Miles, anonadado, se bebió un buen trago de té ardiente.
—Entonces, tía Alys… ¿estás haciendo de Baba, o qué?
—Eso empieza a parecer —dijo ella secamente, sin apartar tampoco los ojos de la delicada cabalgata.
—¿Cuándo ocurrió esto?
—No estoy segura. Miré… y allí estaba. Intento ponerme al día desde entonces.
—Pero Alys… ¿una komarresa como Emperatriz?
Debía ser eso lo que Gregor tenía en mente; Alys nunca se habría prestado a hacer de celestina.
—¿No van a cagarse vivos los lores Vor más conservadores? Por no mencionar los revolucionarios radicales que todavía hay en Komarr. Ésos se cagarán de lado.
—Por favor, no uses ese lenguaje de barracón en la mesa, Miles. Pero en respuesta a tu pregunta… tal vez. Aunque a la Coalición Centrista le gustará. O se les podría convencer.
—¿Por ti? ¿O por sus esposas a través de ti? ¿Es que lo apruebas?
Ella entornó los ojos, pensativa.
—En un aspecto amplio… sí, creo que sí. Ya que tu madre no se mete en este departamento, yo he estado supervisando por defecto la búsqueda de esposa de Gregor desde hace diez años. Y ha sido una tarea frustrante. Quiero decir que él se limita a quedarse ahí sentado, y me mira, con esa terrible y dolida expresión en la cara. ¿
Por qué me haces esto?
Creo que le he puesto por delante a todas las bellezas Vor altas y esbeltas del planeta en un momento u otro, para gran desbarajuste de sus vidas y las rutinas de sus familias. He ofrecido docenas de resúmenes… nada funcionó. Te juro que Gregor ha sido más frustrante que Ivan, e Ivan ha perdido muchas buenas oportunidades… Cierto idiota sin nombre, o medio idiota, incluso comentó que tendría que empezar a probar con muchachos, pero yo le recalqué que eso no resolvería el problema del heredero, que es la razón de todo este ejercicio.
—No sin muchísima intervención de una ingeniería genética sin precedentes —reconoció Miles—. No, nada de muchachos, no para Gregor. Pero tampoco una Vor. Ya lo había pensado yo hacía años. Ojalá me lo hubieras preguntado. Gregor está aún más emparentado que yo con el Loco Emperador Yuri. Y, um… sabe más sobre su padre, el difunto y no llorado Príncipe Coronado Serg, de lo que mis padres desearían. Tiene paranoias genéticas históricamente bien fundadas sobre… bueno, la paranoia. Y sobre la consanguinidad Vor. Nunca se permitiría enamorarse de otra Vor.
Las finas cejas oscuras de Alys se fruncieron.
—Llegué por mi cuenta a esa misma conclusión. Y me planteó un dilema, como bien puedes imaginar.
—Mm… ¿Qué crees que ve en la doctora Toscane? Aparte de inteligencia, belleza, una personalidad agradable, sentido del humor, talento social, dinero, y genética no-Vor, quiero decir.
Alys hizo una pequeña mueca muy elegante.
—Creo que es aún más sencillo y elemental que eso, aunque dudo que Gregor sea consciente de ello. No es que quiera imitar uno de los molestos psicoanálisis instantáneos estilo betano de tu madre, pero… la madre de Gregor fue asesinada cuando él tenía cinco años. —Sus labios rojos se contrajeron un instante con el antiguo dolor; Lady Alys conocía ya entonces a la princesa Kareen—. Mira el cuerpo de la doctora Toscane. Es… maternal. No se le ve un hueso por ninguna parte. Todo el tiempo que he perdido poniéndole delante bellezas altas y esbeltas, cuando tendría que haberle enseñado bellezas bajitas y regordetas. Me entran ganas de llorar.
En cambio, dio un decidido bocado al pastel de crema.
