—Eso es todo —dijo Ildefonse con voz apagada—. Puedes irte. —La muchacha se marchó. Ildefonse volcó los discos sobre la mesa. Estaban correctamente marcados; cada uno llevaba el signo o la firma de uno de los magos presentes. Ildefonse se tironeó la barba.
—Parece que Gilgad ha ganado las piedras IOUN.
Gilgad se dirigió a la mesa. Lanzó un terrible grito.
—¡Las piedras! ¿Qué les ha ocurrido? —Alzó la red, que ahora colgaba bajo el peso de su contenido. La característica translucencia de las piedras IOUN había desaparecido; los objetos de la red brillaban con vulgares reflejos vítreos. Gilgad tomó uno y lo arrojó al suelo, donde se hizo añicos—. ¡Esas no son piedras IOUN! ¡Son un fraude!
—¡Evidentemente! —declaró Ildefonse—. Eso resulta claro.
—¡Exijo mis piedras! —rugió Gilgad—. ¡Entregádmelas inmediatamente, o arrojaré un conjuro de Angustia sobre todos los aquí presentes!
—Un momento —gruñó Hurtiancz—. Contén tu conjuro. Ildefonse, haz venir a tu fantasma; sepamos lo que transpira aquí.
Ildefonse tironeó dubitativo de su barba, luego alzó el dedo hacia el rincón más alejado.
—¡Fantasma! ¿Estás ahí?
—Aquí estoy.
—¿Qué ocurrió mientras sacábamos el disco del pote?
—Hubo movimiento. Algunos se movieron, otros no. Cuando finalmente el disco estuvo sobre la mesa, una forma extraña cruzó la estancia. Tomó las piedras y desapareció.
—¿Qué tipo de forma extraña?
—Llevaba una piel de escamas azules; plumas negras se alzaban sobre su cabeza; sin embargo, tenía el alma de un hombre.
—¡El archivolte! —murmuró Hurtiancz—. ¡Sospeché de Xexamedes!
—Entonces, ¿qué hay de mis piedras, mis maravillosas piedras? —gimió Gilgad—. ¿Cómo recuperaré mi propiedad? ¿Debo verme siempre despojado de mis valiosas posesiones?
—¡Deja de quejarte —restalló el diabolista Shrue—. Hay que distribuir los artículos restantes. Ildefonse, ten la bondad de consultar las listas.
Ildefonse tomó los papeles.
—Puesto que Gilgad ganó el primer artículo, su lista debe ser retirada. En cuanto a la segunda elección…
Fue interrumpido por la furiosa queja de Gilgad.
—¡Protesto ante esta intolerable injusticia! ¡No he ganado más que un puñado de cristales sin valor!
Ildefonse se encogió de hombros.
—Es al archivolte ladrón a quien tienes que quejarte, especialmente si tenemos en cuenta que el sorteo sufrió algunas irregularidades temporales, a las que no necesito hacer referencia.
Gilgad alzó los brazos al aire; su rostro saturnino se crispó con las sucesivas oleadas de sus pasiones. Sus colegas le contemplaban con rostro desapasionado.
—Sigue, Ildefonse —dijo Vermoulian el Caminante de Sueños.
Ildefonse extendió los papeles.
—Parece que entre todo el grupo sólo Rhialto ha seleccionado, como segundo artículo, este utensilio de forma curiosa, que parece ser uno de los Recordiums Pretéritos de Houlart. En consecuencia se lo entrego, y coloco la lista de Rhialto junto con la de Gilgad, Perdustin, Barbanikos, Ao de los Opalos y yo mismo hemos registrado nuestro deseo hacia este Casco de Dieciséis Direcciones, y en consecuencia debemos efectuar otro sorteo. El pote, cuatro discos…
—En esta ocasión —dijo Perdustin—, deja que la doncella entre ahora. Que coloque la mano sobre la boca del pote; meteremos los discos entre sus dedos; así nos protegeremos contra cualquier disrupción de las leyes del azar
Ildefonse se tiró de sus rubias patillas, pero Perdustin prevaleció. Todos los demás sorteos se efectuaron de esta forma. Finalmente llegó el turno de Rhialto de efectuar una elección libre.
