—¿Haroche? —aventuró Miles.
—Sí, ése fue. No es un Vor, el tipejo ese, y se nota. Miles, ¿no puedes hacer algo?
—¡Yo! No tengo ninguna autoridad.
—Pero trabajaste con esos, esos, esos… hombres durante años. Es de suponer que los comprendes.
Yo soy SegImp
, le había dicho en una ocasión a Elli Quinn. Se enorgullecía de identificarse con esa poderosa organización, como si avanzaran juntos para convertirse en una especie de cyborg superior. Bueno, ahora lo habían amputado, y SegImp parecía seguir cojeando sin él con perfecta indiferencia.
—Ya no trabajo para ellos. Y si lo hiciera, sólo sería un teniente sin importancia. Los tenientes no dan órdenes a los generales, ni siquiera los tenientes Vor. Haroche no me dejó pasar tampoco. Creo que tendrás que hablar con Gregor.
—Acabo de hacerlo. Se comportó de forma enloquecedoramente vaga al respecto.
—Es posible que no quisiera preocuparte. Supongo que Illyan estará en un estado mental bastante perturbado, sin reconocer a la gente y todo eso.
—Bueno, ¿cómo va a reconocer a nadie, si no se permite que lo vea nadie que le conoce?
—Um. Buen argumento. Mira, no tengo ninguna intención de defender a Haroche ante ti. Yo también estoy bastante molesto.
—No lo suficiente —replicó Lady Alys—. Haroche ha tenido el descaro de decirme a mí… ¡a mí!, que no era un espectáculo para una dama. Le he preguntado qué había estado haciendo él durante la Guerra de los Pretendientes Vordarianos. —Su voz se apagó con un siseo. Miles no estaba seguro, pero le pareció detectar un lenguaje cuartelero reprimido—. Ya veo que Gregor está pensando que tal vez tenga que trabajar con Haroche durante mucho tiempo. No lo ha dicho con estas palabras, claro, pero supongo que Haroche lo ha persuadido de que su posición como jefe en funciones de SegImp es demasiado frágil para soportar la interferencia de personas tan peligrosamente desautorizadas, y femeninas, como yo. Simon nunca hizo una cosa así. Ojalá estuviera aquí Cordelia. Siempre ha sido mejor que yo cortando de raíz los impulsos machistas.
—Más bien —dijo Miles, pensando en el destino de los vordarianos en manos de su madre. Pero Lady Alys tenía razón: Illyan siempre la había tratado como un miembro valioso, aunque diferente, del equipo de apoyo a Gregor. El nuevo y tenso puesto profesional de Haroche debía haberle resultado un pequeño trauma.
—Haroche está en una excelente posición para persuadir a Gregor —continuó Miles—. Controla por completo todo el flujo de información que le llega.
Aunque eso no se podía considerar un cambio en cuanto al modo de obrar; siempre había sido así. Pero cuando Illyan era el encargado, a Miles nunca le había molestado.
Las oscuras cejas de Alys se retorcieron; no dijo nada. Bajo su especulativo ceño el silencio se hizo… incómodo.
Para romper la tensión que sus palabras habían creado, Miles dijo animoso:
—Podrías ponerte en huelga. Nada de boda hasta que Gregor le retuerza a Haroche el brazo por ti.
—Si no se hace algo sensato, y pronto, tal vez.
—Estaba bromeando —dijo él rápidamente.
—Yo no.
Le dirigió un cortante gesto con la cabeza y cortó la comunicación.
Martin despertó cautelosamente a Miles poco después del amanecer.
—Um… ¿mi señor? Tiene un visitante abajo.
—¿A esta hora intempestiva? —Miles se frotó el rostro entumecido por el sueño, y bostezó—. ¿Quién?
—Dice que es el teniente Vorberg. Uno de sus amigos de SegImp, supongo.
—¿Vorberg? —parpadeó Miles—. ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Por qué?
