Cortó la comunicación.
Miles se quedó contemplando la placa vid vacía. Ivan tenía razón. No había hecho nada por conseguir una cura desde que lo habían despedido.
Una vez liberado de su necesidad de secretos para SegImp, ¿por qué no había tratado el desorden de los ataques, acabando con él, destrozándolo, o al menos presionando a algún infeliz médico con tanta dureza como había dirigido a los Mercenarios Dendarii para que completaran con éxito sus misiones?
Para ganar tiempo
.
Sabía que era la respuesta correcta, pero sólo aumentó su desconcierto.
Tiempo, ¿para qué?
Mantenerse en una baja médica autoimpuesta le permitía evitar enfrentarse a ciertas desagradables realidades. Como la noticia de que sus ataques no tenían cura, y enterarse de que la muerte de la esperanza era permanente y real; ninguna criorresurrección para aquel cadáver, sólo un cálido y putrefacto entierro.
¿Sí? ¿De veras?
O… ¿era que tenía miedo de que su cabeza pudiera ser arreglada, y de verse luego obligado lógicamente a unirse a los Dendarii y escapar? De vuelta a su vida real, la que tenía lugar en la lejana, lejanísima noche galáctica, escapando de todas las pequeñas preocupaciones de los comedores de polvo. De vuelta a las heroicidades como modo de vida.
Mucho miedo
.
¿Había perdido el valor, después de aquel horrible episodio con la granada de agujas? Tenía un claro destello en su memoria de la extraña visión de su pecho estallando hacia fuera en un chorro rojo, y de un dolor inconmensurable, y de una desesperación inenarrable. Ese dolor había persistido durante semanas, sin escapatoria. Volver a ponerse el traje para salir con el escuadrón a rescatar a Vorberg había sido duro, sin duda, pero lo había hecho todo bien hasta el ataque.
Así que… ¿era todo el asunto, de cabo a rabo, desde el ataque a la falsificación a la expulsión, un baile arriesgado para evitar tener que mirar de nuevo la peligrosa boca de un lanzador de granadas de aguja, sin tener que decir en voz alta dimito?
Demonios, por supuesto que tenía miedo. Tendría que ser un jodido idiota para no tenerlo. Le pasaba a todo el mundo. Pero él ya había probado la muerte. Sabía lo mala que era. Morir dolía. La muerte era simplemente nada, algo que cualquier hombre cuerdo tenía que evitar. Sin embargo, él había vuelto. Había vuelto todas las otras veces, también, después de las pequeñas muertes; sus piernas aplastadas, sus brazos aplastados, las muchas heridas que habían dejado un mapa de finas cicatrices blancas por todo su cuerpo, de la cabeza a los pies. Una y otra vez y otra vez más. ¿Cuántas veces tenías que morir para demostrar que no eras un cobarde? ¿Cuánto dolor se te obligaba a padecer para aprobar el curso?
Ivan tenía razón. Siempre había encontrado un medio para rebasar la muralla. Se planteó todas las posibilidades. Supongamos que conseguía que le arreglaran la cabeza, aquí o en Komarr o en Escobar, no importaba dónde. Y supongamos que se marchaba, y SegImp decidía no asesinar a su Vor renegado, y conseguían establecer un acuerdo no verbal para ignorarse mutuamente para siempre jamás. Y él era solamente Naismith.
¿Y luego qué?
Me enfrento al fuego. Subo esa muralla
.
¿Y luego qué?
Lo hago otra vez
.
¿Y luego qué?
Otra vez
.
¿Y luego qué?
Es lógicamente imposible demostrar una negativa
.
Estoy cansado de jugar a las murallas
.
No. No necesitaba enfrentarse al fuego, ni evitarlo. Si el fuego se cruzaba en su camino, trataría con él. No era cobardía, maldición, fuera lo que fuese.
Entonces, ¿por qué no he intentado todavía que me curen la cabeza?
Se frotó la cara y los ojos, y se enderezó en su asiento, y trató una vez más de componer un relato coherente de su nueva condición de civil y de cómo se la había ganado para el conde almirante y su dama, la mujer a quien su padre llamaba normalmente «Querida Capitana». Le quedó muy rígido y seco, peor aún que el mensaje de cumpleaños de Mark, pero se negó a posponerlo hasta otro mañana. Lo grabó y lo envió.
Aunque no por tenso-rayo. Dejó que fuera siguiendo el camino largo, por correo normal, aunque lo marcó como personal. Al menos ya estaba en camino, y no podría recuperarlo jamás.
Quinn también había enviado una felicitación de cumpleaños, expresada con recato para no proporcionar demasiada diversión a los censores de SegImp. De todas formas, se notaba una fuerte ansiedad si se leía entre líneas. Una segunda lectura ponía de manifiesto más abiertamente su preocupación.
Muy a su pensar, Miles repitió para Quinn una versión abreviada de su mensaje, quitando relleno y yendo directamente al grano de los resultados que ella había predicho. Se merecía algo mejor, pero era todo cuanto él podía hacer por el momento. No se merecía silencio y abandono.
Lo siento, Elli
.
