia que nunca se podría trasmitir en forma adecuada de una persona a otra. «El mundo se divide en dos grupos», se había dicho en esa oportunidad, «los que experimentaron el parto y los que no lo hicieron». Ahora, decenas de años y miles de millones de kilómetros después, quiso añadir un corolario a su observación anterior: «Aquellas que son madres tienen más en común, fundamentalmente, con las madres de otras especies, que con los seres humanos que nunca dieron a luz».

Mientras proseguía reflexionando sobre la escena que había presenciado, se sintió abrumada por el deseo de comunicarse con la octoaraña reina, para saber lo que otra madre inteligente había estado pensando y sintiendo inmediatamente antes y durante el lanzamiento de los huevos. ¿Había sentido la Reina, en medio del dolor y de lo maravilloso del momento, una serenidad epifánica? ¿Había tenido una visión de su propia descendencia y de la descendencia que continuaría a ésta, en el futuro imprevisible, en el milagroso ciclo de la vida? ¿Había existido una paz profunda e inefable en los segundos que vinieron a continuación del lanzamiento, una paz como la que ningún otro ser haya experimentado jamás en algún otro momento, que no fuese aquel inmediatamente posterior al parto?

Nicole sabía que la imaginaria conversación que estaba manteniendo con la Reina nunca tendría lugar. Volvió a cerrar los ojos, intentando reconstruir con exactitud los estallidos de color que había visto en el cuerpo de ésta justo antes y después del acontecimiento. ¿Esas irrupciones de color les dijeron a las demás octoarañas lo que estaba sintiendo la Reina? ¿De algún modo esos seres eran capaces, mediante su rico idioma de colores, de comunicar sensaciones complejas, como el éxtasis, mejor que lo que podían hacerlo los seres humanos con su limitado idioma de palabras?

No había respuestas para las preguntas que se hacía Nicole, y se dio cuenta de que había tareas que la aguardaban fuera de la habitación, en el hospital de las octoarañas, pero no estaba lista para que culminara su aislamiento. No quería que las exigencias de la vida cotidiana degradaran las intensas emociones que estaba experimentando.

A medida que transcurría el tiempo, también empezaba a sentir una Profunda soledad. Estaba plenamente consciente de que experimentaba un intenso deseo por hablar con un amigo íntimo, preferiblemente con Richard. En su aislamiento recordó, de repente, unos versos pertenecientes a un poema de Benita García. Abrió la computadora portátil y, después de una breve búsqueda, encontró todo el poema.

En momentos de profunda duda o intenso dolor,

cuando por la vida me siento abrumada,

siempre que puedo busco en derredor

almas gemelas que sepan aquello de lo que sé nada,

aquellas que tengan la fuerza de mitigar

lo que me hace temblar, llorar y a menudo cavilar.

Me dicen que vivir a mi modo me está vedado,

cuando todas mis sensaciones rigen mi mente consciente.

Debo controlarme antes de actuar,

o bien aceptar lo que desde hace mucho he tolerado,

los brutales días de sentirme sola y no vidente.

Tiempos ha habido, no muchos sino esparcidos,

cuando alguien poseyó el bálsamo aliviador,

que brindaba paz a mi angustia o dolor.

Pero de la edad una simple regla ahora adquirí,

dentro de mí debo contener los alaridos

cualesquiera demonios se deba combatir allí,

las lecciones aprendidas no se perderán.

Caminamos solos en nuestro viaje final.

No hay mano que ayudarnos pueda en ese día postrero.

Es mejor que aprendamos, en tanto el tiempo aún sea nuestro compañero,

a confiar en nosotros mismos, y a ahorrar nuestro hálito vital.

Nicole leyó las palabras varias veces. Después apoyó la cabeza sobre el escritorio y se quedó dormida.

Con uno de sus tentáculos, Doctora Azul tocó con suavidad el hombro de Nicole. Ésta se agitó y abrió los ojos.

—Estuviste durmiendo durante casi dos horas —dijo la octoaraña—. Te estuvieron aguardando en el centro administrativo.

—¿Qué pasa? —preguntó Nicole, frotándose los ojos.

—Nakamura pronunció un discurso de importancia en Nuevo Edén. La Optimizadora Principal quiere discutirlo contigo.

De un salto, Nicole se puso rápidamente de pie.

—Otra vez, gracias, Doctora Azul. Iré en seguida.

7

—Verdaderamente no creo que a Nikki se le deba permitir mirar el discurso —manifestó Robert—. No hay duda de que la va a asustar.

—Lo que diga Nakamura afectará su vida tanto como la nuestra —contestó Ellie—. Si ella quiere mirar, creo que debemos permitirle que lo haga… Después de todo, Robert, Nikki
vivió
con las octoarañas…

—Pero no le será posible entender el significado real de algo de esto —argumentó Robert—. Ni siquiera tiene cuatro años.

El tema quedó sin resolverse hasta unos minutos antes de la hora para la que estaba programado que apareciera en televisión el dictador de Nuevo Edén. En ese momento, Nikki se acercó a su madre en la sala de estar.

—No voy a mirar —le anunció la niñita con asombrosa perspicacia—, porque no quiero que tú y papito peleen.

Una de las salas del palacio de Nakamura estaba convertida en estudio de televisión. Era desde ese estudio de donde el tirano normalmente se dirigía a los ciudadanos de Nuevo Edén. Su último discurso había tenido lugar tres meses atrás, cuando anunció que iba a desplegar las tropas en el hemicilindro austral para enfrentar una “amenaza alienígena”. Aunque en forma regular los periódicos y televisión controlados por el gobierno habían incluido noticias provenientes del frente, muchas de las cuales inventaban mentiras sobre la “intensa resistencia” que oponían las octoarañas, ése iba a ser su primer comentario público sobre el progreso y la dirección de la guerra en el sur.

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