—Quiere hablar con usted, así que supongo que será mejor que se lo pregunte.
—Cierto, Martin. Um… no lo dejarías plantado en la puerta, ¿no?
—No, lo llevé a esa gran habitación de la planta baja, en el ala este.
—El Segundo Recibidor. Bien. Dile que bajaré dentro de un minuto. Prepara algo de café. Sírvelo en una bandeja con dos tazas, y las chucherías de costumbre. Si quedan galletas o pastas de tu madre en la cocina, mételas en una cesta o algo así y tráelas también, ¿de acuerdo? Bien.
Picado por la curiosidad, Miles se puso la primera camisa y los primeros pantalones que encontró, y bajó descalzo dos tramos de escalera, luego giró a la izquierda y atravesó otras tres habitaciones hasta llegar al Segundo Recibidor. Martin había quitado la sábana de un sillón para el invitado, y la había dejado convertida en un montón blanco en el suelo. Dedos de luz asomaban por las tupidas cortinas, haciendo que las sombras en las que se hallaba Vorberg fueran aún más densas. El teniente llevaba un uniforme verde, pero su cara estaba gris por una leve barba sin afeitar. Frunció el ceño al ver a Miles, algo cansado.
—Buenos días, Vorberg —dijo Miles, cuidadosamente amable—. ¿Qué le trae tan temprano a la Residencia Vorkosigan?
—Para mí ya es tarde —dijo Vorberg—. Acabo de salir del turno de noche. —Bajó las cejas.
—¿Le encontraron un trabajo, entonces?
—Sí. Soy el comandante del turno de noche de la seguridad de la clínica.
Miles se sentó en una silla cubierta, bruscamente despierto incluso sin café. Vorberg ¿era uno de los guardianes de Illyan? Naturalmente, siendo correo, cumplía todos los requisitos. No tenía destino, estaba preparado para un trabajo físicamente ligero aunque mentalmente exigente. Y… era un extraño en el cuartel general. No había ningún viejo amigo con el que chismorrear. Miles trató de mantener un tono de indiferencia.
—¿Sí? ¿Y qué tal?
Vorberg habló tenso, casi furioso.
—Creo que está haciendo mal, Vorkosigan. Lo considero casi una cobardía, dadas las circunstancias. Illyan fue servidor de su padre durante muchos años. Le transmití el mensaje al menos cuatro veces. ¿Por qué no ha venido?
Miles se quedó muy quieto.
—Discúlpeme. Creo que me he perdido. ¿Qué, ah… podría por favor decirme exactamente qué está pasando aquí? ¿Cuánto tiempo lleva usted en ese puesto?
—Desde la primera noche que lo trajeron. Ha sido muy desagradable. Cuando no está sedado, farfulla. Cuando está sedado, si ha estado combativo, vuelve a farfullar, pero entonces no se entiende lo que dice. Los médicos lo tienen atado casi todo el tiempo. Es como si estuviera vagabundeando mentalmente por la historia pero, de vez en cuando, parece pasar por el presente. Y cuando lo hace, le llama a usted. Al principio pensé que se refería al conde su padre, pero definitivamente es usted.
Miles
, dice.
Traed a ese muchacho idiota. ¿No lo ha encontrado todavía, Vorberg? No me diga que no es capaz de distinguir al pequeño mierda hiperactivo
. Lo siento —añadió Vorberg, después de pensárselo mejor—, es justo lo que dijo.
—Reconozco el estilo —susurró Miles. Se aclaró la garganta, y su voz cobró fuerza—. Lo siento. Es la primera vez que tengo noticias de esto.
—Imposible. Lo he transmitido en mi informe nocturno durante cuatro o cinco noches seguidas.
Gregor no habría dejado de comunicarle una cosa así. Gregor no tenía ni idea de aquello. La rotura se hallaba en algún lugar de la cadena de mando, más arriba de Vorberg.
