—¿Por qué piensas que te estoy contando todo esto?
Harra guardó silencio el tiempo suficiente para que Lem pasara la jarra una última vez, bajo la tenue luz de la luna y entre las sombras.
—Continúa —dijo entonces—. Simplemente continúa. No hay más, y no hay trucos para hacerlo más fácil.
—¿Qué encuentras en el otro lado? ¿Cuándo continúas?
Ella se encogió de hombros.
—Tu vida otra vez. ¿Qué si no?
—¿Es una promesa?
Ella cogió un guijarro, lo sopesó, y lo lanzó al agua. Los reflejos de la luna se hincharon y bailaron.
—Es inevitable. No hay truco. No hay elección. Sólo continúas.
Miles consiguió poner en el aire a Martin y el volador al mediodía siguiente. Martin tenía los ojos rojos e hinchados, y el tono verdoso de su cara era digno de una carrera por el desfiladero Dendarii. Voló con mucho cuidado, lo que le vino muy bien a Miles. No hablaba mucho, pero consiguió preguntar:
—¿Encontró lo que estaba buscando, mi señor?
—La luz es más clara aquí en las montañas que en ninguna otra parte de Barrayar, pero… no. Estaba aquí, pero ya no está.
Miles se retorció en su asiento, y miró por encima del hombro las montañas que se perdían en la distancia. Esta gente necesita un millar de cosas.
Pero no necesitan un héroe. Al menos, no un héroe como el almirante Naismith. Héroes como Lem y Harra, sí
.
Martin entornó los ojos, quizá no apreciando esa luz en aquel momento.
—¿Con cuántos años se entra en la edad madura, Martin? —preguntó Miles después de un rato.
—Oh… —Martin se encogió de hombros—. Con treinta, supongo.
—Eso es lo que yo solía pensar. —Aunque había oído una vez a la condesa definirla como diez años más de los que siempre tienes, una fiesta móvil.
—Tuve un profesor en la Academia Imperial —continuó Miles, mientras las montañas se hacían más pequeñas tras ellos— que me daba la introducción al curso de ingeniería táctica. Decía que nunca se molestaba en cambiar sus exámenes para impedir que los alumnos copiaran, porque aunque las preguntas siempre eran las mismas, las respuestas cambiaban. Y yo creía que estaba bromeando.
—¿Eh? —dijo Martin, diligente.
—No importa, Martin —suspiró Miles—. Continúa.
Tras su regreso a la casa del lago, y un exiguo almuerzo del que Martin se excusó, Miles se encerró en la cámara de la comuconsola y se preparó para enfrentarse al esperado aluvión de mensajes dirigidos a Vorbarr Sultana. Las felicitaciones de cumpleaños eran un reflejo de sus remitentes; grave y formal la de Gregor, teñida de cautelosa burla la de Ivan, y entre una y otra la del puñado de conocidos que sabían que estaba en el planeta.
La grabación de Mark por tenso-rayo desde la Colonia Beta era… típica de Mark. Su burla era una torpe imitación de la de Ivan, más cargada y más autoconsciente. Por la refinada redacción, Miles comprendió que no era el primer borrador del mensaje. Pero, tras reflexionar un poco, se dio cuenta de que probablemente era la primera vez en su vida que Mark había mandado una felicitación de cumpleaños a alguien.
Sigue intentándolo, Mark. Todavía aprenderás a convertirte en un ser humano
.
La juiciosa complacencia de Miles desapareció cuando se dio cuenta de que estaba obligado a redactar un mensaje de respuesta. Era obvio que Mark no se había enterado todavía de su cambio de situación. ¿Cómo demonios iba a poder contárselo a su hermano-clon de forma que no lo considerara una vergüenza? Se desentendió del problema, temporalmente.