Miles se aclaró la garganta. Gregor y Laisa doblaron una esquina, dieron la vuelta, y se internaron en un sendero flanqueado por tejos. El alto y delgado Gregor caminaba al lado de Laisa, con animados gestos, sonriendo y charlando. Laisa se inclinaba un poco hacia él, sobre la silla, los ojos brillantes, los labios entreabiertos, escuchando con… todo su corazón, temió Miles.
—Bien, Miles —continuó Alys, la voz más fría que antes—, háblame de tu capitán Galeni. No tengo muy claro dónde encaja en todo esto.
—No es mi capitán —puntualizó Miles—. Es capitán de Gregor.
—Pero es tu amigo, según Ivan.
—Ivan ha trabajado con él mucho más que yo.
—Deja de eludir la pregunta. Tengo la sensación de que esto es importante, o podría serlo. Mi trabajo es prevenir desastres domésticos para Gregor, así como el de Simon es prevenir los de seguridad o como fue el de tu padre (y ahora del ministro Racozy, supongo) prevenir los políticos. El informe de SegImp de Simon dice que Galeni y la doctora Toscane no son amantes.
—Yo… no. No lo creo tampoco. Pero él la estaba cortejando. Por eso los invité a la cena imperial. Para ayudarle. —El almuerzo imperial de Miles empezaba a pesarle en el estómago.
—¿Pero no están prometidos formalmente?
—No lo creo.
—¿Han hablado de matrimonio?
—Y yo que sé. No soy exactamente amigo íntimo de Galeni, ¿sabes? Sólo hemos… trabajado juntos; nos encontramos juntos por accidente en aquel lío de Mark en la Tierra, y más tarde por orden de SegImp en la investigación de un desagradable incidente en Komarr. Creo que Galeni tiene el matrimonio en mente, sí. Pero es un hombre muy cerrado, por un montón de buenas razones. Creo que ha sido duro para él tratar de acercarse a Laisa. No por lo que ella es, sino por cómo es él, o cómo se ha hecho a sí mismo. Es lento, y deliberado, y cuidadoso.
Lady Alys dio un golpecito con la uña en el mantel, que no tenía en su parte de la mesa ni migas ni manchas.
—Necesito saberlo, Miles. ¿Es posible que el capitán Galeni se vuelva un problema por este asunto? No quiero más sorpresas.
—¿A qué te refieres? ¿Ser un problema o crear un problema?
La voz suavemente modulada de Alys se tiñó de impaciencia.
—Eso es exactamente lo que te estoy preguntando.
—Yo… no lo sé. Creo que podría sentirse herido. Lo siento.
Galeni iba a quedar destrozado, eso era.
Dios, Duv… esto no era lo que pretendía para ti. Lo siento, lo siento, éste es mi día de sentirlo todo, vaya
.
—Bueno, en último término, es decisión de Laisa —dijo Alys juiciosamente.
—¿Cómo puede el pobre Galeni competir con el Emperador?
Ella le dirigió una mirada de leve conmiseración.
—Si ama a Galeni… entonces no hay competición. Si no lo ama… entonces no hay ningún problema. ¿Cierto?
—Creo que me duele la cabeza.
Lady Alys arrugó ligeramente el labio, en mudo acuerdo; pero su expresión recuperó la habitual calma cuando Gregor y el espectáculo ecuestre volvieron a acercarse. Gregor ayudó a Laisa a desmontar, consiguiendo algo sospechosamente parecido a un abrazo en el proceso. Le tendió de nuevo las riendas al palafrenero, y otro criado trajo una palangana de plata para que la pareja se limpiara los residuos del caballo, si los había, de las manos. Un gesto redundante: la bestia habría sido enjabonada hasta por dentro esta mañana. Miles no habría vacilado en comer encima de sus relucientes cuartos traseros.
Alys consultó su crono e hizo comedia.
—Lamento interrumpir esta agradable tarde, Gregor, pero tu reunión con el conde Vortala y el ministro Vann es dentro de sólo veinte minutos.
