¿Y qué pasará con Katie y Ellie?
, pensaba.
¿Qué pasará si las octoarañas cometieron un error?
Se representó a Ellie tal como la había visto la última vez, en su casa con su marido y su hija, Nicole rememoró las discusiones que había presenciado entre Ellie y Robert. El semblante cansado, desgastado, de Robert permaneció fijo en su imagen mental.
Y Robert, ¡oh, mi Dios! Es mayor y no se cuida en absoluto
.
Se retorcía en la cama, frustrada por su incapacidad para hacer algo. Por fin, decidió sentarse en la oscuridad.
Me pregunto si es demasiado tarde
, se preguntó. Volvió a pensar en Robert.
No estoy de acuerdo con él. Ni siquiera estoy segura de que sea un buen marido para Ellie… pero sigue siendo el padre de Nikki
.
Un plan había empezado a cobrar forma en su mente. Con suma cautela se deslizó fuera de la cama y cruzó la habitación hasta el placard. Se puso alguna ropa.
Tal vez no sea capaz de ayudar
, pensaba,
pero, por lo menos, sabré que lo intenté
.
Estuvo especialmente silenciosa en la sala de estar. No quería despertar a Patrick o Nai, que dormían en el cuarto de Ellie desde que ella tuvo el ataque cardíaco.
Simplemente me harían regresar a la cama
.
Afuera, en la Ciudad Esmeralda, estaba casi tan oscuro como el interior de la casa. Nicole se paró en el portal de acceso, esperando a que sus ojos se acomodaran lo suficiente como para permitirle encontrar la casa de al lado. Al cabo de un rato pudo discernir algunas sombras. Bajó el porche y dobló hacia la derecha.
Su avance era lento. Daba media docena de pasos y, después, se detenía para mirar en derredor. Le tomó varios minutos llegar al patio interior de la casa de Doctora Azul.
Ahora, con un poco de suerte
, pensó Nicole, recordando,
ella debería estar durmiendo en la segunda habitación de la izquierda
. Cuando entró en la habitación de la octoaraña para dormir, dio un leve golpe sobre la pared. Una luciérnaga iluminó, con luz mortecina, a dos octoarañas que yacían formando un solo montón. Doctora Azul y Jamie dormían con los cuerpos apretados entre sí y los tentáculos enredados de modo confuso. Nicole se acercó y tocó a Doctora Azul en la parte superior de la cabeza. No hubo reacción. La palmeó un poco más fuertemente la segunda vez, y el material que formaba la lente de Doctora Azul empezó a moverse en forma circular.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó segundos después Doctora Azul, con colores.
—Necesito tu ayuda. Es importante.
La octoaraña se movió con mucha lentitud, tratando de desenmarañar sus tentáculos sin molestar a Jamie. No logró su propósito, la octoaraña más joven despertó de todos modos. Doctora Azul le dijo que volviera a dormir y arrastró los tentáculos, yendo hacia el patio interior al lado de Nicole.
—Deberías estar en la cama —la reconvino.
—Lo sé —repuso Nicole—, pero ésta es una emergencia. Necesito hablar con la Optimizadora Principal, y me gustaría que fueses conmigo.
—¿A esta hora de la noche?
—No sé cuánto tiempo tenemos. Tengo que ver a la Optimizadora Principal antes que esos agentes biológicos empiecen a matar gente en Nuevo Edén… Estoy preocupada por Katie, y por toda la familia de Ellie también…
—Nikki y Ellie no resultarán lesionadas. Katie debe de ser suficientemente joven también, si entendí…
—Pero los sistemas de Katie están arruinados por todos los estupefacientes —la interrumpió Nicole—. Su cuerpo probablemente se comporte como si fuese viejo… y Robert está completamente desgastado como consecuencia de trabajar todo el tiempo…
—No estoy segura de entender lo que me estás diciendo —dijo Doctora Azul—. ¿Por qué quieres ver a la Optimizadora Principal?
—Para suplicarle que dé un tratamiento especial a Katie y Robert, suponiendo, claro está, que Ellie y Nikki estén perfectamente bien… Debe de existir alguna manera, con la magia de ustedes para la biología, de que se los excluya y se los pase por alto… Por eso es que quiero que vengas conmigo… Para respaldar mi alegato.
La octoaraña no dijo nada durante varios segundos.
—Muy bien, Nicole —accedió por fin—, iré contigo. Aun cuando creo que deberías estar descansando en la cama… Y dudo de que haya algo que se pueda hacer.
—Muchas gracias —dijo Nicole, olvidándose de sí misma durante un instante y estrechando a Doctora Azul en un fuerte abrazo alrededor del cuello.
—Tienes que prometerme una cosa —señaló Doctora Azul mientras salían juntas por la puerta de calle—. No debes someterte a un excesivo esfuerzo esta noche… Dime si te sientes débil.
—Hasta me apoyaré en ti mientras caminamos —convino Nicole con una sonrisa.