Dejó el mensaje de sus padres para el final. Había sido enviado por rayo, no por correo. Por tanto habría salido de Sergyar en el tenso-rayo de datos del Gobierno, y mandado por salto a través de las barreras de agujero de gusano entre receptores: poco más de un día en ruta. Los discos de mensajes enviados tardaban tanto como una persona en viajar entre los dos mundos: casi dos semanas. Éstas eran, por tanto, las últimas noticias, quizá la reacción a las últimas recibidas por ellos. Inspiró profundamente, y lo cargó.
Estaban sentados ante el receptor vid, alejados para caber los dos en el encuadre, y por eso aparecieron de medio cuerpo, pequeñas figuras sonrientes sobre su placa vid. El conde Aral Vorkosigan era un hombre grueso y de pelo blanco, de poco más de setenta años. Iba vestido con su uniforme marrón y plateado de la Residencia Vorkosigan; el mensaje debía de haber sido grabado en algún momento de su jornada de trabajo. La condesa llevaba una chaqueta de tarde y una falda verde, estilo dama Vor. Pelo rojo, como el de Gordo Tonto incluso en los tonos grises, apartado de la amplia frente por trenzas según su estilo habitual. Era tan alta como su marido, y sus ojos grises bailaban de diversión.
No lo saben. Nadie se lo ha dicho todavía
. Miles lo supo con certeza antes incluso de que abrieran la boca.
—Hola, amor —empezó a decir la condesa—. Felicidades por llegar vivo a los treinta.
—Sí —la secundó el conde—. Realmente nos hemos preguntado si lo conseguirías, muchas veces. Pero aquí estamos todos. Un poco arrugados, aunque tras estudiar seriamente la alternativa, felices de estarlo. Puede que me encuentre lejos de ti, aquí en Sergyar, pero puedo mirarme al espejo cada mañana y recordarte por todos estos cabellos blancos.
—No es verdad, Miles —lo contradijo la condesa, sonriendo—. Ya tenía canas cuando lo conocí, a los cuarenta y tantos. Pero las mías no me salieron hasta después.
—Te echamos de menos —continuó el conde—. Insiste en que tu próxima misión te haga pasar por Sergyar, a la ida o a la vuelta, o a las dos cosas, y planea al menos una estancia breve. Aquí están pasando tantas cosas importantes para el futuro del Imperio… Sé que te interesaría verlo.
—Simon disfrutará de una vida muy entretenida si no te envía para acá —añadió la condesa—. Puedes transmitírselo como amenaza personal mía. Alys me ha dicho que llevas en casa varias semanas. ¿Por qué no hemos tenido noticias tuyas? ¿Demasiadas fiestas con Ivan para reservar diez minutos durante los que hablar con tus ancianos padres?
Parecía que también Lady Alys había declinado ser la portadora de cualquier versión, incluso la no clasificada, de la mala noticia, y era normalmente la principal chismosa correveidile de la condesa en todos los asuntos Vor de Vorbarr Sultana y la corte de Gregor.
—Hablando de Alys —continuó la condesa—, me ha dicho que Gregor ha conocido a Esa Chica —se podían oír las letras mayúsculas en su voz—. ¿Qué sabes del tema? ¿La has conocido? ¿Debemos estar felices, preocupados o qué?
—Un matrimonio imperial con una komarresa —dijo el conde Vorkosigan, antiguamente apodado el «Carnicero de Komarr» por sus enemigos políticos, a quienes había sobrevivido en su mayoría— está cargado de complicaciones potenciales. Pero a estas alturas, si Gregor cumpliera al menos con su deber y engendrara un príncipe heredero «de algún modo», yo haría lo que hiciera falta para apoyar el tema. Y todos los miembros de mi generación que estamos en la lista de herederos potenciales soltaremos un gran suspiro de alivio. Asegúrale a Gregor mi pleno apoyo. Confío en su juicio. —La cara del conde se volvió extrañamente reflexiva—. ¿Parece buena chica? Gregor se merece un poco de felicidad personal, para compensar todas las tonterías negativas que soporta de todos nosotros.
