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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (54 page)

BOOK: Recuerdos
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—¿Sabes lo que ha estado pasando en tu habitación de invitados?

Miles gruñó y se pasó las manos por el cabello; indicó a Ivan que se callara, trató de recordar la brillante manera en que iba a terminar aquel párrafo, no lo consiguió, se rindió y apagó la comuconsola.

—No hace falta gritar.

—No estoy gritando —dijo Ivan—. Estoy siendo firme.

—¿Podrías por favor ser firme a un volumen un poco más bajo?

—No. ¡Simon Illyan se está acostando con mi madre, y es culpa tuya!

—Yo… no creo que lo sea.

—Está sucediendo en tu casa, al menos. Eres de algún modo responsable de las consecuencias.

—¿Qué consecuencias?

—¡No sé qué consecuencias! No sé qué demonios se supone que debo hacer. ¿Debería empezar a llamar papá a Illyan, o desafiarlo a un duelo?

—Bueno… podrías empezar considerando la posibilidad de que no es asunto tuyo. Son adultos, según creo.

—¡Son viejos, Miles! Es, es, es… indigno. O algo así. Escandaloso. Ella es alta Vor, y él, él… es Illyan.

—Una clase propia. —Miles sonrió—. Si yo fuera tú, no esperaría un gran escándalo. Me dio la impresión de que eran, um, razonablemente discretos. Tu madre lo hace todo con buen gusto. Además, siendo ella quien es, y siendo él quien es, ¿se atrevería alguien a hacer comentarios?

—Es embarazoso. Después de la ceremonia de compromiso de Gregor, y antes de que empiecen a preparar la boda, mi madre me ha dicho que van a tomarse unas vacaciones en la costa sur durante medio mes. Juntos. En una especie de complejo turístico de clase media del que nunca he oído hablar, y que Illyan escogió porque tampoco había oído hablar de él y cualquier sitio que nunca hubiera llamado la atención de SegImp le pareció bien. Ella dice que después del compromiso quiere tumbarse en la playa en una hamaca al sol todo el día y no hacer nada, y beber esas repugnantes bebidas con la fruta pinchada en un palito, y por la noche, dijo, seguro que ya se le ocurriría algo. ¡Santo Dios, Miles, mi propia madre!

—¿Cómo piensas que se convirtió en madre tuya? Entonces no tenían replicadores uterinos en Barrayar.

—Eso fue hace treinta años.

—Tiempo más que suficiente. La costa sur, ¿eh? Parece… relajante. Completamente plácido, de hecho. Cálido.

Nevaba en Vorbarr Sultana esa mañana. Tal vez consiguiera persuadir a Illyan para que le dijera el nombre del lugar, y una vez que se hubiera quitado de encima ese maldito informe… pero Miles no tenía a nadie con quien irse de vacaciones excepto a Ivan, allí presente, y no era lo mismo.

—Si realmente te molesta, creo que deberías hablar con mi madre.

—Lo intenté. Es betana. Lo encuentra magnífico. Bueno para el sistema cardiovascular y la producción de endorfinas y todo eso. Ahora que lo pienso, probablemente mi madre y ella lo planearon juntas.

—Posiblemente. Míralo por el lado bueno. Es muy posible que tía Alys esté tan preocupada con su propia vida amorosa que no le quede tiempo para tratar de arreglar la tuya. ¿No es lo que siempre has dicho que querías?

—Sí, pero…

—Piénsalo. Este último mes, ¿te ha dado mucho la lata para que cortejes a las muchachas adecuadas?

—Este mes… todos hemos estado muy ocupados.

—¿Cuántas pedidas de mano, bodas o venidas al mundo de los hijos de sus amistades ha descrito con detalle?

—Bueno… ninguna, ahora que lo mencionas. Excepto la de Gregor, claro. Jamás había pasado tanto tiempo sin mencionarme las estadísticas de natalidad de los altos Vor. Incluso cuando estaba de servicio en nuestra embajada en la Tierra se apañaba para enviar mensajes dos veces al mes.

