Salvajes (23 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

BOOK: Salvajes
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Jesús ríe.


Bueno, m'hijo
, ¿qué podemos hacer el uno por el otro?

Sal se vuelve y hace señas a Jumpy, que se acerca con la furgoneta.

—No trabajo con coches —dice Jesús.

No vale la pena: es mucho trabajo para nada. Si robas un coche, tienes que llevarlo hasta México y después te roban en el precio.

—Mira dentro.

Sal abre la portezuela del acompañante y le hace señas para que se acerque.

—A ver,
niños
, qué tenéis ahí dentro —dice Jesús con una sonrisa de suficiencia—. ¿Aparatos de televisión?

No, ¡qué va! No son aparatos de televisión.

Son activos.

Jesús lanza un silbido.

—¿Dónde habéis conseguido esto?

A Sal le satisface la reacción. Impresionar a Jesús es más jodido que la puñeta.

—Digamos tan sólo que lo hemos conseguido —dice y pone el pulgar y el índice en forma de
pistola
.

—Espero que os hayáis deshecho de la chatarra —dice Jesús.

Esto está muy bien, porque significa que hablan de hombre a hombre.

—¿Puedes ayudarnos a venderla? —pregunta Jumpy.

—A cambio de una parte —se apresura a añadir Sal.

—Claro que sí —responde Jesús.

Por supuesto que puede hacerlo.

Ha de haber como mínimo doscientos mil en aquella furgoneta. Si le pasa un porcentaje al Azul, seguro que consigue su atención. Se vuelve a uno de sus muchachos y le dice:

—Trae unas cervezas para mis primos.

Sal se pone contento.

Ya está en la sala VIP, bebiendo cerveza.

188

Jesús va a ver a un hombre que conoce.

Estará encantado de comprar la mercancía a buen precio.

Antonio Machado es el propietario de cinco puestos de tacos en el sur del Condado de Orange, un buen negocio de dinero en efectivo, porque él mueve mucha más droga que
chimichangas
.

Jesús eligió al señor Machado porque tiene vínculos con el Azul. El
jefe
recibirá su parte, Jesús hará quedar bien al señor Machado y recibirá favores a cambio y todos ganarán mogollón de dinero. Mejor aún: Machado está encantado de rebajar el precio que ofrezca a Sal y Jumpy, pero pagar a Jesús la cantidad real, con lo cual cubre lo que tiene que pagarle tanto a Machado como al Azul.

Es un buen negocio, muy acertado.

Eso parece, salvo que Jesús carece de un dato crucial.

El señor Machado ha visto unos videoclips. Ha recibido visitas de Lado, que le ha explicado lo que le conviene saber para no perder su posición y le ha preguntado por el negocio del Azul. Le recomendó que no se confundiera.

Que la Reina está viva, tío.

¡Viva la Reina!

También recibió, precisamente aquella mañana, una alerta amarilla sobre cierto cargamento de marihuana que había sufrido un contratiempo: está muy claro, nuestro buen amigo Antonio, que quienquiera que mueva aquella
yerba
se la juega. Si alguien ve o incluso oye hablar de aquella
yerba
y no coge el teléfono...

Machado coge el teléfono.

Va a la parte de atrás de una de sus tiendas, cuyo mostrador está lleno de escolares que han ido de visita a Mission, y hace la llamada.

—Gracias, amigo —dice Lado—. Sabíamos que podíamos contar contigo.

Todo arreglado.

189

Jesús se retuerce en la red de pesca que cuelga de la viga.

—Te lo voy a preguntar otra vez —dice Lado—. ¿De dónde has sacado esta
yerba
?

—De esos dos —dice Jesús y señala a Sal y a Jumpy, que están sentados en el suelo, contra la pared.

—¿De estos dos
perritos
? —pregunta Hernán y señala con la barbilla a los dos chavales que están sentados en un charco de su propia orina—. No me lo creo. Sigue intentándolo.

—¡Es verdad! —insiste Jesús con voz quejumbrosa.

Lado sacude la cabeza y le propina un golpe con el bate. Lado es muy aficionado al béisbol. En algún momento pensó en dedicarse como profesional: una temporadita en la Doble A, quizá. Ahora flipa con los partidos de Padres. Llega temprano para observar las prácticas de bateo.

Jesús grita.

—Ése fue uno sencillo —dice Lado— y éste va a ser uno doble desde la valla del campo izquierdo.

Otro batazo.

Jumpy oye el ruido de un hueso al partirse y se echa a llorar.

Otra vez.

—¿Quieres uno triple? —pregunta Lado—. Vamos, dime la verdad. Dime algo que contenga suficiente verdad como para que te deje vivir.

Jesús se viene abajo:

—He sido yo. Yo lo hice.

Lado se ha quedado sin aire y se apoya en el bate.

—Pero no lo has hecho tú solo. ¿Con quién trabajas?

—Con los 94.

—Ni zorra idea. ¿Qué es eso?