—Alys dijo que ella valdrá —dijo la condesa—, y yo confío en su juicio. Aunque no sé si la joven dama se da cuenta de en dónde se está metiendo. Por favor, asegura a la doctora Toscane mi pleno apoyo, Miles, decida lo que decida hacer.
—Sin duda aceptará, si Gregor se lo pide —dijo el conde.
—Sólo si está tan atontada por el amor como para haber perdido todo sentido de autoconservación —replicó la condesa—. Créeme, tienes que haber perdido la cabeza para casarte con un Vor barrayarés. Esperemos que lo haya hecho. —Los padres de Miles intercambiaron una mirada peculiar.
—Veamos —continuó el conde—. ¿Qué estábamos haciendo nosotros a la edad de treinta años? ¿Puedes recordar hasta tan atrás, Cordelia?
—Apenas. Yo estaba en Investigación Astronómica Betana, tirando por la borda mi primera oportunidad de ser ascendida a capitana. Pero se me presentó de nuevo al año siguiente, y puedes apostar a que la aproveché. De otro modo nunca habría conocido a Aral cuando y donde lo hice, y tú no existirías, Miles; así que no deseo cambiar ni un ápice ahora.
—Yo fui capitán a los veintiocho —recordó el conde, presumido. La condesa le dedicó una mueca—. El servicio activo era lo mío. No me vi atrapado tras una mesa hasta cuatro o cinco años después, cuando Ezar y los jefazos del cuartel general empezaron a planificar la anexión de Komarr. —Su rostro se puso serio de nuevo—. Buena suerte a Gregor en esta cosa suya. Espero que tenga éxito donde… yo no tuve tanto como esperaba. Gracias a Dios que hay una nueva generación que puede empezar de cero.
La condesa y él se miraron.
—Hasta la vista, chico —terminó el conde—. Comunícate, maldición.
—Cuídate, chico, por favor —añadió la condesa—. Comunícate, maldición.
Sus formas se desvanecieron en el aire.
Miles suspiró.
No puedo retrasar esto mucho más, de verdad que no puedo
.
Consiguió posponerlo un día más haciendo que Martin lo llevara de regreso a Vorbarr Sultana a la mañana siguiente. Ma Kosti sirvió el almuerzo en el espléndido aislamiento del Salón Amarillo; obviamente había trabajado duro para hacer que la comida fuera lo más adecuada posible, quizás estudiando manuales de etiqueta, o recibiendo indicaciones de otros sirvientes de los Vor de la zona. Miles comió diligentemente, a pesar de las ganas que tenía de recoger los platos y reunirse con Martin y su madre en la cocina. Ciertos aspectos del papel de Lord Vor resultaban notablemente estúpidos en ocasiones.
Después se marchó a su habitación para enfrentarse por fin a la tarea de componer un mensaje para sus padres. Había grabado y borrado tres intentos diferentes (uno demasiado sombrío, otro demasiado pedante, uno demasiado lleno de feos sarcasmos) cuando una llamada interrumpió su empresa. La agradeció a pesar de que se trataba de Ivan. Iba vestido de uniforme. Quizá llamaba durante su pausa para almorzar.
—Ah, has vuelto a la ciudad. Bien —empezó a decir Ivan. Ese «bien» parecía bastante sincero, aparentemente en más de un sentido—. Confío en que te sientas mejor después de tus cortas vacaciones en las montañas.
—Más o menos —dijo Miles, receloso. ¿Cómo había averiguado Ivan tan pronto que había regresado?
—Bien —repitió Ivan—. Bueno, me estaba preguntando… ¿has hecho ya algo para arreglarte la cabeza? ¿Has visto a un médico?
—Todavía no.
—¿Has pedido cita en alguna parte?
—No.
