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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (4 page)

BOOK: Recuerdos
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No era culpa suya si el lector lo interpretaba como un fallo del traje y no de su portador.

No. No podía mentirle a Illyan. Ni siquiera en voz pasiva.

No estaría mintiendo. Sólo estaría acortando la longitud de mi informe
.

No era factible. Seguro que pasaría por alto algún diminuto detalle corroborativo en uno de los otros archivos, y los analistas de Illyan lo detectarían, y entonces tendría problemas diez veces peores.

No es que hubiera mucho en las otras secciones referente a aquel pequeño incidente.

No sería tan difícil pasar por alto el informe entero.

Es una mala idea
.

Con todo… sería interesante. Podría tener el trabajo de leer los informes de campo algún día, Dios no lo quisiera. Sería educativo probar hasta qué punto era posible colar embustes. Por simple curiosidad, grabó el informe completo, hizo una copia, y empezó a juguetear con ella. ¿Qué mínimas alteraciones y supresiones se requerían para borrar la vergüenza de un agente de campo?

Sólo tardó unos veinte minutos.

Contempló el producto finalizado. Era una verdadera obra de arte. Se sentía un poco mal del estómago.
Esto podría meterme entre rejas
.

Sólo si me capturaran
. Le parecía como si toda su vida se hubiera basado en ese principio; había vencido a asesinos y médicos, superado las regulaciones del servicio, las restricciones de su rango Vor… había vencido a la misma muerte, plenamente demostrado.
Incluso puedo moverme más rápido que tú, Illyan
.

Consideró la actual situación de los observadores independientes de Illyan en la Flota Dendarii. Uno estaba destinado al cuerpo principal de la flota; el segundo se hacía pasar por oficial de comunicaciones del
Ariel
. Ninguno se encontraba a bordo del
Peregrine
o con los escuadrones; ninguno podría contradecirlo.

Creo que será mejor que piense en esto un poco
. Clasificó como
top secret
la versión corregida y la archivó junto a la original. Se desperezó para aliviar el dolor de su espalda. El trabajo burocrático acababa por producirle esas molestias.

La puerta de su camarote sonó.

—¿Sí?

—Baz y Elena —surgió la voz de una mujer por el intercomunicador.

Miles despejó su comuconsola, se puso la chaqueta del uniforme, y corrió el cerrojo de la puerta.

—Pasad.

Se giró en su silla, sonriendo un poco, para verlos entrar.

Baz era el comodoro Dendarii Baz Jesek, ingeniero jefe de la Flota y segundo en el mando de Miles. Elena era la capitana Elena Bothari-Jesek, la esposa de Baz y actual comandante del
Peregrine
. Ambos se encontraban entre los pocos barrayareses que los Dendarii empleaban, y ambos estaban por completo al corriente de la doble identidad de Miles como almirante Naismith, el mercenario betano renegado, y teniente Lord Miles Vorkosigan, diligente agente de operaciones encubiertas de la SegImp de Barrayar, pues ambos estaban allí antes de la creación de la Flota Dendarii. El flacucho y medio calvo Baz, un desertor a quien Miles había recogido en plena huida y (en su opinión) recreado, había estado presente desde el principio. Elena… era otra cuestión.

Hija del guardaespaldas barrayarés de Miles, se había criado en la mansión del conde Vorkosigan y era prácticamente la hermana adoptiva de Miles. Apartada del servicio militar barrayarés debido a su sexo, había ansiado ser soldado en su militarista mundo natal. Miles había encontrado un medio de conseguírselo. Ahora era un soldado de los pies a la cabeza, esbelta y tan alta como su marido, con el flamante uniforme gris Dendarii. Su pelo oscuro, cortado en mechones alrededor de las orejas, enmarcaba unos pálidos rasgos de halcón y unos ojos atentos y sombríos.

¿En qué habrían sido diferentes sus vidas si ella hubiera respondido «sí» a la apasionada y confusa propuesta de matrimonio que Miles le había hecho cuando ambos tenían dieciocho años? ¿Dónde estarían ahora? ¿Viviendo las cómodas vidas de los aristócratas Vor en la capital? ¿Serían felices? ¿O se aburrirían mutuamente, y lamentarían las oportunidades perdidas? No, ni siquiera sabrían qué oportunidades habían dejado escapar. Tal vez habría habido hijos… Miles interrumpió esta línea de pensamiento. Improductiva.

Sin embargo, en algún lugar de las profundidades del corazón de Miles, algo esperaba todavía. Elena parecía bastante feliz con el marido que había elegido. Pero una vida mercenaria, como él tenía buenos motivos para saber, era bastante azarosa. Una pequeña diferencia al apuntar a un enemigo, en un momento cualquiera, podría haberla convertido en una apenada viuda deseosa de consuelo… Elena, sin embargo, veía más acción directa que Baz. Como plan maligno, urdido en los recovecos de la mente de Miles en la intimidad de sus horas nocturnas, tenía un serio defecto. Bueno, uno no podía evitar sus propios pensamientos. Pero sí podía no abrir la boca y decir algo realmente estúpido.