—Mira lo que sales ganando, Ivan.

Ivan torció la boca.

—Fruta —murmuró—. En esos palitos.

Miles tardó una hora entera en recuperar su concentración después de librarse de Ivan. Aprovechó la interrupción para llamar al doctor Chenko en MilImp, y finalmente formalizó una cita para calibrar el aparato de control de ataques. Chenko parecía bastante ansioso por averiguar si funcionaría. Miles trató de no sentirse como una enorme rata de laboratorio bípeda.

Se estaba preparando para salir de la Residencia Vorkosigan camino de aquella cita a la tarde siguiente cuando se encontró con Illyan, que entraba. Nevaba y los copos blancos se pegaban a la chaqueta de civil de Illyan y cubrían su escaso cabello. Tenía la cara colorada por el frío, y feliz. Al parecer, iba solo.

—¿Dónde has estado? —preguntó Miles. Torció el cuello cuando se cerró la puerta, pero no vio a Lady Alys, ni a un guardia, ni a ningún otro acompañante que se marchara.

—Dando un paseo por la ciudad.

—¿Solo? —Miles trató de que la alarma no se notara en su voz. Después de todo aquello, perder al hombre y tener que alertar a la guardia municipal para encontrarlo deambulando asustado o perdido en algún rincón de la ciudad…—. Parece que has conseguido volver sin problemas.

—Sí. —Illyan sonrió claramente. Tendió la mano y mostró el holocubo que llevaba—. Tu madre me dio un mapa. Contiene los continentes Norte y Sur y todas las islas pobladas, cada ciudad y pueblo y calle y cadena montañosa hasta una escala de un metro. Ahora, cada vez que me pierda encontraré el camino de vuelta.

—La mayoría de la gente usa mapas, Simon.

¡Soy un idiota! ¿Por qué no pensé en eso antes?

—Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que necesité uno que ni siquiera se me ocurrió. Es como un chip eidético que puedes llevar en la mano. Incluso me enseña cosas que no sabía antes. ¡Maravilloso!

Se desabrochó la chaqueta y sacó un segundo aparato de un bolsillo interior: un archivador audionotas de negocios, obviamente de la mejor calidad.

—También me dio esto. Da automáticamente referencias de todo según la palabra clave. Rudimentario, pero perfectamente adecuado para el uso ordinario. Es casi una memoria protésica, Miles.

Resultaba que el hombre ni siquiera había tenido necesidad de tomar notas en los últimos treinta y cinco años. ¿Qué iba a descubrir a continuación, el fuego? ¿La escritura? ¿La agricultura?

—Lo único que tienes que recordar es dónde lo pones.

—Estoy pensando en encadenármela al cinturón. O posiblemente alrededor del cuello. —Illyan empezó a subir las escaleras hacia la suite de invitados, riéndose entre dientes.

A la noche siguiente, Miles interrumpió su trabajo casi terminado en la comuconsola para asistir a una tranquila cena en casa: sólo él, la condesa e Illyan. Pasó la primera parte de la comida negando firmemente las claras insinuaciones de la condesa de que quizás a Ma Kosti le interesaría emigrar a Sergyar, en cuyo caso sin duda podría encontrarle un puesto de trabajo entre el personal de la casa del virrey.

—Nunca dejará Vorbarr Sultana mientras su hijo esté destinado aquí —aseguró Miles.

La condesa pareció reflexionar.

—Si el cabo Kosti fuera trasladado a Sergyar…

—Nada de peleas sucias —dijo él rápidamente—. Yo la encontré primero, es mía.

—Era una idea. —Le sonrió afectuosamente.

—Hablando de Sergyar, ¿cuándo va a llegar papá?

