Read Refugio del viento Online
Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle
Tags: #Ciencia ficción, Fantasía
Sher fue el primer Alas de Madera en probar el aire. Hizo un buen trabajo: un salto limpio, casi perfecto aparte de un leve traspiés, seguí do de una secuencia normal de giros, círculos, picados y ascensos, todo ello ejecutado con gracia. En el aire, Sher parecía ligero y ágil, en comparación con la estólida actitud de su rival, Maris le habría declarado ganador por un ligero margen pero, al mirar, descubrió que los jueces habían sido más críticos que ella con el Alas de Madera. Dos concedieron la victoria al alado, dos decretaron un empate, y sólo uno se inclinó por Sher, que ahora tenía once piedras en contra de sus tres.
Cuando se lo dijo a Sena, la anciana suspiró.
—Ya me he acostumbrado. Detesto esta etapa. Quizá los jueces tratan de ser justos, pero siempre pasa lo mismo. No podemos hacer nada, excepto entrenar a nuestros Alas de Madera para que vuelen tan bien que no les puedan negar la victoria.
Leya le siguió. Realizó la misma secuencia que Sher, pero con menos suerte. El viento cambió mientras hacía sus acrobacias, arrebatándole la fluida elegancia que Maris sabía que tenía, y haciendo de su vuelo una torpe lucha por mantener el equilibrio. Las ráfagas consiguieron que perdiera la estabilidad en varias ocasiones, estropeando lo que en otras circunstancias habrían sido buenos giros. Su adversario también tuvo problemas, pero menos. Cuatro jueces le dieron la victoria y sólo uno votó por un empate, dejando a Leya en un diez a uno.
Damen fue el más ambicioso de los tres. Cuando Arak empezó a insultarle, le devolvió los epítetos, consiguiendo que Maris sonriera. Empezó con una aceptable imitación del espectacular vuelo sobre la playa que había efectuado el alado Lañe. Arak intentó estorbarle, volando muy cerca de él para que Damen saliera torpemente del planeo, pero el joven viró con una elegante maniobra y entró en una nube, desapareciendo de la vista del anciano alado. Uno de los jueces, el de las Islas Exteriores, se quejó de las tácticas de Arak, pero los demás se limitaron a encogerse de hombros.
—Haga lo que haga, sigue siendo mejor alado —insistió la oriental—. Mira lo cerrados que son sus giros. El chico es voluntarioso, pero le falta experiencia.
Maris tuvo que admitir que la mujer tenía razón. Damen solía hacer giros demasiado amplios, sobre todo cuando utilizaba un viento inferior.
En la puntuación, cuatro jueces votaron por Arak, y sólo el de las Islas Exteriores por Damen.
—¡Jon de Culhall, Kerr de Alas de Madera! —gritó la voceadora. El viento era racheado, y Kerr tan torpe como siempre.
Tras unos minutos. Sena miró a Maris.
—Esto es un espectáculo deprimente hasta para un solo ojo —le dijo.
Jon de Culhall se apuntó ocho guijarros blancos más, y Maris compadeció a Kerr.
—¡Corm de Amberly Menor! —gritó la voceadora—. ¡Val Un-Ala, Val de Arren Sur!
Aparecieron en el risco de los alados, con las alas puestas, pero todavía plegadas. Maris pudo sentir cómo un escalofrío de emoción recorría a la multitud. A lo largo de la playa, la gente hacía comentarios, y hasta los guardianes que esperaban en pie, junto al Señor de la Tierra, se acercaron para mirar.
Esta vez, Corm no reía ni bromeaba. Estaba tan silencioso como Val, con el pelo negro agitado por el viento, mientras le desplegaban y encajaban las alas. Como siempre, Val rechazó a los que intentaron ayudarle.
—Corm puede llegar a ser muy bueno en esto —advirtió Maris a Sena—. Quizá Val tenga problemas hoy.
—Sí —convino Sena mirando a Shalli, sentada entre los jueces.