Ivan se invitó a cenar a la noche siguiente. Miles temía verse forzado a soportar otra campaña para obligarle a atender sus problemas médicos, sobre los que, lo admitía, aún no había hecho nada, pero en cambio Ivan le trajo flores a Ma Kosti, y revoloteó por la cocina durante los preparativos de la cena, haciéndola reír, hasta que ella lo echó de allí. En ese punto Miles empezó a temer que aquello era el principio de una campaña para arrebatarle a su cocinera, aunque no estaba todavía seguro de que fuera para el propio Ivan o en beneficio de Lady Alys.
Estaban en la mitad del postre (a petición de Ivan, una repetición de la tarta de albaricoque), cuando los interrumpió una llamada de la comuconsola, o más bien, Martin que se asomó para anunciar:
—Hay un tipo envarado de SegImp en el comunicador que pregunta por usted, Lord Vorkosigan.
¿Illyan? ¿Por qué iba a llamarme Illyan?
Pero cuando se abalanzó (con Ivan pisándole los talones) hacia el comunicador más cercano de aquella planta, el emplazado en la antigua sala de estar de su abuelo, la que daba al jardín trasero, se encontró con que el rostro que se formó sobre la placa vid era el de Duv Galeni.
—Maldito sabelotodo entrometido —dijo Galeni, con voz mortífera.
La de Miles, inocente y alegre, se llenó de pánico.
—Hola, Duv, ¿qué pasa?
Lo dijo sin entonación, y se quedó allí, ante la dura mirada de Galeni, cuyo rostro no estaba rojo ni pálido, sino lívido, gris de ira.
Creo que tendría que haberme quedado en Vorkosigan Surleau una semana más
.
—Lo sabías. Lo preparaste. Me engañaste.
—Um… sólo por curiosidad. —Miles tragó saliva—. ¿De qué estamos hablando?
Galeni ni siquiera se molestó en contestar a esto, pero siguió mirándolo, mostrando los largos dientes con una expresión que nada tenía que ver con una sonrisa.
—Gregor y Laisa, ¿por casualidad? —aventuró Miles. Más silencio, roto sólo por la respiración de Galeni—. Duv… no sabía que las cosas acabarían así. ¿Quién podría haberlo imaginado, después de tantos años? ¡Yo intentaba hacerte un favor, maldición!
—Lo único bueno que se me presenta en la vida. Perdida. Robada. Vor significa ladrón, en efecto. Y vosotros, malditos ladrones barrayareses estáis juntos en todo. Tú y tu jodido y precioso Emperador y todos vosotros.
—Uh —intervino Ivan desde su lado—, ¿es segura esta comuconsola, Miles? Lo siento, Duv, pero si vas a expresarte tan, um, francamente, ¿no sería mejor hacerlo en persona? Me refiero a si no estás transmitiendo por tu canal de SegImp. Tienen oídos en todos los malditos lugares.
—SegImp puede coger sus oídos y la cabeza plana que tiene entre ellos y metérselos por su culo colectivo. —El acento de Galeni, normalmente urbano, era no sólo claramente komarrés, sino komarrés callejero.
Miles hizo señas a Ivan para que se callara. Recordando lo que les había ocurrido a dos desafortunados cetagandanos la última vez que Miles vio a Galeni tan trastornado, una visita personal parecía una idea especialmente desafortunada en aquel momento concreto. Estaba el cabo Kosti para protegerlo, claro, ¿pero podría Kosti enfrentarse a uno de sus superiores? ¿En un trance homicida? Parecía mucho pedirle al pobre hombre.
—Duv, lo siento. No pretendía que las cosas salieran así. No fue algo que yo planeara. Pilló a todo el mundo por sorpresa, incluso a Lady Alys. Pregúntale a Ivan.
Ivan se encogió de hombros y extendió las manos.
—Es verdad.
Miles se aclaró la garganta, con cautela.
—¿Cuándo, um… lo has averiguado?
—Ella me ha llamado.
—¿Cuándo?
—Hace unos cinco minutos.
Acaba de darle la patada. Oh, magnífico
.
—Los dos me han llamado —gruñó Galeni—. Ella ha dicho que yo era el mejor amigo que tenía aquí, y que quería que fuera el primer komarrés en enterarse de la noticia.
Entonces es verdad que Gregor ha ido y lo ha hecho
.
—Y, uh… ¿tú que has dicho?
—La he felicitado, por supuesto. ¿Qué otra cosa podía decir, con los dos allí sentados mirándome?
Miles suspiró aliviado. Bien. Galeni no había perdido todo el control. Acababa de llamar a Miles para tener un hombro donde poder clavar los dientes. Mirado desde cierto ángulo, era una prueba de su inmensa confianza.
Magnífico. Gracias, Duv
.
Ivan se frotó el cuello.
—¿Llevas cinco meses detrás de esta mujer y todo lo que consigues es que ella te considere su amigo? Duv, ¿qué demonios has estado haciendo todo este tiempo?
—Ella es una Toscane —dijo Galeni—. Yo sólo soy un colaborador pobre, según su familia. Tenía que persuadirla de que tenía un futuro digno de ella, nada importante ahora, pero más adelante… entonces apareció él, y se la llevó sin ningún problema.