—Hola, amigos. Acercad una silla. ¿Qué puedo hacer por vosotros? —dijo Miles animoso.

Elena le devolvió la sonrisa, y los dos oficiales dispusieron las sillas al otro lado de la comuconsola de Miles. Había algo inusitadamente formal en la forma en que tomaron asiento. Baz hizo un gesto a Elena con la mano abierta, para cederle la palabra, signo seguro de que algo se traían entre manos. Miles se concentró.

Ella empezó con el obvio:

—¿Ya te encuentras bien, Miles?

—Oh, estoy perfectamente.

—Bien —ella inspiró profundamente—. Mi señor…

Otro signo seguro de algo inusitado, cuando ella se dirigía a él con los términos de su relación de vasallaje barrayana.

—… deseamos dimitir.

Su sonrisa se ensanchó, como si acabara de decir algo delicioso.

Miles casi se cayó de la silla.

—¿Qué? ¿Por qué?

Elena miró a Baz, y éste continuó la argumentación.

—He recibido una oferta de trabajo como ingeniero en un astillero orbital de Escobar. Pagan lo suficiente para que los dos nos retiremos.

—Yo, yo… no sabía que no estuvierais satisfechos con vuestra paga. Si es por dinero, podríamos llegar a un acuerdo.

—No tiene nada que ver con el dinero —dijo Baz.

Se lo estaba temiendo. No, eso sería demasiado fácil…

—Queremos retirarnos y fundar una familia —concluyó Elena.

¿Qué tenía aquella declaración tan simple y racional que obligó a Miles a revivir a su pesar el momento en que la granada de agujas del francotirador le desparramó el pecho por toda la acera?

—Uh…

—Como oficiales Dendarii —continuó Elena—, podemos simplemente comunicar adecuadamente nuestra dimisión, por supuesto. Pero, como vasallos tuyos ligados por un juramento, debemos pedirte que nos liberes como un Extraordinario Favor.

—Um… yo… no estoy seguro de que la Flota esté preparada para perder a mis dos principales oficiales de golpe. Sobre todo a Baz. Confío en él cuando estoy fuera, como tengo que hacer la mitad del tiempo, no sólo en cuestiones de ingeniería o logística, sino para que mantenga las cosas bajo control. Para asegurarme de que los contratos privados no pisen ningún interés de Barrayar. Para enterarme de todos los secretos. No sé cómo sustituirlo.

—Hemos pensado que podrías dividir en dos el actual trabajo de Baz —apuntó Elena.

—Sí. Mi ingeniero segundo está preparado para ascender —le aseguró Baz—. Técnicamente, es mejor que yo. Más joven, ya sabes.

—Y todo el mundo sabe que llevas años preparando a Elli Quinn para un puesto de mando —continuó Elena—. Se muere por ascender. Y además está preparada. Creo que lo demostró con creces el año pasado.

—Ella no es… barrayaresa. Illyan quizá ponga pegas a su ascenso —arguyó Miles—. En un puesto tan crítico…

—Nunca lo ha hecho hasta ahora. Seguro que a estas alturas ya la conoce bastante bien. Y SegImp emplea a montones de agentes no barrayareses —dijo Elena.

—¿Seguro que queréis retiraros formalmente? Quiero decir, ¿es realmente necesario? ¿No sería suficiente un permiso prolongado o uno sabático?

Elena sacudió la cabeza.

—La paternidad… cambia a la gente. Sé que no querré regresar.

—Creía que querías ser soldado. Con todo tu corazón, más que ninguna otra cosa. Como yo.

¿Tienes la menor idea de cuánto de todo esto fue por ti, sólo por ti?

—Lo fui. Lo he hecho. Ya he… acabado. Sé que «suficiente» no es un concepto que te atraiga particularmente. No sé si los más descabellados éxitos serían suficientes para saciarte.

Eso es porque estoy tan vacío

—Pero… durante toda mi infancia, toda mi juventud, Barrayar me metió en la cabeza que ser soldado era el único trabajo que contaba. Lo más importante que había, o podría haber. Y que yo nunca sería importante, porque nunca llegaría a ser soldado. Bueno, he demostrado que Barrayar estaba en un error. He sido soldado, y condenadamente bueno.

—Cierto…

—Y ahora he llegado a preguntarme en qué más cosas se equivocaba Barrayar. Cosas como qué es realmente importante, y quién. Cuando estuviste en crioestasis el año pasado, pasé un montón de tiempo con tu madre.

—Oh.

De viaje a un mundo natal que una vez había jurado no volver a pisar jamás, sí…

—Hablamos mucho, ella y yo. Siempre había creído que la admiraba porque fue soldado en su juventud, por la Colonia Beta de Escobar, antes de que emigrara y se casara con tu padre. Pero una vez, recordando, ella se puso a entonar una especie de letanía sobre las cosas que había sido. Como astrocartógrafa, y exploradora, y capitana de nave, y prisionera de guerra, y esposa, y madre, y política… la lista continuaba y continuaba. No se sabía, dijo, qué sería a continuación. Y yo pensé… quiero ser así. Quiero ser como ella. No sólo una cosa, sino un mundo de posibilidades. Quiero descubrir qué más puedo ser.

