—No se me ocurre nadie a quien quiera más presente en mi boda que ellos, excepto tú —dijo Gregor—. Confío en que seas mi padrino.
Igual que en un duelo.
—Claro. Uh… ¿cuál es el calendario previsto para el espectáculo?
Gregor se desanimó un poco.
—Al parecer Lady Alys tiene las ideas muy claras sobre este punto. Yo quería la ceremonia de compromiso inmediatamente, pero ella insistió en que no se anunciara hasta después de su regreso de Komarr. Voy a enviarla para que sea mi Voz ante los padres de Laisa; hay que guardar las formas, ya sabes. Así que la ceremonia de compromiso no será hasta dentro de dos meses. ¡Y la boda no se celebrará hasta dentro de casi un año! Llegamos al acuerdo de comprometernos un mes después de su regreso, y aún estamos discutiendo sobre lo otro. Ella dice que si no doy tiempo a las damas Vor para vestirse adecuadamente nunca me lo perdonarán. No veo por qué necesitan dos meses para vestirse.
—Mm. Si yo fuera tú, le daría rienda suelta en esto. Es capaz de conseguir que la facción conservadora de los Antiguos Vor coma en la palma de su mano sin enterarse siquiera. Lo cual resolvería la mitad de tu problema. Me temo que no puedo hablar por los radicales komarreses.
—Alys opina que deberíamos celebrar dos bodas: una aquí, la otra en Komarr —dijo Gregor—. Un doble suplicio. —Miró hacia su lado, y apretó la mano de Laisa—. Pero merece la pena.
En vista del desafío social que se les presentaba con tan enorme complejidad, los dos parecieron dispuestos a desaparecer.
—Lo haréis muy bien —les aseguró Miles de todo corazón—. Todos ayudaremos, ¿verdad, Ivan?
—Mi madre ya me ha presentado voluntario —admitió Ivan a regañadientes.
—¿Se lo has dicho a, um, Illyan? —preguntó Miles.
—Envié a Lady Alys para que le diera la noticia antes que a nadie —dijo Gregor—. Me llamó para garantizarme su apoyo personal y profesional… Esa frase sobre el apoyo no para de aparecer. ¿Es que parezco a punto de desmayarme? No sé decirte si parecía complacido u horrorizado, pero claro, a veces es difícil interpretar a Illyan.
—No tanto. Supongo que estaría personalmente complacido, y profesionalmente horrorizado.
—Me sugirió que hiciera todo lo posible por acelerar el regreso de tu madre antes del compromiso, para, como él dijo, echar una mano a Lady Alys. No sé si tú podrás ayudarnos con eso, Miles. Es muy difícil separarla de tu padre.
—Lo intentaré. La verdad es que probablemente hará falta un bloqueo de agujero de gusano para mantenerla al margen.
Gregor sonrió.
—Enhorabuena también a ti, Miles. Tu padre necesitó todo un ejército para hacerlo, pero tú has cambiado la historia de Barrayar sólo con una invitación a cenar.
Miles se encogió de hombros.
Dios, ¿todo el mundo me va a echar la culpa de esto? ¿Y de todo lo que siga?
—Tratemos de evitar hacer historia con este asunto, ¿eh? Creo que deberíamos correr un tupido velo.
—De todo corazón —reconoció Gregor. Con un alegre saludo, cortó la comunicación.
Miles apoyó la cabeza sobre la mesa, y gimió.
—¡No es culpa mía!
—Sí que lo es —dijo Ivan—. Todo fue idea tuya. Yo estaba presente cuando se te ocurrió.
—No. Fue tuya. Tú me obligaste antes a asistir a la maldita cena oficial.
—Yo sólo te invité a ti. Tú invitaste a Galeni. Y, de todas maneras, mi madre me obligó a mí.
—Oh. Entonces es culpa suya. Bien. Puedo vivir con eso.
Ivan se encogió de hombros, de acuerdo.
