Read Razones para la rebeldía Online
Authors: Guillermo Toledo
Es verdad que la mayoría de los actores y actrices que conozco no son racistas, no son xenófobos, no son homófobos, trabajan por la cultura y creen en ella como medio de expresión y enriquecimiento, están en contra de las guerras, creen seguramente en una mayor distribución de la riqueza, aborrecen el hambre de los países pobres, son gente —se supone— de izquierdas. Pero 110 pasan a la acción. Lo que sucede es que no están dispuestos a defender medidas sociales que puedan afectar a sus privilegios de clase. En realidad, no creo que el mundo del cine sea diferente al del resto de la sociedad. Creo que hay mucha autocensura, que la gente se anima a ir de progre, hablan de igualdad y paz en abstracto, pero no se atreven a mucho más. Si un actor famoso viene mañana a una rueda de prensa y condena la Guerra de Libia, o en una manifestación lee un manifiesto en apoyo a la Tercera República, o hace campaña a favor de la no criminalización de los monteros —no solamente firma un manifiesto— no le va a ocurrir nada, su trayectoria profesional no peligra. Sin embargo no lo hacen. Si denunciaran la tortura en las comisarías o defendieran la revolución cubana, ya sería más peligroso. En mi caso, siempre he afirmado que las estructuras dominantes te permiten estar muy a la derecha o un poco a la izquierda. Puedes apoyar a Evo Morales por ejemplo, pero en cuanto cruzas a Hugo Chávez y ya no digamos a Fidel, tienes un problema. Evo Morales representa a un pueblo indígena que ha sufrido mucho, no se ha metido con el rey, no ha llamado diablo a Bush, es decir, se acepta que lo apoyes. Pero si te vas más a la izquierda se te viene encima toda la caverna mediática e incluso hasta el supuesto progresismo. Yo soy la prueba clara...
Pienso que la gente del mundo de la cultura tiene una cierta responsabilidad, aunque solo sea por los privilegios que disfruta y por la relativa protección que tiene al ser famosa, de devolver a la sociedad todo ese afecto y apoyo que la gente le ofrece. Dicho lo cual también digo que no tienen la obligación de hacerlo, allá ellos. Me preguntan, en muchas entrevistas, si creo que los artistas y que la gente del cine tienen el deber de implicarse políticamente, y siempre respondo que no. Creo que los ciudadanos debemos implicarnos porque en nuestras manos está el futuro, que no debemos dejar la política en manos de los políticos y de los burócratas. No creo que un artista, por el simple hecho de serlo, tenga que implicarse políticamente, pero me parece triste que siendo ciudadanos privilegiados y, encima, muchos de ellos con cierta conciencia y cultura, con conocimiento de cómo funciona el mundo, el sistema y el país, opten por quedarse en su casa. Jamás diré que tienen la obligación de implicarse: a mí mismo me he impuesto esa obligación, y por eso lo hago. Otra cosa que suelo decir cuando me preguntan es que la militancia política es muy divertida, que nos reímos mucho. Es un error pensar que todo es discurso árido y aburrido. Hay gente muy interesante de la que aprendo mucho y que también es divertida. No es un coñazo para mí, para mí es un auténtico coñazo estar diez horas al día, cinco días a la semana, haciendo un programa de mierda, por mucho dinero que me paguen. Prefiero irme a Gaza con un grupo de gente que me hace crecer como persona, que está poniendo en juego su vida para mejorar la situación de un pueblo hermano. El día que tenga setenta años y haga balance de mi vida, no quiero que el balance se limite a comprobar que he hecho cincuenta películas, treinta y dos series de televisión y cuarenta y ocho obras de teatro, y que tengo en la cuenta corriente del banco un millón de euros: conozco a toda la
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y he tenido muchos ligues famosos. Eso no me interesa. Me interesa más decir que he conocido a intelectuales y luchadores que me han enseñado sobre la vida, que he leído cientos de libros interesantes, que conozco la realidad en la que vivo, que he puesto los pies en la tierra, que he logrado victorias con mis luchas y he aprendido con los fracasos. Y sobre todo, no puedo descansar tranquilo mientras haya, por ejemplo, un millón y medio de personas en Gaza que están siendo masacradas; o mientras un pueblo entero como el pueblo mapuche es aniquilado en Chile. Gracias a mi activismo, en los últimos ocho años he estado y estoy mejor que nunca en mi vida.