—Mm. Mi madre me lo pidió. Parece que Gregor se lo había pedido a ella. Adivina quién está el último en la cadena de mando y le han encargado que haga algo al respecto. Dije que suponía que no habías hecho nada todavía, pero que te lo preguntaría. ¿Por qué no lo has hecho?
—Yo… —Miles se encogió de hombros—. No parecía haber ninguna prisa. No me dieron la patada en SegImp por tener ataques, sino por falsificar un informe. Y no sobre un asunto de poca importancia. Aunque los médicos fueran capaces de devolverme a un perfecto estado de funcionamiento mañana, cosa que de poder hacerse ya habría hecho mi cirujana Dendarii… eso no cambiará nada.
Illyan no me volverá a aceptar. No puede. Es una cuestión de jodidos principios, y Illyan es uno de los hombres con más principios que conozco
.
—Me preguntaba… si era porque no querías volver a MilImp —dijo Ivan—. Si no querías tratar con los médicos militares. Si ése es el caso, lo comprendo, supongo… Lo considero una tontería por tu parte, te lo advierto, pero puedo comprenderlo. Así que he buscado tres clínicas civiles distintas especializadas en casos de criorresurrección cuya reputación es buena. Una está aquí, en Vorbarr Sultana, otra está en Weienovya, en el distrito vordariano, y la otra está en Komarr, por si piensas que estar cerca de la medicina galáctica es una ventaja que compensa cualquier animosidad que pudiera existir todavía allí contra ti: ¿Quieres que te pida cita en alguna de ellas?
Miles supuso que podía imaginar los nombres de las tres, gracias a su anterior investigación previa.
—No, gracias.
Ivan se echó hacia atrás, arrugando los labios, perplejo.
—¿Sabes…? Supuse que eso sería lo primero que harías en cuanto el pequeño baño de agua helada te sacara de la niebla. Encontrarías las piernas y echarías a correr, como siempre. Nunca te he visto enfrentarte a un muro que, si no podías rebasar, no intentaras evitar de algún modo, ya fuera pasando por debajo o volándolo con cargas de zapador. O dándole golpes con la cabeza hasta que se desplomara. Y luego me obligarían a perseguirte. Otra vez.
—¿Correr hacia dónde, Ivan?
Ivan hizo una mueca.
—De vuelta con los Dendarii, por supuesto.
—Sabes que no puedo hacer eso. Sin mi posición oficial en SegImp, bajo la debida autoridad imperial, mi mando de los Dendarii me convierte en un Lord Vor, un conde heredero, por el amor de Dios, que dirige un ejército privado. Traición, Ivan, traición letal. Hemos repasado todo esto antes. Si me fuera, nunca podría regresar. Le di mi palabra a Gregor de que no lo haría.
—¿Sí? —dijo Ivan—. Si no vas a volver, ¿qué tiene que ver tu palabra como Vorkosigan con nada?
Miles guardó silencio. Vaya. Así que tenía a Ivan metido en la Residencia Vorkosigan no sólo para vigilar si se suicidaba. También lo vigilaba por si escapaba.
—Habría estado dispuesto a apostar dinero a que te largarías, si hubiera alguien que tuviera un nivel de seguridad lo bastante alto para poder apostar con él —continuó Ivan—. Aparte de Galeni, claro, y no es de los que juegan. Por eso he estado retrasándome a pesar de que Gregor y mi madre me meten prisa para que te arreglen la cabeza. ¿Por qué buscar problemas? Es una apuesta que perdería alegremente, por cierto. ¿Así que cuándo vas a pedir una cita?
—Pronto.
—Demasiado vago —rechazó Ivan—. Quiero una respuesta directa. Algo como, «hoy». O tal vez, «Mañana antes de mediodía».
Ivan no se marcharía hasta haberle arrancado una respuesta que le dejara satisfecho.
—A… finales de esta semana —consiguió decir Miles.
—Bien —asintió Ivan—. Lo comprobaré a finales de la semana y espero tener noticias. Adiós… por ahora.