Miles, tras haber visto a Gregor prácticamente volverse lelo en un esfuerzo por complacer a Laisa, dijo solamente:
—Um.
—Cinco meses es ir muy lento —dijo Ivan, continuando con su tono de crítica—. Bien, Duv, ojalá me hubieras pedido consejo antes.
—Ella es komarresa. ¿Qué puede saber uno de vosotros, puñeteros soldaditos bufones barrayanos de una mujer komarresa? Inteligente, educada, sofisticada…
—De casi treinta años… —musitó Miles.
—Tenía fijado un calendario —dijo Galeni—. Cuando hiciera seis meses que nos conocíamos, iba a pedírselo.
Ivan dio un respingo.
Galeni parecía estar calmándose, o al menos empezaba a bajar la cuesta de su reacción inmediata de furia y dolor, para sumirse en una desesperación menos cargada de energía. Quizá sus violentas palabras serían suficientes para que ventilara sus emociones, sin acciones violentas esta vez.
—Miles… —al menos no calificó el nombre con una sarta de peyorativos—, eres casi el hermano adoptivo de Gregor.
Bueno, casi no.
—¿Um?
—¿Crees… podrías persuadirlo para que… no…? —Galeni se calló.
No
.
—Le debo a Gregor… demasiado. Tanto en lo personal como en lo político. Este asunto del heredero es crucial para mi salud y seguridad futuras, y Gregor lleva toda la vida haciéndose el remolón. Hasta ahora. No tengo más remedio que apoyarlo. Y de todas formas —recordó las palabras de su tía Alys—, es decisión de Laisa, no tuya ni mía, ni de Gregor. Nada puedo hacer si olvidaste mencionarle a ella tu calendario. Lo siento.
—Mierda. —Galeni cortó la comunicación.
—Bueno —dijo Ivan con un hilo de voz en el silencio que siguió—. Al menos esto se acabó..
—¿Tú también lo has estado evitando?
—Sí.
—Cobarde.
—¿Quién se ha pasado dos semanas escondido en las montañas?
—Fue una retirada estratégica.
—Bueno, creo que nuestro postre nos espera en el comedor.
—No tengo hambre. Además, si ésta es la noche en que Gregor y Laisa van a empezar a informar a sus amigos personales antes del anuncio oficial… casi será mejor que me quede aquí unos cuantos minutos más.
—Ah. —Ivan asintió, acercó una silla y se sentó.
Tres minutos más tarde, sonó la comuconsola. Miles la atendió.
Gregor iba muy elegante, vestido con un traje civil oscuro y señorial; Laisa estaba tan encantadora como de costumbre al simple estilo komarrés. Ambos sonreían, los ojos iluminados por el brillo de su mutua pasión.
—Hola, Miles —empezó a decir Gregor.
—Hola de nuevo, Lord Vorkosigan —añadió Laisa.
Miles se aclaró la garganta.
—Hola, amigos. ¿Qué puedo hacer por vosotros?
—Quería que fueras de los primeros en saberlo —dijo Gregor—. Le he pedido a Laisa que se case conmigo. Y ella ha dicho que sí.
Gregor parecía un poco aturdido, como si aquel rápido compromiso hubiera sido una sorpresa para él. La sonrisa de Laisa, para crédito propio, era al menos igual de aturdida.
—Enhorabuena —consiguió decir Miles..
Ivan se inclinó hacia delante y se unió a la felicitación a través del vid.
—Oh, bueno, estás ahí—dijo Gregor—. Eras el siguiente.
¿Bajaba en la lista de herederos profundamente aliviados por orden de rango? Bueno… era el modo de hacer de Barrayar. Laisa murmuró también un saludo para Ivan.
—¿Soy el primero en saberlo? —preguntó Miles.
—No precisamente —dijo Gregor—. Nos hemos ido turnando. Lady Alys fue la primera, por supuesto; está en esto desde el principio, o casi.
—Yo envié un mensaje a mis padres ayer. Y se lo he dicho al capitán Galeni —añadió Laisa—. Le debo tanto… A él y a usted.
—Y, ah, ¿qué dijo él?
—Reconoció que sería bueno para el acuerdo planetario —contestó Gregor—, lo cual, considerando quién es, me pareció de lo más alentador.
En otras palabras, se lo preguntaste a bocajarro y él dijo: «Sí, Sire.» Pobre, excelente Duv. No me extraña que me llamara. Era eso, o explotar
.
—Galeni… es un hombre complejo.
—Sí, sé que lo aprecias —dijo Gregor—. Y le envié a tus padres un mensaje que debe llegar hoy. Espero tener mañana noticias suyas.
—Oh. —Miles lo recordó de pronto—. Creo que tía Alys se te adelantó. Mi padre me pidió que te comunicara su apoyo personal. Y mi madre me pidió que le dijera lo mismo, doctora Toscane.
—Espero ansiosamente conocer a la legendaria Cordelia Vorkosigan —dijo Laisa, con evidente sinceridad—. Me parece que aprendería muchas cosas de ella.
—Yo también —admitió Miles—. Buen Dios. Vendrán a casa para esto, ¿verdad?