—Bien, Rhialto —dijo Ildefonse—. ¿Qué seleccionas?
El resentimiento bullía en la garganta de Rhialto.
—Como restitución por mis diecisiete exquisitas mujeres —pájaro, mi viejo poste indicador de diez mil años de antigüedad, ¿se supone que debo verme compensado con este saquito de Polvo Estupefactor?
Ildefonse se mostró conciliador.
—Las interacciones humanas, estimuladas como están por el desequilibrio, nunca consiguen igualarse. Incluso en la más favorable de las transacciones, una parte, sea consciente o no de ello, sale siempre perdiendo.
—La proposición no me es desconocida —dijo Rhialto con voz más razonable—. Sin embargo…
Zilifant lanzó una repentina exclamación.
—¡Mirad! —Señalaba hacia la repisa de la gran chimenea; allá, camuflada entre la piedra tallada, colgaba una hoja de tilo. Ildefonse la tomó con dedos temblorosos. Los caracteres plateados decían:
MORREION VIVE UN SUEÑO
¡NADA ES INMINENTE!
—Cada vez más confuso —murmuró Hurtiancz—. Xexamedes insiste en tranquilizarnos de que todo está bien con Morreion: ¡un enigmático ejercicio!
—Debemos recordar que Xexamedes es un renegado, un enemigo de todos —señaló el siempre cauteloso Bruma.
Herark el Heraldo alzó un dedo índice con la uña esmaltada en negro.
—Mi costumbre es darle la vuelta a cada problema. Así, el primer mensaje, «NADA AMENAZA A MORREION», se convierte en «ALGO LLAMADO NADA AMENAZA A MORREION», y en consecuencia en «LA NADA AMENAZA A MORREION».
—Verborrea, prolijidades —gruñó el práctico Hurtiancz.
—¡No tan aprisa! —dijo Zilifant—. ¡Herark es notablemente profundo! La palabra «NADA» debe ser considerada como una delicada referencia a la muerte; una cuidada fraseología, por decirlo así.
—¿Acaso Xexamedes era famoso por su exquisito buen gusto? —preguntó Hurtiancz con sarcasmo—. Creo que no. Como yo, cuando dice «muerte» quiere decir «muerte».
—¡Ésa es exactamente mi opinión! —exclamó Herark—. Me pregunto: ¿Qué es esa «Nada» que amenaza a Morreion? Shrue, ¿qué es y dónde se encuentra esa «Nada»?
Shrue encogió sus estrechos hombros.
—No puede hallarse en la tierra de los demonios.
—Vermoulian, tú has viajado hasta muy lejos en tu palacio peregrino. ¿Qué es o dónde está «Nada»?
Vermoulian el Caminante de Sueños declaró su perplejidad.
—Nunca he descubierto ese lugar.
—Mune el Mago: ¿Qué es o dónde está «Nada»?
—En algún lugar —reflexionó Mune el Mago—. He visto una referencia a «Nada», pero no puedo recordar la conexión.
—La palabra clave es «referencia» —afirmó Herark—. Ildefonse, ten la bondad de consultar el Gran Glos.
Ildefonse seleccionó un volumen de un estante, abrió la pesada tapa.
—«Nada.» Varias referencias tópicas…, una descripción metafísica…, ¿un lugar? «Nada: la noregión más allá del final del cosmos.»
—Como seguridad, ¿por qué no consultamos la entrada «Morreion»? —sugirió Hurtiancz.
Algo reluctante, Ildefonse halló la referencia. Leyó:
«Morreion: Un héroe legendario del vigesimoprimer eón, que venció a los archivoltes y los arrojó, derrotados, a Jangk. A raíz de lo cual estos lo arrastraron tan lejos como la mente puede alcanzar, hasta los resplandecientes campos de donde obtienen sus piedras IOUN. Sus anteriores camaradas, que habían jurado protegerle, se olvidaron de él, y desde entonces nada más se sabe.»