La multitud se impacientaba. Los dos alados todavía no habían saltado. Los ayudantes de Corm retrocedieron, y el hombre se acercó al borde del risco con las alas desplegadas. Pero Val no hizo el menor movimiento para encajar la suyas. En vez de eso se dedicó a examinar las junturas, como si algo fuera mal. Corm le dijo algo bruscamente y Val levantó la vista, sólo para dedicarle un gesto despectivo.
—Muy bien —dijo Corm claramente.
Echó a correr y, un momento después, estaba en el aire.
—Ahí está Corm —señaló Shalli—. ¿Qué le pasa a Un-Ala?
¿No sabe que esto puntúa en su contra? —murmuró Sena. Maris agarró a la anciana por un codo.
Lo va a hacer otra vez —dijo horrorizada.
—¿El qué?
Pero, mientras lo preguntaba, el rostro de Sena se iluminó, y Maris supo que había comprendido.
Val saltó.
Había una gran distancia hasta el suelo donde sólo le aguardaba la arena y los espectadores. Más peligroso y más espectacular que la misma acrobacia realizada sobre el agua. Pero lo estaba haciendo, caía, con la alas ondeando a la espalda como una capa de plata. Shalli y el juez del Archipiélago del Sur se pusieron en pie de un salto, y dos de los guardianes se acercaron hasta el borde del risco. Hasta la voceadora dejó escapar un grito de sorpresa. Maris oyó los chillidos de los espectadores, desde abajo.
Las alas de Val se abrieron.
Por un momento, pareció que aquello no era suficiente. Seguía cayendo, cada vez a más velocidad, incluso con las alas completamente extendidas. Pero entonces maniobró hacia un lado, y con eso bastó: de repente, estaba volando nivelado, sobre la playa, hacia el mar. La gente volvía a sentarse en la arena, aunque alguien todavía chillaba.
Luego se hizo el silencio, como si todos contuvieran el aliento. Val sobrevoló las olas, planeando con una serenidad absoluta. Y suavemente, empezó a elevarse. Voló tranquilamente hacia donde Corm acababa de realizar un difícil bucle, que pasó inadvertido para casi todos.
Empezaron los aplausos, y los gritos de ánimo. A lo largo de toda la playa, los atados a la tierra aplaudían y repetían un solo cántico: «¡Un-Ala! ¡Un-Ala! ¡Un-Ala!». Una y otra vez. Ni siquiera el espectacular vuelo rasante de Lañe les había impresionado tanto como Val. La juez del Archipiélago Oriental reía.
—Pensé que nunca volvería a verlo —exclamó—. ¡Vaya, vaya, vaya! Ni siquiera Cuervo lo habría hecho mejor.
Shalli parecía deprimida.
—Un truco barato —dijo—. Y peligroso.
—Es posible —convino el juez de las Islas Exteriores—. Pero nunca había visto nada igual. ¿Cómo lo ha hecho?
La oriental intentó explicárselo, y los dos se enzarzaron en una conversación. A lo lejos, Val y Corm seguían con sus acrobacias. Val voló bien, aunque Maris advirtió que sus giros hacia arriba seguían siendo imperfectos. Corm voló mejor, superando a Val acrobacia por acrobacia, ejecutando cada maniobra con más elegancia, con la habilidad que le daban décadas de vuelo. Pero Maris sabía que era un vuelo desesperanzado. Después de
La Caída de Cuervo
, ni toda la elegancia del mundo podría nivelar la balanza.
Estaba en lo cierto. Shalli fue la única excepción.
—Corm ha volado mucho mejor —insistió—. Una sola acrobacia temeraria no cambia ese hecho.
Depositó en la caja una piedra blanca, enfatizando el gesto con un ostentoso giro de muñeca.
Pero los demás jueces le dirigieron una sonrisa indulgente, y los cuatro guijarros que siguieron al suyo fueron negros.
—¡Garth de Skulny, S'Rella de Alas de Madera!