—Bien, ¿no deberíamos brindar por la feliz pareja? Hay cosas en tu bodega con más polvo que un viejo Vor.
Miles se lo pensó.
—Sí. Vamos a explorar.
En la bodega, tras rechazar violentamente la sugerencia de Miles de tomar licor de arce como veneno tras la cena, Ivan añadió temeroso:
—¿Crees que Galeni hará algo que vaya a lamentar? ¿O que lamentemos nosotros?
Miles vaciló un buen rato antes de decir que no.
Ivan no cumplió la amenaza de continuar su acoso en el tema del tratamiento de Miles, o de su falta de tratamiento, porque se vio obligado a ayudar a realizar los preparativos de la partida de Lady Alys para Komarr. Alys hizo una pausa en la Residencia Vorkosigan para descargar varios kilos de referencias históricas sobre anteriores bodas imperiales y dar órdenes a Miles de que se las estudiara. A su regreso, sin duda tendría una larga lista de tareas para todo el mundo, desde Ivan para abajo. Y el siguiente detrás de Ivan era Miles.
Miles hojeó los viejos libros, algo asustado. ¿Cuántas de aquellas polvorientas ceremonias iban a sacar del museo? Habían pasado cuarenta años desde la última boda imperial entre el príncipe Serg de glorioso/dudoso recuerdo y la desdichada princesa Kareen. Ese enlace había sido un circo de proporciones monumentales, y eso que Serg era sólo el heredero, no el Emperador reinante. Sin embargo, Miles suponía que desempolvar las formas Vor contribuía a cimentar su frágil identidad de clase. Quizás una ceremonia bien concebida y dirigida actuara a modo de inmunodepresor social e impidiera que los Vor rechazaran los tejidos komarreses trasplantados. Desde luego, Alys así parecía creerlo, y tenía que saberlo bien; los Vorpatril eran tan antiguos como los propios Vor.
Sombrío, contempló sus futuras tareas. Supuso que ser el padrino del Emperador en su boda era importante política además de socialmente, dado que los dos aspectos solían ir unidos en Vorbarr Sultana, pero seguía haciéndole sentirse tan útil como una estatua de escayola que sostiene una antorcha. Bueno… el deber le había obligado a cumplir tareas mucho más extrañas antes. ¿Preferiría estar limpiando letrinas heladas en el campamento Permafrost? ¿O corriendo por Jackson's Whole un paso por delante de los escuadrones de algún psicótico barón local?
No respondas a eso, chico
.
Lady Alys había encontrado una sustituta temporal como carabina social de Gregor: Drou Koudelka, la esposa del comodoro y madre de Delia. Miles lo descubrió cuando madame Koudelka lo llamó para invitarlo, o más bien para ordenarle que acudiera vestido a la usanza Vor a otra de las meriendas de Gregor. Miles llegó un poco tarde al pórtico este de la Residencia, sólo para encontrarse con una turba de hombres ataviados con el uniforme rojo y azul de gala que se marchaban de alguna ceremonia oficial de la mañana. Se apartó para dejar pasar a los oficiales uniformados, tratando de sacudirse la envidia de la cara.
Un hombre bajaba lenta y cuidadosamente las escaleras, apoyado en la baranda. Miles lo reconoció al instante, y reprimió el impulso de tratar de esconderse tras el seto más cercano. El teniente Vorberg. Nunca había visto al almirante Naismith, sólo a una gastada armadura de combate. Al parecer Gregor había dedicado el día a ceremonias de reconocimiento: una condecoración brillaba en el pecho de Vorberg, la que indicaba que había sido herido sirviendo al Emperador. Miles tenía un frasco medio lleno de medallas similares en un cajón de su casa; Illyan había dejado de concederle más, quizá temiendo que la amenaza de Miles de donarlas todas se hiciera realidad. Pero se notaba que nunca antes Vorberg había sido merecedor de tal honor, pues llevaba la suya con divertida arrogancia.