Una afirmación parcial e inexacta, pero interesante de todos modos.
Vermoulian el Caminante de Sueños se puso en pie.
—Tenía planeado un largo viaje en mi palacio; visto todo esto, voy a dedicarme a buscar a Morreion.
Gilgad lanzó un gruñido de furia y decepción.
—¡Piensas explorar los «resplandecientes campos»! ¡Soy yo quien he ganado ese derecho, no tú!
Vermoulian, un hombre corpulento, con la piel lisa como la de una foca y un rostro pálido e inescrutable, declaró:
—Mi único propósito es rescatar al héroe Morreion; las piedras IOUN no son más que algo secundario.
—¡Bien dicho! —exclamó Ildefonse—. Pero trabajarás más eficazmente con algunos colegas de confianza; quizá yo solo sea suficiente.
—¡Correcto en todos sus detalles! —afirmó Rhialto—. Pero se necesita una tercera persona para un caso de peligro. Yo compartiré todas las penalidades; de otro modo no podré tenerme nunca en buena consideración.
—¡Yo nunca he sido alguien que se quede atrás! —dijo Hurtiancz con truculento fervor—. Contad conmigo.
—La presencia de un Necropo es indispensable —afirmó Byzant—. En consecuencia, debo acompañar al grupo.
Vermoulian señaló su preferencia por viajar solo, pero nadie quiso escuchar. Al fin capituló, con una mirada de irritación en su rostro en general complaciente.
—Me marcho de inmediato. Si dentro de una hora no hay nadie en el palacio, entenderé que habéis cambiado de opinión.
—¡Vamos, vamos! —bromeó Ildefonse—. ¡Necesito tres horas y media sólo para dar instrucciones a mi personal! Exigimos más tiempo.
—El mensaje afirmaba: «La nada es inminente.» —señaló Vermoulian—. ¡Hay que darse prisa!
—Debemos tomar la frase dentro de su contexto —dijo Ildefonse—. Morreion conoce su actual situación desde hace varios eones; la palabra «inminente» puede muy bien señalar un período de quinientos años.
A regañadientes, Vermoulian aceptó retrasar su partida hasta la mañana siguiente.
El viejo sol se ocultaba tras las colinas del Scaum; mas nubes negras colgaban en el crepúsculo amarronado. Rhialto llegó al portal exterior de su propiedad. Hizo una señal y aguardó confiado a que Puiras alzara el conjuro de los Límites.
No hubo ninguna señal de respuesta.
Rhialto hizo otra señal, dando una impaciente patada contra el suelo. Del cercano bosque de anchos árboles kang le llegó el gemido de un grue; sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Lanzó de nuevo el haz digital: ¿dónde estaba Puiras? Las tejas de jade blanco del techo relucían pálidas a la débil luz del crepúsculo. No vio ninguna luz. El grue gimió de nuevo en el bosque, y otro lamento quejumbroso se le unió. Rhialto probó la entrada con una rama y no halló ningún conjuro, ninguna protección en absoluto.
Echó la rama a un lado y entró en su propiedad. Todo parecía en orden, aunque Puiras no se veía por ninguna parte. Si había pulido y encerado el suelo del salón, su esfuerzo no era apreciable. Agitando irritado la cabeza, Rhialto fue a examinar el poste indicador, que estaba siendo reparado por sus minúsculos. El superintendente voló hacia él en un mosquito para rendir su informe; al parecer, Puiras había olvidado traerles sus vituallas para la cena. Rhialto se apresuró a remediar el olvido, y añadió media onza de jalea de anguila por iniciativa propia.
Luego, con una copita de Ruina Azul al lado, Rhialto examinó los retorcidos tubos de bronce que se había traído del castillo de Ildefonse: el llamado Recordium Pretérito. Intentó rastrear el circuito que seguían los tubos, pero se entremezclaban entre sí de tal manera que uno se sentía confuso a los pocos momentos. Pulsó una de las válvulas, lo cual produjo un sibilante susurro de una de las boquillas. Tocó otra, y ahora oyó una lejana canción gutural. El sonido no procedía de la boquilla sino del sendero, y un momento más tarde Puiras entró tambaleándose por la puerta. Lanzó una vacía mirada a Rhialto y se dirigió con paso poco firme hacia sus habitaciones.