S'Rella y Garth, aunque de apariencia totalmente diferente, tenían un aspecto muy semejante aquella mañana, pensó Maris mientras los contemplaba prepararse. Garth debería estar más tranquilo por la victoria del día anterior, por el momento sus alas estaban a salvo; en cambio, parecía más pálido y más viejo. Apenas habló con Riesa, y se colocó las alas con torpe lentitud. S'Rella se mordía el labio mientras dejaba que los ayudantes le desplegaran las alas, y parecía estar al borde de las lágrimas.
Ni uno ni otro intentaron nada espectacular en el salto. Garth se dirigió hacia la derecha, y S'Rella hacia la izquierda. Planearon sobre la playa y sobre los botes con igual facilidad. Algunos habitantes de la isla saludaron a Garth y gritaron su nombre cuando pasó por encima de ellos, pero el resto del público estaba en silencio, todavía enmudecido por el salto de Val.
Sena sacudió la cabeza.
—S'Rella nunca ha sido tan grácil en el aire como Sher o Leya, pero vuela mejor que todo eso.
La joven sureña acababa de perder el equilibrio en un vulgar giro, y Maris no pudo por menos que estar de acuerdo con la maestra. S'Rella no estaba volando bien.
—Sólo hace cosas corrientes —señaló Maris—. Creo que todavía está impresionada por lo de anoche.
Garth se estaba aprovechando de la dejadez de su adversaria. Se remontó con la tranquila efectividad que le era habitual, hizo varios giros elegantes y un rizo. No fue un rizo especialmente bueno, pero S'Rella no estaba intentando ninguno.
—Esto será fácil de juzgar —dijo aliviado el Señor de Skulny.
El hombre ya estaba escogiendo un guijarro blanco. A Maris sólo le cupo esperar que no depositara dos.
—Mira eso —gruñó Sena, disgustada—. Mi mejor alumna vagabundea por el cielo como un niño de ocho años en su primer vuelo.
—¿Qué hace Garth? —se preguntó Maris en voz alta. El alado se tambaleaba de un lado a otro, casi como si perdiera el equilibrio—. Ha sido una mala maniobra.
—Si los jueces se dan cuenta —señaló Sena con amargura—. Mira, ya se ha estabilizado.
Era cierto. Las grandes alas de plata estaban paralelas al mar. Garth las controlaba en línea recta, descendiendo ligeramente.
—Se está limitando a volar —comentó Maris, asombrada—. No hace ninguna acrobacia.
Garth seguía avanzando en línea recta, descendiendo hacia el rompeolas. Volaba con elegancia, pero siempre en línea recta. No tenía mucho mérito volar grácilmente cuando todo el trabajo lo hacía el viento. Ahora estaba a menos de diez metros por encima del agua, y seguía descendiendo. El vuelo parecía tan sereno, tan tranquilo…
Maris se atragantó.
¡Se está cayendo! —gritó. Se volvió hacia los jueces—. ¡Ayudadle, se está cayendo!
¿Qué demonios dice? —preguntó la oriental.
Shalli se llevó el telescopio a un ojo y localizó a Garth. El alado planeaba sobre las aguas.
—Tiene razón —dijo con un hilo de voz.
El caos fue instantáneo. El Señor de la Tierra se puso en pie de un salto, empezó a agitar los brazos y a dar órdenes. Dos guardianes echaron a correr por la escalera, y los demás se dirigieron apresuradamente hacia otros sitios. La voceadora se puso las manos alrededor de la boca.
—¡Ayudadle! ¡Ayudad al alado! ¡Los que vais en los botes, ayudad al alado!
En la playa, otros voceadores repitieron el grito, y los espectadores corrieron hacia la orilla, también gritando y señalando.
Garth tocó el agua. El impulso le hizo rebotar contra la superficie una vez, dos, y las alas levantaron una lluvia de gotas. Pero pronto perdió velocidad y se detuvo.
—No pasa nada, Maris —aseguró Sena—. No pasa nada. Mira, ya le van a recoger.