Las relaciones de los artistas e intelectuales con los grandes partidos políticos dan mucho de sí. No hay un solo actor que diga que vota o pida el voto para el PP, pero muchos votan al PP, evidentemente. Más o menos en el mismo porcentaje que en otro gremio. En cualquier caso, es PSOE o PP. El PP no sé si ha buscado a artistas, pero solo ha conseguido a Norma Duval, y para eso no sé si les vale la pena. En cambio, si tienes a tu lado a Miguel Ríos, a Serrat, a Ana Belén, a Víctor Manuel, a Elvira Lindo o a Rosa Montero, como tiene el PSOE, ya es otra cosa. Aunque muchos de ellos me parecen artistas mediocres y, estas dos últimas, columnistas deleznables. Pero como escriben en El País y publican libros en grandes editoriales, aparecen en todos los medios de comunicación... En realidad, publican mayoritariamente en Alfaguara, que es de Prisa, y así sus libros se promocionan en El País, la Cadena Ser y Cuatro. Si le quitaran a Rosa Montero su columna de El País no vendería ni un solo libro, y como ella muchos más. Los políticos socialistas se trabajan a sus artistas y esos artistas se ven premiados en los medios afines del Partido Socialista. Entrar en ese círculo de elegidos te proporciona muchos beneficios, desde beneficios económicos a mucho prestigio. Si El País apoya, con todas las mentiras de que son capaces, el bombardeo de la población civil en Libia, a ellos les gusta mucho que sus intelectuales apoyen también esos bombardeos. Para eso tienen a Rosa Montero o a Al-mudena Grandes. En el PP no sucede tanto porque no tienen ni artistas ni intelectuales, aunque van teniendo cada vez más, eso sí, de extrema derecha. Y si eres músico y apoyas al PSOE te pegas luego unas giras veraniegas magníficas, contratado por los ayuntamientos socialistas. Si eres comunista olvídate: grupos como Fermín Muguruza, Los chicos del maíz, los vascos Su Ta Gar o Soziedad Alkoholika no es que no tengan trabajo, es que hasta son perseguidos judicialmente. El grupo Soziedad Alkoholika fue juzgado por apología del terrorismo en 2006 por una canción de hacía veinte años, de 1986. Tanto musical como ideológicamente admiro a La Polla Records, su primer disco, Salve, para mi fue una conmoción. Suscribo todas sus letras, tienen un talento especial para resumir, en minuto y medio de canción, un mensaje tremendo, incisivo y claro. Y luego son coherentes en su comportamiento comercial. Por supuesto también admiro a grupos míticos como Burning y Leño, o a los valencianos Obrint Pas.
Lo primero que debemos decir respecto al cine es que, en cuanto negocio, funciona como otra rama de la industria cultural. Hay una empresa, la productora, que, en gran parte gracias al dinero público, pone en pie un producto. Muchos llaman a una película «producto», lo tratan así, como un mero producto, algo que a mí particularmente no me gusta. El productor solía ser una sola persona, pero ahora es cada vez más una gran corporación. Aunque en esencia su criterio no es diferente, salvo raras excepciones.