—Mi pandilla.

—¿Tu «pandilla»? —dice Lado—. Vosotros, cabritos, no podríais preparar un
tumbe
como éste. ¿Para quién trabajáis?

—Para el cartel de Baja.


Pendejo
, el cartel de Baja soy yo.

—Para el otro.

—¿Qué otro?

—El Azul.

Lado asiente.

—¿Y quién del Azul te dijo dónde tenías que estar y cuándo?

Jesús no sabe qué responder.

En realidad, no sabe un carajo.

Ni cuando Lado le encaja un triple.

Ni siquiera cuando consigue un
grand slam
.

Jesús suelta un montón de gilipolleces: que fue a verlo un tío, que no sabe su nombre, pero aquel hombre misterioso le pasó el dato de la entrega de droga y le sugirió que se la quedara y que partirían las ganancias...

—¿Conoces a un tío llamado Ben? —pregunta Lado—. ¿Fue él?

Jesús agradece cualquier sugerencia.

—Sí, sí, fue Ben.

—¿Qué aspecto tenía Ben?

Las respuestas son todas incorrectas. Jesús no es capaz de describir a Ben ni de describir a Chon.

Fregado
, inútil.

—¿Lo sabrán ellos? —pregunta Lado, señalando a Sal y a Jumpy.

—Sí —dice Jesús—, seguro que saben.

190

Sal gimotea.

Puede oler su propio temor, su propia inmundicia.

No puede evitar que le tiemblen las piernas ni que le broten lágrimas de los ojos o mocos de la nariz.

Jesús ha dejado de quejarse.

Yace como una pila de ropa sucia.

Lado acerca la pistola a la frente de Jumpy y dispara. Los trozos de su amigo caen sobre Sal. Se vuelve hacia él y le pregunta:

—¿De verdad quieres que me crea que os habéis encontrado una furgoneta llena de
yerba
aparcada en el barrio y la habéis cogido? ¿Pretendéis que me lo trague?

—No lo sé.

Lado le apunta con la pistola a la cabeza.

191

La foto llega a la pantalla de Ben.

Tres chavales muertos.

Una leyenda:

«Me estoy ocupando del negocio.»

192

O. está sentada en la cama, mirando un capítulo de
The Bachelorette
en Hulu.

—Te aseguro que se ha equivocado de tío —dice Esteban—. Ése está jugando con ella.

O. no está de acuerdo:

—A mí me parece tan dulce... y vulnerable...

Esteban no sabe lo que quiere decir «vulnerable», pero sabe lo que significa «jugar» y es evidente que aquel tío del jacuzzi está jugando.

«Puede ser —piensa O.—. Los hombres se conocen entre ellos.»

Esteban y ella han establecido una relación bonita. Él es su nuevo «mejor amigo para siempre». Es probable que se trate de un caso de síndrome de Estocolmo —O. oyó hablar de esto una vez por televisión en relación con Patty Hearst— y, aunque él no es Ashley, parece buen chico. Además, está tan enamorado de su prometida... ¡Por Dios! ¡Cómo lo tiene dominado! Habla con O. de Lourdes y el bebé y ella le ofrece sabios consejos fraternales sobre cómo tratar a una mujer.

—Las joyas son muy importantes —le dice—. Las joyas y los potingues. Yo no me inclinaría tanto por el chocolate, la verdad, porque probablemente se sienta gorda y todo eso, ¿no?

—Pues sí —suspira Esteban.

—Ah, bueno, ¡como si tú no tuvieras nada que ver,
amigo
! —dice O.—. ¿Y cumples con tu deber con regularidad?

—¿Qué?

—Que si le das un revolcón, le mojas la almeja, vamos, que si cumples con tus obligaciones de esposo.

O. forma una uve con dos dedos de la mano izquierda y pasa el dedo índice de la mano derecha varias veces entre ellos.

Esteban se escandaliza:

—¡Está embarazada!

—Pero no está muerta —dice O.—, y, durante el segundo trimestre, las hormonas se le ponen a saltar como locas, igual que los conejitos en un campo de trébol. Estará más cachonda que un convento. Tienes que atender el negocio, amigo, o, de lo contrario, pensará que ya no te parece hermosa y buscará en otra parte.

—Es hermosa —dice Esteban, suspirando.

Lo tiene totalmente dominado.

—Demuéstraselo.

En realidad, una de las cosas que a O. le gustan de Esteban es que, sexualmente, no supone ningún peligro.

Eso es algo que aprecia mucho en aquellos momentos.

En realidad, no le agrada en absoluto la idea de que la toquen y mucho menos que la penetren, que la violen, algo que solía gustarle mucho. Su apetito sexual, antes voraz, ha quedado reducido a una bulimia sensual. Su pepitilla, que solía estar abierta a nuevas sensaciones, se oculta ahora en el armario en posición fetal.

Gracias a ti, Elena, hermana clitoriana.

Y al tío de la sierra mecánica.