Lo descubriremos. Oh, vaya que sí
.
—¿A qué clase de tratamiento o pruebas médicas está sometido?
—No lo sé. No sucede gran cosa en mi turno.
—Supongo que eso es… razonable.
Los dos guardaron silencio mientras Martin llegaba con el café y bollos en una cesta de pan improvisada. —
Toma nota para la lección seis de servicio: «Encontrar los Utensilios Adecuados»
—. El chico cogió un bollito para sí, sonrió alegremente, y se marchó. Vorberg parpadeó ante esta extraña actitud del servicio, pero bebió agradecido su café. Frunció de nuevo el ceño ante Miles, sin especular esta vez.
—He estado oyendo un montón de cosas extrañas, en la quietud de la noche. Mientras los sedantes se agotan y antes de que, uh, empiece a hacer ruido y necesite otra dosis.
—Sí. Me lo imagino. ¿Sabe por qué me llama Illyan?
—No exactamente. Incluso en sus momentos más lúcidos, son farfulleos muy confusos. Pero tengo la desagradable sensación de que soy yo quien no es capaz de comprender porque no conozco el trasfondo y no consigo descifrar lo que podrían ser declaraciones perfectamente claras. Lo que sí he deducido es que usted nunca ha sido un maldito correo.
—No. Operaciones encubiertas.
Un rayo de sol trepaba por el brazo del sillón, haciendo que el café de la taza colocada allí brillara rojo.
—Operaciones encubiertas de alto nivel —dijo Vorberg, contemplándolo entre las sombras y la luz.
—El más alto.
—No sé por qué lo licenciaron…
—Ah. —Miles sonrió débilmente—. Tendré que decirle la verdad algún día. Lo de la granada de agujas es cierto. Pero eso no es todo.
—Parte del tiempo no parece saber que lo licenció. Pero parte del tiempo sí. Y sigue llamándolo, incluso entonces.
—¿Ha informado directamente de esto al general Haroche?
—Sí. Dos veces.
—¿Qué dijo?
—Gracias, teniente Vorberg.
—Ya veo.
—Yo no.
—Bueno… yo tampoco. Pero ahora me parece que puedo averiguarlo. Ah… creo que tal vez sería mejor que esta conversación no hubiera tenido lugar.
Los ojos de Vorberg se estrecharon.
—¿Oh?
—La conversación que tuvimos en las escaleras de la Residencia valdrá, por si alguien pregunta.
—Mm. ¿Y qué es usted para los Mercenarios Dendarii, Vorkosigan?
—Ahora nada.
—Bien… sus amigos de operaciones encubiertas fueron siempre el peor hatajo de comadrejas que he conocido jamás, así que no sé si confiar en usted ni siquiera ahora. Pero si ha sido sincero conmigo… me alegro, por el bien de los Vor, de que no haya abandonado al siervo de su padre. No quedamos muchos que nos preocupemos lo suficiente para, para… no sé cómo decirlo.
—Que nos preocupemos lo suficiente para hacer real lo Vor —sugirió Miles.
—Sí —dijo Vorberg, agradecido—. Eso es.
—Tiene toda la razón, Vorberg.
Una hora más tarde, Miles avanzó en la mañana gris hasta el portal lateral del cuartel general de SegImp. Las nubes llegaban por el este, destrozando la promesa de que hubiera sol; podía oler la lluvia en el aire. Las gárgolas de granito parecían hoscas y vacías en la luz sin sombras. El edificio sobre ellas se alzaba grande, cerrado e imponente. Y feo.
La primera preocupación de Haroche había sido colocar alrededor de Illyan guardias con el acceso de seguridad más elevado. Ni una palabra sobre doctores, ni tecnomeds, ni, por Dios santo, los mejores expertos posibles, con acceso o sin él. No estaba tratando a Illyan como a un paciente, sino como a un prisionero. Un prisionero de su propia organización, ¿apreciaba Illyan la ironía? Miles sospechaba que no.
