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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (52 page)

BOOK: Recuerdos
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—Maldición, Vorkosigan, ¿dónde has estado todo este tiempo?

—Ah… —Miles acarició su cadena de Auditor, para recordarle a Galeni que aún estaba de servicio.

—Maldición, milord Auditor, ¿dónde demonios has estado todo este tiempo? —insistió Galeni—. Anoche dijiste que vendrías. Pensaba que ibas a dejarme salir. Luego no supe qué demonios pensar. Voy a dejar esta jodida y estúpida organización paranoica en cuanto salga de esta jaula de ratas. Se acabó.

Allegre dio un respingo. Delia tocó la mano de Galeni; éste cogió la suya y su ardiente furia se redujo visiblemente a un claro mal humor.

Bueno, sufrí un ataque, y luego tuve que descubrir cómo había manipulado Haroche el informe de la comuconsola, y después tuve que sacar a Weddell de su laboratorio en el Instituto Imperial de Ciencia, y tardó una eternidad, y no me atrevía contactar con nadie a través de comuconsola desde la Residencia Vorkosigan; tuve que ir en persona y…

—Sí. Lo siento. Me temo que tardé todo el día en reunir las pruebas para liberarte.

—Miles… —dijo Illyan—, han pasado sólo cinco días desde que se descubrió que era sabotaje. Vas a tardar más en terminar tu informe de Auditor que en resolver el caso.

—Informes —suspiró Miles—. Puaff. Pero verás, Duv, no era suficiente con que ordenara tu liberación. Me habrían acusado de favoritismo.

—Es cierto —murmuró Ivan.

—Al principio pensé que Haroche era torpe por haberte detenido en la Residencia Imperial delante de tanta gente. Ja. Él no. Estaba maravillosamente estudiado hacerlo así para destruir tu reputación. Después de todo, ni la liberación ni la absolución por falta de pruebas habría eliminado las sospechas de la mayoría de la gente. Tuve que encontrar al verdadero culpable. Era el único camino.

—Ah… —Galeni bajó las cejas—. Miles, ¿quién era el verdadero culpable?

—Oh, ¿no se lo has dicho? —le preguntó Miles a Delia.

—Me ordenaste que no dijera nada hasta que hubieras terminado —protestó ella—. Acabamos de salir de esa terrible celda.

—No son tan terribles como las antiguas celdas —objetó suavemente Illyan—. Las recuerdo. Pasé un mes arrestado en una de ellas, hace trece años. —Dirigió a Miles una sonrisa ligeramente amarga—. Por algo sobre el ejército privado del hijo del Lord Regente, y cierta acusación de traición.

—Con todas las cosas que has olvidado, podrías haber olvidado también eso —murmuró Miles.

—No ha habido tanta suerte —respondió Illyan, también en un susurro—. Poco después hice que las convirtieran en sala de almacenamiento de pruebas y mandé construir la nueva zona de detención. Las celdas son mejores. Por si acababa en alguna de ellas otra vez.

Galeni miró a Illyan.

—No conocía esa historia.

—Mucho más tarde llegué a considerarlo una experiencia enriquecedora. Después me dio por pensar que todos los oficiales de SegImp debían pasar por algo parecido, por el mismo motivo que todo médico debería ser paciente por una vez. Te da una visión mejor.

Galeni guardó silencio un instante, obviamente asimilando todo aquello. Su peligroso aire de furia casi se había disipado por completo. Ivan suspiró interiormente. Allegre dirigió una agradecida sonrisa a Illyan y se colocó en segundo plano.

—Fue Haroche —añadió Miles—. Quería un ascenso.

Galeni alzó las cejas; se volvió hacia el general Allegre, quien asintió.