La poco común pareja salió lentamente a la calle. Dos de los tentáculos de Doctora Azul sostenían a Nicole en todo momento. De todos modos, las actividades y emociones del día se habían cobrado su tributo de la escasa reserva de energías de Nicole. Se sintió fatigada antes de que llegaran a la parada del transporte.
Nicole se detuvo para descansar. Los distantes sonidos que había estado oyendo sin darse cuenta se volvieron más notables.
—Bombas —dijo—, muchas.
—Se nos advirtió que debíamos esperar incursiones de helicópteros —confirmó la octoaraña—, pero me pregunto por qué no hubo bengalas…
De repente, parte del dosel en forma de cúpula que estaba sobre ellas estalló como una gigantesca bola de fuego. Instantes después, se oyó un sonido ensordecedor. Se tomó con fuerza de Doctora Azul y miró con fijeza el infierno que se había desencadenado por encima de ellas. Entre las llamas creyó ver lo que quedaba de un helicóptero. Pedazos ardientes de la cúpula estaban cayendo desde el cielo, algunos estrellándose a no más de un kilómetro.
Nicole no podía recuperar el aliento. Doctora Azul pudo ver el esfuerzo en su rostro.
—Nunca voy a lograrlo —se quejó Nicole. Se aferró de la octoaraña con todas las fuerzas que le quedaban—. Debes ir y ver a la Optimizadora Principal sin mí —dijo—. Como amiga mía. Pídele, no,
ruégale
, que haga algo por Katie y Robert… Dile que es un favor personal… para mí…
—Haré lo que pueda —contestó Doctora Azul—, pero, primero, debemos llevarte de vuelta…
—
¡Mamá!
—Oyó Nicole a Patrick gritar detrás de ella. Venía corriendo por la calle hacia ellas. Cuando las alcanzó, Doctora Azul subió al transporte. Nicole alzó la vista hacia la cúpula, en el preciso instante en que la hélice del helicóptero, envuelta en follaje ardiente, caía desde lo alto y se estrellaba a lo lejos.
Katie dejó caer la jeringa en la pileta y se miró en el espejo.
—Eso es —dijo en voz alta—, así es mucho mejor… Ya no estoy temblando. —Llevaba el mismo vestido que usaba durante la audiencia de su padre. También había tomado esa decisión la semana pasada, cuando le contó a Franz lo que estaba planeando hacer.
Dio una vuelta, observando su reflejo con mirada crítica.
¿Qué es esa hinchazón en el antebrazo?
, se preguntó; no la había visto antes. En el brazo derecho, a mitad de camino entre el codo y la muñeca, había una protuberancia del tamaño de una pelota de golf. La frotó. La hinchazón era blanda cuando se la apretaba, pero ni dolía ni producía comezón, a menos que se la tocara directamente.
Se encogió de hombros y entró en la sala de estar. Los papeles que tenía preparados estaban tirados sobre la mesita de café. Fumó un cigarrillo mientras organizaba el documento. Después colocó los papeles en un sobre grande.
La llamada telefónica proveniente de la oficina de Nakamura había llegado esa mañana. La dulce voz femenina le informó que Nakamura podría verla a las cinco en punto de la tarde. Cuando volvió a poner el microteléfono sobre la horquilla, apenas podía contenerse, casi no tenía esperanzas de poder verlo siquiera. Tres días atrás, cuando lo llamó para fijar una cita en la que iban a hablar sobre sus negocios en común, la recepcionista de Nakamura le manifestó que su jefe estaba ocupado en extremo con el esfuerzo de la guerra y no concedía citas que no estuviesen relacionadas con ese esfuerzo.
Katie volvió a mirar el reloj de pulsera, faltaban quince minutos para las cinco. Caminar desde su departamento hasta el palacio llevaría diez minutos. Tomó el sobre y abrió la puerta del departamento.
La espera estaba destruyendo su confianza en sí misma. Ya eran las seis de la tarde y todavía ni se la había admitido en el sanctasantórum interior, la sección japonesa del palacio en la que Nakamura trabajaba y vivía. Dos veces, Katie había ido al baño de mujeres, y ambas veces averiguó, mientras regresaba a su asiento, si la espera se iba a prolongar mucho más. La muchacha que estaba en el escritorio junto a la puerta respondió, las dos veces, con un gesto vago de desconocimiento.
Katie estaba luchando consigo misma. El kokomo comenzaba a perder efecto y la estaban invadiendo las dudas. Mientras fumaba en el baño, trató de olvidar su ansiedad pensando en Franz. Eecordaba la última vez que hicieron el amor. Cuando ya se iba, su mirada indicó que estaba apesadumbrado.
Sí, me ama
, pensó,
a su manera…
La muchacha japonesa estaba de pie junto a la puerta.
—Puede entrar ahora —dijo. Katie volvió a cruzar la sala de espera y entró en la sección principal del palacio. Se sacó los zapatos, los puso en un anaquel y caminó por el
tatami
[11]
nada más que con las medias puestas. Una escolta, una policía llamada Marge, la saludó y le indicó que la siguiera. Al tiempo que aferraba el sobre con papeles en una mano, Katie caminó detrás de la mujer policía durante diez o quince metros, hasta que se abrió una mampara a su derecha.