¿Era Haroche paranoide y lerdo por naturaleza, o tan sólo lo dominaba temporalmente el pánico por sus nuevas responsabilidades? Haroche no podía haber llegado donde estaba siendo un estúpido, pero aquel trabajo nuevo y complejo le había caído encima de repente, y sin advertencia. Haroche había comenzado su carrera en Seguridad, siendo policía militar. Como ayudante de Asuntos Domésticos y luego jefe, se había relacionado principalmente hacia abajo y hacia dentro, tratando con predecibles subordinados militares. Illyan había representado la cara hacia arriba y hacia fuera de SegImp, tratando hábilmente con el Emperador, los Lores Vor y todas las reglas no escritas y a veces no reconocidas de la idiosincracia del sistema Vor. La forma en que Illyan había tratado a Alys Vorpatril, por ejemplo, había sido sutil pero brillante; ella le había dado un amplio caudal de información acerca del aspecto privado de la sociedad Vor en la capital. Esa información había demostrado ser, más de una vez, un suplemento enormemente valioso para asuntos más oficiales. En su primer encuentro, Haroche había ofendido profundamente a su aliada potencial, como si el hecho de que ella no apareciera en el esquema organizativo del gobierno significara que su poder no existía. Apunta uno a favor de la hipótesis de lerdo.
Pero en cuanto a la paranoia… Miles tenía que reconocer que la cabeza de Illyan estaba tan repleta de los más importantes secretos barrayareses de las últimas tres décadas que era increíble que no se hubiera fundido mucho tiempo antes. No se le podía dejar suelto por la calle sin que supiera en qué año estaban. La cautela de Haroche era de hecho encomiable, pero debía haber estado teñida de más… ¿qué? ¿Respeto? ¿Cortesía? ¿Pena?
Miles tomó aliento y atravesó las puertas. Martin, que había tenido la inmensa suerte de encontrar un sitio suficientemente grande donde aparcar el coche blindado del conde, lo siguió nervioso, claramente atemorizado por el siniestro edificio a pesar de la conexión familiar. Miles se plantó ante la mesa de seguridad, y miró al encargado con el ceño fruncido. Era el mismo tipo que estaba de servicio la semana anterior.
—Buenos días otra vez. He venido a ver a Simon Illyan.
—Um… —El encargado tecleó su comuconsola—. Sigue sin aparecer en mi lista, Lord Vorkosigan.
—Sí, pero estoy en su puerta. Y pretendo quedarme aquí hasta que consiga algunos resultados. Llame a su jefe.
El encargado vaciló, pero acabó por decidir que era mejor que alguien de más graduación se enfrentara a un Lord Vor, aunque fuera tan bajito y raro como Miles. Llegaron al nivel del secretario de Haroche, anteriormente de Illyan, pero Miles sacó al encargado de su asiento y se puso en contacto con el propio Haroche.
—Buenos días, general. He venido a ver a Illyan.
—¿Otra vez? Creía que había zanjado eso. Illyan no está en condiciones de recibir visitas.
—No pensaba que lo estuviera. Solicito permiso para verlo.
—Solicitud denegada. —La mano de Haroche se movió para cortar la comunicación.
Miles controló su temperamento, y trató de hacer acopio de palabras suaves y argumentos rastreros. Estaba dispuesto a hablar todo el día, hasta que consiguiera entrar. No, nada de palabras suaves… a Haroche le iba lo rudo, pues con frecuencia modificaba su propia forma de hablar para que encajara con el nivel de la clase alta de Vorbarr Sultana.
—¡Haroche! ¡Hábleme! Esto ya no me vale. ¿Qué demonios pasa aquí que le tiene puestos de punta los pelos del culo? ¡Estoy tratando de ayudar, maldita sea!
Por un momento, el ceño fruncido de Haroche se suavizó, pero luego su rostro volvió a endurecerse.