—En cuanto se descubrieron esos procariotas biofabricados —continuó Miles—, Haroche perdió su oportunidad de que su sabotaje pasara inadvertido, cosa que, estoy seguro, era su primera idea. En ese punto, necesitaba un chivo expiatorio. No tenía que ser perfecto, mientras pudiera generar suficiente bruma para justificar cerrar una investigación para abrir otra. Yo no le caía bien, tú tenías el perfil adecuado, encontró un modo de acabar con los dos a la vez. Lamento no haber permitido que Delia te informara, pero arrestar al jefe en funciones de SegImp en medio del cuartel general era un poquito arriesgado. No quería hacer ninguna promesa hasta estar seguro del resultado.

Galeni abrió unos ojos como platos.

—Olvida… lo que te he dicho.

—¿Incluida la renuncia a su puesto? —preguntó Allegre ansioso.

—Yo… no lo sé. ¿Por qué a mí? Nunca creí que Haroche tuviera prejuicios especiales contra los komarreses. ¿Cuánto tiempo voy a tener que chapotear en esta mierda? ¿Qué más quieren que haga para demostrar mi lealtad?

—Supongo que chapoteará en ella durante el resto de su vida —respondió Illyan con gravedad—. Pero cada komarrés que le siga tendrá menos mierda con la que tratar, gracias a usted.

—Has llegado tan lejos —suplicó Miles—. No dejes que una cucaracha como Haroche eche a perder tus sacrificios. El Imperio necesita tu visión de las cosas. SegImp sobre todo necesita tu visión de las cosas, porque parte de su trabajo es dar al Gobierno imperial su imagen del mundo. Si le suministramos la verdad, tal vez tengamos una leve oportunidad de obtener un buen juicio de ella. No hay ninguna maldita posibilidad si es al contrario, eso seguro.

Allegre secundó esto asintiendo.

—Además… —Miles miró a Delia, que escuchaba todo aquello profundamente alarmada—, Vorbarr Sultana es un puesto muy apetecible para un oficial ambicioso. Mira a toda la gente que se puede conocer aquí, para empezar. Y las oportunidades. —Ivan asintió vigorosamente; Miles continuó—. Um… no es que quiera interferir en los asuntos internos de SegImp ni nada de eso, pero creo que el departamento de Asuntos Komarreses va a necesitar un jefe muy pronto —miró a Allegre—, ya que el antiguo está a punto de heredar un trabajo mucho peor.

Allegre pareció sorprendido, luego reflexivo.

—¿Un komarrés, jefe de Asuntos Komarreses?

—Radical —comentó Miles—, pero quizá funcione.

Tanto Allegre como Illyan le dirigieron la misma mirada. Miles se calló.

—Además —continuó Allegre—, creo que se precipita usted un poco, Lord Vorkosigan. No es seguro en modo alguno que Gregor vaya a confirmarme como jefe permanente de SegImp.

—¿Quién más hay? —Miles se encogió de hombros—. Olshansky no está todavía suficientemente maduro, y al jefe de Asuntos Galácticos le gusta mucho su trabajo, gracias. Con este matrimonio imperial que se nos avecina, por fin, yo diría que su enorme experiencia en asuntos komarreses le hace casi ideal para el puesto.

—Sea como fuere —Allegre parecía un poco atemorizado; ¿empezaba a captar todas las implicaciones?—, eso es cosa de mañana. Ya he tenido suficiente por hoy. Caballeros, si me disculpan. Creo que será mejor que empiece con un rápido registro del despacho de Haroche… de Illyan… o de quien sea que esté apuntado en el archivo de la comuconsola de arriba. Y… y que convoque una reunión de los jefes de departamento, para anunciarles los, um, acontecimientos. ¿Alguna sugerencia, Simon?

Illyan negó con la cabeza.

—Adelante. Lo harás bien.

—Duv —Allegre se dirigió a Galeni—, por lo menos vaya a casa y cene, y descanse toda la noche antes de tomar ninguna decisión importante. ¿Me lo promete?

—Muy bien, señor —dijo Galeni sin ninguna inflexión. Delia le apretó la mano. Miles advirtió que no había soltado la de ella en todo el tiempo que habían permanecido allí de pie charlando. No iba a arriesgarse a perder a ésta. En cuanto se relajara un poco, tal vez se daría cuenta de que iban a hacer falta al menos cuatro hombretones con tractores de mano para que ella le soltara el brazo. Cuatro hombretones temerarios. Ivan, que por fin se dio cuenta del giro de los acontecimientos, frunció brevemente el ceño.