Miles no pudo evitarlo.
—Ah… ¿Vorberg, verdad? —preguntó cuando el teniente pasaba por su lado.
Vorberg lo miró parpadeando, inseguro, luego su rostro se aclaró.
—¿Vorkosigan, no? Creo que le he visto en el cuartel general de Asuntos Galácticos en Komarr —asintió cordialmente, un correo SegImp y camarada Vor a otro.
—¿Dónde ha conseguido el amuleto de la mala suerte? —Miles señaló el pecho de Vorberg—. ¿O no debería preguntarlo?
—No es un tema tan secreto. Estaba en misión rutinaria… bastante rutinaria, más allá de Amanecer Zoave. Un puñado de malditos piratas capturó la nave en la que iba.
—¡Una de nuestras naves correo! Tendría que haberme enterado de eso. Debe de haber sido un asunto importante.
—Ojalá lo hubiera sido. SegImp habría enviado una fuerza adecuada a rescatarme. Era sólo un carguero comercial con bandera zoavana. Y entonces SegImp, en su infinita sabiduría, y sin duda siguiendo los consejos de los mismos contables rácanos que me enviaron de entrada en esa maldita nave, recurrió a unos mercenarios baratos para rescatarme. Fue una auténtica cagada —bajó la voz en tono confidencial—. Si alguna vez se encuentra en la misma situación, evite a ese grupo de payasos que se hacen llamar Mercenarios Dendarii Libres. Son terribles.
—¿No es ésa su intención?
—No para nuestro bando.
—Oh —alguien tenía que haberle dicho a Vorberg que había sido alcanzado por fuego amigo. La cirujana, probablemente: era incurablemente sincera—. Pero he oído hablar de los Dendarii. Quiero decir que, obviamente, debe haber algún renegado barrayarés en sus filas, o no se habrían puesto el nombre del principal rasgo geográfico de mi distrito. A menos que tuvieran algún pirado por la historia militar a quien le impresionaran las campañas de guerrilla de mi abuelo.
—Su oficial ejecutivo es algún barrayarés expatriado, sí. Lo conocí. Se rumorea que su comandante es betano. Al parecer escapó a la terapia betana.
—Creía que los Dendarii eran buenos.
—No demasiado.
—Está usted aquí, ¿no? —dijo Miles, picado. Se controló—. Entonces… ¿volverá al servicio?
—Voy a dirigir un despacho o algo así en el cuartel general durante un par de semanas, después de esto. —El vago movimiento de cabeza de Vorberg indicó la ceremonia recién concluida—. Papeleo. No sé por qué mis piernas no pueden terminar de curarse mientras viajo, pero evidentemente los médicos opinan que tengo que poder escapar a toda velocidad en caso necesario.
—Esa es la verdad —admitió Miles con tristeza—. Si yo me hubiera movido un poco más rápido… —interrumpió sus palabras.
Por primera vez, Vorberg pareció darse cuenta de que Miles iba vestido de civil.
—¿También está de baja médica?
La voz de Miles se volvió cortante.
—Tengo una licencia médica permanente.
—Oh. —Vorberg tuvo el detalle de parecer cohibido—. Pero… pensaba que tendría una especie de dispensa especial de… um, arriba.
Vorberg podía no saber muy bien quién era Miles, pero sabía exactamente quién era su padre.
—Me excedí. Cortesía de una granada de agujas.
—Uf —dijo Vorberg—. Eso tiene que ser aún más desagradable que el fuego de plasma. Lamento oírlo. ¿Qué planea hacer, entonces?
—La verdad es que no lo sé.
—¿Regresará a su distrito?
—No… Tengo, um, deberes sociales que me retendrán en Vorbarr Sultana durante algún tiempo.