—Oh. —Laisa, las mejillas sonrosadas y asaltada por la culpabilidad, se levantó de la silla que acababa de volver a ocupar—. Estoy apartándote de tu trabajo.
—No si Lady Alys está aquí para recordármelo —contestó Gregor, con un retintín que hizo que Alys sonriera a su vez. Pero Gregor se levantó, obediente, y se inclinó sobre la mano de Laisa. ¿Iba a…? Sí. Iba a besarla. De hecho, le dio la vuelta y rozó su palma con los labios. Miles se cruzó de brazos, se cubrió la boca con una mano y se mordió la lengua. Laisa cerró los dedos sobre el punto besado como una mujer que captura una mariposa, y sonrió. De hecho, sonrió ampliamente. Gregor le devolvió la sonrisa, con aspecto feliz. Alys se aclaró la garganta. Miles mordió con más fuerza. Gregor y Laisa compartieron una mirada larga y bastante idiota. Alys intervino por fin; tomó a Laisa de la mano y se la llevó, diciendo algo sobre un paseo por los salones inferiores para ver de paso los paneles tallados.
Gregor se volvió en su asiento, pasando una pierna por el brazo, y meciéndola.
—Bien. ¿Qué opinas de ella?
—¿La doctora Toscane?
—No te pedía tu opinión sobre tu tía Alys.
Miles estudió la ansiosa sonrisa de Gregor. No… aquel hombre no estaba pidiendo una crítica.
—Encantadora.
—¿Verdad?
—Muy inteligente.
—Brillante. Ojalá hubieras podido asistir a la reunión con el personal de Racozy. Su presentación fue un modelo de claridad.
Sin duda, con todos los expertos que la asociación comercial tenía a su disposición despiertos toda la noche para prepararla… aun así, Miles había vivido un par de reuniones de personal en sus tiempos. Respetaba el esfuerzo que implicaban.
Pero Gregor no estaba tanto solicitando su opinión como pidiendo confirmación de la suya propia.
Nunca he sido un hombre de sí-señor
.
—Muy patriótica —continuó Gregor—, al estilo cooperador y con vistas al futuro que tu padre siempre esperó conseguir en Komarr.
—Sí, Sire.
—Hermosos ojos.
—Sí, Sire. —Miles suspiró—. Muy, um, verdiazules.
¿Por qué me está haciendo esto?
Porque el conde y la condesa Vorkosigan no estaban allí, tal vez. Utilizaba a Miles como sustituto de sus padres, quienes, después de todo, eran también los padres adoptivos del huérfano Gregor. Santo Dios, ¿cómo iban a reaccionar ante aquello?
—Muy lista…
—Sí, Sire. Mucho.
—¿Miles?
—¿Sí, Sire?
—Ya basta.
—Um —Miles trató de morderse otra vez la lengua.
Gregor dejó de balancear la bota; su cara se ensombreció. Añadió en voz baja:
—Estoy aterrado.
—¿Por ser rechazado? No soy el experto en mujeres que Ivan dice ser, pero… todos los signos preliminares me han parecido muy alentadores.
—No. De… lo que podría suceder después. Este asunto podría significar mi muerte. Y las de aquellos que están más cerca de mí.
La sombra de la princesa Kareen, y no la aromática brisa, congeló el aire. Quizás era buena cosa para la cordura de Gregor que el ala norte, donde su madre había muerto, se hubiera quemado entera, y luego hubiera sido reconstruida libre de fantasmas.
—Los hombres y mujeres corrientes… mueren a diario. Por todo tipo de motivos: desde el azar al inexorable paso del tiempo. La muerte no es un monopolio imperial.
Gregor lo miró.
—No, no lo es —dijo en voz baja. Asintió convencido, como si Miles acabara de decir algo útil.
¿Qué?
Miles trató de cambiar de tema.
—¿Y qué pasó en tu reunión con Vortala y Vann?
—Oh, lo de costumbre. El comité para la distribución imperial de tierras quiere favores para sus amigos. Y yo quiero que sus amigos presenten pruebas de que sus planes serán eficaces.