Esto funciona de la siguiente forma: tú pones una productora, y generalmente el día i del rodaje el productor ya tiene amortizada la película sin haber puesto un euro de su bolsillo, bien por el dinero del Estado o porque tiene el apoyo de una televisión. Lo de la presencia de las televisiones también es un elemento novedoso e importante, hoy casi no se puede hacer una película si no se tiene una televisión detrás, y muchos proyectos de película acaban en un cajón porque no existe una televisión dispuesta a apoyarlos, con lo que eso supone de perversa conexión entre cine y empresas de comunicación. De esta manera, si una productora logra hacer ocho películas al año, puede ganar mucho dinero, rara vez pierde. Ahora bien, hay que dejar claro que el reparto del dinero público es un reparto transparente, si bien existen legislaciones absurdas, como una que establecía que las productoras que habían estrenado las películas que más dinero generaban en taquilla eran las que más dinero recibían luego, con lo cual las productoras poderosas accedían al dinero público, en detrimento de las nuevas o de las pequeñas productoras. Debería ser, como mínimo, un reparto más equitativo. Pero las cuentas sí que son transparentes. Con qué criterio se deciden las ayudas, no lo sé.
En cuanto a mi cine preferido, mi película favorita es La vida de Brian, que es un ejemplo de cómo mediante la comedia se puede deslizar un mensaje político. Además, en el caso de esta película, haciendo chanza de la propia izquierda, que nos hace mucha falta. Otra película magnífica es Los santos inocentes, en ella descubrí a un Alfredo Landa impactante, acostumbrado como estaba hasta entonces a verlo persiguiendo a alemanas en la playa. Es una obra de arte, desde el montaje a los actores. Alfredo Landa es uno de mis actores favoritos.
También soy amante de la cultura norteamericana. Ya sé que impresiona que diga eso, pero me parece que su cine, su música y su literatura son magníficos. Directores como Scorsese, Coppola, Woody Alien, Steven Soderbergh, John Ford, Orson Welles, Tim Robbins, Samuel Peckinpah, Elia Kazan...; actores como Sean Penn, Susan Sarandon, Cary Grant, Henry Fonda, Marión Brando, Katharine Hepburn, Kathleen Turner, Robert Mitchum, John Cassavetes... Es verdad que hay mucho dinero, pero también hay mucho talento en el cine norteamericano, cualquier amante del séptimo arte debe reconocer ese cine. Por supuesto, no estoy hablando de Schwarzenegger ni de Steven Seagal.
Del cine actual veo mucho documental. Por ejemplo me parecen estupendos La toma, de Naomi Klein, y La espalda del mundo, de Javier Corcuera. También lo último de John Pilger, La guerra que usted no ve, que trata sobre la implicación de los medios en la legitimación de las guerras, y La doctrina del shock, basado en el libro del mismo título de Naomi Klein.
El cine español sigue sufriendo un ataque brutal por parte de la extrema derecha. Desde el «No a la guerra» de Irak ha habido una persecución tremenda, miran con lupa a todos los miembros del cine español, y han conseguido que haya miles de personas en este país que digan «Yo jamás iré a ver una película española». Simplemente porque sí. Eso lo han conseguido los medios de la ultraderecha criminalizando a los hombres y mujeres que hacen cine en este país. Y con el discurso recurrente de que estamos subvencionados y apesebrados. Y eso lo dicen desde periódicos que reciben numerosa publicidad institucional del Estado y que gran parte de sus ventas la hacen a diferentes administraciones públicas, desde ayuntamientos a bibliotecas, donde en cambio no se compran publicaciones alternativas como Diagonal o Mundo Obrero. Debemos asumir que sin las ayudas públicas y sin la obligatoriedad de las televisiones de que reinviertan en cine, no podría existir el cine español.