Todavía no se había hecho el anuncio oficial del compromiso de Gregor; sin duda no tardaría en producirse alguna filtración, pero Miles estaba decidido a que no fuera por su causa. El cuartel general de SegImp iba a ser un sitio muy concurrido una vez iniciados los preparativos nupciales. De haber seguido trabajando allí, habría sido un momento adecuado para buscar alguna misión galáctica prolongada y muy lejana. Pero no podía advertir a Vorberg de eso.
—La Residencia Vorkosigan es… suficiente de momento.
—Quizá nos volvamos a ver. Buena suerte.
—Buena suerte a usted también.
Miles le dirigió un saludo de analista, y siguió de largo. Vorberg, por supuesto, no devolvió el saludo a un civil, pero asintió con amabilidad.
El mayordomo de Gregor condujo a Miles a otra fiesta en el jardín, esta vez sin caballo, y no tan íntima. Estaban presentes el conde Henry Vorvolk, amigo íntimo de Gregor, y su esposa, y también una pareja de viejos conocidos del Emperador. La agenda social de la tarde parecía ser presentar a la futura novia al círculo más íntimo de conocidos del Emperador, aparte de la familia adoptiva que componían Alys, Miles e Ivan. Gregor llegó un poco tarde, obviamente tras haberse cambiado el uniforme de gala que lucía en la ceremonia matutina de entrega de condecoraciones.
Drou Koudelka, la madre de Delia, presidía feliz en ausencia de Alys. Había sido la guardaespaldas de Gregor en su infancia, antes de casarse con Koudelka, y también se había encargado de la seguridad de la madre de Miles. Este último se dio cuenta de que Gregor deseaba con toda el alma que Drou y Laisa se llevaran bien.
Gregor no tendría que haberse preocupado. Madame Koudelka, muy experimentada en el círculo social de Vorbarr Sultana, se llevaba bien con todo el mundo. Como observadora próxima a los Vor, aunque no fuera uno de ellos, estaba muy bien situada para dar consejos privados a Laisa, lo cual parecía ser la idea de Gregor.
También Laisa se comportó bien, como de costumbre. Tenía instinto de embajadora, era observadora, y nunca cometía dos veces el mismo error. Dejarla en un suburbio de una ciudad barrayaresa y esperar que sobreviviera quizás habría sido demasiado optimista, pero estaba claro que podría manejar con comodidad las relaciones galácticas de Barrayar.
A pesar de la agenda, Gregor logró quedarse a solas con su prometida durante un ratito, cuando tras una insinuación imperial el grupo se dispersó para dar un paseo por el jardín. Miles escapó con Delia Koudelka para sentarse en un banco que daba a otro sector de los jardines, y contempló el baile de los diligentes invitados que trataban de evitar a Gregor y Laisa en los senderos entrecruzados.
—¿Cómo está tu padre? —le preguntó Miles, cuando se sentaron—. Supongo que tendría que ir a verlo.
—Sí, se preguntaba por qué parecías estar evitándole durante este permiso. Entonces nos enteramos de tu baja médica. Me pidió que te dijera que lo sentía muchísimo. ¿Lo sabías ya la noche que fuimos a la cena oficial? No lo dejaste entrever. Pero no habrá sido una sorpresa para ti.
—Esperaba desesperadamente librarme de eso de algún modo. —No era estrictamente cierto; se limitaba a negarlo por completo, a evitar pensar en ello. Mal error, visto en perspectiva.
—¿Cómo está tu capitán Galeni?
—A pesar de que todo el mundo parece suponer lo contrario, Duv Galeni no es propiedad mía.
Ella arrugó los labios, impaciente.
—Sabes a qué me refiero. ¿Cómo se ha tomado el compromiso de Laisa con Gregor?
Esa noche me di cuenta de que la pretendía.
—No muy bien —admitió Miles—, pero lo superará. Supongo que la cortejaba demasiado despacio. Ella debió decidir que no estaba interesado.
—Tiene que ser un cambio agradable ya no tener a los patanes encima todo el rato —suspiró Delia.