Evocar aquella imagen ha sido un error, porque entonces se pone en marcha el videoclip otra vez. Cierra los ojos bien apretados y, cuando los vuelve a abrir, la cabeza del soltero aparece flotando en el agua. Tarda un segundo en recordar que acababa de meterse en el jacuzzi, pero por un instante le dio toda la impresión de que la soltera se la estaba mamando.

—Stebo, ¿tienes algo de maría?

—Se supone que yo no...

—Venga...

«Demuestra que tienes
huevos...»

193

—Mira lo que hemos hecho —dice Ben, observando las imágenes.

—Lo ha hecho Lado —responde Chon.

—Nosotros lo hemos provocado —dice Ben.

Chon pierde los estribos. Le brota un torrente inesperado de palabras valiosas:

—Para acabar revolcándote en todo este remordimiento autocompasivo, no deberías haberte metido en esto, en primer lugar. ¿Qué te crees que ocurre en una guerra? ¿Te parece que sólo mueren los soldados?

»Ya sabías lo que estabas haciendo cuando dejaste la furgoneta en el barrio. Sabías que estabas tendiendo una trampa. Ahora no me vengas con la hipocresía de sentirte culpable por la carnada.

»Y ya sabes que esto no va a acabar aquí. La gente del Azul tendrá que responder y dentro de unos días habrá más chavales muertos. Después habrá una respuesta a su respuesta y a continuación una respuesta a la respuesta a la respuesta, hasta que entremos en el país de los ciegos de Gandhi. Pero ¿acaso no la hemos empezado para eso?

Chon sabe lo que es una guerra.

Sabe en lo que nos convierte.

Saben que Lado va a seguir adelante.

Cree que hay un chivato en su organización, un chaquetero que trabaja para el Azul, y no parará hasta encontrarlo.

—O hasta que se lo sirvamos en bandeja —dice Ben.

194

Ya era hora.

En una tienda de artículos de cotillón de Irvine, Berlinger, el ayudante del
sheriff
habla con un empleado porreta que recuerda haber vendido una máscara de Letterman y una de Leno.

—¿Te acuerdas del tío?

—Bastante.

«Bastante. Fumetas de mierda.»

—¿Me lo puedes describir?

Aunque parezca mentira, puede.

Un tío blanco, alto, de ojos marrones, pelo castaño, no habló mucho.

Pagó en efectivo.

«Algo es algo —piensa Berlinger—. Al menos así Álex dejará de darme el coñazo.»

195

Si juntamos al Centrifugador (el blanqueador de dinero) con Jeff y Craig (los
geeks
informáticos), el resultado es:

a
) los tres chiflados

b
) los tres tenores

c
) un trío capaz de entrar en cuentas bancarias y hacer aparecer dólares en cualquier parte

Si el lector ha elegido la opción c, ha acertado. Lo que hacen estos chicos, siguiendo las indicaciones de Ben, es entrar en la cuenta que Álex Martínez tiene en un banco estadounidense, crearle una nueva, transferirle depósitos de treinta, cuarenta y cinco y treinta y tres mil dólares, hacerlos dar vueltas por todo el mundo unas cuantas veces y devolverlos lavados a otras cuentas.

Después le compran un bloque de pisos en Cabo.

Hacen un poco más el indio y lo blanquean todo a través de varios
holdings
y empresas fantasmas, de modo tal que sólo un auditor forense cualificado pueda entenderlo.

196

Jaime es un auditor forense cualificado.

Ben y él están sentados en un reservado, en el bar del St. Regis.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunta Jaime.

—¿Estás incómodo? —responde Ben—. Ya sé que, por lo general, Álex y tú venís a estos encuentros los dos juntos. Sois como los misioneros mormones. Lo único que os falta es la camisa blanca y la corbatita negra.

—¿Para qué querías verme a solas?

—He pedido a mi gente que investigara un poco —dice Ben.

Desliza sobre la mesa una carpeta con documentos. Jaime se la queda mirando como si fuese un objeto extraño del espacio exterior.

—Ábrela —dice Ben.

Jaime abre la carpeta, empieza a mirar y ya no puede parar. Pasa las páginas cada vez con mayor rapidez, hacia atrás y hacia delante, con el rostro cerca de la carpeta y siguiendo con el dedo las líneas y las columnas.

«Para un auditor —piensa Ben—, esto equivale a pornografía.»

Bueno, sí, en cierto modo, pero no del todo. En realidad, Jaime y Álex son amigos y, cuando aquél finalmente levanta la vista, tiene la cara lívida.

Está muy jodido y, para acabar de joderlo, Ben añade:

—Fíjate en las fechas de los depósitos, compáralas con las de los robos y después trata de convencerte de que nuestro amiguito Álex no se está enriqueciendo con mi droga.

—¿De dónde has sacado esto?

—Lo he conseguido —dice Ben—, pero investígalo tú mismo. ¡Faltaría más! Revísame los deberes.

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