—¿Desea informar primero a Gregor, milord Auditor, o lo hago yo? —añadió Allegre.

—Yo me encargaré. Pero debe presentarse a él en cuanto haya resuelto la situación arriba.

—Sí. Gracias. —Intercambiaron breves saludos, y Allegre se marchó.

—¿Vas a llamar a Gregor ahora? —preguntó Galeni.

—Desde aquí mismo. Es urgente que le haga saber qué ha sucedido, ya que no pude darle ninguna indicación antes. El despacho del jefe de SegImp controla todas sus comunicaciones.

—Cuando lo hagas… —Galeni miró a Delia, y otra vez a él, aunque volvió a apretar su presa sobre la mano de ella—, ¿quieres asegurarte de… quieres por favor pedirle que se asegure de decirle a Laisa que no soy ningún traidor?

—Será lo primero que haga —prometió Miles—. Tienes mi palabra.

—Gracias.

Miles mandó a un guardia para asegurarse de que Galeni y Delia llegaban a la puerta de salida sin ningún acoso de último momento, y permitió a Delia que pidiera a Martin que los llevara en el vehículo de tierra al cercano apartamento de Galeni.

Él se quedó con Ivan después de rechazar su ingenua oferta de acomodar a Duv y llevar a Delia a su casa recalcando que el vehículo de Ivan estaba todavía aparcado en el cuartel general de Operaciones. Luego hizo que el oficial de guardia se levantara de su comuconsola y ocupó su puesto. Illyan se sentó en otra para mirar. Miles introdujo una tarjeta-código concreta en el lector.

—Sire —dijo Miles formalmente cuando la parte superior del cuerpo de Gregor apareció sobre la placa vid. El Emperador se limpiaba la boca con una servilleta.

Gregor alzó las cejas ante tanto protocolo; Miles disponía de toda su atención.

—Sí, milord Auditor. ¿Progresos? ¿Problemas?

—He terminado.

—Santo Dios. Ah… ¿te importaría ser más preciso?

—Todos los detalles aparecerán en mi informe —Miles miró a Illyan—; pero, en resumen, hace falta un jefe provisional de SegImp. El culpable nunca fue Galeni. Fue el propio Haroche. Me di cuenta de que las cápsulas del procariota tenían que estar atrapadas en los filtros de aire.

—¿Lo confesó él?

—Mejor. Lo capturamos tratando de cambiar el filtro de su antiguo despacho, que fue donde aparentemente suministró la dosis a Illyan.

—Yo… entiendo que este suceso no se produjo por casualidad.

Miles compuso una sonrisa lobuna.

—«La casualidad favorece a la mente preparada» —recitó—, como dijo alguien. No. Nada de casualidades.

Gregor se echó hacia atrás en su asiento. Parecía muy preocupado.

—Me ha dado su informe diario de SegImp en persona esta misma mañana, y todo el tiempo, sabía… casi estaba a punto de confirmarlo como jefe permanente.

Miles hizo una mueca.

—Sí. Y habría sido un buen jefe, o casi. Mira, um… le prometí a Duv Galeni que te pediría que le dijeras a Laisa que no era ningún traidor. ¿Cumplirás mi palabra?

—Por supuesto. La escena de anoche la preocupó hondamente. Las explicaciones de Haroche nos sumieron a todos en dolorosas dudas.

—Lucas siempre fue sibilino —murmuró Illyan.

—¿Por qué lo hizo? —inquirió Gregor.

—Tengo un montón de preguntas que aún quiero responder antes de sentarme a redactar mi informe —dijo Miles—, y casi todas ellas comienzan por por qué. Es la pregunta más interesante de todas.