—¡Puiras! —llamó secamente Rhialto.
El sirviente se volvió con dificultad.
—¿Qué ocurre?
—Has bebido demasiado; en consecuencia, estás borracho.
Puiras aventuró una sonrisa de suficiencia.
—Vuestra perspicacia es aguda y vuestro lenguaje exacto. No niego ninguna de las dos observaciones.
—No dispongo de lugar para un sirviente irresponsable o ebrio. En consecuencia, quedas despedido.
—¡No, eso no! —exclamó Puiras con voz ronca, y enfatizó su afirmación con un eructo—. Me dijeron que tendría un buen puesto Si no robaba más que el viejo Funk y alababa vuestro noble porte. ¡Pues bien! Esta noche sólo he robado moderadamente, y para mí la falta de insultos es suficiente alabanza. Así que éste es un buen puesto, ¿y qué es un buen puesto sin una escapada de tanto en tanto al pueblo?
—Puiras, estás peligrosamente intoxicado —dijo Rhialto—. ¡Vaya espectáculo lamentable que ofreces!
—¡Nada de cumplidos! —rugió Puiras No todos podemos convertirnos en espléndidos magos vestidos con ropas de fantasía con sólo hacer chasquear los dedos.
Rhialto se puso en pie, ultrajado.
—¡Ya basta! ¡Ve a tus habitaciones antes de que te aplique un suplicio!
—Eso era lo que iba a hacer cuando me llamasteis —respondió sombríamente Puiras.
Rhialto pensó que responder a aquello se hallaba por debajo de su dignidad. Puiras se alejó tambaleante, murmurando algo para sí mismo.
Descansando sobre el suelo, el maravilloso palacio peregrino de Vermoulian, con todas sus galerías, jardines formales y pabellón de entrada, ocupaba un emplazamiento octogonal de algo más de una hectárea. La planta del palacio propiamente dicho formaba una estrella de cuatro puntas, con una espira de cristal en cada extremo y una espira algo mayor en el centro, donde Vermoulian tenía sus aposentos privados. Una balaustrada de mármol rodeaba el pabellón delantero. En el centro, una fuente lanzaba al aire un centenar de chorros de agua; a cada lado crecían limeros de flores y frutos plateados. Los cuadriláteros a derecha e izquierda habían sido dispuestos como jardines; la zona de la parte de atrás estaba plantada con verduras y otros productos agrícolas para la cocina del palacio.
Los huéspedes de Vermoulian ocupaban una serie de habitaciones en las alas; bajo la espira central estaban los distintos salones, las habitaciones de mañana y tarde, la biblioteca, la sala de música, el comedor y la sala de estar.
Los magos empezaron a presentarse una hora después del amanecer, siendo Gilgad el primero en llegar a la escena e Ildefonse el último. Vermoulian, recuperada su imperturbabilidad, dio la bienvenida a cada uno de los magos con una afabilidad cuidadosamente medida. Tras inspeccionar sus suites, los magos se reunieron en el gran salón. Vermoulian se dirigió al grupo:
—¡Constituye un gran placer para mí recibir a tan distinguida compañía! ¡Nuestra meta: El rescate del héroe Morreion! Todos los aquí presentes son personas conscientes y dedicadas, pero…, ¿comprenden todos que deberemos ir hasta regiones lejanas? Vermoulian paseó su plácida mirada de rostro en rostro—. ¿Estamos preparados todos para el tedio, la incomodidad y el peligro? Estos son los riesgos del viaje, y si alguien tiene dudas de alguna clase o persigue otras metas, como la búsqueda de las piedras IOUN, ahora es el momento de que tales personas regresen a sus respectivas casas, castillos, cuevas o cubiles. ¿Hay alguien que se decida a ello? ¿No? Entonces partamos.