Miles miró de reojo a Baz, que sonreía orgulloso a su esposa. No había duda de que era la voluntad de ella lo que impulsaba aquella decisión. Pero Baz era, claro, el esclavo abyecto de Elena. Todo lo que ella dijera le valdría. Rayos.

—¿No crees… que podrías querer regresar, después?

—¿Dentro de diez, quince, veinte años? —dijo Elena—. ¿De verdad piensas que los Mercenarios Dendarii existirán todavía? No. No creo que quiera regresar. Querré continuar. Eso lo sé ya.

—Seguramente querrás algún tipo de trabajo. Algo en lo que aplicar tus habilidades.

—He pensado en convertirme en armadora comercial. Usaría la mayor parte de mi formación, claro que sin matar a nadie. Estoy cansada de muerte. Quiero pasarme a la vida.

—Estoy… seguro de que serás magnífica en lo que decidas hacer.

Durante un alocado instante, Miles pensó en la posibilidad de negarles el permiso.
No, no podéis iros, tenéis que quedaros aquí conmigo

—Técnicamente, lo comprendéis, sólo puedo liberaros de este servicio, pero no de vuestra relación de vasallaje, al igual que el Emperador Gregor no tiene poder para liberarme de ser un Vor. Eso no significa que no podamos… acceder a ignorar nuestras respectivas existencias durante extensos periodos de tiempo.

Elena le dirigió una amable sonrisa que le recordó horriblemente, durante un momento, a su madre; fue como si ella considerara todo el sistema Vor una alucinación, una ficción legal corregible a voluntad. Su expresión era de poder centrado; no necesitaba buscar fuera de sí misma… nada.

No era justo que la gente fuera y cambiara mientras él les daba la espalda estando muerto. Cambiar sin avisar, sin pedir permiso siquiera. Lloraría la pérdida, aunque…
la perdiste hace años. Este cambio se ha estado gestando desde siempre. Simplemente eres patológicamente incapaz de admitir la derrota
. Era una cualidad útil, a veces, en un líder militar. Era un coñazo total para un amante, o posible amante.

Pero, mientras se preguntaba por qué se molestaba, Miles se atuvo con ellos a las formas Vor adecuadas. Cada uno se arrodilló ante él para colocar sus manos entre las suyas. Volvió las palmas hacia fuera y contempló las largas y delgadas manos de Elena aletear como pájaros, libres de alguna jaula.
No sabía que te había aprisionado, mi primer amor. Lo siento

—Bueno, os deseo todo lo mejor —continuó Miles, mientras Elena se levantaba y cogía la mano de Baz. Consiguió hacer un guiño—. Ponedle al primero mi nombre, ¿eh?

Elena sonrió.

—No creo que le guste. ¿Milesanna? ¿Milesia?

—Milesia parece una enfermedad —admitió Miles, sorprendido—. En ese caso, no lo hagáis. No quiero que crezca odiándome
in absentia
.

—¿Cuándo podremos irnos? —preguntó Elena—. Nos hallamos entre contratos. La Flota debe desembarcar de todas formas.

—Todo está en orden en Ingeniería y Logística —añadió Baz—. Para variar, no hay reparación de daños tras la misión.

¿Retrasos?
No. Hagámoslo rápido
.

—Muy pronto, espero. Tendré que notificárselo a la capitana Quinn, naturalmente.

—Comodoro Quinn —asintió Elena—. Le gustará cómo suena.

Le dio a Miles un abrazo de despedida muy poco militar. Él permaneció quieto, tratando de aspirar el último aroma suyo, mientras la puerta se cerraba tras ellos.

Quinn atendía sus deberes abajo, en Amanecer Zoave; Miles dejó ordenes para que se presentara ante él tras su regreso al
Peregrine
. Mientras la esperaba, recuperó en su comuconsola las listas de personal de la Flota Dendarii y estudió los sustitutos propuestos por Baz. No había ningún motivo para que no sirvieran. Asciende a este hombre aquí, mueve a ése y a ése para cubrir los agujeros… No estaba traumatizado por aquello, quiso convencerse. Había límites incluso para su capacidad de autoconvencerse, después de todo. Estaba un poco desequilibrado, tal vez, como un hombre acostumbrado a apoyarse en un bastón decorativo que le quitan de repente. O un espadín, como el del viejo comodoro Koudelka. De no ser por su pequeño problema médico privado, tendría que reconocer que la pareja había escogido bien su momento, desde el punto de vista de la Flota.

Quinn apareció por fin, esbelta y fresca, con su uniforme gris, llevando un maletín de documentos con cierre de código. Como estaban solos, lo saludó con un beso que él devolvió con interés.

—La Embajada barrayaresa te envía esto, amor. Tal vez un regalo de Feria de Invierno del tío Simon.

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