—Ah.
Asuntos del Continente Sur, sin ningún interés directo para el distrito Vorkosigan. Miles se preguntó si debería notificar al representante de su padre que aquélla sería la semana ideal para solicitar a Gregor favores para el distrito. En su actual estado de idiotez soñadora y niebla sexual, el enamorado Gregor bien podría concederlo todo. No… Sería mejor para el Imperio mantener aquella locura temporal como un secreto de estado. El matrimonio curaría a Gregor rápidamente.
Una emperatriz komarresa. Dios. Qué pesadilla para SegImp. Illyan sufriría de verdad el infarto que había estado pronosticando durante años.
—¿Has advertido ya a Illyan sobre esto?
—Si las cosas salieran bien, tenía intención de enviarle a Lady Alys. Muy pronto. Parece que se ha tomado el asunto como cosa propia.
—Es la mejor aliada e intermediaria que podrías tener. Compórtate, y la conservarás de tu lado. ¿Pero has pensado en las implicaciones políticas de este… matrimonio? —Miles advirtió que era la primera vez que alguien pronunciaba la palabra en voz alta.
—No he pensado en otra cosa desde hace una semana. Quizá sea buena cosa, ¿sabes, Miles? Un símbolo de la unidad imperial y todo eso.
Lo más probable era que el submundo komarrés lo convirtiera en un símbolo de cómo Barrayar jodía otra vez a Komarr. Miles imaginó el potencial para la sátira política malintencionada, y dio un respingo.
—No tengas mucha confianza en eso.
Gregor sacudió la cabeza.
—Al menos… nada de eso importa. Por fin he encontrado algo para mí. Realmente para mí, no para el Imperio, ni siquiera para el Emperador. Sólo para mí.
—Entonces agárralo con las dos manos. Y no dejes que los hijos de puta te lo quiten.
—Gracias —suspiró Gregor.
Miles hizo una reverencia y se marchó. Se preguntó si su nuevo conductor habría matado ya a alguien, y si el coche del conde no estaría ya panza arriba. Pero sobre todo se preguntó cómo evitar a Duv Galeni durante algunas semanas.
Miles tardó varios días en librarse de las garras de Ivan y escapar solo al sur, al distrito Vorkosigan. O casi solo. Al final, dio a Ivan su palabra formal como Vorkosigan de que no intentaría ninguna táctica activa o pasiva de suicidio mientras estuviese fuera. Ivan lo aceptó algo reluctante, pero por la nueva actitud de Martin quedó claro que le había puesto al corriente de que tenía que vigilar algo más que posibles ataques en su jefe, y, probablemente, le había dado algún número de contacto para llamar en caso de emergencia o comportamiento demasiado extraño.
Ahora el chico cree que estoy loco. O, en todo caso, que me dieron de baja por estar loco, no que he enloquecido porque me dieron de baja. Gracias, Ivan
. Pero, tal vez, unos cuantos días en la paz y tranquilidad de Vorkosigan Surleau tranquilizarían a Miles, y también a Martin.
Miles supo que habían cruzado la frontera norte de su distrito natal cuando las primeras sombras azules de las montañas Dendarii colorearon el horizonte hacia el cual se dirigían, apareciendo en el aire tan repentinamente como un espejismo.
—Gira aquí hacia el este —le dijo Miles a Martin—. Tengo intención de recorrer el distrito. Pasaremos por el norte de Hassadar. ¿Habías estado alguna vez aquí?
—No, mi señor.
Diligente, Martin orientó el volador hacia el sol; la polarización de la cabina compensó el resplandor. Como Miles sospechaba, Martin era más inseguro como piloto de volador que como chófer de vehículo de tierra. Pero los sistemas de seguridad hacían que el volador, un cruce altamente maniobrable entre un patín antigrav y un aeroplano, fuera casi imposible de estrellar. Alguien que sufriera un ataque de cinco minutos podría conseguir la hazaña, claro.