—El día después de la ceremonia de compromiso. Nos marcharemos juntos poco después. Regresaremos para la boda en verano, por supuesto. Me encantaría quedarme más tiempo, pero es necesario que volvamos a la Colonia Caos. Cuanto más corta sea su estancia en Vorbarr Sultana, menos probable será que sus antiguos camaradas políticos le encarguen nuevos trabajos. Sergyar tiene una ventaja: les cuesta mucho trabajo llegar hasta allí. Sigue apareciendo uno cada mes, lleno de ideas sobre cosas que Aral podría hacer en su inexistente tiempo libre, y tenemos que darle de comer y beber y mostrarle amablemente el camino de la puerta. —Sonrió invitadora—. Tendrías que venir a visitarnos pronto. Es perfectamente seguro. Ahora tenemos un tratamiento efectivo para esos repulsivos gusanos ¿sabes?, mucho mejor que la antigua solución quirúrgica. Hay tanto que ver y hacer… Sobre todo que hacer.

Había algo universal, reflexionó Miles, en la siniestra luz que brillaba en los ojos de una madre con una larga lista de tareas en la mano.

—Ya veremos. Espero tener terminada mi intervención como Auditor dentro de unos cuantos días. Después… no estoy seguro de qué voy a hacer.

Siguió un breve silencio mientras todo el mundo se dedicaba con fruición al postre. Por fin Illyan se aclaró la garganta y anunció a la condesa:

—He firmado el contrato de mi nuevo apartamento hoy mismo, Cordelia. Podré ocuparlo mañana.

—Oh, espléndido.

—Quiero dar las gracias a ambos, sobre todo a Miles, por su hospitalidad. Y su ayuda.

—¿Qué apartamento? —preguntó Miles—. Me temo que llevo una semana viviendo dentro de mi comuconsola.

—Cierto. Lady Alys me ayudó a encontrarlo.

—¿Está en su edificio?

Era un lugar muy exclusivo. ¿Podría permitírselo Illyan? Aunque ahora que lo pensaba, media paga de vicealmirante era medio decente, pero habría amasado unos considerables ahorros a estas alturas dada la forzosa sencillez de su vida anterior, dedicada al trabajo.

—Pienso que supondré una amenaza menor para mis vecinos que antes, pero por si algún viejo enemigo tiene mala puntería… está a un par de calles de la de ella. Podría no ser mala idea dejar correr unos cuantos rumores de que estoy más incapacitado mentalmente de lo que estoy. Eso me convertirá en un blanco menos atractivo.

—¿No crees que podrías continuar sirviendo a SegImp, si no como jefe… bueno, no sé, como asesor o algo?

—No. Ahora que mi, um, peculiar asesinato ha sido resuelto, me marcho. No pongas esa cara de sorpresa, Miles. Cuarenta y cinco años de servicio imperial no pueden considerarse una carrera truncada trágicamente.

—Supongo que no. Gregor te echará de menos. Todos lo haremos.

—Oh, espero no irme muy lejos.

Miles terminó su informe la tarde siguiente, incluidos la guía de contenidos y el índice de referencias cruzadas; se acomodó ante su comuconsola y se desperezó. Era todo lo completo que había podido y tan directo como le permitía su indignación por el delito cometido. Sólo ahora advirtió, al contemplar el producto final, cuánto más jabón solía poner en sus informes de campo Dendarii para que los Dendarii y el almirante Naismith parecieran buenos y asegurarse de que siguieran disponiendo de fondos y misiones. Había una seca serenidad en no tener que darle la menor importancia a cómo era el Lord Auditor Vorkosigan, cosa que disfrutó.

El informe era para que Gregor lo viera primero, pero no solamente para él. Miles había estado en la situación opuesta: había tenido que diseñar misiones Dendarii basándose en informes ambiguos o incompletos. Estaba decidido a que ningún pobre idiota que tuviera que hacer uso práctico de ese informe acabara más tarde maldiciéndolo con tanta frecuencia como él había maldecido a otros.