—Y la más difícil de contestar —terció Illyan—. Dónde, qué, cómo, quién, para todas ésas al menos podía a veces encontrar respuesta en las pruebas físicas. Por qué era casi siempre una pregunta teológica, y a menudo escapaba a mi capacidad.

—Hay muchas cosas que sólo sabe Haroche. Pero no podemos usar pentarrápida con el hijo de puta, ésa es la pena. Creo… que le sacaremos algo si lo golpeamos esta noche, cuando aún está desequilibrado. Mañana habrá recuperado su enorme capacidad y exigirá un defensor militar, y nos plantará cara. No… a nosotros no. Está claro que me odia a muerte, aunque, una vez más, por qué… Simon, ¿puedes…? ¿Estás dispuesto a dirigir un interrogatorio por mí?

Illyan se pasó la mano por el rostro.

—Puedo intentarlo. Pero si estaba dispuesto a eliminarme, no veo por qué no estará dispuesto a soportar cualquier presión moral que yo ejerza.

Gregor estudiaba sus manos, entrelazadas ante su comuconsola; luego alzó la cabeza.

—Esperad —dijo—. Tengo una idea mejor.

27

—¿De verdad tengo que ver esto? —murmuró Ivan al oído de Miles, mientras su pequeño grupo recorría el vigilado pasillo hacia la celda de Haroche—. Promete ser bastante desagradable.

—Sí, por dos motivos. Has sido mi testigo oficial todo el tiempo, y sin duda tendrás que testificar bajo juramento más tarde, y ni Illyan ni yo somos físicamente capaces de vencer a Haroche si decide enfurecerse.

—¿Esperas que lo haga?

—No… en realidad, no. Pero Gregor piensa que la presencia de un guardia regular (uno de los antiguos hombres del propio Haroche) inhibiría su, um, franqueza. Tranquilo, Ivan. No tienes que hablar, sólo escuchar.

—Cierto.

El guardia de SegImp abrió la puerta de la celda y se retiró respetuosamente. Miles entró primero. Las nuevas celdas de detención de SegImp no eran exactamente espaciosas, pero las había visto peores; tenían cuarto de baño individual, aunque vigilado. Sin embargo, la celda seguía oliendo a prisión militar: lo peor de ambos mundos. Dos camastros cubrían un lado de la estrecha cámara. Haroche se hallaba sentado en uno de ellos, todavía con los pantalones y la camisa de uniforme que llevaba hacía apenas una hora, pues todavía no lo habían degradado a la blusa y los pantalones de pijama naranja de prisionero. Pero no llevaba túnica ni botas e iba sin ningún signo de su rango ni llevaba los ojos plateados. Miles notó la ausencia de aquellos ojos, como dos cicatrices ardientes en el cuello de Haroche.

El rostro del prisionero, cuando alzó la cabeza y vio a Miles, era cerrado y hostil. Ivan entró en la celda y se colocó junto a la puerta, presente pero despegado. Cuando Illyan entró, la expresión de Haroche se volvió cohibida y aún más cerrada, y Miles recordó de pronto que la raíz de «mortificación» era «muerte».

Sólo cuando entró el Emperador Gregor, alto y grave, el rostro de Haroche se descontroló. La sorpresa y la desazón dieron paso a un destello de clara angustia. Tomó aire y trató de parecer frío e inflexible, pero sólo consiguió parecer helado. Se puso en pie (Ivan se tensó); pero sólo pudo decir «Sire» con voz cascada. No tenía suficiente valor (ni tenía sentido) para saludar a su comandante en jefe dadas las circunstancias. No era probable que Gregor le devolviera el saludo.

El Emperador indicó a sus dos hombres de armas que esperaran fuera. Miles no esperaba que eso resultara muy útil si Haroche iniciaba algún tipo de ataque contra Gregor, pero al menos podría interponerse él mismo entre los dos hombres. Cuando Haroche ya lo hubiera matado llegarían los refuerzos. La puerta de la celda se cerró. A Miles le pareció notar la presión en los oídos, como una compuerta. El silencio y la sensación de aislamiento allí dentro eran profundos.

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