Luego tenemos también el problema de la distribución cinematográfica, manejada mayoritariamente por el sector privado. La mayoría de las distribuidoras pertenecen a los norteamericanos, y son los mismos dueños de las productoras y hasta de las salas. Por eso están sacando los cines del centro de las ciudades a los centros comerciales, que es el lugar en el que ellos entienden que se desarrolla la vida. Y eso también condiciona el contenido de lo que se proyecta: si pusieras a Javier Maqua a decidir lo que se produce y se emite nos iría mejor, pero son ejecutivos de empresas norteamericanas que no tienen idea de cine los que deciden. Ellos solo saben de cómo vender, cogen el producto X y lo venden como si fueran zapatos. Muchas veces las propias productoras norteamericanas son las dueñas de las salas, también los franceses tienen productoras, la cuestión es que siempre se trata de grandes emporios que controlan todo el proceso, desde la escritura del guión hasta la proyección en la sala. Hasta las revistas de cine están controladas por el gran capital, por grandes grupos editoriales que, a su vez, tienen acuerdos con las productoras y distribuidoras norteamericanas. En realidad, el mundo del cine está manejado por quien maneja el resto de cosas en el planeta.
Que se proyecte una película es un problemón. Hay una gran cantidad de películas, ya terminadas, que no se llegan a proyectar nunca. Como consecuencia de ello suceden cosas curiosas. Por ejemplo, pensemos que para que te den una subvención debes cubrir un mínimo de porcentaje del gasto en taquilla, quizá solo un 5 %, y si no lo consigues tienes que devolver la subvención. Y quizás el mercado no te ha dado la oportunidad de distribuir y proyectar esa película. ¿Qué hacen algunos productores? Alquilan un cine de Soria, proyectan la película, si va la gente a verla, bien, y si no, ellos mismos compran las entradas hasta llegar al porcentaje necesario para que no les quiten la subvención. Como consecuencia, hay buenas películas que pueden acabar sin proyectarse o que pueden ser malamente proyectadas. O películas que han ido a los Goya pero que se han estrenado solo un día, porque uno de los requisitos es haber sido estrenada. Así es como se consigue que casi todas las películas vayan a los Goya, y allí puedan ser premiadas y entonces repuestas y por fin vistas por los ciudadanos. A pesar de todo, el sistema no se libra de la influencia del mercado.
Los Premios Goya, por ejemplo, funcionan mediante la votación de los miembros de la Academia. Les envían a su domicilio las ciento y pico películas, pero claro, esa gente no se las ve todas y, de alguna forma, también están influidos por la fama y por la publicidad que rodea a cada película a la hora de que se decidan a verla y valorarla. Lo normal es que triunfen las películas que más poder económico tienen. Si hay una película que cuenta con mucha publicidad, que tiene detrás dinero de grandes grupos de comunicación, es probable que en consecuencia logre mucha taquilla. Los académicos también están condicionados como cualquier ciudadano de a pie para verla y votarla...
Una alternativa, en mi opinión heroica, la constituyen los hombres y mujeres que ponen en marcha festivales pequeños en ciudades modestas. Programan películas que sería imposible ver en salas comerciales, proporcionan la oportunidad a los ciudadanos de ver esas películas y además de compartir con las personas que las hacen mediante debates, coloquios, charlas, etc. Ahí es donde ahora mismo está la vida del cine.
Hacer eso no cuesta tanto dinero. Muchas veces las productoras dejan gratis esas películas. Todavía hay gente que ama el cine y que está dispuesta a prestar los largometrajes en un acto de generosidad, por ejemplo para el Festival de Cine del Sáhara. Luego están los festivales que operan del modo que considero erróneo, el de culto a las grandes estrellas. Por ejemplo, el Festival de Málaga, que es un festival de autopromoción de la ciudad y en el que se dedican a invitar a las estrellas de la televisión, que son los que están haciendo cine ahora. Recordemos que hace unos pocos años, hacer televisión era un desprestigio, era muy complicado que haciendo una serie de televisión te contrataran para hacer una película. Ahora es al contrario, si no sales en la tele es muy complicado que te den un papel en una película. La mayor parte de los protagonistas, casi todos de perfil juvenil, llegan al cine rescatados de las series que han tenido éxito. Se ha dado la vuelta a la tortilla.