Introdujo la versión final en una tarjeta de códigos y llamó al secretario de Gregor para fijar una cita formal a la mañana siguiente y entregárselo al Emperador, junto con su cadena y su sello. Luego se levantó para dar un paseo por la Residencia Vorkosigan que le desentumeciera los músculos, con intención de comprobar su volador. Chenko había prometido la instalación quirúrgica de su aparato de control de ataques para el día siguiente por la tarde. Martin, cuyo esperado cumpleaños le había pasado por alto durante la reciente crisis, había retrasado su solicitud de ingreso en el Servicio Imperial un par de semanas más para evitar que Miles tuviera que traer a un conductor en el ínterin. Pero Miles sabía lo ansioso que estaba el muchacho por marcharse.

Illyan se había ido con Lady Alys esa mañana, llevándose sus escasas pertenencias, y el personal de la condesa había devuelto a la suite de invitados su aspecto original, algo estéril. Miles la recorrió, para asomarse al jardín trasero nevado y alegrarse de no estar congelado en una criocámara. Aquellas habitaciones eran las más espléndidas de la Residencia Vorkosigan: tenían las mejores ventanas con diferencia. Miles las recordaba de la época de su abuelo, llenas de recuerdos militares, con el formidable olor de los libros viejos, el cuero gastado, y con el propio anciano. Contempló el limpio vacío de la suite.

—¿Por qué no? —murmuró, y luego en voz alta—: ¿Por qué demonios no?

Su madre lo encontró media hora más tarde dirigiendo una apresurada tropa formada por Martin y la mitad de sus sirvientes. Traían desde la otra ala todas las posesiones de Miles y las distribuían por el baño, el dormitorio, el salón y el estudio, siguiendo las indicaciones, algo imprecisas, del interesado.

—Miles, amor, ¿qué estás haciendo?

—Me quedo con las habitaciones del abuelo. Nadie más las está usando ahora. ¿Por qué no?

Esperó un poco nervioso a que ella pusiera alguna objeción mientras preparaba mentalmente sus argumentos defensivos.

—Oh, buena idea. Ya era hora de que salieras de esa habitacioncita de arriba. Llevas allí desde los cinco años, por el amor de Dios.

—Eso… es lo que pensé.

—La escogimos porque Illyan calculó que tenía el ángulo más dificultoso para que nadie tratara de colar un proyectil por la ventana.

—Ya veo. —Se aclaró la garganta, envalentonado—. Pienso ocupar todo el primer piso, el Salón Amarillo, las otras habitaciones de invitados y todo eso. Podría… entretenerme, invitar a gente, algo.

—Puedes tener toda la mansión, cuando nos marchemos a Sergyar.

—Sí, pero quiero un espacio incluso cuando estéis aquí. Nunca lo necesité antes. No estaba aquí.

—Lo sé. Ahora tú estás aquí y yo no. La vida es así de extraña en ocasiones.

Se marchó, canturreando.

Con tantos porteadores, la mudanza sólo duró una hora. Esparcida en un área más razonable, su vida componía una fina capa. Había al menos una tonelada métrica de posesiones del almirante Naismith con la Flota Dendarii que Miles supuso tendría que recuperar algún día. Después de todo, no era probable que nadie fuera a usar su ropa o su armadura espacial. Deambuló, ordenando las cosas, tratando de imaginar cómo usarlas. El espacio era maravillosamente holgado. Se sintió identificado con aquellas plantas que esperaban demasiado tiempo a ser trasladadas a macetas más grandes… aunque no planeaba vegetar exactamente. Quinn, criada en el espacio, podría llamarlo un comepolvo. Quinn estaría… medio en lo cierto.

Le debía un mensaje. Le debía varios, y una disculpa por haber ignorado sus quejas más recientes dada la precipitación de los últimos acontecimientos. Se sentó ante su comuconsola recién instalada. Las luces de la ciudad se reflejaban sobre el cielo nublado en una bruma ámbar. El jardín, visto desde la amplia ventana del estudio, estaba luminoso y suave en la noche nevada.

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