Un pequeño bote de vela, alertado por los gritos de los voceadores, avanzaba rápidamente hacia él. Maris contempló la escena, asustada. Tardaron un minuto en llegar junto a él, y otro minuto en pescarle con una red que echaron por la borda. Pero, desde aquella distancia, la alada no tenía manera de saber si estaba vivo o muerto.
El Señor de la Tierra bajó el telescopio.
—Ya le tienen. Y también las alas.
S'Rella volaba a poca altura, sobre el bote de vela que acababa de rescatar a Garth. Había comprendido demasiado tarde lo que sucedía, y se dirigió rápidamente hacia el alado, aunque era difícil que pudiera prestarle ayuda.
El Señor de la Tierra, con el ceño fruncido, envió a uno de los guardianes a que se informara sobre el estado de Garth, y luego volvió a su asiento. Los jueces hablaron nerviosamente entre ellos mientras Maris y Sena compartían un alarmado silencio, hasta que el hombre regresó, diez minutos más tarde.
—Está vivo y se recuperará, aunque ha tragado mucha agua —les comunicó el guardián—. Le han llevado a su casa.
—¿Qué pasó? —exigió saber el Señor de la Tierra.
—Su hermana dice que lleva algún tiempo enfermo —respondió el hombre—. Parece que ha sufrido un ataque.
El Señor de la Tierra dejó escapar una maldición.
—No me dijo nada. —Miró a los cuatro jueces alados—. ¿Tenemos que puntuar esto?
—Me temo que sí —dijo amablemente Shalli.
Cogió un guijarro negro.
—¿A ella? —se asombró el Señor de la Tierra—. Garth voló mucho mejor hasta que se puso enfermo. ¿Vas a dar la victoria a la chiquilla?
—No lo dirás en serio —le contestó el juez de las Islas Exteriores—. Tu Garth se cayó al agua. Aunque hasta entonces lo hubiera hecho tan bien como Lañe, perdería.
—Estoy de acuerdo —convino la oriental—. No eres un alado, Señor de la Tierra, no lo comprendes. Garth tiene suerte de seguir vivo. Si se hubiera caído mientras volaba en una misión, sin que hubiera barcos cerca para rescatarle, habría sido pasto de las escilas.
—Estaba enfermo —insistió el Señor de la Tierra, temeroso de perder las alas para Skulny.
—Eso no importa —señaló con voz serena el juez del Archipiélago del Sur.
Puso un guijarro en la caja. Era negro. Tres piedras negras más cayeron en rápida sucesión. Shalli puso la suya, evidentemente de mala gana, y el Señor de la Tierra, desafiante, dejó caer una blanca.
La caída de Garth intensificó la desazón de todos, tanto de los alados como de los Alas de Madera. Los juegos de la tarde, acrobacias realizadas entre nubes cada vez más pesadas y tormentosas, no sirvieron para animarles. Una oriental de la Plataforma del Milano fue la vencedora absoluta, pero no tuvo demasiada competencia: muchos de los alados decidieron retirarse en el último momento. Incluso algunos que no estaban implicados directamente en los desafíos empezaban a pensar en tomar las alas y marcharse a sus respectivas islas. Kerr, el único Alas de Madera que se molestó en asistir a los juegos, informó a los demás de que los espectadores también empezaban a dispersarse, y de que sólo había un tema de conversación: Garth.
Sena trató de animar a sus alumnos, pero era una labor imposible. Sher y Leya eran filosóficamente conscientes de sus posibilidades, ninguno de los dos esperaba ganar, pero Damen estaba más deprimido que nunca, y Kerr parecía a punto de arrojarse al mar. S'Rella estaba casi igual de desanimada. Parecía cansada, y aquella tarde discutió con Val.
Fue poco después de cenar. Damen llevaba en la mano el tablero de geechi y estaba buscando un adversario, y Leya había vuelto a sacar la flauta. Val encontró a S'Rella sentada en la playa, con Maris, y se reunió con ellas sin ser invitado.