—Por favor, entre —dijo Marge.
Otra policía, oriental pero no japonesa, estaba aguardando en la habitación. Portaba un arma de puño en una pistolera sobre la cadera.
—La seguridad en torno de Nakamura-san
[12]
es especialmente rígida en este preciso momento —explicó Marge—. Tenga a bien quitarse todas sus ropas y joyas.
—¿Todas mis ropas? —preguntó Katie—. ¿Incluso la bombacha?
—Todo —dijo la otra mujer.
Toda la ropa de Katie se dobló con sumo cuidado y colocó en una canasta que se marcó con su nombre. Las joyas fueron a una caja especial. Mientras Katie permanecía desnuda, Marge la revisó por todas partes, incluidas las zonas íntimas. Hasta le inspeccionó el interior de la boca, manteniéndole la lengua bajada durante casi treinta segundos. Después, le entregó un
yukata
[13]
azul y blanco y un par de sandalias japonesas.
—Ahora puede ir con Bangorn a la última sala de espera —señaló Marge.
Katie recogió su sobre y empezó a andar. La policía oriental la detuvo.
—
Todo
se queda acá —dijo.
—¡Pero ésta es una reunión de negocios! —protestó Katie—. ¡Lo que quiero discutir con el señor Nakamura está en este sobre!
Las dos mujeres abrieron el sobre y sacaron los papeles. Miraron de contraluz cada papel por separado y, después, lo hicieron pasar por una especie de máquina clasificadora. Finalmente volvieron a poner los papeles en el sobre, y la mujer llamada Bangorn le hizo un ademán para que la siguiera.
La sala final de espera estaba a otros quince metros más adelante, yendo por el vestíbulo. Una vez más, Katie tuvo que sentarse y esperar. Podía sentir que empezaba a temblar.
¿Cómo pudo habérseme ocurrido que esto podría resultar?
, se dijo.
¡Qué tonta soy!
Mientras estaba sentada, empezó a anhelar el kokomo con desesperación. No podía recordar alguna vez en que hubiera deseado algo tan intensamente. Con el temor de ponerse a llorar, le preguntó a Bangorn si podía ir otra vez al baño. La policía la acompañó. Por lo menos, pudo lavarse la cara.
Cuando regresaron las dos, Nakamura en persona estaba parado en la sala de espera. Katie creía que el corazón se le iba a escapar del pecho. «Esto es el fin», le dijo su voz interior. Nakamura llevaba un quimono amarillo y negro cubierto con flores brillantes.
—Hola, Katie —saludó con sonrisa lasciva—. No te he visto desde hace mucho.
—Hola, Toshiosan —contestó ella, con voz quebrada.
Lo siguió al interior de la oficina y se sentó, con las piernas cruzadas, ante una mesa baja. Nakamura estaba enfrente. Bangorn permaneció en la habitación, parada, sin llamar la atención en un rincón.
¡Oh, no!
, se dijo Katie cuando la policía no se fue,
¿qué hago ahora?
—Pensé —dijo un instante después— que te debía desde hace mucho un informe sobre la marcha de nuestros negocios. —Sacó el documento del sobre—. A pesar de la mala situación económica, hemos logrado incrementar nuestras ganancias en un diez por ciento. En esta hoja con el resumen —dijo, alcanzándosela— puedes ver que, aunque disminuyeron los ingresos de Vegas, la participación local, donde los precios son menores, ascendió de manera importante. Incluso en San Miguel…
Nakamura echó una rápida mirada al papel y, después, lo dejó sobre la mesa.
—No necesitas mostrarme dato alguno —manifestó—. Todos saben qué maravillosa mujer de negocios eres. —Extendió el brazo hacia su izquierda y trajo una caja grande de laca negra—. Tu desempeño ha sido descollante —dijo—. Si los tiempos no fueran tan difíciles, no te quepa la menor duda de que merecerías un aumento de cuantía… Tal como están las cosas, querría ofrecerte este obsequio, como muestra de mi aprecio.
Nakamura empujó la caja sobre la mesa, hacia ella.
—Gracias —dijo Katie, admirando las montañas y la nieve taraceadas en la tapa. En verdad, era hermosa.
—Ábrela —dijo, extendiendo la mano para tomar uno de los caramelos envueltos que había en un bol, sobre la mesa.
Katie abrió la caja. Estaba llena de kokomo. Una legítima sonrisa de deleite le cruzó por el rostro.
—Gracias, Toshiosan. Eres sumamente generoso.
—Puedes probarlo —dijo él ahora, con amplia sonrisa—. No me ofenderás.
Katie se puso una pequeña cantidad del polvo en la lengua. Era de máxima calidad. Sin vacilar, con el pulgar y el índice tomó de la caja una porción grande y, con el meñique, la aplicó contra la ventana izquierda de la nariz. Al tiempo que se tapaba la derecha, inhalaba profundamente. Hizo inspiraciones lentas y profundas, mientras la embestida del estupefaciente hacía su efecto. Después rió.